—Karen, ya me he enterado de la noticia, no me lo puedo creer —dice la señorita Patterson—. ¿Qué puede haber ocurrido?
Las dos se abrazan en mitad del vestíbulo.
La señora Palmer está abrazando a la señorita Patterson, pero Max no está aquí.
He pensado en salir corriendo hacia el coche de la señorita Patterson y ver si Max seguía sentado allí detrás, pero he decidido no hacerlo. La señorita Patterson acaba de decir que no puede creer que Max haya desaparecido, y, puesto que es ella quien lo ha hecho desaparecer, sé que miente. Max no está ya en el asiento trasero de ese coche.
Por un instante, he pensado que podía estar muerto, y la tristeza me ha invadido todo el cuerpo. He pensado que también yo podía estar muerto. Pero luego me he acordado de que estoy aquí todavía, así que Max tiene que estar vivo.
El caso es que si Max estuviera muerto (que no lo está) y yo siguiera vivo, eso significaría que yo no voy a desaparecer cuando Max muera o deje de creer en mí.
No quiero que Max esté muerto, y no creo que lo esté (porque no lo está), pero, si estuviera muerto, querría decir algo. Sería lo más triste del mundo, pero también querría decir algo. Algo importante para mí. No quiero decir que desee que Max esté muerto, porque no lo deseo y porque no lo está. Pero si pudiera darse el caso de que él estuviera muerto y yo siguiera existiendo, sería importante saberlo.
Creo que pienso tanto en que puede estar muerto porque veo demasiada televisión.
La señorita Patterson y la directora dejan de abrazarse justo en el momento en que el jefe de policía dobla la esquina. Han estado abrazadas durante bastante rato. Parece que ahora tienen buena relación, aunque no la tenían antes de que Max desapareciera. Y me parece que la señora Palmer se ha olvidado por completo del «malditosindicato». Viéndolas ahí, de pie en mitad del vestíbulo, parecen buenas amigas. Hermanas casi.
—¿Ruth Patterson? —pregunta el jefe de policía.
La verdad es que no sé si es el jefe de policía, pero al menos es el que manda aquí hoy, y tiene una barriga enorme, así que parece que lo sea. Se llama Bob Norton, un nombre que no suena a policía de la tele. Por el nombre, no me parece que vaya a encontrar a Max.
La señora Patterson se vuelve hacia él.
—Sí, soy yo.
—¿Podría hablar con usted en el despacho de la señora Palmer?
—Por supuesto.
La señorita Patterson parece preocupada. Él seguramente cree que es por Max, pero yo creo que lo que le preocupa es que la pillen. Quizá está intentando disimular, y por eso hace como que está preocupada por la desaparición de Max.
La señorita Patterson y la señora Palmer se sientan una al lado de la otra en un sofá del despacho, y el jefe de policía se sienta en el otro sofá, al otro lado de la mesita de centro. Tiene un bloc de color amarillo sobre las rodillas y un bolígrafo en la mano.
Me siento a su lado. Aunque él no lo sepa, estoy en su bando.
—Señora Patterson —le dice—. Si no me equivoco, usted es maestra de apoyo de Max Delaney.
—Sí. Paso mucho tiempo con Max. Pero tengo otros alumnos.
—¿No pasa todo el día con él? —pregunta el policía.
—No. Max es un niño inteligente. No necesita de mi ayuda todo el día.
La directora asiente a todo. Nunca la he visto tan de acuerdo con la señorita Patterson.
—¿Podría decirme por qué no se ha presentado usted hoy al trabajo? —le pregunta el policía.
—Tenía cita con el médico. Dos citas, de hecho.
—¿Dónde era la cita?
—La primera en esta misma calle, un poco más abajo —responde la señorita Patterson, apuntando hacia la entrada del colegio—. En el ambulatorio. Hay una unidad de fisioterapia en el edificio. Tenía sesión con el fisioterapeuta por un problema en el hombro. Y luego tenía otra cita médica en la avenida Farmington. Allí estaba cuando Nancy me ha llamado.
—La señora Palmer dice que falta usted mucho al trabajo, especialmente los viernes. ¿Se debe a esas sesiones de fisioterapia?
