Capítulo 3

Cuando Max estaba en primero, la maestra dijo una vez en clase que las moscas no viven más de tres días. Y yo me pregunto: ¿cuánto tiempo vivirá un amigo imaginario? Supongo que no mucho. O sea, que en el mundo de los seres imaginarios quizá yo sea lo que llaman un vejestorio.

Max me imaginó a los cuatro años, y así fue como de pronto vine al mundo. Cuando nací, sabía lo mismo que él, nada más. Me sabía los colores, algunos números y el nombre de muchas cosas, como «mesa», «microondas» y «portaaviones». Además, Max me imaginó mucho mayor que él. Con la edad de un adolescente más o menos. Incluso más mayor. O puede que como un niño, pero con cerebro de persona mayor. No sé. No soy mucho más alto que Max, pero soy diferente, eso está claro. Cuando nací ya estaba mucho más centrado que él. Podía entender muchas cosas que a él lo confundían. Veía soluciones para problemas que él era incapaz de resolver. Quizá todos los amigos imaginarios vengan al mundo así. No lo sé.

Max no se acuerda del día en que nací, así que tampoco puede recordar en qué estaba pensando en aquel momento. Pero, como me imaginó con más edad y más centrado, he aprendido mucho más rápido que él. Cuando nací ya podía concentrarme y estar más atento de lo que él es capaz de conseguir ahora. Recuerdo que aquel día la madre de Max estaba intentando enseñarle qué eran los números pares, y él no se aclaraba. Pero yo lo pillé enseguida. Lo entendí porque mi cerebro estaba preparado para aprender los números pares. El de Max, no.

O al menos, eso creo.

Además, como no duermo, porque Max no imaginó que yo necesitara dormir, tengo más horas para aprender. Y, como no paso todo el tiempo a su lado, he visto y oído muchas más cosas que él. Cuando Max se va a dormir, me siento con sus padres en la sala de estar o en la cocina. Vemos la tele juntos o escucho lo que hablan. A veces me escapo de casa. Voy a una gasolinera que está abierta a todas horas, porque las personas que más me gustan del mundo entero, aparte de Max y de sus padres y de la señorita Gosk, están allí. También voy a Doogies, un sitio donde hacen perritos calientes que está un poco más abajo, en la misma calle, o también a la comisaría de policía o al hospital (aunque al hospital últimamente ya no voy porque allí dentro está Oswald y le tengo miedo). Y cuando Max y yo estamos en el cole, a veces me cuelo en la sala de profesores o en otras aulas, y a veces incluso en el despacho de la directora, así me entero de lo que está pasando. No soy más listo que Max, solo sé muchas más cosas que él porque paso más horas despierto y voy a sitios a los que él no puede ir. Y eso es bueno. Así, a veces puedo ayudarlo cuando las cosas no le salen.

Como la semana pasada, cuando quería abrir un bote de mermelada para untarla en el bocadillo de mantequilla de cacahuete que se estaba haciendo y no podía.

—¡Budo! —me llamó dando voces—. No puedo abrir el bote.

—Claro que puedes —le dije—. Gira la tapa hacia el otro lado. A la derecha, cosa hecha.

Es una frase que le oigo a veces decir a la mamá de Max cuando va a abrir un tarro. Y con Max funcionó: consiguió abrirlo. Pero se emocionó tanto que el bote se le cayó de las manos y se hizo pedazos en las baldosas del suelo.

La vida puede ser muy complicada para Max. Incluso cuando las cosas le salen bien, siempre puede terminar torciéndose algo.

Yo vivo en un mundo aparte. En el espacio entre las personas. La mayor parte del tiempo la paso con Max, en el mundo de los niños, pero también paso muchas horas con personas mayores, como los padres de Max, las maestras y mis amigos de la gasolinera, aunque ninguno de ellos me ve. «Nado entre dos aguas», como diría la madre de Max. Eso es lo que le dice a su hijo cuando Max no acaba de decidirse, lo que le pasa muy a menudo.

—¿Quieres el polo azul o el amarillo? —le pregunta, y Max se paraliza. Se queda congelado, como el polo. Y es que, cuando tiene que decidir, hay demasiadas cosas que le vienen a la cabeza.

¿Será mejor el rojo que el amarillo?

¿Será mejor el verde que el azul?

¿Cuál de los dos estará más frío?

¿Cuál de los dos se derretirá más rápido?

¿A qué sabrá el polo verde?

¿A qué sabrá el polo rojo?

¿Cada color tiene un sabor distinto?

Ojalá su madre decidiera por él. Ella sabe muy bien que le cuesta mucho tomar decisiones. Cuando lo obliga a decidir, y lo veo dudar tanto, a veces decido yo por él. Le digo muy bajito «Coge el azul», y entonces él dice «El azul», y asunto terminado. Se acabó nadar entre dos aguas.

Eso es lo que viene a ser mi vida: un continuo nadar entre dos aguas. Vivo en el mundo amarillo y en el azul. Vivo con niños y con personas mayores. No soy del todo niño, pero tampoco soy del todo adulto.

Soy amarillo, pero también soy azul.

Soy verde.

Pero también sé combinar colores.