20

Había un segundo tipo de nano en la muestra de sangre de Cam, una nueva máquina con forma de X retorcida. Ruth no la había visto nunca, aunque enseguida pensó en aquella cima inerte con miles de cruces. Las emociones que la invadían en aquel momento eran las mismas, confusión y desespero. Se apartó del microscopio y apretó la mano izquierda contra su brazo, incapaz de comprender la verdad. Debería ser imposible, y aun así el extraño nano existía en su sangre junto con la vacuna. En la sangre de él, pero no en la suya. El nano era benigno, de momento. Ruth pensó que estaría esperando a que algo lo activara.

¿De dónde habría salido?

—Dejadme salir —dijo de pronto, girándose hacia el microscopio de su izquierda. La cabina estaba equipada con dos micrófonos, uno para grabar sus observaciones y otro para mantenerse en contacto con el exterior, porque la cabina era demasiado pequeña como para entrar y salir sin ayuda. Para el laboratorio, Grand Lake había construido una caja de acero reforzado para almacenar todo el material que habían reunido. Una pila de aparatos electrónicos bloqueaba parcialmente la puerta, y el gran tamaño del microscopio electrónico llenaba el espacio de la derecha, pero aun así, el laboratorio se mantenía estéril y bien cuidado, e incluso podía obtener más energía de la que necesitaba, hasta para depurar la sala.

Conocían el peligro que comportaba lo que estaba haciendo. El banco de trabajo estaba equipado con proyectores de rayos X y ultravioleta, lo que al menos debería ralentizar un nano descontrolado, en caso de no poder destruirlo directamente, y el aire acondicionado podía crear vientos de diez kilómetros por hora si fuera necesario, acabando con cualquier partícula perdida. Pero no debía pensar en ello. La radiación sería lo bastante mala para cualquiera dentro del laboratorio. Ruth esperaba que la vacuna convirtiera los aparatos en un amasijo de metales, plásticos y cables. Por supuesto, si eso no terminaba con la amenaza, siempre podían cerrar la sala. Era como trabajar dentro de un ataúd.

—Dejadme salir —dijo.

—¿Qué ocurre? —contestó McCown.

Ruth se llevó los guantes a la máscara.

—He olvidado coger mis apuntes, qué despiste —dijo, luchando contra el frío que le provocaba la claustrofobia.

Muchos días, aquel miedo en particular era sólo un débil recuerdo en su mente. Estaba encantada de poder volver a su trabajo, no podía explicar lo bien que sentaba volver a tener el control de las cosas. Ruth tenía la mala costumbre de ignorar todo lo que estuviera fuera de los microscopios, al menos mientras estaba haciendo progresos. A veces se perdía en sus recuerdos. Más de una vez, los nervios le hacían pensar otra vez en aviones o disparos. Hubo una ocasión en que vio hormigas que no existían.

Ruth pensó que había sido muy valiente metiéndose en aquella caja día tras día, pero ahora era lo único que podía hacer para que el ritmo cardíaco no le afectara la voz.

—Por favor —dijo—, sé que es un fastidio, pero…

—¿Y si envío a alguien a por ellos? —dijo McCown—. Le leeremos lo que necesite.

—No —la palabra le salió demasiado deprisa—. No —dijo ahora con más calma—. Debería haber trabajado un poco más en un par de ideas antes de venir. Es que anoche estaba demasiado cansada.

—Está bien. —McCown sonó molesto—, déme un momento.

Ruth se hundió contra el banco de trabajo, pero le dio un codazo sin querer a una placa de Petri. El cristal hizo ruido y Ruth se golpeó la cabeza contra un estante por la sorpresa. —¡Ay!

McCown habló por el intercomunicador.

—¿Ruth?

—Mierda —dijo, con el tono adecuado de disgusto—. Éste sitio es como una caja de zapatos. —«Dejadme salir», pensó. «Dejadme salir, dejadme salir».

—Cinco minutos, ¿de acuerdo? —dijo McCown.

—Bien. —Ruth miró hacia arriba, a las luces que colgaban del techo, y luego atrás y adelante, a las abarrotadas paredes. Estaba atrapada. Se volvió a apoyar sobre la fina y elegante figura del microscopio, era su única vía de escape.

