Oigo la voz de Max. Me está llamando. Me levanto de un salto y corro al pasillo. Estoy confundido. La voz no sale del sótano. Sale del dormitorio de la señorita Patterson. Me doy la vuelta y corro pasillo abajo. Atravieso la puerta de su dormitorio. El sol está asomando por la ventana. Miro hacia allí y cierro los ojos un momento, deslumbrado. El sonido sale de esta habitación, pero suena muy distante, como si Max estuviera gritando bajo una manta o encerrado en un armario. Abro los ojos y veo a la señorita Patterson. Está sentada en la cama, mirando el teléfono. Aunque no es un teléfono. Es más grande que un teléfono y más aparatoso. Tiene una pantallita, a la que ahora mismo está mirando la señorita Patterson. La voz de Max sale de ese teléfono que no es un teléfono.
Voy al otro lado de la cama y me siento junto a la señorita Patterson. Miro por encima de su hombro para echar un vistazo al teléfono que no es un teléfono y veo a Max en la pantallita. Está en blanco y negro, pero es Max. Sentado en la cama también, llamándome a voces.
Parece asustado.
La señorita Patterson y yo nos ponemos en pie al mismo tiempo, cada uno desde un lado de la cama. Se pone unas zapatillas y sale de la habitación.
La sigo.
Va directa al sótano. Me pego a ella. Los gritos de Max llegan desde el teléfono que no es un teléfono, no desde el otro lado del muro. Qué raro. Max está justo detrás de esa pared, dando voces, pero no se le oye.
La señorita Patterson abre la puerta secreta y pasa al otro lado. Los gritos de Max llenan la habitación.
Me escondo detrás de la señorita Patterson. No quiero que Max me vea y diga mi nombre. Ya sé que me está llamando a gritos, pero no es lo mismo. Lo que temo es que al verme diga: «¡Budo! ¡Has vuelto! ¿Dónde te habías metido? ¿Qué hacías con la señorita Patterson?».
Si dice eso, ella se dará cuenta de que he salido de la habitación secreta y que estaba espiándola.
Ya sé que eso es imposible, porque la señorita Patterson no cree que yo sea real, pero se me olvida a los pocos segundos de entrar en la habitación. Es fácil olvidar que la gente no cree que existas.
En cuanto pongo el pie en la habitación, me entra miedo. Miedo de que la señorita Patterson me pille. Aunque no crea que existo, es mala persona y no quiero que se enfade conmigo.
—Max, calma —le dice, yendo hacia su cama, pero no se acerca del todo.
La señorita Patterson es muy lista. Al verlo tan alterado cualquier otra persona habría sentido la necesidad de acercarse a él, pero ella sabe que eso es lo peor que se puede hacer en estos casos. La señorita Patterson es listísima.
Es el diablo bajo la pálida luz de la luna, está claro.
—¡Budo! —grita Max de nuevo.
En la realidad suena mil veces peor todavía. Es el grito más espantoso que he oído en mi vida. Me hace sentir como el peor amigo del mundo. Al asomarme por detrás de la señorita Patterson y salir de mi escondrijo, me pregunto cómo me las voy a ingeniar para dejar a Max solo hoy.
—Estoy aquí, Max —saludo.
—No te preocupes que volverá —dice la señorita Patterson, inmediatamente después de que yo salude, y por un instante tengo la impresión de que me ha oído.
—¡Budo! —grita Max otra vez, pero esta vez de alegría. Me ha visto.
—Buenos días, Max —le digo—. Perdóname. Salí de la habitación y me quedé bloqueado fuera.
—¿Bloqueado? —pregunta Max.
—¿Quién está bloqueado? —quiere saber la señorita Patterson.
—Budo se ha quedado bloqueado, ¿verdad, Budo? —dice Max, mirándome.
—Sí —le digo—. Cuando estemos solos te lo cuento.
Una de las cosas que he aprendido sobre Max es que es incapaz de hablar conmigo y con otra persona a la vez porque se lía, así que siempre que puedo intento evitarlo.
—Seguro que Budo se desbloquea solo —dice la señora Patterson—. No temas.
—Ya se ha desbloqueado —dice Max.
—Qué bien —dice ella. Suena como si llevara un buen rato con la cabeza bajo el agua y acabara de salir a la superficie a tomar aire—. No sabes cuánto me alegro de que haya vuelto.
—Vale —dice Max.
Es una respuesta bastante extraña, pero es que Max nunca sabe qué decir cuando le hablan de sentimientos. La mayoría de las veces se queda callado. Esperando a que el otro diga otra cosa. Pero «vale» es su respuesta para todo.
—¿Sabes vestirte solo? —le pregunta la señorita Patterson—. Aún no había empezado a prepararte el desayuno.
—Sí —contesta Max.
—Bien.
La señorita Patterson se queda otra vez junto a la puerta, esperando. No sabría decir si está esperando a que Max diga algo o pensando en algo más que decir. Sea lo que sea, parece triste. Max hace como si no estuviera allí siquiera. Tiene ya un caza Ala-X entre las manos y está apretando el botón para que despliegue las alas.
La señorita Patterson deja escapar un suspiro y se va.
Cuando la puerta se cierra, Max levanta la vista de su juguete.
—¿Dónde te habías metido? —pregunta.
Sé que está enfadado porque, aunque tiene un juguete de La guerra de las galaxias entre las manos, me está mirando de frente.
—Ayer por la noche salí de la habitación, pero no pude volver a entrar.
—¿Por qué no? —dice Max. Ha vuelto a fijar la vista en su juguete.
—Porque lo que por este lado es una puerta, por el otro es una pared.
Max no dice nada. Eso significa, o bien que me ha entendido, o que no le interesa el tema. Yo normalmente adivino si se trata de una cosa o de la otra, pero esta vez no tengo ni idea.
Max deja el caza Ala-X sobre la almohada y baja de la cama. Luego va hacia el cuarto de baño y abre la puerta. Desde allí se vuelve hacia mí y me mira otra vez a los ojos.
—Prométeme que nunca más volverás a dejarme solo.
Y yo se lo prometo, aunque sé que dentro de poco volveré a hacerlo.