Agradecimientos

Stephen King sugiere escribir el primer borrador de una novela a puerta cerrada.

Sospecho que el señor King, por quien siento un enorme respeto, en su juventud no perdió el tiempo en los lóbregos rincones de una sala de juegos recreativos ni sentado ante una pantalla de televisión agarrado al mando de una Atari 5200. Los adictos a los videojuegos desarrollan dependencia de las reacciones inmediatas del otro y las requieren de continuo. Aunque yo tenga ya superada mi adicción y ahora juegue solo muy de vez en cuando, esa necesidad inmediata de la reacción del otro no me ha abandonado.

Por consiguiente, escribo siempre con la puerta abierta. Durante el proceso de redacción de esta novela, invité a un puñado de amigos y familiares a que fueran leyéndola a medida que la escribía. Aquellas constructivas sugerencias, generosas alabanzas y consejos personales fueron fundamentales para su consecución, pero lo más importante para mí fue saber que había un lector esperando ansiosamente la llegada del siguiente capítulo.

Y les estaré eternamente agradecido por ello.

Entre esos primeros lectores debo destacar, ahora y siempre, a mi esposa, Elysha Dicks, la persona a quien va dirigida cada palabra que escribo. Escribir para mí viene a ser poco más que un continuo e interminable empeño por impresionar a esa chica bonita de la que estoy enamorado. Tengo la suerte de que a Elysha le guste por lo general casi todo lo que escribo y de que ponga a mi disposición el tiempo y el apoyo necesarios para que realice mis propósitos. A ella debo el deseo de escribir bien, así como el tiempo necesario para acometer la tarea de conseguirlo.

Gracias en especial a Lindsay Heyer por sugerirme que aquel amigo imaginario que tuve en mi infancia pudiera servirme de inspiración para una novela. En los últimos cuatro años he tenido la fortuna de disfrutar ampliamente de su compañía, y si ella no se hubiera mostrado tan dispuesta a escucharme y a ser mi confidente y amiga, este libro nunca habría podido ver la luz.

Gracias también a mis suegros, Barbara y Gerry Green, por su apoyo y su afecto en todo momento. Aunque a veces resulten abrumadores y sus perros suelan sacarnos de quicio tanto a mi esposa como a mí, su presencia ha sido una bendición en mi vida. Gracias a ellos he logrado comprender y experimentar el orgullo que unos padres pueden sentir por su hijo. Soy un hombre afortunado por haber gozado de ese obsequio tan tarde en la vida.

Gracias a la auténtica señorita Gosk, que apenas difiere de su homóloga en la ficción. Tuve la inmensa suerte de contar con Donna como mentora en los inicios de mi carrera docente catorce años atrás, y hemos sido almas gemelas y grandes amigos desde el primer día. Donna es una de las mejores profesoras que he conocido, y a lo largo de los años he sido testigo de cómo les cambiaba la vida a infinidad de niños. Mi deseo era que Max y Budo contaran con la mejor maestra posible, y enseguida comprendí que la realidad había puesto a mi disposición un personaje más extraordinario que cualquier producto de mi imaginación.

Debo también mi agradecimiento a Celia Levett, correctora de este libro. En mi opinión, el nombre de los profesionales que editan un libro debería figurar en su cubierta, a modo de reconocimiento por todo el trabajo realizado para que una historia llegue a su meta. Gracias a la experta labor editorial de Celia Levett me he ahorrado innumerables bochornos lingüísticos. Su invisible pero indispensable impronta, a la manera de una amiga imaginaria, se oculta tras cada página de este libro.

Debo también eterno agradecimiento a Daniel Mallory, a quien aún no he conocido personalmente, pero con quien siento una enorme afinidad, aun cuando nuestra relación se fundamente en unas pocas llamadas telefónicas y una plétora de correos electrónicos. Sospecho que si Daniel residiera más cerca, trabaríamos amistad de inmediato, pero, con un océano de por medio, de momento debo conformarme con sus sabios y preciados consejos. La fortuna quiso que pudiera contar con su experta colaboración para poder dar vida a Budo.

Y por último, mi eterno reconocimiento a Taryn Fagerness, mi agente y amiga, que creyó en mi capacidad para escribir esta historia pese a mis dudas. Sin su apremio, Budo y sus amigos se habrían sumado al montón de ideas olvidadas que plagan mi disco duro. Taryn es la amiga invisible de mi carrera literaria desde hace mucho tiempo. Gracias a ella, todo golpe resulta un poco menos duro, todo éxito un poco más gozoso y toda frase que llevo al papel un poco menos desafortunada. Ella es la Chispa de mi vida. Mi ángel de la guarda.