Capítulo 35

Lo primero que se me ocurre es que la señorita Patterson sea un amigo imaginario y yo no me haya dado cuenta. Que sea capaz de atravesar puertas como yo, y haya entrado en casa y bajado al sótano sin que yo la oyera.

Pero eso es absurdo, enseguida me doy cuenta.

De todos modos, esa mujer tiene algo raro, porque no entiendo cómo ha podido pasar por el sótano sin que yo la viera. Quizá tiene poderes para hacerse invisible o encogerse.

Me doy cuenta de que eso es absurdo también.

La observo: ha abierto el frigorífico y está sacando un poco de pollo. Pone una sartén en el fuego y lo fríe. Mientras el pollo chisporrotea, hierve arroz.

Pollo con arroz: el plato favorito de mi amigo. A Max hay muchas cosas de comer que no le gustan, pero al pollo con arroz blanco nunca dice que no. A él le gusta que en el plato no haya demasiado color.

Me gustaría bajar otra vez al sótano a ver si encuentro ese armario o esa escalera que antes seguramente se me han pasado. Quizá debajo del sótano haya otro sótano. O una trampilla en el suelo que no he visto porque normalmente no voy buscando puertas en el suelo.

Por otro lado, no quiero que la señorita Patterson se me escape otra vez. Mejor me espero. Está haciéndole la cena a Max. Lo sé. Cuando termine de preparársela, la seguiré.

La señorita Patterson es una mujer muy limpia cocinando. Nada más terminar de usar la tabla de cortar, la aclara bajo el grifo y luego la mete en el lavaplatos. Y nada más echar el arroz en el recipiente de cristal, guarda el paquete otra vez en la alacena. La madre de Max haría buenas migas con ella, si no le hubiera robado a su hijo. A las dos les gusta el orden. La madre de Max dice: «Ve limpiando sobre la marcha». Pero al padre de Max siempre se le amontonan los platos en el fregadero, y allí se quedan toda la noche.

La señorita Patterson ha puesto una bandeja roja sobre la encimera. Yo la veo perfectamente limpia, pero le pasa un papel de cocina. Luego pone encima dos platos de papel, dos vasos de papel y dos tenedores de plástico.

A Max le gusta comer en platos de papel y beber en vasos de papel porque sabe con seguridad que están limpios. No se fía de nadie a la hora de lavar los platos, ni siquiera de los lavavajillas. Sus padres lo dejan que coma en platos de papel solo de vez en cuando, especialmente cuando su madre quiere que pruebe alguna comida distinta.

Pero ¿cómo sabe la señorita Patterson que a Max le gustan los platos de papel y los tenedores de plástico? Nunca ha cenado en casa. Entonces caigo en que Max lleva ya tres días con ella. Se lo habrá contado.

La señorita Patterson sirve el arroz y el pollo en los dos platos y echa zumo de manzana en los vasos.

El zumo de manzana es la bebida favorita de Max.

Luego coge la bandeja y va hacia las escaleras que bajan al sótano. Y yo detrás.

Al pie de las escaleras, gira a la izquierda, en dirección a la parte del sótano enmoquetada, donde está la mesa verde con la red y el televisor.

Seguro que hay una trampilla bajo la moqueta. Seguro. Y ahí debajo estará Max. En el sótano del sótano.

La señorita Patterson cruza la habitación, deja a un lado la mesa verde y va hacia una pared con un cuadro de unas flores y un estante encima de él. Estoy esperando a que en cualquier momento se agache para levantar la moqueta cuando veo que se pone de puntillas y hace presión en una parte del estante. Se oye un clic y la pared se mueve. La señorita Patterson la empuja un poco más para abrirse un hueco. Pasa al otro lado, y un segundo después, la pared se cierra y el estante hace clic otra vez. Ha vuelto a su sitio. No se nota nada que allí hubiera una puerta secreta. El papel estampado que cubre la pared no deja ver el minúsculo hueco que pudiera haber entre la pared y la puerta. Queda camuflada. Yo sé que allí hay una puerta, pero no veo dónde empieza ni dónde termina. Es una puerta ultrasecreta.

Y Max está al otro lado.

Cruzo la habitación. Por fin voy a ver a Max. Intento atravesar la puerta pero no puedo. Choco con ella y caigo de espaldas al suelo. Es imposible distinguir los bordes de la puerta, así que me la habré pasado. Me muevo un poco más hacia la izquierda y pruebo de nuevo, esta vez más lentamente, pero tampoco es la entrada. Vuelvo a chocar con la pared. Lo intento tres veces más, pero las tres veces me estampo contra la pared.

Sé que la puerta está ahí, pero me pasa lo mismo que con las puertas del ascensor del hospital. Cuando Max me imaginó, no se le ocurrió pensar en puertas ultrasecretas que parecieran paredes, así que me es imposible atravesarla.

Max está al otro lado de esa puerta que no es puerta. La única forma de entrar será esperar a que la señorita Patterson abra de nuevo la puerta.

Tengo que esperar.

Me siento en la mesa verde sin apartar la vista de la pared. No puedo irme de aquí ni despistarme un momento. Cuando la señorita Patterson abra esa puerta, tendrá muy poco espacio para salir, lo que significa que tendré que colarme por el hueco en cuanto ella se aparte. Si no soy rápido, no conseguiré pasar.

Hago guardia.

Fijo la vista en el estampado, esperando que la pared se mueva en cualquier momento. Intento pensar solo en esa puerta-pared, pero empiezo a preguntarme qué habrá al otro lado. Tiene que haber una habitación, una habitación lo bastante grande como para que la señorita Patterson y Max puedan cenar juntos allí dentro. Pero es una habitación subterránea, no tiene ventanas y seguramente está cerrada con llave, así que Max se sentirá atrapado. Eso quiere decir que puede estar bloqueado. O puede que ya se bloqueara antes y ahora esté normal.

Quiero ver a Max, pero me entra miedo de pensar en cómo me lo encontraré después de tres días tras una pared. Aunque no se haya bloqueado, no creo que esté muy bien.

Sigo esperando.

La pared se mueve por fin. Salto de la mesa y me acerco a ella. La pared se abre y la señorita Patterson pasa por el hueco. Vuelve la vista atrás después de haber pasado, y yo aprovecho ese momento para colarme dentro.

Creo que la señorita Patterson ha vuelto la vista atrás para asegurarse de que Max no salía tras ella, pero estoy muy equivocado. En cuanto veo la habitación que hay al otro lado, sé que estoy muy equivocado.

Max no tiene intención de escapar.

Y yo no me puedo creer lo que estoy viendo.