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Martes, 5 de octubre de 1999, 20:49 h

Calle de la redondilla, Madrid, España

Lo único que se escuchaba en el sótano de la tienda de alfombras era el sólido repiqueteo metálico que provocó Anwar al encajar en su sitio la última pieza de la ametralladora M-4 Spectre. El arma, no de su elección, estaba limpia, compuesta y lista para ser utilizada, llegado el caso. Cuando el estado de calma trascendente que acompañaba al comienzo de cada misión se apoderó de él, Anwar, con la mente concentrada por completo y los dedos propulsados a la velocidad de la sangre, comenzó a desmontar y volver a montar el arma de nuevo. Para practicar. Tardó veinte segundos.

Mahmud estaba fuera, terminando de organizar los equipos. Incluso la pequeña y arrugada Pilar estaba recibiendo instrucciones. Sólo Anwar se había quedado atrás, esperando…

Ahí. Los pasos de Fátima bajando por los escalones del sótano. No se había molestado en amortiguar sus pisadas, o Anwar no habría podido oírla.

Salaam. —Anwar realizó una respetuosa reverencia cuando la mujer se unió a él.

Salaam. ¿Todo en orden? —Fátima exhibía un semblante neutro, casi reservado.

Anwar había pensado que quizá podría sentir su entusiasmo ante la perspectiva de la muerte inminente, la intensidad y el orgullo que había percibido la noche anterior, cuando le apretó el hombro. Pero se dio cuenta de que ella tenía demasiadas tablas como para dejar que traslucieran sus emociones, y se sintió súbitamente avergonzado por las expectativas que había alimentado.

—Todo en orden.

Fátima pasó junto a él hasta llegar a una pila de cajas amontonadas contra la pared y abrió una con sus propias manos, haciendo caso omiso de la palanca dispuesta para tal efecto. Tras abrir un hueco en el relleno, extrajo dos cofres de madera, uno del tamaño aproximado de una caja de zapatos y el otro algo más ancho y bastante más largo. El primero contenía una pistola, así como un silenciador y una mira láser, los cuales dejó en su sitio. Abrió el segundo para descubrir una espléndida cimitarra de damasco, ennegrecida su hoja curva a fin de no emitir ningún destello. Fátima encajó la pistola en un bolsillo especialmente diseñado en el interior de su jersey y afianzó la cimitarra en su cinturón.

—Hay un cambio de planes —dijo, cuando hubo finalizado—. Tendrás que ir a la casa donde se aloja Lucita y no perderla de vista.

Aquello extrañó a Anwar. La noche anterior, cuando siguiendo órdenes de Fátima la guardia había abandonado la casa, había asumido que se habría decidido a acabar con Lucita de una vez por todas. Puede que Fátima hubiese acudido tan sólo en busca de información, o para desentrañar algún detalle de los apuntes, como eso del Leviatán. Pero estaba claro que Lucita no podría haber sobrevivido a tal encuentro. A menos que se hubiese llegado a una especie de acuerdo… puede que le hubiese perdonado la no vida a Lucita a cambio de información y de la promesa de no abandonar la casa. Los caminos de los antiguos a menudo eran inescrutables.

—¿La elimino si sale?

Le sorprendió la velocidad a la que giró Fátima y lo agarró del hombro, con fuerza esta vez.

—No. —Fátima miraba a Anwar a la cara, pero éste estaba seguro de que no era él lo que ocupaba sus pensamientos—. No saldrá —dijo al cabo de un momento, antes de realizar una nueva pausa.

A juzgar por lo tajante de aquella afirmación, Anwar pensó que a lo mejor Lucita sí que había dejado de existir, al fin y al cabo.

—Si lo hiciera… —continuó Fátima transcurridos algunos segundos, echando por tierra las suposiciones de Anwar—. Si lo hace, síguela. No debe verte, ni sentir tu presencia. Sabe cómo darse cuenta de esas cosas. —Aumentó la presión sobre el hombro—. Si se marcha de la ciudad, perfecto. Si acudiera al refugio de Monçada…

—¿Sí?

—Si acudiera al refugio de Monçada, espera durante cinco minutos después de que entre, avísame, y que comiencen las distracciones. —Mientras decía aquello, Fátima cogió un busca de una de las mesas de trabajo y se aseguró de que el aparato estaba programado para vibrar en lugar de emitir un pitido—. En ningún caso has de acercarte a ella. ¿Entendido?

Anwar asintió. Entendía las instrucciones, ya que no el puntillismo de las mismas. Estaba claro que tendrían que ocuparse de Lucita en un momento dado. ¿Por qué no ahora? Fátima no pensaría que una engreída chiquilla Lasombra de cierto prestigio era rival para él.

—Eso es todo.

—Que el más Antiguo te sonría —entonó Anwar.

—Y que tu espalda sea fuerte.

El sótano se quedó vacío.