Han cerrado todas las puertas del colegio. Nadie puede entrar ni salir sin permiso de la policía. Ni siquiera los profesores. Tampoco la directora. Es curioso, porque yo soy el único que sabe que la señorita Patterson se ha llevado a Max, pero también soy el único que puede salir del colegio. Tengo la impresión de que es a mí a quien no deberían dejar salir, pero es al revés.
Pero, aunque sepa lo que le ha pasado a Max, aún no sé adónde se lo ha llevado la señorita Patterson, y, aunque lo supiera, tampoco sabría qué hacer. No puedo hacer nada. Así que estoy tan bloqueado como los demás, que no saben nada.
Lo que sí es posible es que el más preocupado sea yo. Preocupados lo estamos todos, la señorita Gosk, la señorita Hume y la directora, pero yo creo que estoy más preocupado que nadie porque sé lo que le ha pasado a Max.
Incluso los policías están preocupados. Se lanzan miraditas raras y hablan en voz baja para que no los oigan ni las maestras ni la directora. Pero yo los oigo. Puedo ponerme a su lado y escuchar todo lo que dicen. Lo que no puedo hacer es que me oigan a mí. Soy el único que podría ayudar a Max, pero nadie puede oírme.
Cuando entré en este mundo, al principio intentaba que los padres de Max y los demás me escucharan, porque no sabía que no podían oírme. Creía que no me hacían caso.
Recuerdo que una noche Max salió con su madre y yo me quedé en casa con su padre. Tuve miedo de salir con Max porque nunca me había movido de casa, así que me pasé toda la noche sentado en el sofá con su padre. Venga a gritarle y chillarle. Pensaba que se acabaría hartando de oírme y al menos se volvería para decirme que me callara. Yo le suplicaba que me hiciera caso, pero él no apartaba la vista del partido de béisbol que ponían en la tele, como si yo no existiera. De pronto, en mitad de uno de mis gritos, se rió. Por un momento pensé que se reía de mí, pero debió de ser por algo que había dicho el hombre de la tele, porque también él estaba riendo. Yo pensaba que era imposible que el padre de Max oyera lo que decía el de la tele con lo que yo estaba gritando, y encima en su oreja. Entonces comprendí que aparte de Max nadie más podía oírme.
Después conocí a otros amigos imaginarios y descubrí que ellos sí me oían. Los que podían, claro, porque no todos son capaces de oír.
Una vez conocí a una amiga imaginaria que era un simple lacito del pelo con dos ojos. Ni me di cuenta de que era una amiga imaginaria hasta que empezó a mirar hacia mí parpadeando, como si intentara mandarme una señal. Parecía un simple lacito en el pelo de una niña. Un lacito rosa. Por eso supe que era una niña, porque era rosa. Pero no oía nada de lo que yo le decía porque su amiguita la imaginó así. Muchos niños se olvidan de crear a sus amigos imaginarios con orejas, pero normalmente los imaginan capaces de oír. Pero aquel lacito, no. Solo me miraba, venga a parpadear, y yo parpadeaba de vuelta. Además, tenía miedo. Se lo notaba en la mirada y en la forma de parpadear, pero, por mucho que lo intenté, no pude decirle que no se preocupara. Yo lo único que podía hacer era parpadear. Aunque al menos me pareció que todo aquel parpadeo la tranquilizaba un poco. Que la hacía sentir menos sola.
Pero solo un poco.
Si yo fuera un lacito sordo pegado a la cabeza de una niña de preescolar, también sentiría miedo.
La niña imaginaria con forma de lacito rosa desapareció al día siguiente, y aunque para mí no existir es lo peor que le puede pasar a alguien, creo que para aquella niña seguramente fue un consuelo. Al menos ya no tendría que pasar tanto miedo.
La policía cree que Max se ha escapado del colegio. Eso es lo que están diciendo ahora, de pie en un corrillo, susurrando. Creen que la señorita Gosk no les ha dicho la verdad. Piensan que lo más probable es que Max saliera de su clase antes de lo que ella dice, y que por eso no lo han encontrado todavía.
—Se le escapó y punto —ha dicho un policía, y, por el gesto que los demás han hecho con la cabeza, parece que todos están de acuerdo.
—Si salió a primera hora, quién sabe dónde podría estar ya —ha dicho otro policía, y todos han vuelto a repetir el mismo gesto con la cabeza.
Los policías no son como los niños. Parece que siempre están de acuerdo.
