Capítulo 28

El Hospital Infantil está delante del hospital normal, pero yo al normal no voy nunca. Desde mi encuentro con el malvado hombre imaginario, no lo piso. A veces solo de acercarme al infantil ya me entra miedo, porque está muy cerca del de los mayores.

Pero el Hospital Infantil es el mejor sitio donde encontrar amigos imaginarios. Mejor que los colegios. En los colegios hay muchos niños, pero la mayoría deja a sus amigos imaginarios en casa, porque, cuando estás rodeado de maestros y niños, es difícil encontrar el momento para hablar y jugar con tu amigo imaginario. Hay niños de preescolar que el primer día de clase los llevan al colegio, pero, a no ser que sean como Max, enseguida descubren que hablar con alguien que nadie es capaz de ver no es la mejor manera de hacer amigos. Ese es el momento en que la mayoría de los amigos imaginarios deja de existir.

El parvulario los mata.

El Hospital Infantil, sin embargo, siempre ha sido un buen lugar donde encontrar a otros amigos imaginarios. Cuando Max estaba en primero, vine a este hospital porque su maestra de entonces, la señorita Kropp, dijo en clase que los hospitales estaban abiertos las veinticuatro horas del día. Ese día la señorita Kropp les habló a los niños del 112, que es el número que hay que marcar en el teléfono en una emergencia.

Si yo fuera capaz de marcar números, lo habría hecho hoy, cuando he visto que la señorita Patterson se llevaba a Max.

La señorita Kropp dijo que puedes marcar el 112 a cualquier hora, porque las ambulancias y los hospitales no cierran nunca. Así que una noche, en vez de ir a la gasolinera, me fui directamente al hospital, que está como a seis gasolineras de distancia.

Los niños del Hospital Infantil están siempre enfermos. Algunos solo uno o dos días. Por un lado están los que, por ejemplo, se caen de la bici y se dan un golpe en la cabeza, o los que han pillado esa cosa que llaman neumonía, pero también hay otros niños que llevan mucho tiempo en el hospital, porque están graves. Y muchos de esos niños, sobre todo los que están muy enfermos, tienen amigos imaginarios, seguramente porque los necesitan. Hay niños con la cara pálida, delgados y sin pelo en la cabeza, que se despiertan a media noche llorando muy bajito para que no los oigan y se preocupen. Los niños que están enfermos saben que están enfermos, y los que están muy enfermos saben que están muy enfermos, pero todos tienen miedo. Por eso muchos necesitan amigos imaginarios que les hagan compañía cuando sus padres se van a casa y ellos se quedan en el hospital, con esas máquinas que pitan y hacen luces.

El ascensor del hospital es una lata, porque no puedo con sus puertas. Soy capaz de atravesar puertas de cristal, puertas de madera, puertas de habitaciones e incluso de coches, pero no puertas de ascensor. Será porque a Max le dan miedo y nunca, por nada del mundo, entra en un ascensor, y seguramente no le parecen puertas normales. Para él son más bien como trampas.

El caso es que quiero ir a la planta catorce, y lo más fácil sería subir en ascensor. Catorce pisos son muchas escaleras. Pero, para subir en ascensor, antes tengo que asegurarme de que haya sitio dentro, porque, aunque nadie pueda verme ni sentirme, si hay demasiadas personas chocarán conmigo y me dejarán aplastado en un rincón.

Bueno, me explicaré mejor: yo no choco con ellas, choco con la idea de ellas, porque, aunque ellas no me sientan, yo sí. A veces, cuando el ascensor va lleno y me quedo aprisionado en un rincón, me entra una sensación parecida a la que siente Max cuando está en un ascensor. Siento que me aprisionan, que me aplastan, como si me asfixiaran, aunque yo de hecho no respiro. Parece que respire, pero lo que respiro es la idea del aire, algo que siempre está presente.

Es muy extraño ser un amigo imaginario. No te asfixias, ni enfermas, ni te rompes la cabeza de una caída y tampoco pillas neumonías. Lo único que puede matarte es que una persona no crea en ti. Y eso es más frecuente que todas las asfixias, caídas y neumonías juntas.

Espero a que la persona vestida de azul pulse el botón. Ha entrado en el hospital justo detrás de mí. Como no puedo pulsar el botón que avisa al ascensor de que hay alguien esperando, no me queda más remedio que esperar a que alguien quiera montarse. Y luego confiar en que esa persona se baje en una planta que esté cerca de la mía. Esta vez he tenido suerte porque la señora del traje azul pulsa el número once. Si no se monta nadie más, me bajaré en el once y subiré andando hasta el catorce.

