Max no me habla. Ni me ha mirado en todo el día, y cuando he intentado sentarme a su lado en el autocar, ya de vuelta a casa, ha hecho un gesto con la cabeza como diciendo «Ni se te ocurra». Es la primera vez que vamos separados en el autocar. Me siento delante de Max, justo detrás del conductor. Quiero volverme para mirar a mi amigo, sonreírle e intentar que me devuelva la sonrisa, pero no me siento capaz. Sé que no me la devolverá.
Tendré que hablar con él sobre la señorita Patterson cuando ya no esté enfadado. Todavía no puedo entender lo que está pasando, pero sé que no es nada bueno. Ahora estoy más seguro que nunca. Cuanto más pienso en Max sentado en ese coche con esa mochila azul, en mitad de las clases, y en esa llamada telefónica que no sonaba a llamada telefónica, y sobre todo en Max y la señorita Patterson de la mano, más miedo me entra.
Al principio pensé que estaba exagerando. Que podía ser como en las películas, cuando todas las pistas van hacia un asesino, pero luego resulta que el culpable es otro. Alguien que no te esperas. Puede que la señorita Patterson sea una buena persona y que haya una buena razón para que ella estuviera sentada con Max en el coche. Pero ahora estoy convencido de que tengo razón. No estoy exagerando. No puedo explicar por qué lo sé, pero lo sé. Creo que así es como se sienten los personajes de esas películas de la tele. Los que piensan que el asesino es uno y luego resulta que es otro. Solo que esto es la realidad. Aquí no hay nadie que me esté dejando caer pistas falsas. Esta es la vida real, y en la vida real no puede haber tantas pistas falsas seguidas.
Lo único bueno es que mañana es viernes, y los viernes la señorita Patterson casi nunca viene al colegio. A la directora del cole, la señora Palmer, le pone de los nervios. Una vez la oí hablar de ella con una señora muy trajeada, y la del traje movía la cabeza y murmuraba por lo bajo, pero decía que si la señorita Patterson estaba enferma tenía derecho a tomarse el día de baja, y ahí acabó la conversación. No entiendo por qué la señora Palmer no le dijo a la del traje que nadie se pone enfermo todas las semanas y siempre el mismo día, pero el caso es que se quedó callada. Cuando la del traje se marchó, la señora Palmer dijo que la culpa la tenía el «malditosindicato». No entiendo a qué se referiría con eso, y Max tampoco me lo supo explicar.
Así que la señorita Patterson seguramente estará enferma mañana o se hará la enferma, y yo tendré todo el fin de semana para hacer que Max me perdone y vuelva a dirigirme la palabra.
Al principio me entró un poco de miedo, porque, al ver que Max estaba tan enfadado y no me hablaba, pensé que igual dejaba de creer en mí. Pero luego me di cuenta de que Max no podía estar enfadado con alguien que no existe, así que de hecho pienso que su enfado es buena señal. Quiere decir que seguro que cree en mí.
Quizá tendría que haber hecho algo para que Meghan se enfadara con Graham. A lo mejor habría conseguido salvarle la vida.
He pensado mucho en Graham últimamente. Pienso en que ya no existe, y en que todo lo que mi amiga decía o hacía ya no significa nada para Meghan. Pero aunque Graham todavía signifique algo para mí y para Meghan, y puede que incluso para Chucho, da lo mismo, porque ya no existe.
Eso es lo único que importa de la inexistencia de Graham.
Cuando murió la abuela de Max, el padre de mi amigo dijo que la abuela seguiría viviendo en el corazón de Max, y que siempre que la recordaran la mantendrían viva en su memoria. Eso está muy bien para Max, puede que lo consolara un poco, pero a la abuela de Max no le sirvió de nada. Ya no está en este mundo, y aunque Max la mantenga viva en su corazón, su abuela ya no existe. A ella le da igual lo que diga el corazón de Max, porque ya nada le puede importar. No entiendo tanta preocupación por los que se quedan en el mundo, cuando los que de verdad sufren son los muertos. La abuela de Max y Graham, por ejemplo.
Ya ninguna de las dos existe.
Eso es lo peor del mundo.
Max no me ha hablado en toda la noche. Ha hecho los deberes, se ha pasado media hora jugando con un videojuego, luego se ha puesto a leer sobre una guerra mundial en un librote muy grande y se ha acostado sin decirme ni una palabra. Estoy sentado en la butaca que está junto a su cama, esperando a que se quede dormido, esperando oír su vocecilla decirme: «Budo, no te preocupes». Pero Max no abre la boca. Al final su respiración se hace más lenta y se queda dormido.
Oigo la puerta de la calle. La mamá de Max ya está en casa. Tenía cita con el médico, por eso no estaba aquí para acostar a Max. Entra en el dormitorio de su hijo, le da un beso, lo arropa y le da otros tres besos más.
Sale de la habitación.
La sigo.
El papá de Max está viendo un partido de béisbol. Cuando la mamá de Max entra en la sala de estar, él saca el sonido con el mando a distancia, pero no aparta los ojos de la pantalla.
—Bueno, ¿qué te ha dicho? —pregunta el padre de Max. Suena enfadado.
—Dice que ha ido bien. Han hablado un poco, y Max le ha contestado a algunas de las preguntas. Ella cree que terminará ganándose su confianza y se abrirá, pero tardará un tiempo.
—¿Qué quieres decir con eso?, ¿que Max no confía en nosotros?
