Lunes, 30 de agosto de 1999, 20:50 h
Red Hook, Brooklyn, ciudad de Nueva York
Aquella noche, Khalil no disponía de tiempo para impacientarse por una llamada de teléfono. De hecho, le inquietaba recibirla demasiado pronto. Cuando el teléfono sonó, el sol acababa de ponerse y el Ravnos estaba abriendo los ojos y estirándose para desentumecer sus miembros tras un largo día de sueño estático. Miró a su alrededor inquieto. Estaba seguro de que el hecho de que le estuvieran llamando en ese preciso instante significaba que lo estaban espiando.
Echó una ojeada a la maleta del suelo. Seguía encadenada al viejo radiador y su cierre parecía intacto. Esto hizo que lamentara aún más aquella llamada, porque lo que realmente quería hacer era volver a contar el dinero que había en su interior y regodearse.
La otra noche, al darle el nombre de aquel perista, Liz había demostrado que valía su peso en sangre… y la noche anterior, Khalil se había aprovechado de ello. Quizá, la serpiente podría volver a demostrar su valía por segunda vez: la primera había sido con el dinero que le había permitido ganar; la segunda sería por la excelente variedad de su sangre Cainita. Sonrió al pensar en destruirla del mismo modo que a aquella princesa Ventrue. Liz era otra mocosa occidental que necesitaba que le dieran una buena y eterna lección.
El teléfono continuaba sonando; Khalil sacudió la cabeza, intentando liberarse de la neblina del sueño. A continuación, contestó a la llamada.
—¿Hum? —dijo el Ravnos por el diminuto receptor del teléfono móvil.
—¿Khalil Ravana? —preguntó una voz que reconoció como la del Nosferatu al que conocía como Mike—. Tenías razón, Ravnos. Se aproxima una tormenta. Creo que necesitaremos tus paraguas.
Khalil sonrió. Apartó el teléfono de su rostro unos segundos, temiendo que su sonrisa fuera tan grande que pudieran oírla. Estúpidos, pensó el shilmulo. Ahora los tenía justo donde quería y podría utilizarlos a su antojo. Volvió a acercarse el teléfono a la boca.
Intentó ser diplomático, aunque tanto él como Mike sabían que era Khalil quien llevaría las riendas a partir de ese momento. Bien, podía permitirse ser diplomático porque ambos sabían quién estaba al mando.
—Lamento oír que tengan problemas. Por supuesto, puedo ser razonable en lo que respecta a mis requisitos de pago.
Khalil volvió a sonreír de oreja a oreja. No necesitaba a ningún Cainita de mil años de edad enterrado en el limo de Calcuta para manipular con facilidad a aquellos vampiros estúpidos. Todo aquel asunto sobre el poder de los antiguos y el control que ejercían en el mundo estaba, obviamente, sobrevalorado, así que no podría asfixiar a nadie desde la otra punta del mundo, tal y como había hecho con él su viejo amo la última vez que había hablado con Mike. Pero de todas formas, ¿quién necesitaba hacer eso en un mundo repleto de teléfonos móviles y ordenadores? En la actualidad, el cerebro triunfaba sobre la sangre.
Khalil se felicitó por formar parte de la nueva y mejor raza vampírica.
Mike había dicho algo.
Khalil hizo una pausa y a continuación preguntó:
—¿Qué has dicho, Mike? Ha habido algunas interferencias y no he podido oír qué decías.
Con una voz que seguía siendo tan educada que Khalil imaginó que las ratas de cloaca se sentían como si estuvieran atrapadas en un barril, Mike repitió sus palabras.
—He dicho que ahora estamos buscando a aquella serpiente a la que deseas dar caza y que tenemos algunas pistas buenas. Pistas tan buenas que creo que deberíamos fijar una reunión para mañana por la noche. Para entonces, podré ofrecerte información sólida.
Khalil sacudió la cabeza. Pobres Nosferatu, pensó. Estaban tan desesperados por conocer el remedio que preparaban sus encuentros antes de tener algo que ofrecerle a cambio. Pero estaba bien, porque ahora Khalil tenía otros planes.
—¿Mike? No te preocupes por la serpiente. Creo que ya dispongo de la información que necesito respecto a ese asunto. No, creo que simplemente hablaremos de la transacción económica. Tengo información de calidad. Estoy seguro de que disponéis de suficiente dinero para pagar un precio justo.
Mike vaciló unos instantes.
—¿De modo que sólo deseas vender… el paraguas?
—Por supuesto —respondió Khalil—. Pero el precio es elevado, Mike. Te costará… un millón de dólares.
—¡Por Dios! —exclamó Mike—. No estamos hablando de rupias, ya lo sabes.
Khalil dudó unos instantes, un poco desconcertado por los cálculos que estaba haciendo en su cabeza.
—Medio millón.
—Por favor, creo que un cuarto de millón sería una cantidad mucho más razonable.
—Bien, por supuesto, pero no estamos hablando de un paraguas normal y corriente —argumentó Khalil—. Estamos hablando de un paraguas único y sobrenatural.
—Por esa cantidad —respondió Mike— podríamos construirnos un impermeable perfecto en cualquier otro lugar. ¿Qué tal si envío a alguien para que se reúna contigo mañana por la noche, con doscientos cincuenta mil dólares? ¿A las diez en punto?
Khalil guardó silencio unos segundos, como si estuviera sopesando la idea.
—De acuerdo. Eso servirá. Tu lacayo puede reunirse conmigo en Times Square. Estoy seguro de que tenéis más de diez mil túneles que recorren la ciudad entera y que se originan en ese lugar.
—Algo similar.
Khalil cortó la comunicación.