Capítulo 42

La señorita Patterson repite la misma canción otra vez y luego pone la radio. Está oyendo las noticias. Presto atención por si dicen algo de Max. Pero nada.

Me pregunto si ella también estará escuchando las noticias por si dicen algo de Max.

Llevamos un buen rato en la autopista, y me extraña, porque la señorita Patterson vive muy cerca del colegio. El otro día tardamos menos de quince minutos en llegar desde allí a su casa, y no recuerdo que fuéramos por ninguna autopista.

En el reloj del salpicadero pone que son las 7.36. La campana del cole que anuncia el principio de las clases suena a las 8.30, así que tenemos tiempo suficiente de llegar, pero me estoy poniendo nervioso con tanta autopista.

¿Adónde iremos?

Procuro no pensar en Max. No quiero imaginármelo encerrado allí solo detrás de ese muro. Procuro no oír su voz llamándome a voces y suplicándome. Me digo a mí mismo que tengo que prestar atención a la carretera, intentar leer las señales verdes y observar a la señorita Patterson por si me da alguna pista, pero no hago más que imaginarme a Max gritando entre lágrimas y aporreando las paredes para pedir ayuda.

«Te estoy ayudando», me gustaría poder decirle, pero, aunque pudiera, sé que no me creería. Es difícil ayudar cuando para ello tienes que romper una promesa y dejar a tu amigo encerrado detrás de un muro.

Oigo un rugido sobre mi cabeza que reconozco: es un avión. Nunca había oído un avión volando tan bajo, pero por televisión sí se ven y se oyen, así que sé que sobre nuestras cabezas vuela un avión enorme en este momento. Un Jumbo.

Miro por la ventanilla. Levanto la vista. Ojalá pudiera ver ese avión, pero no puedo. Lo que sí veo es un letrero colgando sobre la carretera en el que pone «Bienvenido al Aeropuerto Internacional Bradley». Pone otras cosas, pero no sé leer tan rápido. Estoy muy contento de haber sabido leer la palabra «internacional», porque es muy larga. Miro hacia delante y veo edificios bajos, y aparcamientos de muchas plantas, y autobuses y coches, y muchos letreros por todas partes. Es la primera vez que estoy en un aeropuerto, pero suponía que habría aviones a la vista. No veo ninguno. Se oyen pero no se ven.

La señorita Patterson deja la carretera principal y sigue avanzando hasta que se encuentra con una valla. Para el coche al lado de una máquina, baja la ventanilla y alarga el brazo para darle a un botón. En la máquina hay un letrero en el que pone «Aparcamiento Larga Estancia». No sé qué será eso, pero empiezo a pensar si no habré metido la pata otra vez. ¿Y si la señorita Patterson piensa coger un avión? ¿Será que tiene miedo de que la policía esté a punto de localizar a Max?

En la tele se ve muchas veces a la policía deteniendo a los malos en el aeropuerto. Siempre es gente que quiere salir del país. No entiendo por qué la policía no sale del país también y detiene a los malos donde sea, pero puede que sea eso lo que pretende hacer la señorita Patterson. Puede que se haya enterado de que la señorita Gosk o el jefe de policía han descubierto que fue ella quien se llevó a Max, y que ahora tenga que escapar si no quiere acabar en la cárcel.

La máquina hace una especie de zumbido y luego escupe un ticket. La señorita Patterson entra en un aparcamiento al aire libre muy lleno de coches. Hay cientos de ellos, y junto a él hay otro aparcamiento cerrado también muy lleno.

Pasamos por una hilera tras otra de coches. Hay espacios libres, pero la señorita Patterson pasa de largo. Conduce como si se dirigiera a un sitio en particular, no como si buscara dónde aparcar.

Por fin reduce la marcha y aparca en un espacio libre. Baja del coche, y yo con ella. No puedo perderme, estoy demasiado lejos de casa. Donde ella vaya, allá que iré yo.

Abre el maletero. Dentro lleva las cajas que vi apiladas sobre la mesa de la cocina. Levanta una de ellas, se vuelve y va hacia el otro extremo del aparcamiento. Pasa de largo junto a tres coches y se para delante de una furgoneta. Una furgoneta enorme. De hecho, es más bien como un autobús. Creo que es una casa de esas con ruedas. No sé, como una especie de autobús, furgoneta y casa todo en uno. La señorita Patterson mete la mano en el bolsillo y saca una llave. Luego mete la llave en la puerta y abre. Me recuerda la puerta del autocar que coge Max para ir al cole. Es de un tamaño parecido. Sube tres escalones y entra en esa especie de casa, furgoneta y autobús todo en uno.