La señorita Patterson mira a la señora Palmer un segundo y luego se vuelve al jefe de policía con una sonrisa.
Se ha llevado a Max y está sentada delante de un jefe de policía, sonriendo.
—Sí —responde—. Bueno, a veces falto porque estoy enferma y a veces porque tengo cita con el médico. —Calla un momento, respira hondo y luego dice—: No se lo había contado a nadie, pero padezco de lupus, y en los dos últimos años la enfermedad me está causando bastantes trastornos. Hay semanas en que se me hace muy cuesta arriba venir a trabajar cada día.
La señora Palmer la mira asombrada.
—Ruth, no sabía nada —le dice.
La directora lleva una mano al hombro de la señorita Patterson. Es lo mismo que haría la madre de Max para consolar a su hijo, si él la dejara tocarlo. No me puedo creer que la directora le haga un gesto así a la señorita Patterson. Max desaparece y la señorita Patterson dice que tiene una cosa que se llama lupus y de pronto la señora Palmer se pone a abrazarla y a darle palmaditas en el hombro.
—No importa —le dice la señorita Patterson a la directora—. No quería preocupar a nadie.
—¿Sabe algo que pudiera ayudarnos a localizar a Max? —pregunta el jefe de policía. Suena un poco irritado, y yo me alegro.
—Pues no se me ocurre nada —contesta ella—. Max nunca se había escapado, pero también es verdad que es un niño curioso, y pregunta mucho por el bosque. Aunque no me lo imagino internándose allí él solo.
—¿Por qué dice que nunca se había escapado? —pregunta el jefe de policía.
Esta vez es la señora Palmer quien contesta.
—Hay niños de Educación Especial que tienen tendencia a escaparse del colegio. Si consiguen llegar a la puerta, a veces salen corriendo a la calle. Pero Max no es uno de ellos.
—¿Max nunca ha intentado escapar? —pregunta el jefe de policía.
—No —contesta la señorita Patterson—. Nunca.
Es increíble lo tranquila que está. Quizá el lupus es una enfermedad que ayuda a mentir bien.
El jefe de policía baja la vista a su bloc amarillo. Carraspea. No sé por qué, pero estoy convencido de que va a hacer preguntas más importantes. Más complicadas.
—Se supone que Max hoy debía ir de la clase de la profesora Gosk a Educación Especial, pero no acudió. ¿Suele hacer solo ese trayecto?
—A veces —responde la señorita Patterson, pero no es verdad: yo voy siempre con él—. Cuando estoy en el colegio, lo recojo yo, pero no necesita que lo acompañen.
—Nuestra intención es que Max adquiera más autonomía —dice la señora Palmer—. Y a veces, aunque Ruth no esté, lo dejamos moverse solo por el recinto.
—Pero todos los viernes tengo cita con él en Educación Especial —dice la señorita Patterson—, así que lo normal es que lo acompañe yo, aprovechando que también tengo que ir hasta allí.
—¿Cree que es posible que Max saliera antes de tiempo de la clase de la señorita Gosk?
—Puede ser —contesta la señorita Patterson—. Max no sabe leer los relojes analógicos. ¿Donna lo envió allí a su hora?
—Eso dice —contesta el jefe de policía—. Pero me pregunto si podría haberlo enviado hacia allí antes de tiempo por error, o si Max podría haber salido del aula sin avisar o sin que ella se diera cuenta.
—Es posible.
—¡Mentirosa! —grito en voz alta, sin poder evitarlo. La señorita Gosk nunca manda fuera a los niños antes de hora. En todo caso olvida decirles que ha llegado la hora de irse. Está demasiado entretenida leyendo o dando clase. Y Max nunca saldría del aula sin permiso. Nunca jamás.
Cuanto más miente la señorita Patterson, más miedo me entra. Mentir se le da muy pero que muy bien.
—¿Y qué me dicen de los padres de Max? —pregunta el jefe de policía—. ¿Creen que hay algo que debería saber sobre ellos?
—¿A qué se refiere?
—¿Son buenos padres? ¿Hay buena relación entre ellos? ¿Traen a Max al colegio con puntualidad? ¿Tienen la impresión de que es un niño bien cuidado? Esas cosas.
