La señora Palmer parece cansada. Tiene la voz rasposa y los ojos hinchados, como si se le quisieran cerrar. Incluso la ropa que lleva y el pelo parecen cansados.
—¿Cómo estás? —le pregunta la señorita Patterson.
El escritorio de la señora Palmer está repleto de papeles, carpetas y tazas de café vacías. En el suelo, junto a la papelera, hay una pila de periódicos. Por lo general, sobre el escritorio de la directora únicamente hay un ordenador y un teléfono. No recuerdo haber visto nunca un solo papel en este despacho.
—Bien —dice la señora Palmer, y esa única palabra ya suena cansada—. Estaré mucho mejor cuando demos con Max, pero sé que estamos haciendo todo lo humanamente posible.
—No se puede hacer gran cosa, ¿verdad? —dice la señorita Patterson.
—He ofrecido toda la colaboración posible a la policía, y atiendo a las demandas y preguntas de los medios de comunicación. También intento ayudar a los señores Delaney en la medida de lo posible, pero tienes razón, no se puede hacer gran cosa. Aparte de esperar y rezar.
—No sabes cuánto me alegro de que seas tú la responsable del colegio y no yo —dice la señorita Patterson—. Vales mucho, Karen. No sé cómo puedes con todo.
Pero la señora Palmer no se ha hecho responsable del colegio, y la señorita Patterson lo sabe. La directora atiende el teléfono, hace anuncios por megafonía y le recuerda al señor Fedyzyn que tiene que llevar corbata para la ceremonia de graduación, pero debería haberse hecho responsable de la seguridad de los niños del colegio. Ese es su verdadero trabajo. Pero Max no está seguro, y la persona que lo ha secuestrado está ahora mismo sentada delante de ella en su despacho y la señora Palmer no lo sabe.
Eso no es lo que yo llamo hacerse responsable.
—Llevo veinte años trabajando en tareas administrativas y nunca había pasado por momentos tan difíciles como estos —dice la señora Palmer—. Pero, Dios mediante, saldremos de esta y encontraremos a Max sano y salvo. En fin, ¿en qué puedo ayudarte?
—Ya sé que este no es el momento más oportuno, pero me gustaría pedir la excedencia. Mi salud no mejora y quisiera pasar una temporada con mi hermana, que vive lejos de aquí, en el oeste del país. Pero no quisiera dejarte tirada. No corre prisa. Esperaré a que encuentres sustituta y seguiré colaborando con la policía en todo lo que sea necesario, así que puedo quedarme aquí en Connecticut hasta que ya no precisen de mi ayuda. Pero en cuanto sea posible, tan pronto como pueda, me gustaría tomarme el resto del año de permiso.
—Por supuesto —dice la señora Palmer.
Parece sorprendida, y creo que también un tanto aliviada. Tengo la sensación de que pensaba que la señorita Patterson quería verla por otros motivos.
—Siento mucho decir que no sé gran cosa sobre el lupus. He estado tan ocupada con lo de Max últimamente que no me ha dado tiempo a informarme un poco sobre la enfermedad. De todos modos, ¿hay algo que podamos hacer por ti?
—Gracias, no te preocupes. La medicación que estoy tomando parece haber controlado la enfermedad por el momento, pero es un mal impredecible. No soporto pensar que una mañana podría despertar y descubrir que ya no habrá tiempo para ver a mi hermana y conocer un poco más a sus hijos. Y para que ellos conozcan a su tía.
—Tiene que ser muy duro —dice la señora Palmer.
—Cuando perdí a Scotty, creí que ya nunca volvería a levantar cabeza. Pero este colegio me ha ayudado mucho. Me ha devuelto a la vida. Este trabajo me ha permitido recordar que hay cosas buenas en el mundo, y niños que me necesitan de verdad. No pasa un día sin que me acuerde de mi hijo, pero ya he superado su muerte y creo haber podido aportar algo al colegio.
