Capítulo 29

Bajo en el ascensor con un señor que lleva una máquina con ruedas. Se para en la cuarta planta, y yo salgo detrás. Aunque el ascensor vaya de bajada, podría cambiar de dirección en cualquier momento y volver a subir. Me ha pasado otras veces.

Salgo del ascensor y giro a la derecha. Las escaleras quedan a la vuelta. Al volverme, me fijo en el letrero de la pared. Hay una lista de palabras con unas flechitas que indican a derecha y a izquierda. No es que sepa leer muy bien, pero me defiendo:

Sala de espera

Habitaciones 401-420

Habitaciones 421-440

Servicios

Y bajo «Servicios», la palabra «UCI», con una flechita que indica a la derecha.

Leo en alto la palabra y de pronto caigo en que todas sus letras están escritas en mayúscula. Eso quiere decir que no es una palabra. Son iniciales, lo que significa que cada letra representa una palabra: «U-C-I». Lo aprendí cuando íbamos a primero.

Leo otra vez esas iniciales y de pronto me viene a la memoria que ya las había oído antes: UCI es el sitio al que se llevaron a Dee la noche en que aquel hombre le disparó.

Dee podría estar aquí. En este edificio. En esta planta. A la vuelta de la esquina.

Tuerzo a la derecha.

Hay puertas a los dos lados del pasillo. Al pasar me voy fijando en los nombres de los letreritos que hay junto a cada una de ellas. Voy buscando las iniciales UCI o tres palabras que empiecen con esas letras.

Al final del pasillo doy con ellas. Hay dos puertas bloquean do el pasillo. Y un letrerito que pone: «Unidad de Cuidados Intensivos». UCI, ¡ya lo tengo!

No sé qué significa «intensivo», pero seguro que es una habitación para personas a las que han disparado.

Atravieso las puertas. Es una habitación muy grande. En el centro hay un largo mostrador y tres doctoras sentadas detrás. Solo hay luz sobre el mostrador. No es que el resto de la habitación esté a oscuras, pero casi. Veo montones de máquinas. Todas con ruedas. Parecen coches de bomberos en miniatura, esperando muy quietos pero dispuestos a ponerse en acción enseguida.

Alrededor de la sala hay unas cortinas de ducha que cuelgan del techo. La mitad de la sala está llena de cortinas. Algunas están corridas. Las que están abiertas dejan al descubierto muchas camas vacías.

Hay dos cortinas corridas. Dee podría estar detrás de una de ellas.

Me acerco a la primera cortina e intento atravesarla, pero no puedo. La cortina no me deja pasar. Y eso que no se mueve cuando choco contra ella.

Max no piensa que las cortinas puedan usarse a modo de puertas. O será que no se le ocurrió en el momento de imaginarme. Aunque Max esté desaparecido, siento como si estuviera aquí ahora mismo, sin dejarme atravesar esta cortina. Siento que seguimos juntos, aunque estemos separados.

Para mí es como un recordatorio de que sigue vivo.

Me agacho y paso por el hueco entre la cortina y el suelo. Veo a alguien tumbado en una cama, pero no es Dee. Es una niña pequeña. Calculo que será de la misma edad que los niños de la clase de Chucho. Está dormida. Hay cables y tubos que salen de unos aparatitos y van hasta sus brazos y otros que se pierden bajo las sábanas. Lleva la cabeza envuelta en una toalla blanca. Y tiene los ojos morados, y una tirita en la barbilla y otra en la ceja.

Está sola. No hay una madre o un padre sentados en las sillas junto a su cama. Ni ningún médico vigilándola.

Pienso en Max. Me pregunto si también estará solo esta noche.

—¿Cuándo despertará?

De pronto veo a otra niña pequeña, casi idéntica a la que está en la cama, sentada en una silla a mi derecha. No la he visto al pasar bajo la cortina. La miro y se levanta.

Me sorprende que no me haya tomado por una persona como hacen casi todos los amigos imaginarios. Quizá sabe que soy imaginario porque me he colado por debajo de la cortina en lugar de correrla como hacen las personas.