—Vamos, John —contesta ella—. Claro que confía en nosotros. Pero eso no significa que nos lo cuente todo.
—¿Tú conoces a algún niño que se lo cuente todo a sus padres?
—En nuestro caso es distinto —dice la madre de Max—. Y siento que tú no lo veas así.
Pero no parece que lo sienta en absoluto.
—Explícame por qué es distinto.
—Yo tengo la impresión de que no conozco a mi propio hijo. No es como los demás niños. No nos cuenta lo que pasa en el colegio. No juega con otros niños. Cree que un compañero quiere matarlo. Sigue hablando con su amigo imaginario. ¿No ves que casi ni me deja que lo toque? Si quiero darle un beso, tengo que esperar a que esté dormido. ¿Por qué no lo aceptas de una vez?
La mamá de Max sube cada vez más la voz, y tengo la sensación de que dentro de poco se va a poner a llorar, a gritar o las dos cosas a la vez. No me extrañaría que ya estuviera llorando por dentro, pero que esté aguantando para poder seguir discutiendo con su marido por fuera.
El papá de Max calla. Es uno de esos silencios que usan los mayores para decir cosas que no quieren decir.
Cuando la madre de Max vuelve a hablar, lo hace con voz suave y tranquila.
—Ella cree que es un niño muy inteligente. Más inteligente de lo que es capaz de demostrarnos. Y también que se podrían hacer grandes progresos.
—¿Todo eso lo ha visto en solo cuarenta y cinco minutos?
—Está acostumbrada a tratar con niños como Max. No ha dicho nada definitivo todavía. Solo eran conjeturas. Se basa en lo que ha visto y oído hasta el momento.
—¿Y el seguro cuánto nos cubrirá? —pregunta el padre de Max.
No sé a qué se refiere, pero por el tono de voz me da la impresión de que no lo pregunta con buena intención.
—Diez sesiones para empezar, luego dependerá del diagnóstico que ella haga.
—¿Qué copago hay? —pregunta el padre de Max.
—¿Hablas en serio? Estamos buscando ayuda para nuestro hijo, ¿y tú te preocupas por lo que nos van a cobrar?
—Es curiosidad simplemente —responde el padre de Max, y noto que le da vergüenza haberlo preguntado.
—Ya —contesta la madre de Max—. Son veinte dólares. ¿Contento?
—Era curiosidad simplemente. Nada más. —Hace una pausa y luego sonríe y añade—: Pero si la consulta no dura más que cuarenta y cinco minutos y hay que soltar veinte dólares, a saber cuánto le pagarán por hora a la doctora esa, ¿no?
—Hablas como si se tratara de una dependienta cualquiera —replica la madre de Max—. Es una especialista, no sé si lo sabes.
—Era broma —dice el padre de Max, y luego ríe.
Esta vez lo creo. Y me parece que la madre de Max también, porque está sonriendo y un momento después se sienta a su lado.
—¿Qué más te ha dicho? —pregunta el padre de Max.
—Nada, la verdad. Parece que Max ha contestado a casi todas las preguntas que le ha hecho, y eso es buena señal según ella. Además, no se le veía incómodo por estar solo en la consulta, cosa que no es muy frecuente según parece. Pero sigue convencido de que hay un compañero del cole que quiere matarlo. Tommy Swinden se llama. ¿Te dice algo el nombre?
—No.
—Max dijo que Tommy quería matarlo porque no le gustaba su nombre, pero la doctora Hogan no cree que sea verdad.
—¿Qué es lo que no cree que sea verdad, que Tommy Swinden quiera matarlo o que no le guste el nombre de Max?
—No está segura —contesta ella—. Pero cree que Max está ocultando algo sobre ese Tommy, y dice que fue la única ocasión a lo largo de la entrevista en que le pareció que Max no estaba siendo sincero.
—¿Qué crees que deberíamos hacer? —pregunta el padre de Max.
—Llamaré al colegio mañana. Es muy posible que Max haya interpretado mal algo, pero será mejor que me asegure por si acaso.
—¿Mamá clueca al rescate?
No es la primera vez que el padre de Max llama «gallina clueca» o «mamá clueca» a su mujer, pero no sé qué quiere decir con eso. Sé lo que es una gallina, pero lo de «clueca» se me escapa.
La madre de Max sonríe, y eso me confunde todavía más. Cuando su marido la llama mamá clueca normalmente se enfada, pero otras veces le resulta gracioso, y no entiendo por qué.
—Como sea verdad que el tal Tommy Swinden ha amenazado a mi hijo —dice la madre de Max—, me lo como a picotazos. El gallinero al completo acudirá al rescate.
—A veces estás un poco loca —le contesta el padre de Max—. Un poquito neurótica. Y de vez en cuando sacas las cosas de quicio. Pero Max tiene mucha suerte de tener una madre como tú.
La mamá de Max se acerca a él, le toma la mano y la aprieta. Por un momento tengo la impresión de que van a darse un beso, cosa que siempre me hace sentir un poco raro, pero no se besan.
—La doctora Hogan quiere quedar conmigo después de las dos primeras sesiones —dice la mamá de Max—. ¿Te gustaría acompañarme?
—¿Nos va a costar otro copago?
Ahora sí se besan, y yo miro para otro lado. Ojalá supiera qué quiere decir eso del copago. Cuando él lo ha mencionado antes, la madre de Max se ha enfadado, y ahora en cambio lo besa.
No os extrañe que comprenda tan bien a Max. A veces me siento tan confundido como él.