Empiezo por el Hospital Infantil. No he venido aquí por ningún motivo especial, pero me gustaría ver a Summer. No sé muy bien por qué, pero quiero verla. Tengo la sensación de que necesito verla.
Subo a la sala de recreo. Esta vez el ascensor me deja en la planta catorce. Nada de subir o bajar escaleras. Buena señal, creo yo. Estoy de suerte.
Voy hasta la sala de recreo. Ya pasan de las siete, y a estas horas seguramente los niños ya estarán acostados y los amigos imaginarios que tienen por costumbre salir de sus habitaciones habrán ido a la sala de recreo.
Entro en la sala y Klute salta del asiento y grita mi nombre. La cabeza se le bambolea dislocada. Otros tres amigos imaginarios saltan también de sus asientos al verme entrar. Pero ni Cuchara ni Summer están allí.
—Hola, Klute —saludo.
—¡Pareces real! —dice un niño con pinta de robot. Todo refulgente, cuadrado y tieso. He conocido a muchos amigos imaginarios robóticos.
—Ni que lo digas —afirma un osito de peluche de color marrón que me llega por la cintura.
El tercero, una chica que de no ser porque le faltan las cejas y por las alas de hada que le salen de la espalda podría parecer un ser humano, vuelve a su asiento y cruza las manos sobre las rodillas sin decir una palabra.
—Gracias —digo, dirigiéndome al robot y al osito. Después me vuelvo a Klute—: ¿Summer está en el hospital todavía? ¿Y Cuchara?
—Cuchara ya hace dos días que se fue a su casa.
—¿Y Summer? —pregunto otra vez.
Klute baja la vista a los pies. Me vuelvo al robot y al oso de peluche. Los dos bajan la vista también.
—¿Qué ha pasado? —pregunto.
Klute mueve la cabeza atrás y adelante muy despacio, pero se le bambolea. Intenta no mirarme hasta que el movimiento de la cabeza le fuerza a levantar la vista un segundo.
—Se murió —dice la niña con alas de hada.
Me vuelvo para dirigirme a ella.
—¿Cómo que se murió?
—Summer se murió —dice—. Y luego se murió Grace.
—¿Grace? —pregunto, pero de pronto me acuerdo.
—Su amiga —dice el hada—. La que estaba enferma.
—¿Primero murió Summer y después Grace? —pregunto.
—Sí —dice el hada—. Summer desapareció. Y poco después oímos decir a los médicos que Grace había muerto.
—Fue muy triste —dice Klute. Parece que va a llorar—. Estaba aquí sentada con nosotros y de pronto empezó a desvanecerse. Se transparentaba.
—¿Tenía miedo? —pregunto—. ¿Sufrió?
—No —dice el hada—. Ella sabía que Grace iba a morir y se alegraba de irse de este mundo antes que ella.
—¿Por qué?
—Porque decía que así podría esperar a Grace al otro lado —contesta el hada.
—¿Al otro lado de qué?
—No lo sé.
Miro a Klute.
—Yo tampoco lo sé. Solo dijo que estarían las dos juntas al otro lado.
—Yo no estaba aquí —dice el oso de peluche—. Pero suena muy triste. Yo no quiero desaparecer nunca.
—Todos tenemos que desaparecer algún día —dice el robot. Habla como los robots de las películas. Con voz entrecortada, como a trompicones.
—Ah, ¿sí? —dice Klute.
—¿Encontraste a tu amigo? —pregunta el hada.
—¿Cómo? —pregunto.
—Que si encontraste a tu amigo —repite el hada—. Summer nos dijo que habías perdido a tu amigo y que lo estabas buscando.
—También os lo dije yo —salta Klute, con la cabeza bamboleante—. Yo conocía a Budo de antes.
—Lo encontré, sí, pero todavía no he conseguido rescatarlo.
—Pero ¿lo harás? —pregunta el hada. Se levanta del asiento, pero, aun así, no me llega ni a los hombros.
Iba a responderle que estoy intentándolo, pero en vez de eso, le digo:
—Sí. Se lo prometí a Summer.
—Entonces, ¿qué haces aquí? —pregunta el hada.
—Necesito ayuda —contesto—. Necesito ayuda para salvar a Max.
—¿Quieres que nosotros te ayudemos? —pregunta Klute ilusionado. La cabeza se le bambolea de nuevo.
—No. Pero gracias de todos modos. Vosotros no podéis ayudarme, pero sé de alguien que sí puede.