Max se ha dormido por fin.
Después de lavarse los dientes, ha apagado la luz y se ha metido en la cama. Yo me he quedado sentado en una silla a su lado y he esperado a que colocara bien las almohadas. Como hacemos en casa cada noche.
Salvo que en esta habitación hay nueve lamparillas de esas que se dejan encendidas toda la noche, seis más que en el dormitorio de Max, así que muy oscuro no es que esté.
Yo pensaba que Max iba a contarme algo, pero se ha quedado tumbado en la cama sin más, mirando al techo. Le he preguntado si quería hablar, porque es lo que solemos hacer todas las noches antes de que él se duerma, pero ha movido la cabeza como diciendo que no y ya está. Al cabo de un ratito me ha dicho en voz muy baja: «Buenas noches, Budo». Nada más.
Ha tardado un buen rato en dormirse.
Desde entonces que estoy aquí sentado, preguntándome qué voy a hacer. Lo oigo respirar. Se mueve en sueños, pero sin despertarse. Si cierro los ojos y no pienso en nada, simplemente lo escucho, es como si estuviéramos en casa.
Aunque en casa yo ahora mismo estaría sentado en la sala de estar, viendo la tele con los padres de Max.
Ya los echo de menos.
En esta habitación me siento atrapado.
No es que me sienta atrapado, es que lo estoy. Me han hecho prisionero, igual que a Max. Miro la puerta muy fijamente y me pregunto cómo voy a salvar a mi amigo si ni siquiera soy capaz de salir de aquí.
De pronto se me ocurre cómo.
Me levanto y voy hacia la puerta. Doy tres pasos, la atravieso y un segundo más tarde ya estoy en el otro lado, en el sótano con la mesita de tenis y las escaleras. Aquí no han dejado ninguna lamparilla encendida, está todo negro como boca de lobo.
He podido atravesar la puerta desde el lado donde está Max porque tenía forma de puerta. El mismo Max la ha llamado así. Ha dicho que la señorita Patterson no vendría a asomarse a la puerta, lo que significa que para él es una puerta, y si es una puerta, puedo atravesarla. Porque es lo que Max entiende por puerta.
Pero a ojos de Max la puerta supersecreta que está a este otro lado del muro no es una puerta, así que no puedo atravesarla. A ojos de Max no es más que un muro. Para confirmarlo, me vuelvo hacia el muro y voy andando otra vez hacia él. Está tan oscuro que me doy un topetazo aún más fuerte de lo que pensaba.
Eso confirma mis sospechas. A este lado, lo que tengo es un muro y punto.
No sé si habrá sido muy buena idea salir de allí. Si Max despierta, no podré volver a entrar en la habitación para decirle que sigo aquí. Ni siquiera tendré forma de saber si ha despertado. He vuelto a dejarlo solo, y él lo sabrá. Otra vez he cometido un grave error.
Me vuelvo y recorro el sótano pegado a las paredes, orientándome a tientas hasta llegar a las escaleras. Subo poco a poco, agarrado a la barandilla. Al llegar al final de las escaleras, atravieso la puerta que se abre al pasillo donde están la cocina y la sala de estar. Veo a la señorita Patterson de pie en la cocina. En la mesa hay unas latas de sopa Campbell y cajas de macarrones con queso Kraft. Lo está metiendo todo en una caja grande de cartón.
Esos son dos de los platos favoritos de Max.
Hay otras cuatro cajas de cartón sobre la mesa. Están cerradas, así que no puedo ver qué hay dentro. Por un momento pienso que esas cajas pueden ser importantes, pero luego me doy cuenta de que no. Estoy buscando pistas que me ayuden a salvar a Max, pero aquí no hay pistas que valgan. Max está encerrado en una habitación secreta del sótano ese y nadie sabe que lo han traído a esta casa. Esto no es una película de suspense. Es la cruda realidad.
La señorita Patterson termina de meter en la caja el resto de latas y macarrones, y cierra la tapa. Luego coloca la caja encima de las que ya están apiladas sobre la mesa de la cocina, va al fregadero y se pone a lavarse las manos. Canturreando mientras.
Una vez ha terminado, pasa de largo junto a mí y sube a la planta de arriba. La sigo. No tengo nada más que hacer. No puedo salir de la casa. Aunque haya conseguido escapar de la habitación secreta, sigo atrapado en esta casa. No sé dónde estoy ni dónde está nada. No sé de gasolineras, comisarías u hospitales por los que ir a darme una vuelta. Max está aquí. No puedo irme sin él. Aunque le he prometido que nunca lo abandonaría, empiezo a pensar que si quiero salvarlo no me va a quedar más remedio que salir de aquí.
En el dormitorio de la señorita Patterson hay unas cajas de cartón en el suelo que no estaban ahí antes. La señorita Patterson abre la cómoda, saca ropa de dentro y la mete en las cajas. Pero no toda la ropa. Va escogiendo prendas. Se me ocurre que quizá esas cajas sí podrían ser una pista al fin y al cabo. Empaquetar comida no es muy normal, pero no es tan raro como empaquetar ropa.
Después de llenar cinco cajas con ropas, zapatos y un albornoz, las lleva a la planta baja y las deja junto a las que tenía sobre la mesa. Luego sube al piso de arriba otra vez y se lava los dientes. Creo que se está preparando para acostarse, así que me voy. Por malvada que sea, no me parece bien quedarme aquí plantado observándola mientras se pasa el hilo dental por los dientes y se lava la cara.
Voy a la habitación de invitados y me siento en una silla a pensar. Necesito un plan.
Ojalá estuviera aquí Graham.