Nota del autor

Aunque Marco Licinio Craso amasó una fabulosa fortuna y formó parte del primer triunvirato con César y Pompeyo, es mundialmente considerado como uno de los grandes fracasados de la historia. Su principal error consistió en dejarse matar durante la catastrófica campaña contra los partos en el año 53 a. de C., cuando se encontraba en la cumbre de su poder y su prestigio. La decapitación convierte en irrelevante incluso al hombre más rico del mundo.

Existen dos biografías de Craso en inglés. La valiosísima obra de Allen Mason Ward, Marcus Crassus and the Late Roman Republic, (University of Missouri Press, 1977) es un meticuloso trabajo de investigación y análisis. Por otra parte, Marcus Crassus, Millionaire de F. E. Adcock (W. Heffer & Sons Ltd., Cambridge, 1966) es esencialmente un largo y elegante ensayo. Ward tiende a ser condescendiente, por ejemplo cuando, a propósito de la diezma que aplicó Craso a sus propios soldados, dice: «Eran tiempos difíciles y había que tomar medidas difíciles… No sería justo criticar la conducta de Craso como si hubiera sido inspirada por una crueldad innata». Adcock, por el contrario, llega a ser implacable al referirse al joven Craso: «No solía dejarse llevar por los sentimientos, incluso podemos dudar que los tuviera».

Las principales fuentes de información sobre la rebelión de Espartaco son la Historia romana de Apiano y la Vida de Craso de Plutarco, y sobre la esclavitud romana en general, Greek and Roman Slavery de Thomas Wiedemann (Routledge, Londres, 1988).

La Historia natural de Plinio es la guía más completa sobre las pinturas, pociones y venenos empleados en aquella época y también me ha aportado mis escasos conocimientos sobre Iaia y Olimpia. Quienes se interesen por las míticas cualidades de la sibila de Cumas pueden consultar la Eneida de Virgilio. Las referencias a la comida proceden de diversas fuentes (por ejemplo, el comentario sobre las alubias del capítulo siete, se encuentra en De divinatione de Cicerón), aunque Apicio nos ha legado la mayor parte de la información sobre el tema. Los cocineros audaces o los sibaritas pueden consultar The Roman Cookery of Apicius, una traducción de John Edwards de De re coquinaria (Hartley Marks, Inc., 1984) con recetas adaptadas a la cocina moderna.

De tanto en tanto, un investigador descubre un texto que se ajusta de forma milagrosa a sus necesidades. Esto me ocurrió al encontrar Romans on the Bay of Naples: A Social and Cultural History of the Villas and Their Owners from 150 B.C to A.D. 400 (Harvard University Press, 1970), de John H. D'Arms. Es un libro que deseaba leer incluso antes de conocer su existencia.

Para pequeños detalles y cuestiones de nomenclatura, consulté prácticamente a diario una voluminosa y amarillenta edición de 1.300 páginas del inigualable Dictionary of Greek and Roman Antiquities (James Walton, Londres, segunda edición, 1869) y, con menor asiduidad, Everyday Life of the Greeks and Romans, de Guhl y Koner, otro libro de consulta del siglo XIX (Crescent Books, reimp. de 1989).

La versión del pasaje de Lucrecio (basada en la traducción de Dryden) que aparece en el funeral del capítulo dieciséis podría tacharse de anacrónica, pues De la naturaleza de las cosas de Lucrecio no se publicó hasta el año 55 a. de C. Sin embargo, me gusta imaginar (e incluso es factible) que en el año 72 a. de C. Lucrecio, que entonces tenía poco más de veinte años, podría haber estado trabajando en el borrador de su gran poema y que algunos de sus versos podrían haberse difundido entre los filósofos, poetas y actores que vivían en la Crátera. [Para esta edición española se ha sustituido la versión inglesa de Dryden por la compuesta en 1791 por el abate Marchena y publicada con algunas enmiendas en 1892-1896 por Marcelino Menéndez y Pelayo.]

Deseo manifestar mi gratitud hacia algunas personas, que han demostrado un incesante interés por mi trabajo y me han brindado su apoyo profesional a lo largo de mi carrera: a mi editor, Michael Denneny, y su ayudante, Keith Kahla; a Tern Odom junto a todo el clan Odom; a John W. Rowbery y John Preston, a mi hermana Gwyn, «guardiana de los disquetes», y, por supuesto, a Rick Solomon.

En esta novela una biblioteca ocupa un lugar fundamental: la biblioteca de Lucio Licinio es el escenario del asesinato. En la actualidad, las bibliotecas están siendo destruidas, privadas de sus subvenciones, clausuradas y desmanteladas, despojadas de libros y de fondos. Sin embargo, yo no podría haber realizado mi investigación sin ellas. Doy las gracias especialmente a la Biblioteca Pública de San Francisco, seriamente afectada —pero afortunadamente no destruida— por el terremoto de 1989; al servicio de préstamo interbibliotecario, que permite el acceso a libros de todo el país; a la Biblioteca Perry-Castañeda, en el campus de la Universidad de Texas, en Austin, donde pasé días enteros sumido en una especie de trance informativo, descubriendo material para El brazo de la justicia y su continuación, El enigma de Catilina; y a la Jennie Trent Dew Memorial Library de Goldthwaite, Texas, donde en cierto modo comenzó mi labor investigadora hace aproximadamente treinta años.