Martes, 31 de agosto de 1999, 3:49 h
Red Hook, Brooklyn, ciudad de Nueva York
Ramona abrió la puerta. Sus ojos se encontraron con los de Liz y vio alivio en ellos.
—¿Khalil? —llamó Ramona.
Liz sacudió la cabeza.
—Ha salido. No sé adónde ha ido.
Ramona asintió. Cerró la puerta a sus espaldas y avanzó rápidamente hacia el sofá, donde Liz seguía encadenada. De inmediato, Elizabeth deslizó la mano entre los cojines y sacó una de las ganzúas para volver a intentar abrir sus esposas.
—Me temo que jamás seré una buena ratera —dijo Liz—. La vieja cerradura de una puerta es una cosa, pero esto es muy diferente… estas esposas fueron construidas para que nadie pudiera forzarlas. ¿Has encontrado otra lima?
—Tengo algo mejor —Ramona sostuvo en alto una llave.
Liz se quedó boquiabierta.
—¿De dónde diablos…? —el asombro de sus ojos se convirtió rápidamente en recelo—. Ha sido Hesha. Las cadenas eran de él. Lo has encontrado. Él te dio la llave.
Ramona se la tendió pero Liz se negó a aceptarla. No la tocaría jamás. Ni siquiera se dignaría mirarla.
—Sea lo que sea lo que te dijo, es mentira.
—Mira. No sé nada de eso —dijo Ramona—. Pero lo que sí que sé…
Cogió la muñeca de Liz y metió la llave en la cerradura de las esposas. La llave giró con un chasquido.
Liz miraba atentamente su mano libre, pero no parecía verla. Habló con rapidez:
—No puedes confiar en él, Ramona. Si te ha ayudado, sólo lo ha hecho porque quiere algo de ti. Quiere que regrese… por todo lo que sé, por mi experiencia… y por los sueños… Pero no porque yo le importe, pues sé perfectamente que no le importo. A él no le importa nadie; simplemente utiliza a las personas, a las cosas…
Ramona abrió la manilla que envolvía el tobillo izquierdo de Liz y a continuación comprobó las otras dos cerraduras, para asegurarse de que la llave podía abrirlas.
—¡Eh, muchacha! Tierra llamando a Liz. No importa qué es lo que quiera Hesha. ¡Eres libre!
Desesperada, Liz miraba una y otra vez sus esposas abiertas y a su rescatadora. En sus ojos se empezaron a formar unas lágrimas rojas.
—Él me dejó aquí y ahora me libera. Siempre consigue lo que quiere —dijo en voz baja.
Ramona la cogió por el brazo.
—Eh. ¿Y aquello que me contaste sobre aquel amigo tuyo a quién Hesha quería? No dejaste que eso sucediera. ¿Lo recuerdas?
Liz parpadeó y asintió. Una lágrima de sangre se deslizó por su mejilla.
—En aquella ocasión, Hesha no consiguió lo que quería —repitió Ramona.
—No —respondió Liz; su voz recuperó un poco de confianza—. Fue Thompson quien consiguió lo que quería, no Hesha.
—Fuiste tú —Ramona zarandeó ligeramente a Liz—. Fuiste tú quien consiguió lo que quería. Puede que Hesha sea El Hombre, pero tú eres La Mujer. ¿De acuerdo? ¿De acuerdo?
Liz asintió. Por primera vez en muchas noches, sonrió e incluso rió un poco. Ramona también sonrió. Aquella mujer iba a conseguirlo… de alguna forma, lo conseguiría. Puede que Ramona jamás lograra que Zhavon regresara, pero Liz podría conseguir lo que quisiera.
Sin embargo, la preocupación no había desaparecido por completo del rostro de Liz.
—No permitas que te controle —le dijo entre más lágrimas y una desfallecida risa.
—Veamos. La única forma que tiene Hesha de conseguir lo que quiere es que yo también lo consiga. —A pesar de sus palabras, Ramona sabía que no sería tan sencillo, y se cuestionó el pacto que había hecho con Hesha.
Pero se les había acabado el tiempo. Oía pasos… las escaleras.
—Es Khalil —dijo Ramona. Cogió la llave y la depositó con fuerza en la mano de Liz—. Escóndela. Rápido.
A continuación, cerró las esposas de nuevo.
—Mañana por la noche tiene una reunión —le explicó—. Entonces podrás irte, ¿de acuerdo?
Elizabeth tardó unos instantes en comprender sus palabras. Estaba consternada viendo cómo volvían a cerrarse las cadenas, atrapándola de nuevo. Segundos después, asintió e intentó secarse las lágrimas. Ramona, mientras tanto, se dirigió al otro extremo de la habitación. Ambas se prepararon para ver a Khalil.