Y yo detrás.

Dentro hay una sala de estar, justo por detrás del asiento del conductor. Con un sofá, una butaca y una mesa pegada al suelo para que no se mueva. Y también un televisor colgando de la pared y una litera. La señorita Patterson deja la caja sobre el sofá, se vuelve y sale fuera. La sigo hasta el coche y veo que saca otra caja del maletero y la lleva también al autobús. La deja junto a la otra y se vuelve para salir otra vez. Esta vez no la sigo. Me quedo dentro. Le faltan otras seis cajas que cargar y quiero echar un vistazo al resto del autobús.

Cruzo la sala de estar y llego a un minipasillo. Hay una puerta cerrada a la derecha y una cocina pequeñísima a la izquierda. Tiene un fregadero, un hornillo, un microondas y un frigorífico. Atravieso la puerta que queda a mi derecha y me encuentro dentro de un cuarto de baño diminuto con un lavabo y un váter.

¡Un autobús con baño!

Si el autocar escolar tuviera cuarto de baño, Max no tendría que angustiarse nunca más por las cacas de propina.

Bueno, la verdad es que no creo que Max hiciera caca en un autocar aunque tuviera un cuarto de baño al lado.

Atravieso otra vez la puerta y me encuentro de nuevo en el minipasillo. Al fondo hay otra puerta cerrada. Miro detrás de mí y veo que la señorita Patterson está dejando otras dos cajas en el sofá. Ya van cuatro. Dos o tres viajes más y habrá terminado de descargar.

Atravieso la puerta del fondo del pasillito. En cuanto abro los ojos siento, por primera vez en mi vida, un escalofrío que me recorre la espalda. Había oído antes la expresión, pero no entendía qué quería decir.

No puedo creer lo que tengo delante de mí.

Estoy en un dormitorio.

Es el mismo dormitorio en el que Max está ahora mismo encerrado.

Más pequeño, con menos lámparas y dos ventanitas ovaladas con las cortinillas corridas, pero las paredes están pintadas en los mismos colores que las de la habitación de Max en el sótano de la señorita Patterson, y la cama tiene también forma de coche de carreras, con sábanas, almohadas y mantas idénticas. La alfombra del suelo también es idéntica. Y, al igual que allí, todo está lleno de juguetes de Lego y La guerra de las galaxias, y hay soldaditos por todas partes. Tantos como en la habitación del sótano. Quizá más incluso. Hay un televisor pegado a la pared, una PlayStation y otra estantería con DVD exactamente igual a la de la habitación del sótano de la señorita Patterson. Hasta los DVD son los mismos.

Es otra habitación preparada especialmente para Max. Una habitación móvil.

Oigo a la señorita Patterson dejar otra caja en el sofá. Me vuelvo para marcharme. No sé si su intención será irse de aquí en autobús, en coche o en avión, pero sea como sea no puedo separarme de ella. Sería incapaz de encontrar el camino de vuelta a casa.

Al atravesar la puerta, me doy cuenta de que tiene un cerrojo. Un cerrojo con candado.

Otro escalofrío me recorre la espalda. El segundo de mi vida.

La señorita Patterson carga con las últimas tres cajas hasta el autobús y esta vez cierra con llave al salir. Vuelve a su coche, se sienta al volante y arranca. Yo me coloco en mi sitio, en el asiento de atrás. Y ella avanza entre filas de coches, cantando otra vez la canción del martilleo, hasta llegar a una serie de vallas al otro extremo del aparcamiento.

Se detiene ante una cabina y le tiende un ticket al señor de dentro.

—¿Se ha equivocado de aparcamiento? —le pregunta él al ver el ticket.

—No —contesta ella—. Mi hermana me pidió que le echara un vistazo a su coche y le dejara dentro un abrigo. Creo que lo del abrigo fue para disimular la vergüenza que le daba pedirme que le echara un vistazo al coche. Tiene un punto obsesivo-compulsivo.

El hombre se ríe.

La señorita Patterson miente muy bien. Parece una actriz de la tele. Representa un papel en vez de ser ella misma. Está haciéndose pasar por una señora con una hermana obsesivocompulsiva. Y se le da muy bien. Hasta yo me la creería si no supiera que es una secuestradora de niños.

Ahora le está dando dinero al de la cabina y la valla que tenemos enfrente se levanta. La señorita Patterson lo saluda con la mano al arrancar.

En el reloj del salpicadero pone que son las 7.55.

Espero que vayamos al colegio.