Capítulo 21

Hoy la señorita Patterson no ha venido al colegio. La señora Palmer se habrá enfadado otra vez, pero para mí es un alivio. Max sigue sin hablarme, pero al menos tengo todo el fin de semana por delante para hacer que me perdone.

Ha sido un día raro. Max ni me mira. Hemos empezado con la clase de la señorita Gosk, practicando las tablas de multiplicar (que Max se aprendió de memoria hace dos años), luego hemos ido a clase de plástica, y la señorita Knight le ha enseñado a entrelazar papelitos de colores distintos haciendo un motivo. No parecía que a Max le hiciera mucha ilusión, porque casi no prestaba atención a sus indicaciones, y eso que a él le encanta todo lo que se repite, como los motivos.

Hace un momento se ha terminado el bocadillo en el aula de la señorita Gosk y ahora mismo va hacia Educación Especial. Pero, aunque voy andando a su lado, ni me mira. Empiezo a estar enfadado. Me parece que no es para tanto, está exagerando.

Igual que hace su madre a veces.

Lo único que hice fue seguirlo hasta el coche de la señorita Patterson.

—Max, ¿quieres que juguemos a los soldados después del cole? —le pregunto—. Es viernes, podríamos montar una supercampaña bélica y pasarnos todo el sábado jugando. —Max no responde—. Esto es ridículo —le digo—. No puedes estar de morros conmigo toda la vida. Solo quería enterarme de lo que estabais haciendo.

Max acelera el paso.

Vamos a Educación Especial dando una vuelta otra vez, por el mismo camino que tomó el otro día con la señorita Patterson. Supongo que será otra manera de llegar, pero se tarda más. Quizá a Max le conviene ir por aquí porque así pasa menos tiempo en Educación Especial.

Cuando llegamos a las puertas de cristal que dan al aparcamiento, Max se para y mira afuera. Acerca tanto la cara a la puerta que el cristal se empaña con el vaho de su respiración. No mira por mirar. Está mirando algo en particular. Buscando algo. Miro yo también, para ver lo que está viendo, y de pronto Max encuentra lo que buscaba.

Pero yo no veo nada.

No sé lo que ve Max, pero ve algo, porque endereza el cuerpo y aprieta la nariz contra la puerta. Y esta vez el cristal no se empaña, así que tiene que haber aguantado la respiración. Está viendo algo y aguanta la respiración. Miro otra vez. No veo nada. Solo dos hileras de coches y la calle al fondo.

—Quédate aquí —dice Max.

Llevaba tantas horas sin dirigirme la palabra que me sobresalta.

—¿Adónde vas? —le pregunto.

—Tú quédate aquí —repite—. Vuelvo enseguida. Te prometo que si me esperas aquí, volveré enseguida.

Me está mintiendo. Lo noto igual que lo notó la doctora Hogan el otro día en su consulta. Pero al menos vuelve a hablarme. Y no suena enfadado, así que soy feliz otra vez. Quiero creerle, porque, si le creo, todo volverá a la normalidad. Max no estará enfadado conmigo, y aunque no tenga a Graham, ni a Dee o a Sally, ni mamá o papá, habré recuperado a Max, y con eso me basta.

—Está bien —le digo—. Te espero aquí. Perdona que no te hiciera caso la última vez.

—No te preocupes —dice Max.

Luego mira a derecha e izquierda, por si viene alguien por el pasillo. De pronto me acuerdo de la señorita Patterson y me entra la preocupación. Y el miedo.

Max está mintiendo y algo me huele mal.

Una vez Max se ha asegurado de que no viene nadie, abre las puertas de cristal y sale del edificio. Va hacia el aparcamiento por el sendero asfaltado, deprisa, pero sin correr.

Lo espío otra vez. ¿Qué será lo que ha visto? Miro hacia donde él va y no veo nada. Solo coches, la calle. Unos cuantos árboles con hojas amarillas y rojas. Hierba.

Nada.

De pronto lo veo.

Es el coche de la señorita Patterson. Está saliendo por detrás de una furgoneta plateada. No lo había visto porque la furgoneta es grande y lo tapaba. Está saliendo de morro. Ha aparcado el coche marcha atrás junto a la furgoneta plateada para poder salir de morro, y eso me da que pensar, porque solo la señorita Griswold es tan tonta como para aparcar dando marcha atrás. Así que si hoy la señorita Patterson ha aparcado así, es porque trama algo, algo feo. Y tengo la impresión de que Max estaba enterado.

El coche para delante de Max, y él abre la puerta y entra. Max se ha montado en el coche de la señorita Patterson.

Atravieso las puertas de cristal y corro por el sendero asfaltado. Llamo a Max a gritos. Le grito que no se vaya. Ojalá pudiera decirle que lo están engañando, que lo sé porque algo me lo dice por dentro. No puedo explicar cómo lo sé, pero lo sé, y él no se da cuenta, porque él es así, porque los árboles no le dejan ver el bosque, pero, como no hay palabra que pueda decir todo eso, lo único que puedo hacer es gritar.

—¡Max!

El coche se está yendo, va hacia la calle entre las dos hileras de coches aparcados, y no puedo darle alcance. Sé que al volante va la señorita Patterson porque le he visto la cara al salir de frente. Está acelerando, como si me hubiera visto por el espejo retrovisor, y no puedo darle alcance. El coche llega al final de la hilera, tuerce a la izquierda y se aleja. Sigo corriendo hasta llegar a la calle. Giro por la acera y corro hasta que el coche desaparece. Quiero seguir corriendo porque no sé qué más hacer, pero al final me paro.

Max se ha ido.