Subimos hasta el piso número once sin que nadie nos pare. Una vez allí, salgo del ascensor y subo andando los últimos tres tramos de escaleras.

La planta catorce tiene forma como de araña, con un círculo en el centro donde están trabajando los médicos, y cuatro pasillos que salen de él. Voy hacia el círculo central, y paso junto a toda una serie de puertas abiertas a los dos lados del pasillo. Esa es otra de las cosas buenas del Hospital Infantil, que los médicos no cierran del todo las puertas de las habitaciones de los niños, así que los amigos imaginarios que no pueden atravesar puertas no se quedan atrapados dentro toda la noche.

Es tarde y el pasillo está tranquilo. Toda la planta está tranquila. La mayoría de las habitaciones tienen la luz apagada. En el círculo central hay un grupo de doctoras, unas sentadas, otras de pie detrás de los mostradores, escribiendo números y palabras en sus blocs, y otras que van a visitar a los enfermos que avisan desde su habitación. Esas doctoras son como los policías que nunca duermen. Pueden pasarse toda la noche despierta, aunque no parece que por gusto.

En el otro extremo de una de las patas de araña hay una salita con sofás, sillones y montones de revistas y juegos. Aquí es donde vienen los niños a hacer el recreo durante el día. Y donde los amigos imaginarios que no duermen se juntan.

Antes pensaba que ningún amigo imaginario dormía, pero Graham me dijo que ella por las noches sí lo hacía, así que puede que esta noche haya amigos imaginarios que estén durmiendo junto a sus amigos humanos enfermos en las habitaciones del hospital.

Imagino a Graham dormida en una cama junto a Meghan y me entran ganas de llorar otra vez.

Esta noche hay tres amigos imaginarios en el cuarto de recreo, lo cual no es mucho. A los tres se les nota de lejos que son amigos imaginarios. Uno de los niños podría parecer humano, si no fuera porque tiene las piernas y los pies muy pequeños y llenos de pelos, y la cabeza demasiado grande para el cuerpo. Me recuerda a ese muñeco cabezón del equipo de béisbol de los Red Sox que la señorita Gosk tiene en su escritorio. Pero al menos tiene orejas, cejas y dedos, así que parece más humano que muchos amigos imaginarios. De todos modos, es tan cabezón que no sé qué pinta tendrá cuando se ponga a andar.

Sentada junto al cabezudo hay una niña que abulta lo mismo que un botellín. Tiene el pelo de color amarillo, pero le faltan la nariz y el cuello. La cabeza está pegada al cuerpo como las de los muñecos de nieve. No parpadea.

El tercero parece una cuchara del tamaño de un niño, con dos ojos grandes y redondos, la boquita pequeña, y brazos y piernas como de monigote. Es de color plateado y no lleva ropa, aunque no la necesita, porque, si no fuera porque tiene brazos y piernas, parecería una cuchara.

Pensándolo bien, no sé si es niño o niña. Algunos amigos imaginarios no son ni una cosa ni la otra. Quizá sea solo una cuchara.

Cuando entro, dejan de hablar y me miran. Pero no a los ojos, seguramente porque piensan que soy humano.

—Hola —saludo, y la cuchara se asusta.

El cabezudo da un respingo y su cabeza se bambolea como la del muñeco de la señorita Gosk.

La niña diminuta no se mueve. Ni parpadea siquiera.

—Pensaba que eras real —dice la cuchara. Parece tan asombrada que casi no le salen las palabras.

Creo que es un niño, porque tiene voz de niño.

—¡Y yo! —dice el de la cabeza bamboleante. Suena ilusionado.

—Pues no. Soy como vosotros. Me llamo Budo.

—Vaya, pareces muy real —dice el niño cuchara, mirándome de arriba abajo sin disimulo.

—Bueno, es que soy real. Tan real como vosotros.

Cada vez que me encuentro con amigos imaginarios tenemos la misma conversación. Siempre se asombran de que no sea un humano y de que parezca tan real. Y luego tengo que recordarles que ellos también son reales.

—Ya —dice el niño cuchara—. Pero tú pareces un humano de verdad.

—Lo sé —digo.

Nos quedamos un momento en silencio, y luego vuelve a hablar el niño cuchara.

—Yo me llamo Cuchara —dice.

—Yo, Klute —dice el cabezón—. Y ella, Summer.

—Hola —dice la niña con una vocecita que apenas se oye. No ha dicho más que «hola», pero enseguida he notado que está triste. Nunca he visto a nadie tan triste. Más triste que el padre de Max cuando juega a pelota con su hijo y Max nunca acierta a cogerla.

