Capítulo 26

El jefe de policía les ha dicho a los padres de Max que no ha perdido la esperanza de encontrar a su hijo en el barrio, pero que ha decidido «orientar la investigación en una dirección distinta».

Eso significa que ya no piensa que Max se haya escapado.

Ha enviado a los padres de Max a la sala de profesores con una mujer policía para que les haga otra serie de preguntas. Luego le ha dicho al agente de la mancha marrón en el cuello que telefoneara a Burger King y Aetna, y verificara que los padres de Max estaban en sus respectivos lugares de trabajo en el momento de la desaparición de Max. Quiere asegurarse de que no hayan sido sus mismos padres quienes se lo hayan llevado. No me sorprende. La policía siempre investiga primero a los padres.

En televisión parece que los malos siempre son ellos.

Al rato, la mujer policía vuelve al despacho de la directora y le dice al señor Norton que tanto el padre como la madre de Max estaban trabajando «a plena vista», lo que quiere decir que no pudieron venir al colegio en el coche para llevarse a Max y luego regresar sin que nadie se diera cuenta de que habían salido del trabajo.

El señor Norton parece aliviado.

Supongo que será mejor buscar a un secuestrador de niños desconocido que descubrir que ha sido el padre o la madre quien se lo ha llevado. Pero también sé por la televisión que los que hacen daño a los niños o los secuestran no suelen ser desconocidos, como ha pasado en el caso de Max. La señorita Patterson no es una desconocida. Pero sí muy lista.

Unos veinte minutos antes de que terminaran las clases, el jefe de policía ha dado permiso para que abrieran las puertas del colegio y para que los niños se pusieran los abrigos e hicieran cola para subir a los autocares. Pero hoy había pocas colas. A muchos han venido a recogerlos sus padres, que esperaban ante las puertas del colegio mordiéndose las uñas, dando vueltas a los anillos y moviéndose más rápido que de costumbre, como si el secuestrador estuviera escondido detrás de la arboleda del jardín de delante, esperando a hacerse con unos cuantos niños más.

He intentado hablar con Chucho antes de que se marchara a casa con Piper, pero no me ha dado tiempo a decirle gran cosa porque enseguida han avisado de que su autocar estaba listo para salir.

—Ha sido la señorita Patterson la que se ha llevado a Max —le he dicho.

Estábamos de pie en la clase de Piper, viendo cómo recogía los papeles de su pupitre y los metía en la mochila. Bueno, en realidad, quien estaba de pie era Chucho. Yo para hablar con él me tengo que sentar en el suelo, porque es solo un cachorrito.

—¿Cómo que se lo ha llevado? —me ha preguntado.

Siempre se me hace raro oír hablar a Chucho, porque los perros no hablan, y Chucho tiene toda la pinta de perro. Habla con la lengua colgando, y por eso cecea. Además, se rasca mucho, aunque las pulgas imaginarias no existen, que yo sepa.

—Pues eso, que se ha llevado a Max en el coche.

—Pero no sería a la fuerza. Habrán ido a dar una vuelta.

—Puede, pero no creo que Max supiera qué estaba pasando. Creo que la señorita Patterson lo ha engañado.

—¿Por qué? —ha dicho Chucho—. ¿Para qué iba a querer una maestra engañar a un niño de su edad?

Esa es otra de las razones por las que no me gusta hablar con Chucho. Porque hay cosas que no entiende. Piper aún es muy pequeña, está en primero, y como Chucho casi nunca se aparta de ella, no ha tenido oportunidad de ver el mundo de los mayores. Por las noches Chucho no va a la gasolinera, ni al hospital, ni ve la tele con los padres de Piper. Se parece demasiado a ella. Aún no sabe de otras cosas, como por qué una maestra podría llevarse a un niño.

—No sé por qué habrá tenido que engañarlo —le digo, porque no quiero contarle cosas malas—, pero me parece que no le caen bien los padres de Max. Quizá piensa que son mala gente.

—¿Por qué iban a ser mala gente? Zon padres.

¿Veis qué quiero decir?

Ojalá pudiera hablar con Graham. La echo mucho de menos. Creo que soy el único. Si Meghan la echara de menos, Graham todavía seguiría en este mundo. Me pregunto si se acordará de ella siquiera.

Pase lo que pase, cuando yo desaparezca, no creo que nadie se acuerde de mí. Será como si nunca hubiera existido. No quedará prueba de que he pasado por este mundo. Cuando Graham estaba a punto de desaparecer, me dijo que lo que la ponía triste era pensar que no vería crecer a Meghan. Si yo desapareciera, me pondría triste no poder ver crecer a Max, pero también no verme crecer a mí mismo.

Aunque si desapareces no sientes tristeza, porque los desaparecidos no pueden sentir tristeza.

A los desaparecidos solo se les recuerda o se les olvida.

Yo me acuerdo de Graham, así que su paso por este mundo todavía importa. No ha sido olvidada. Pero Graham no estará aquí para acordarse de mí.

La policía ha llamado por teléfono a un restaurante chino para pedir algo de comida para los padres de Max, y el señor Norton acaba de traérsela.

—Tenemos otras preguntas que hacerles, pero no llevará mucho tiempo. ¿Podrían quedarse una hora más y luego una patrulla los acompañará a su casa?

—Nos quedaremos el tiempo que necesite —responde la madre de Max.

Suena como si deseara quedarse aquí toda la noche. No me extraña. Mientras siga aquí, puede seguir pensando que Max aparecerá en cualquier momento. Irse a su casa sería dar por sentado que no van a encontrar a Max esta noche.

A menos que se les ocurra ir a casa de la señorita Patterson, no lo encontrarán.

El agente de la mancha marrón en el cuello sale del despacho con el jefe. El señor Norton quiere que los padres de Max coman tranquilos los dos solos.

Yo me quedo. Ahora que Max no está, sus padres son las únicas personas que tengo en el mundo.

Nada más cerrarse la puerta, la madre de Max se echa a llorar. No llora como los niños de preescolar cuando llegan al cole el primer día. Llora sin hacer ruido. Muchos sollozos y lágrimas, pero ya está. El padre de Max le pasa el brazo por encima. No dice nada, y no entiendo por qué. Se quedan sentados en silencio. Quizá sientan tanto dolor por dentro que la única forma de expresarlo sea no decir nada.

Yo también siento mucho dolor por dentro, pero, si pudiera, hablaría.

Les diría lo idiota que me siento por haber dejado que la señorita Patterson se fuera sin mí. Lo idiota, lo culpable y lo inútil que me siento. Y lo mucho que me preocupa saber que hoy es viernes y ya no me podré meter en el coche de la señorita Patterson hasta el lunes por la tarde. Y si la señorita Patterson no viene al colegio el lunes, nunca sabré dónde vive y nunca encontraré a Max.

Si pudiera hablar con sus padres, les diría que la señorita Patterson se ha llevado del colegio a su hijo engañado, que ha mentido y que Max está en apuros. Si pudiera contarles todo eso, Max podría salvarse. Ojalá pudiera entrar en su mundo y comunicarme con ellos.

Todo esto me ha hecho pensar en Oswald, el hombre que está en el hospital. El malvado hombre imaginario al que no quiero volver a ver nunca más.

Aunque puede que ahora no me quede más remedio que hacerle una visita.