El jefe ha dicho que ha mandado a unos agentes y a otros voluntarios (que es una forma como más fina de decir personas) a que rastreen el bosque que hay detrás del colegio y a que vayan por las calles del barrio en busca de Max. Están llamando a las puertas de todas las casas para preguntar si alguien lo ha visto. A mí también se me ha ocurrido salir a buscarlo, pero por el momento prefiero quedarme en el colegio. Aunque no tenga prohibido salir, quiero quedarme aquí dentro. Esperando a que Max vuelva. La señorita Patterson no puede quedárselo para siempre.
Ojalá la policía descubra que se lo ha llevado ella. No dejo de pensar en que los polis de la tele ya lo habrían adivinado.
Últimamente estoy viendo a muchos policías. Primero, el que vino a casa después de que Tommy Swinden rompiera el cristal de la ventana de Max; luego los que fueron a la gasolinera cuando le pegaron el tiro a Dee, y Sally se quedó bloqueado. Y ahora todos estos hombres y mujeres policías que tienen invadido el colegio. Hay polis por todas partes. Pero ninguno es como los que salen en la tele, y estoy preocupado, porque no parece que sean tan listos. Los policías que se ven en el mundo real son todos un poco más bajitos, más gordos y más peludos que los de la tele. A uno le salen los pelos hasta por las orejas. Bueno, a la mujer policía, al menos, no. El que tiene pelos en las orejas es un poli joven. Los policías que he visto en la tele no parecen tan normales. ¿A quién se creerán que están engañando los que hacen la tele?
«¿A quién crees que estás engañando?». Esa es una pregunta típica de la señorita Gosk. Lo dice mucho. Sobre todo a los niños que se portan mal cuando le van con el cuento de que se han dejado olvidados los deberes en la mesa de la cocina. «¿A quién crees que estás engañando, Ethan Woods? Que no nací ayer».
Me gustaría preguntarle a la señorita Patterson a quién cree que está engañando, pero parece ser que a todo el mundo.
A la señora Palmer no le ha gustado que la policía cerrara las puertas del colegio. He oído que se lo decía a la señorita Simpson cuando los agentes han terminado de registrar el edificio. La señora Palmer cree que Max se ha escapado, y no entiende por qué tienen que cerrar las puertas del colegio tanto tiempo. Ya han registrado todas y cada una de las aulas, todos los armarios e incluso el sótano, así que ya saben que Max no está aquí. Yo creo que lo hacen por si acaso. El jefe de policía ha dicho que, si ha desaparecido un niño, podría ocurrirle lo mismo a otros.
—Puede que se lo llevara alguien —le ha dicho a la señora Palmer cuando la directora ha ido a quejarse—. Si así fuera, alguien del colegio podría saber algo.
Yo no creo que ese hombre crea de verdad que alguien se ha llevado a Max. Lo ha dicho solo por si acaso. Está jugando al por si acaso. Por eso está tan enfadada la señora Palmer. Ella no cree en esa posibilidad. Ella cree que Max ha salido a dar un paseo y no ha vuelto todavía. Y el jefe de policía también lo cree así.
No puedo dejar de pensar que cada minuto que esos agentes pasan registrando el sótano, el bosque, y llamando a las puertas del barrio, es otro minuto perdido.
No creo que Max haya muerto. Ni siquiera sé por qué se me viene esa idea a la cabeza, porque no creo que haya pasado eso. Creo que Max está sano y salvo en algún sitio. Seguro que está sentado en el asiento de atrás del coche de la señorita Patterson con la mochila azul aquella. Quiero pensar que está bien, pero no dejo de pensar en que no está muerto. Ojalá pudiera dejar de pensar en que no está muerto y centrarme solo en que está vivo.
Pero si Max estuviera muerto, ¿podría saberlo yo algún día? ¿O simplemente haría puf sin enterarme siquiera de lo que me había ocurrido? Durante todo el rato estoy conteniendo la respiración, como si fuera a hacer puf en cualquier momento, pero, si fuera a hacer puf, no podría saberlo. Haría puf y punto. Un segundo existiría y al siguiente, adiós. O sea que es una tontería estar esperando a que eso vaya a pasar. Pero no puedo evitarlo.
Sigo confiando en que la señorita Patterson tuviera un buen motivo para llevarse a Max. A lo mejor salieron a comprar un helado y se perdieron, o se llevó a Max a hacer una visita escolar y se olvidó de informar a la señorita Gosk, o a lo mejor quería presentarle a su madre. Puede que vuelvan en cualquier momento.
Aunque, la verdad, no creo que ayer la señorita Patterson estuviera hablando por teléfono con su madre.
Ni siquiera creo que tenga madre.
Me pregunto si la madre de Max estará enterada ya de lo ocurrido. Y su padre. Es probable. Puede que estén rastreando el bosque en este momento.
