Cuando regresa para hacer la ronda, la noto preocupada. Se acerca a mi camastro y ejecuta cada movimiento de forma rutinaria, desprovista del afecto que mostraba en sus anteriores visitas. Relee las anotaciones del médico como si no comprendiera el idioma en el que están escritas. Cambia la botella de suero con poco cuidado, golpeándola contra la barra de hierro.
—¿Qué ocurre?
Durante unos segundos se debate entre si debe contármelo o no.
—Algunos compañeros han sufrido atentados simultáneos en diferentes puntos de la región.
Recuerdo a mi chófer desmembrado en la carretera y me pregunto si habrán podido reconstruir su cuerpo antes de meterlo en el ataúd.
—¿Ha habido bajas?
Asiente apesadumbrada.
—Y ahí no acaban las malas noticias. Un grupo de insurgentes está presentando batalla a menos de dos kilómetros.
—¿Se dirigen hacia aquí?
—Nuestros soldados han tomado posiciones por lo que pueda ocurrir, y ya hemos evacuado a los demás heridos.
—Así que sólo quedo yo…
—A ti te trasladarán a la capital en cuanto llegue el vehículo especial. Has de entender que, en tu estado, es difícil moverte.
—Ya lo hemos hablado. No quiero que…
—¿De verdad piensas que vamos a abandonarte aquí?
—¿Cuánto me queda? ¿Un día, dos?
—Al final se cerrará la hemorragia. —Echa un vistazo furtivo al drenaje—. Y entretanto no vamos a detener la trasfusión.
—Ya no ansío morir —le digo con suavidad—, pero tampoco es algo que me dé miedo.
Permanece callada unos segundos. Se esfuerza para no componer ningún gesto que pueda revelar lo que siente.
—¿Alguna vez has deseado morir?
—Sí.
—¿Por qué?
—Eso es lo de menos. Resulta paradójico que sea ahora cuando vaya a ocurrir.
—La vida tiene estas cosas —se le escapa.
—Y la muerte es una realidad más de la vida.
—Dicho así suena muy fácil, pero cuando se acerca el momento surgen las dudas. En este trabajo lo veo todos los días; no te imaginas la cantidad de heridos que han pasado por estas camillas.
Se me hace un nudo en la garganta, pero no es por mí. Cuando digo que no tengo miedo estoy siendo sincero. Quizá mi malestar sea por todos esos pacientes a los que Aurore se ha referido. Nunca había sentido compasión por un desconocido. Cojo aire, el poco que cabe en mis pulmones, y retrocedo en el tiempo. Me siento capaz de saltar hacia atrás por este embaldosado arlequinado que es la vida, cuadros blancos y cuadros negros; sobre todo cuadros negros que por fin me atrevo a pisar.
—Creía que la muerte sería algo liberador, pero ahora sé que no. Y tampoco es algo sombrío. Tan sólo es un paso más en nuestra historia personal, que es la historia de todos.
—¿La historia de todos?
Unos terribles aguijonazos en la sien me impiden aclarárselo. Nunca imaginé que fuera posible soportar tanto. «El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional», me repito recordando una vieja máxima. No tengo derecho a sufrir…
En cuanto me siento capaz de ligar una frase entera, digo:
—Cuando llegue el momento me alegraré de fundirme con ella, como dos gotas de lluvia disueltas en la tierra.
—¿De quién estás hablando ahora?
—De mi hija.
—¿Tienes una hija?
—Ya no. Yo tuve la culpa.
—Quieres decir que…
—Murió. Sólo tenía dieciséis años.
Permanece callada unos segundos mientras me contempla de arriba abajo. Sin duda se pregunta cómo he podido tener tan mala suerte.
—Ahora entiendo lo que decías antes. Pero habrá alguien más esperando a que vuelvas.
Desvío la mirada hacia el fluorescente que comienza a vibrar por el remolino de recuerdos.
—Su madre también murió. Fue en el parto, una de esas cosas que jamás piensas que vayan a ocurrirte a ti. No te imaginas cómo la quería… Lo único que me quedó fue el convencimiento de que su alma se había resguardado en el cuerpo de la niña.
—Tú aún estás vivo —sentencia, algo azorada, para cortar la charla de raíz—, así que en cuanto venga el vehículo especial te sacaremos de aquí.
—No quería entristecerte. Habrá sido un día duro.
—Peor que duro.
Se sienta en el borde de mi cama. Sin duda está agotada.
—Para mí ha sido un gran día.
Me dedica un gesto compasivo.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Sé que cuando llegue mi hora me cogerás de la mano como si me conocieras de toda la vida. Como si… me quisieras.
El techo se agita por una embestida de viento. Sólo un temporal podría empeorar las cosas para los compañeros que están en plena evacuación.
—Eres muy lanzado.
—No te hagas ilusiones. Estaba pensando en algo más parecido a una amiga.
Ríe sin energía y pregunta:
—Viviste algo especial la noche del atentado, ¿verdad?