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Londres, tres años antes

Como cada mañana, Claudia bajó con languidez por la escalera que conectaba el salón con los dormitorios del piso superior. Apoyó el trasero en el taburete del mostrador de la cocina sin llegar a encaramarse. Estaba claro que no tenía intención de probar bocado. Le había dado por decir que a esas horas no le entraba nada. Yo leía el periódico mientras se tostaba el pan.

Comenzó a dar golpecitos en el parquet con los zapatos reglamentarios del instituto.

Tup, tup, tup

—¿Qué tal has dormido? ¿Te quedaste estudiando?

La lluvia repiqueteaba en la lucera.

—Una chica de dieciséis ha aparecido muerta en un probador de All Saints.

Despegué la vista de un editorial político.

—¿Ésa tienda que tiene máquinas de coser en el escaparate?

—Sí.

—No he oído nada en las noticias.

—Lo acabo de leer en internet.

—¿Cómo tienes el día? —pregunté de forma mecánica.

—Voy a coger el autobús —anunció mientras salía disparada.

—¡Espera! ¿Llevas algo para almorzar? ¿Quieres dinero? ¡Dame tres minutos y te llevo yo!

La puerta se cerró de golpe. Antes se coló un soplo frío.

Al poco, un timbre.

—¿Vuelves?

Eran las tostadas, que ya estaban listas.