La señora Palmer entra en el aula de la señorita Gosk. La maestra está leyendo otra vez Charlie y la fábrica de chocolate a sus alumnos, un cuento que a mí normalmente me encanta, pero hoy Max se lo está perdiendo y a él le gusta mucho escuchar a la señorita Gosk. Encima, Veruca Salt, una de las protagonistas del cuento, acaba de desaparecer por un conducto para la basura, y no me parece que sea el momento más adecuado para que la señorita Gosk lea historias de niños que desaparecen.
La señorita Gosk deja de leer y mira a la directora.
—¿Podría hablar con sus alumnos un momento? —pregunta la señora Palmer.
La señorita Gosk dice que sí, pero se le levantan las cejas, lo que quiere decir que está confundida.
—Niños y niñas, estoy segura de que nos habéis oído llamar a Max Delaney hace un rato para que acudiera a mi despacho. Y ya sabéis que nos han cerrado las puertas del colegio. Seguro que tenéis muchas preguntas que hacer. Pero no os preocupéis, lo único que pretendemos es localizar a Max. Pensamos que puede haber salido del colegio o que quizá viniera alguien a recogerlo antes de hora y se olvidara de comunicárnoslo. Eso es todo. En cualquier caso, si alguno tiene idea de dónde puede haber ido, me gustaría que me lo dijera. ¿Os ha dicho algo a alguno de vosotros? ¿Que tuviera que salir del colegio antes de hora, por ejemplo?
La señorita Gosk ya ha hecho esa pregunta a sus alumnos antes, cuando los niños vieron los coches patrulla en el colegio y la directora pidió a los maestros que «pusieran en marcha el protocolo de cierre de puertas hasta nuevo aviso».
Briana levanta la mano.
—Max va muchos días a Educación Especial. A lo mejor hoy se ha perdido por el camino.
—Gracias, Briana —dice la señora Palmer—. Ahora mismo están registrando por esa zona.
—¿Por qué ha venido la policía?
Eso lo ha preguntado Eric, pero sin levantar la mano. Nunca la levanta.
—Han venido a ayudarnos a encontrar a Max —dice la señora Palmer—. Son expertos en encontrar a niños perdidos. Estoy segura de que Max pronto aparecerá. Pero ¿os ha dicho algo a alguno de vosotros hoy? Cualquier cosa.
Los niños dicen que no con la cabeza. Nadie ha oído a Max decir nada porque nadie habla con Max.
—Está bien. Gracias, niños y niñas —dice la directora—. Señorita Gosk, ¿podría hablar con usted un momento?
La maestra deja el libro sobre la mesa y sale al pasillo a hablar con la señora Palmer.
Voy tras ellas.
—¿Seguro que no te comentó nada? —pregunta la señora Palmer.
—Seguro —dice la señorita Gosk. Parece molesta. Yo también lo estaría. El jefe de policía ya le ha preguntado dos veces lo mismo.
—Y sobre la hora en que ha salido de clase, ¿estás segura?
—Segurísima —responde la señorita Gosk, más molesta aún.
—Está bien. Si se les ocurre algo a los niños, házmelo saber. Voy a ver si consigo que abran las puertas del colegio. Tenemos ya a unos cuantos padres esperando en la calle para recoger a sus hijos.
—¿Ha corrido la noticia? —pregunta la señorita Gosk.
—La policía lleva dos horas llamando a las puertas del vecindario, y el AMPA se ha encargado de coordinar a los voluntarios que rastrean el barrio. Han decretado Alarma Amarilla. Además, ya tenemos una unidad móvil de televisión en la calle. Y seguro que vendrán más antes de las seis.
—Vaya —dice la señorita Gosk, pero ya suena mucho menos molesta. Como una niña a la que acabaran de castigar.
Es nuevo en ella. Parece que está asustada y confusa, y eso me asusta a mí.
La señora Palmer se da la vuelta y la señorita Gosk se queda de pie en la puerta. Sigo a la señora Palmer. Quiero oír lo que le dice al jefe de policía, no me apetece saber lo que le pasa a la desagradable de Veruca Salt.
Por mala que sea, no me hace ninguna gracia saber nada más de niños desaparecidos.
Justo cuando la señora Palmer cruza el vestíbulo y va a girar hacia su despacho, se abre una de las puertas de entrada al colegio. El policía que hace guardia en la entrada sujeta la puerta abierta.
Y veo que entra la señorita Patterson.
Me quedo petrificado.
No me lo puedo creer. La señorita Patterson está entrando en el colegio. Espero a que Max entre detrás de ella, pero el policía cierra la puerta.
Ni rastro de Max.