Max cree que quien acaba de entrar en su habitación es la señorita Patterson y no levanta la vista. Está montando un tren con sus piezas de Lego. Las vías están rodeadas por ejércitos de soldaditos de plástico.
—Hola, Max —saludo.
—¡Un trenecito! —exclama Oswald.
Max suelta la pieza de Lego que tenía en la mano y se levanta del suelo.
—¡Budo!
Parece contento de verme. Se le abren mucho los ojos cuando me mira. Enseguida viene hacia mí, pero de pronto se detiene. El tono de voz cambia repentinamente. Me mira con malos ojos. Arruga la frente.
—Me abandonaste.
—Lo sé.
—Me prometiste que no me abandonarías —me dice.
—Lo sé.
—Pídele perdón —me dice Oswald.
Está de pie al lado de Max. Se alza por encima de él como una torre gigantesca, pero no puede apartar la vista de mi amigo. Parece como si se hubiera convertido en un dios también para él.
Miro a Oswald abriendo los ojos como platos y le digo que no con la cabeza. Confío en que entienda lo que intento decirle. No tengo miedo de que Max le oiga, sino que Oswald me distraiga. Me siento como uno de esos policías de las películas que tienen que convencer al loco de turno para que no salte por el puente. No puedo distraerme. Tengo que cumplir con mi parte del plan. Es mi única oportunidad de salvar a Max y no tengo mucho tiempo.
—¿Por qué te fuiste? —me pregunta Max.
—Tuve que hacerlo. Pensé que, si me quedaba aquí, tú tampoco podrías salir de esta habitación.
—Y no he salido —dice Max cada vez más enfadado. Me mira con desconcierto.
—Lo sé —le digo—. Pero tenía miedo de que si me quedaba aquí tú tuvieras que quedarte con la señorita Patterson toda la vida. No deberías estar aquí, Max.
—Claro que sí. Cállate, Budo. Estás diciendo tonterías.
—Max, tienes que salir de aquí.
—No. ¿Eso quién lo dice? —replica él.
Max parece cada vez más disgustado. Las mejillas se le ponen coloradas y habla como si escupiera las palabras. Tengo que ir con cuidado. Necesito que esté disgustado, pero sin pasarme. Si se pone demasiado nervioso, podría bloquearse.
—Sí, Max, tienes que salir de aquí. Este no es sitio para ti.
—La señorita Patterson dice que sí lo es, y que tú también puedes quedarte aquí si quieres.
—La señorita Patterson es mala persona.
—¡No es verdad! —contesta Max gritando—. Cuida muy bien de mí. Me ha dado todos estos Legos y estos soldaditos, y me deja que coma queso por la noche si me da la gana. Le dijo a su madre que yo era un buen chico. No puede ser mala.
—Este no es sitio para ti —insisto.
—Sí que lo es. Calla, Budo. No sé por qué estás diciendo esas tonterías. No te estás portando como un buen amigo. ¿Por qué me dices eso?
—Tienes que salir de aquí, Max. Si no lo haces, nunca más volverás a ver a tus padres, ni a la señorita Gosk ni a nadie.
—A ti sí te veré —replica—. Y la señorita Patterson me ha dicho que podré ver a mis padres dentro de nada.
—Eso es mentira, y tú lo sabes.
Max no contesta. Es buena señal.
—Y si te quedas aquí, a mí tampoco volverás a verme.
—Calla. No dices más que tonterías.
Max aprieta los puñitos. Por un momento, me ha recordado a Oswald.
—Hablo en serio. Nunca volverás a verme, nunca.
—¿Por qué? —pregunta.
Noto que lo pregunta con miedo. Y eso también es buena señal.
—Me voy —le digo—. Y no pienso volver.
—No —dice Max.
No lo ha dicho como si fuera una orden. Me está pidiendo que me quede. Lo suplica casi. Empiezo a tener esperanzas.
—Sí —insisto—. Me voy. Y no volveré nunca.
—Budo, no te vayas, por favor.
—Me voy.
—No. No te vayas, por favor.
—Me voy —repito, con dureza y frialdad—. Puedes venirte conmigo, o quedarte aquí para siempre.
—No puedo irme —dice Max. Hay pánico en su voz—. La señorita Patterson no me deja.
—Otra razón más para escapar, Max.
—No puedo.
—Sí puedes.
—No puedo —dice Max, y parece que va a romper a llorar—. La señorita Patterson no me deja.
—La puerta está abierta —le digo, señalándola.
—¿Abierta? —dice Max, dándose cuenta por fin.
—La señorita Patterson la ha dejado abierta —le digo.
—¡Mentira podrida! —salta Oswald con voz lejana.
Me río por dentro, preguntándome dónde habrá aprendido Oswald a decir eso.
—Escúchame bien, Max. Esta será la última vez que la señorita Patterson se olvide de echar la llave a la puerta. Tienes que irte de aquí ahora mismo.
—Budo, quédate conmigo, por favor. No nos hace falta ir a ningún sitio. Podemos quedarnos jugando con los soldaditos, el Lego y los videojuegos.
—No. No podemos. Yo me voy.
—¿Por qué estás siendo tan duro con él? —me pregunta Oswald.
Su voz suena como un susurro que viniera de muy lejos. Como si fuera polvo. Me gustaría callarme un momento y despedirme de él. Darle las gracias por lo que ha hecho. Me parece que dentro de unos pocos segundos ya habrá desaparecido. Pero no puedo dejar de hablar. Max empieza a dudar. Se lo noto. Tengo que seguir insistiendo hasta que pueda convencerlo.
Le doy la espalda y avanzo tres pasos en dirección a la puerta abierta.
—Budo, por favor…
Ahora hay súplica en su voz. Oigo las lágrimas en sus ojos.
—No. Me voy y nunca más volveré.
—Por favor, Budo… —dice Max.
Se me rompe el corazón de oír el miedo con que lo dice. Es lo que yo estaba buscando, pero no sabía que me iba a ser tan doloroso. Hacer lo que uno debe no siempre es lo más fácil, pero en este momento tengo muy claro lo que debo hacer.
—No me dejes, por favor —suplica Max.
Decido que ha llegado el momento de soltarle toda la verdad. Me dirijo a él no ya con voz fría, sino gélida.
—La señorita Patterson es mala persona, Max. Tienes miedo de reconocerlo, pero lo sabes. Pero todavía es más mala de lo que te imaginas. Su plan es sacarte de esta habitación y de esta casa y llevarte lejos, muy lejos de aquí. No volverás a ver a tus padres nunca más. Ni a mí tampoco. Todo cambiará para siempre si no vienes conmigo. Tienes que salir de aquí ahora mismo.
—Por favor, Budo.
Max se ha echado a llorar.
—Te prometo que, si sales de aquí ahora mismo, no estarás en peligro. Escaparás de la señorita Patterson, volverás a tu casa y estarás con tus padres esta misma noche. ¡Te lo juro! Que me muera aquí mismo si no es verdad. Pero tenemos que salir de aquí muy rápidamente. ¿Te vienes conmigo?
Max está llorando. Las lágrimas le resbalan por las mejillas. Los sollozos no le dejan ni respirar casi. Pero entre sollozo y sollozo, al final hace que sí con la cabeza.
¡Ha dicho que sí!
Esta es nuestra oportunidad.