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Miércoles, 28 de julio de 1999, 22:01 h

Una gruta subterránea, ciudad de Nueva York, Nueva York

Calebros tiró de la delgada cadena de cuentas de su caprichosa lamparilla. La luz titiló y se apagó, permitiéndole disfrutar de la tranquilidad que le proporcionaba la oscuridad absoluta. Se rascó el cuero cabelludo con las garras, una y otra vez, paladeando la sensación, e intentó eliminar la tensión que agarrotaba su cuerpo.

El ritmo de los acontecimientos se había acelerado hasta volverse incontrolable, y él era responsable en gran medida. Siempre entrañaba peligro tirar de los hilos sin saber exactamente dónde estaban atados.

Intentó enterrar aquellas ideas y estiró su deforme columna. Por un momento, en la oscuridad, le había parecido sentir el tirón de unos hilos de los que él no era el dueño.[2]