—Por supuesto que sí —dice la señora Palmer.
—Aunque la desaparición de Max me ha hecho volver a pensar en lo impredecible que es la vida. Rezo por él noche tras noche, pero quién sabe qué habrá pasado. Se nos ha ido de la noche a la mañana. Igual que mi Scotty. Y la próxima podría ser yo. Quiero hacer algo con mi vida y no quedarme esperando para luego tener que lamentarme.
—Lo entiendo perfectamente —dice la señora Palmer—. Llamaré a Rich mañana para que Recursos Humanos ponga en marcha la rueda de entrevistas a los posibles sustitutos. En otra situación me encargaría yo misma, pero no creo que tenga tiempo. De todos modos, hay montones de maestros en paro, así que no creo que sea tan complicado encontrar sustituto. ¿Crees que el año que viene podrás incorporarte otra vez?
La señorita Patterson deja escapar un suspiro que suena del todo sincero, aunque yo sé muy bien que todo lo que está diciendo es mentira. No puedo creer lo bien que se le da hacerse pasar por otra persona.
—Me gustaría pensar que voy a volver —dice—. Pero ¿te importa si te lo confirmo un poco más adelante, en primavera, por ejemplo? No sé cómo voy a encontrarme de aquí a seis meses. Si quieres que te diga la verdad, me ha resultado muy duro venir al colegio estos últimos días, sabiendo que Max no está aquí y que si yo hubiera venido a trabajar el viernes pasado, nada de esto hubiera ocurrido.
—No digas tonterías, Ruth.
—No son tonterías —replica la señorita Patterson—. Si yo…
—No sigas —dice la señora Palmer y le tiende la mano como si le ofreciera ayuda para cruzar una calle—. No fue culpa tuya. Max no se ha escapado. Alguien decidió llevárselo, y eso podría haber ocurrido tanto el viernes como cualquier día. La policía dice que casi nunca hay secuestros al azar. Esto estaba planeado de antemano. No fue culpa tuya.
—Lo sé. Pero de todos modos me resulta muy duro. Si Max volviera, creo que también yo me sentiría capaz de reincorporarme al trabajo el curso que viene. Pero si en septiembre, Dios no lo quiera, aún no se ha sabido nada de él, no me veo capaz de volver a cruzar esas puertas.
Cuanto más habla, más inocente parece a ojos de la señora Palmer y más peligrosa me parece a mí.
—Insisto, no debes echarte la culpa —dice la señora Palmer—. Tú no has tenido nada que ver en esto.
—Por las noches, cuando estoy tumbada en la cama, preguntándome qué habrá sido de Max, me cuesta dejar de pensar que todo ha sido culpa mía.
—Ruth, no deberías cargar con esa responsabilidad, eres demasiado buena.
Yo a veces le pregunto a Max si existo solo para que me reconozca que existo. Para recordárselo. Es lo mismo que está haciendo en este momento la señorita Patterson. Ella, la autora del secuestro, ha venido a este despacho para engatusar a la señora Palmer y hacerle repetir una y otra vez que ella no había hecho nada malo. La mala de la película está ahora mismo sentada delante de la señora Palmer, y la señora Palmer se empeña en decir que es inocente, por mucho que la señorita Patterson admita que la culpa es suya.
La señora Palmer está bailando con el diablo bajo la pálida luz de la luna, y está perdiendo miserablemente.
Encima está dispuesta a dejarle que se tome el resto del año de permiso y se largue a la otra punta del país para ver a una hermana que quizá ni existe. Yo creo que la intención de la señorita Patterson es marcharse de Connecticut, y puede que su plan sea ir hacia el oeste, pero no para ver a ninguna hermana.
Lo que va a hacer es llevarse a Max y, si lo consigue, no creo que ninguno de los dos vuelva nunca.
Tengo que darme prisa.
Debo romper otra de las promesas que le he hecho a Max.