Puede que tan triste como yo cada vez que me acuerdo de Graham.

—¿Tienes a alguien en el hospital? —pregunta Cuchara.

—¿Qué quieres decir?

—Que si tienes a algún amigo humano en este hospital.

—Ah, no. He venido a dar una vuelta. Paso por aquí de vez en cuando. Siempre me encuentro con algún amigo imaginario.

—Es verdad —dice Klute, y al decir que sí con la cabeza, esta se le bambolea de un lado al otro—. Yo llevo una semana aquí con Eric y nunca había visto tantos amigos imaginarios juntos.

—¿Eric es tu amigo humano? —le pregunto.

Klute dice que sí bamboleando la cabeza.

—¿Cuánto tiempo hace que estáis en este mundo? —les pregunto.

—Yo desde el verano, cuando Eric estaba en el campamento —responde Klute.

Hago la cuenta atrás.

—¿Cinco meses? —pregunto.

—No lo sé. No sé contar por meses.

—¿Y tú? —le pregunto a Cuchara.

—Este es mi año número tres —responde—. Dos años de preescolar y ahora primero. Eso son tres años, ¿no?

—Sí —le digo. Me asombra que Cuchara lleve tanto tiempo en este mundo. Los amigos imaginarios que no parecen personas no suelen durar mucho—. Tres años es mucho tiempo.

—Lo sé —dice Cuchara—. No he conocido a ningún amigo imaginario que haya durado tanto.

—Yo casi voy por seis —le digo.

—¿Seis qué? —pregunta Klute.

—Seis años. Max está ahora en tercero. Es mi amigo humano.

—¿Seis años? —dice Cuchara.

—Sí.

Se quedan los tres callados un momento. Sin quitarme el ojo de encima.

—¿Has dejado a Max? —La que ha hablado es Summer, con una vocecita que apenas se oye, pero que me sorprende.

—¿Qué quieres decir?

—Que si has dejado a Max en casa.

—No, Max no está en casa. Está fuera.

—Ah. —Summer se queda callada un momento y luego pregunta—: ¿Y por qué no te has ido con él?

—Porque no he podido. No sé dónde está.

Voy a explicarles lo que le ha pasado a mi amigo cuando Summer habla de nuevo, todavía con una vocecita muy débil, pero que en realidad suena fuerte.

—Yo nunca podría dejar a Grace.

—¿Grace? —pregunto.

—Grace es mi amiga humana. Yo nunca me atrevería a dejarla. Ni un segundo siquiera.

Abro la boca para explicar lo que le ha pasado a Max, pero Summer se me adelanta.

—Grace se está muriendo.

Miro a Summer. Abro la boca para decir algo, pero no sale nada. No sé qué decir.

—Grace se está muriendo —repite Summer—. Tiene leucemia. Es una enfermedad muy grave. Es como la peor gripe que pueden pillar los seres humanos. Y se está muriendo. El médico le dijo a mami que Grace se está muriendo.

Sigo sin saber qué decir. Intento pensar en algo con lo que consolar a Summer o a mí mismo, pero Summer se me adelanta otra vez.

—Así que no dejes solo a Max mucho tiempo, porque él también podría morirse algún día. Aprovecha para jugar todo lo que puedas con él mientras esté vivo.

De repente me doy cuenta de que Summer no ha tenido siempre esa vocecita tan débil y tan triste. Se le ha puesto así porque Grace se está muriendo, pero estoy seguro de que Summer antes siempre sonreía y era feliz. Ahora mismo estoy viendo a la Summer feliz, como una sombra que rodea a la Summer triste.

—Lo digo en serio —insiste Summer—. Los amigos humanos no viven para siempre. Se mueren.

—Lo sé —digo.

Pero no le cuento que lo único en lo que yo pienso últimamente es en que Max pudiera morirse.

Lo que sí hago es hablarles de Max a los tres. Les cuento lo mucho que le gusta jugar con sus piezas de Lego y lo mucho que quiere a la señorita Gosk. Les cuento de sus bloqueos. De sus cacas de propina. De sus padres. De su pelea con Tommy Swinden. Y luego les hablo de la señorita Patterson y de lo que le ha hecho. Que lo tiene engañado. Que los tiene engañados a todos menos a mí.

Aunque a mí también me ha engañado, porque si no, yo ahora mismo estaría con Max.

Noto por la forma en que me miran que quien mejor entiende lo que digo es Cuchara, pero quien entiende mejor lo que siento es Summer. Está asustada por lo que pueda pasarle a Max, casi tanto como yo, creo. Klute escucha, pero me recuerda a Chucho. No creo que entienda nada. Intenta seguir el hilo, pero nada más.

