Esta noche tenemos en casa a dos policías, de esos que nunca duermen. En la comisaría hay muchos policías así. Pasan toda la noche despiertos porque la comisaría nunca cierra.
Se han sentado en la cocina y están tomando café y viendo la tele. Se hace raro tener a dos extraños en casa, sobre todo no estando aquí Max. A sus padres también tiene que hacérseles raro, porque, en vez de quedarse en la sala de estar viendo la tele, han subido a su dormitorio.
El padre de Max quería salir a la calle a buscarle, pero el señor Norton le ha dicho que se fuera a su casa y durmiera un poco.
—Tenemos coches patrulla y voluntarios recorriendo el barrio; si quieren sernos útiles mañana, mejor que descansen bien.
—Pero ¿y si Max está herido en algún sitio? —ha preguntado el padre de Max, y lo ha dicho con rabia, pero con esa rabia que sacan las personas cuando tienen miedo. Ha sonado más bien nervioso y acelerado. Era un miedo disfrazado de voz alta y cara colorada—. ¿Y si ha resbalado y al caer se ha dado un golpe en la cabeza y está inconsciente bajo un arbusto, donde sus coches patrulla no pueden verlo? ¿O si se ha caído por una alcantarilla abierta o incluso si se le ha ocurrido meterse en una? ¿Y si ahora mismo está en una calle, tirado en un charco, desangrándose?
La madre de Max se ha puesto a llorar otra vez, y gracias a eso el padre de Max no ha mencionado que su hijo pudiera estar ahora mismo muriéndose en alguna parte o muerto ya.
—Todas esas posibilidades ya se han tenido en cuenta —ha dicho el jefe de policía Norton.
Aunque el padre de Max le ha hablado casi gritando, el señor Norton no ha alzado la voz. Sabe que no está enfadado con él. A lo mejor incluso sabe que en realidad no está enfadado, sino asustado. A lo mejor es más inteligente de lo que yo pensaba.
—De hecho, hemos inspeccionado ya todas las alcantarillas en un radio de seis kilómetros alrededor de la escuela, y ahora mismo se está ampliando la búsqueda. Sí, es posible que Max se haya quedado atrapado en algún sitio donde nuestros equipos de rastreo no puedan verlo fácilmente, pero ya están todos avisados de esa posibilidad y no dejarán piedra por mover.
El padre de Max está en lo cierto: Max se encuentra atrapado en un sitio donde nadie puede verlo. Pero no creo que importe lo bien que lo busquen.
Después de esa conversación, los padres de Max se han ido a casa y, después de enseñarles a los policías donde estaban la cafetera, el baño, el teléfono y el mando a distancia, han dicho que se iban a la cama.
Ahora están en su habitación, pero no han encendido el televisor, y no recuerdo la última vez que pasaron una noche sin ver la tele. La madre de Max se ha duchado y ahora está sentada en la cama, cepillándose el pelo. El padre de Max está sentado también en el filo de la cama, y en la mano tiene un móvil al que no deja de darle vueltas.
—No hago más que pensar en el miedo que estará pasando —dice la madre de Max.
Ha dejado de cepillarse el pelo.
—Sí —dice su marido—. Yo no hago más que pensar en que esté atrapado en algún sitio. Puede que se haya metido en el sótano de una casa abandonada o en alguna cueva que haya encontrado en el bosque y no pueda salir. Sea donde sea, no hago más que pensar en lo solo que se sentirá y el miedo que estará pasando.
—Ojalá Budo esté con él.
Al oír a la madre de Max decir mi nombre, se me escapa un gritito. Ya sé que ella cree que soy imaginario, pero por un segundo me ha parecido que hablaba de mí como si yo fuera alguien real.
—No había pensado en eso —dice el padre de Max—. Si al menos eso le hace sentir mejor y no pasa tanto miedo…
La madre de Max se echa a llorar, y un segundo después su padre también. Solo que él llora por dentro. Se nota que está llorando, pero también que él no cree que se note.
—No hago más que pensar en qué habremos hecho mal —dice la madre de Max, sin dejar de llorar—. Y en que es culpa mía hasta cierto punto.
—No digas eso —le contesta él, y noto que se le han acabado las lágrimas. Al menos, por el momento—. La culpa ha sido de esa maldita maestra por descuidarse; seguro que salió a dar una vuelta y se perdió. Luego vería algo que le llamara la atención y se quedaría atrapado en algún sitio. Con lo que tenemos encima, solo falta que ahora nos echemos la culpa.
—¿Tú no crees que se lo puede haber llevado alguien?
—No —dice el padre de Max—. No creo que haya pasado eso. Seguro que acabarán encontrándolo en el fondo de algún pozo o encerrado en el sótano de una casa abandonada o en el cobertizo de algún vecino. Además, ya conoces a Max. Seguramente ha oído que lo llamaban a voces y no ha contestado para no tener que hablar con un extraño o ponerse a dar gritos. Puede que lo encuentren helado de frío, empapado y asustado, pero lo encontrarán, no va a pasar nada malo. Eso es lo que yo creo. Algo me lo dice por dentro.
El padre de Max suena optimista. Parece muy esperanzado, y creo que habla con sinceridad. La madre de Max empieza a creérselo también. Por un segundo, también yo me lo creo. Quiero creérmelo.
Se abrazan los dos y no se sueltan. Al cabo de un rato me siento incómodo sentado en la cama con ellos y me marcho. De todas maneras, seguramente no tardarán en dormirse.
Hoy no tengo ganas de ir a la gasolinera. Dee y Sally no estarán allí, y no me apetece nada que me recuerden a la cantidad de personas que he perdido en la vida: Graham, Dee, Sally, Max. Antes la gasolinera era uno de mis sitios favoritos, pero ya no.
Tampoco puedo quedarme aquí. Toda la noche, no. Me siento un poco raro en el dormitorio de los padres de Max, y no me apetece quedarme solo en el de Max. Pero no puedo sentarme en la sala de estar ni en la cocina porque están los policías, y se han puesto a ver uno de esos programas en los que un hombre habla ante un montón de gente y todos lo encuentran muy gracioso, en realidad mucho más que los que están viendo la tele.
Además, me siento muy raro con esos extraños en casa.
Necesito hablar con alguien. Pero no hay muchos sitios donde un amigo imaginario pueda ir para hablar con alguien, sobre todo de noche.
Aunque yo sé de uno.