—No lo entiendo —dice la señorita Patterson—. ¿Insinúa que sus padres pueden haberle hecho algo? Yo pensaba que Max había venido hoy al colegio.
—Sí ha venido al colegio, y lo más probable es que haya salido a dar un paseo simplemente y que regrese en cualquier momento, o que esté columpiándose en algún jardín, o quizá escondido en el bosque. Pero, en el supuesto de que no hubiera salido a dar un paseo, eso significaría que alguien se lo ha llevado, y en esos casos la persona suele ser un conocido del niño. Un familiar la mayoría de las veces. ¿Saben de alguien que pudiera desear llevarse a Max? ¿Podrían estar implicados los padres?
La señorita Patterson no responde a esa pregunta con la misma rapidez que a las otras, y el jefe de policía se da cuenta. Se inclina hacia delante al mismo tiempo que yo. Cree que está a punto de oír algo importante, y yo también. Solo que él cree que se trata de información de peso.
Y yo creo que lo que estoy a punto de oír es una mentira de peso.
—Nunca me ha parecido del todo apropiado que Max estuviera en este colegio.
La señorita Patterson habla como si levantara una pesada mochila del suelo. Sus palabras suenan pesadas y ligeras al mismo tiempo.
—Max es un niño muy sensible y no tiene amigos. De vez en cuando los niños se meten con él. Y él a veces se confunde y reacciona de forma peligrosa. Sale corriendo delante de un autocar escolar o se olvida de que es alérgico a ciertos frutos secos. Si yo fuera su madre, no sé si lo llevaría a una escuela pública. Me parece demasiado peligroso. Me cuesta pensar que un buen padre llevara a Max a este colegio. —La señorita Patterson hace una pausa. Se mira los zapatos. No creo que sea consciente de lo que acaba de decir, porque cuando levanta la mirada, parece sorprendida de encontrarse ante el jefe de policía—. Aunque no creo que sus padres hicieran algo que pudiera perjudicarle.
Lo ha dicho con demasiada rapidez, para mi gusto.
A la señorita Patterson no le gustan los padres de Max. Antes no lo sabía, pero ahora sí. Y no creo que ella quisiera que yo lo supiera.
—Pero ¿no hay nada en particular sobre esos padres que le parezca preocupante? —le pregunta el jefe de policía—. Aparte de que hayan inscrito a Max a una escuela pública, quiero decir.
La señorita Patterson se queda pensando un momento antes de responder.
—No.
El policía le pregunta seguidamente sobre las demás profesoras de Educación Especial, sobre los compañeros de Max y todas las personas que tienen trato con él a diario, que no son muchas. Ella dice que no se imagina a nadie del colegio llevándose a Max.
El policía dice que sí a todo con la cabeza.
—Quisiera que hiciera el trayecto que Max suele tomar para ir a Educación Especial acompañada de uno de mis agentes, por si ve algo que le llama la atención. Y, si eso sucede, luego vienen a informarme. Mi agente tomará también nota de sus datos personales para que podamos comunicarnos con usted en caso de ser necesario, y le hará algunas preguntas sobre todas las demás personas que usted sepa que están en contacto con Max a diario. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —dice la señorita Patterson—. ¿Le importa si después de responder a esas preguntas me voy a mi casa? Aunque sea solo un rato. Me gustaría descansar un poco, porque la fisioterapia y la visita al médico me han dejado muy cansada. Pero, si prefiere que no salga del colegio, puedo echarme un rato en el sofá de la sala de profesores.
—No, no se preocupe. En caso de que surja algo, ya nos pondremos en contacto con usted. Si Max no ha aparecido antes de que se ponga el sol, tal vez necesitemos hablar con usted de nuevo. Nunca se sabe qué información puede ser necesaria.
—Haré todo cuanto que esté en mis manos por ayudarles —dice la señorita Patterson. Va a levantarse del sofá, pero de pronto se para—. Creen que lo encontrarán, ¿verdad?
—Eso espero —contesta el jefe de policía—. Como le decía, es muy probable que dentro de una hora lo tengamos aquí de vuelta, que esté jugando en el jardín de algún vecino. En fin, que sí, creo que lo encontraremos.
Yo sí sé que lo voy a encontrar.
Me voy a casa de la señorita Patterson.