—Tienes que encontrarlo —dice Cuchara cuando termino de hablar. Lo dice con la misma voz que pone Max cuando habla con sus soldaditos. Dando órdenes, más que hablando.

—Ya lo sé. Pero no sé qué hacer cuando lo encuentre.

—Tienes que ayudarlo —dice Summer. Ahora se la oye perfectamente. Habla bajito todavía, pero no con la voz débil de antes.

—Ya lo sé —digo de nuevo—, pero no sé cómo. No podré decirle a la policía dónde está, ni tampoco a sus padres.

—Yo no he dicho que ayudes a la policía —dice Summer—. He dicho que ayudes a Max.

—No entiendo qué quieres decir.

—Primero tienes que encontrarlo —dice Cuchara.

Observo la cabeza bamboleante de Klute según va saltando con la mirada de Summer a Cuchara y luego a mí.

Creo que ha perdido el hilo.

—Tienes que ayudarlo —dice Summer, ahora ya molesta. Enfadada, casi—. Tienes que ayudarlo a volver con sus papás.

—Ya, pero si no puedo decirle a la policía ni a sus padres donde está, es…

—Eres tú quien tiene que ayudarle —dice Summer.

Es como si me estuviera chillando, aunque hable con su voz de siempre. Es su voz, pero ya no suena débil. Suena superfuerte. Y ella también parece grande y fuerte. Sigue abultando poco más que un botellín, pero de pronto parece más grande.

—No la policía, tú —dice Summer—. Eres tú quien tiene que ayudar a Max. ¿Sabes la suerte que tienes?

—¿Qué quieres decir?

—Grace se está muriendo. Se morirá sin que yo pueda hacer nada. Puedo sentarme a su lado y hacerla sonreír, pero no salvarle la vida. Se morirá y se irá para siempre sin que yo pueda hacer nada. No puedo salvarla. Tú, en cambio, sí puedes salvar a Max.

—Pero si no sé cómo —le digo.

Estoy mirando a esta niña diminuta que está ahí abajo, con esa vocecita que apenas se oye y, sin embargo, soy yo quien se siente diminuto. Me parece que Summer lo sabe todo. Puede que yo sea el amigo imaginario más viejo del mundo, pero esta niña pequeña lo sabe todo y yo no sé nada.

De pronto me doy cuenta de que a lo mejor Summer podría tener una respuesta para esa pregunta que me da vueltas a la cabeza a todas horas.

—¿Qué pasará contigo cuando Grace muera? —le pregunto.

—¿Te preocupa que Max muera? —pregunta Summer—. ¿Que lo muera esa maestra?

—Podría ser. No me gusta pensarlo, pero sé que es verdad. Aunque no lo pensara, no dejaría de ser verdad.

—¿Estás preocupado por Max o por ti mismo? —pregunta Summer.

Quisiera mentirle, pero no puedo. Esta niña diminuta con su vocecilla diminuta lo sabe todo. Estoy convencido.

—Las dos cosas —contesto.

—No tendrías que preocuparte por ti mismo —me dice Summer—. La vida de Max está ahora en peligro, y tienes que salvarle. Es posible que salvándolo a él te salves tú, pero eso no importa.

—¿Qué pasará cuando Grace muera? —le pregunto otra vez—. ¿Morirás con ella?

—Eso no importa —dice Summer.

—¿Por qué?

—Eso digo yo. ¿Por qué? —pregunta Cuchara.

Klute bambolea la cabeza como preguntando lo mismo. Todos queremos saber por qué.

Viendo que Summer no contesta, repito la pregunta. Con miedo. Le he cogido un poco de miedo a Summer. No sé por qué, pero así es. Le tengo miedo a esta niña diminuta con su vocecilla diminuta. Aun así, quiero saberlo.

—¿Te morirás cuando Grace se muera?

—Creo que sí —responde Summer, mirándose sus diminutos piececitos. Luego levanta la cabeza para mirarme a mí—. Eso espero.

Nos miramos los dos un buen rato, y al final ella dice:

—¿Vas a salvar a Max?

Digo que sí con la cabeza.

Summer sonríe. Es la primera vez que la veo sonreír. Sonríe un segundo nada más y vuelve a ponerse seria.

—Salvaré a Max —digo en voz alta. Y luego, porque creo que es importante que lo diga, sobre todo por Summer, añado—: Lo prometo.

Cuchara asiente con un gesto.

Klute bambolea la cabeza.

Y Summer vuelve a sonreír.