—No lo sé —le contesto.

—¿Por qué los demás no me hablan?

—¿Quiénes son los demás? —pregunto, mirando alrededor. Por un momento pienso que podría haber alguien más en la habitación. Que no me he fijado bien.

—Los demás —dice—. Les pregunto cuándo va a despertar, pero no me contestan.

Ahora lo entiendo.

—¿Sabes cómo se llama? —pregunto, señalando a la niña tumbada en la cama.

—No.

—¿Cuándo la conociste?

—En el coche —responde—. Después del accidente. Después de que el coche chocara contra otro coche.

—¿Dónde estabas antes del accidente? —le pregunto.

—En ningún sitio —me dice. Parece confundida y avergonzada. Baja la vista.

—¿Desde cuándo está dormida? —le pregunto.

—No lo sé —responde, confundida aún—. Vinieron a llevársela. Yo me quedé esperando junto a las puertas y cuando volvió estaba dormida.

—¿Has hablado con ella?

—Sí. En el coche. Como papá y mamá no le contestaban, me pidió ayuda. Y me quedé a su lado. Hablé con ella, y estuvimos allí esperando hasta que vinieron los hombres con la máquina y la sacaron. Era una máquina que hacía mucho ruido y sacaba fuego.

—Menos mal que pudisteis salir del coche —le digo.

No quiero que tenga miedo, pero me parece que mis preguntas la están asustando un poco. Y aún me quedan muchas por hacer.

—¿Has visto a papá y mamá desde que salisteis del coche?

—No.

—¿Cómo te llamas?

—No lo sé —contesta. Parece triste, como si fuera a echarse a llorar.

—Mira, tú eres una amiga muy especial. Una amiga imaginaria. Eso quiere decir que ella es la única persona que puede verte y oírte. Esa niña te necesitaba, le entró miedo cuando estaba en el coche, por eso estás aquí. Pero no te preocupes. Lo único que tienes que hacer es esperar a que despierte.

—¿Y cómo es que tú puedes verme? —pregunta.

—Porque yo soy como tú. También soy un amigo imaginario.

—Ah. ¿Y dónde está tu amiguita?

—Yo tengo un amiguito. Se llama Max, pero no sé dónde está.

Me mira fijamente. No dice nada, y me quedo esperando. Yo tampoco sé qué decir. Nos miramos los dos, mientras los aparatos que hay junto a la cama no dejan de pitar y zumbar. Se hace un silencio larguísimo. Al final hablo yo.

—He perdido a mi amigo. Pero lo estoy buscando.

Ella no deja de mirarme. Esta niña solo hace un día que está en el mundo, pero sé lo que está pensando.

Piensa que soy un mal amigo por haber perdido a Max.

—Me tengo que ir —le digo.

—Vale. ¿Cuándo despertará?

—Pronto. Tú espera y verás. No tardará en despertar.

Me cuelo bajo la cortina otra vez antes de que ella diga nada más. Hay otra cortina corrida un poco más allá, pero sé que Dee tampoco estará al otro lado. Este es un Hospital Infantil. Lo más probable es que en el de adultos haya una UCI también y se llevaran a Dee allí.

Me pregunto si Max estará tan solo como la pequeña que hay tumbada detrás de esa cortina de ducha. Ella no tiene un papá ni una mamá que le hagan compañía. Es posible que también estén heridos.

O puede que muertos. Aunque no creo, porque da mucho miedo solo de pensarlo.

Al menos ella tiene a su amiga imaginaria. Puede que no le haya dado un nombre todavía, pero está ahí esperándola junto a la cama, así que no está sola del todo.

Pienso una y otra vez en lo que dijo antes la madre de Max: «Ojalá que Budo esté con él».

Pero no estoy con él.

Esa niña tiene a su nueva amiga imaginaria para hacerle compañía, pero Max está solo en algún sitio. Sé que vive todavía porque yo sigo aquí y porque sería horrible pensar que estuviera muerto.

Pero está solo.