McCown tardaría unos diez minutos, en realidad. Primero tenía que pedir electricidad para poner en marcha los filtros de aire de la sala de preparación que había fuera del laboratorio. Luego, tenía que protegerse la ropa y, sobre todo, el pelo y las manos con un dosificador de vacuna antes de entrar, cerrar la puerta y repetir el proceso con otra vacuna. Lo siguiente era colgar su ropa en unos ganchos de la pared y ponerse la redecilla del pelo, una máscara, guantes y un traje esterilizado. Sólo tras esta meticulosa lista de precauciones podía abrir la puerta de Ruth y ayudarla a guardar su propio traje.

Ella no quería que viera su pánico. Necesitaba enterrarlo en lo más hondo de sí misma, pero su mejor mecanismo de autocontrol la dejó en confrontación directa con la fuente de su miedo.

«¿Quién te ha creado?», se preguntó Ruth, mirando por el microscopio. El nuevo nano era como un fantasma, no debería existir. «¿Quién te habrá creado, y dónde te recogió Cam?». Su muestra de sangre contenía sólo dos de los nuevos nanos que Ruth había aislado hasta el momento, de entre los miles de ejemplares que proporcionaba la vacuna. Pero el fantasma era muy distinto, parecía un trozo doblado de una hélice, mientras que la vacuna era más como un entramado de tallos de plantas.

Era hermoso, en cierto modo, y Ruth se olvidó brevemente de sí misma, atrapada en el misterio. No podía más que maravillarse por el trabajo que representaba. Con una rápida estimación, calculó que estaba formado por menos de mil millones de partículas subatómicas, un tamaño endiabladamente pequeño. La vacuna estaba muy cerca de esa cifra y había sido muy complicado conseguir que así fuera. ¿Podría ser el fantasma un proyecto fallido? Quizás los dos que había encontrado eran fragmentos de algo más grande… No, los dos eran idénticos. Lo que era más interesante, el fantasma tenía el mismo mecanismo de reacción al calor que la vacuna y la plaga, lo que significaba que había sido creado después del Año de la Plaga por alguien que era capaz tanto de identificar el diseño como de reproducirlo. El sistema de calor era una pieza maestra de la ingeniería. Como Ruth y sus colegas, el creador del fantasma no había visto motivo para reinventar la rueda. Invirtió sus esfuerzos en otras cosas. Era evidente que se trataba de un nano activo y que era una biotecnología como la vacuna, diseñada para operar dentro de criaturas de sangre caliente.

«Pero ¿qué es lo que hace?», se preguntó Ruth preocupada. El miedo la tenía paralizada, y restringía su capacidad para pensar.

¿Y si los fantasmas estaban diseñados para combinarse con otra construcción mayor? Su forma de hélice podía permitirles algo así. El detonante podría ser algo tan sencillo como una dosis grande: saturación. Cam parecía tener una cantidad baja e ineficiente en su sangre, pero ¿y si absorbía más? ¿Se activaría así?

«Sea para lo que sea el fantasma, es capaz de funcionar sobre la barrera», pensó. «Entonces, no hay forma de detenerlo». El pestillo de la puerta chasqueó y Ruth dio un salto, girándose para empujar el pesado panel metálico, que casi se estampa contra la sorprendida cara de McCown.

—¡No toque nada! —le dijo.

Ruth caminó bajo el frío sol con una chaqueta del ejército y unos pantalones finos. Necesitaba aire, mucho aire. En los tres últimos días, había estado encerrada durante varias horas seguidas. Apenas había podido ver a Cam, cosa de lo que se arrepentía profundamente. Estaban cerca de conseguir una relación estable, pero su trabajo era un no parar: trabajo, trabajo, colapso, más trabajo… Cam se marchó después de la segunda mañana, haciendo un esfuerzo por atrapar pájaros y roedores para liberarlos por la zona en un intento de reestablecer algún tipo de ecosistema bajo la barrera.

La vacuna se había dispersado por toda Grand Lake. Cam había ganado la batalla con rapidez, aunque daba la impresión de ser todo ayuda y obediencia. Todo lo había hecho tosiendo en la tienda médica. Había superado a Shaug así de fácil, resultaba incluso cómico. Siempre encontraba una forma de hacerlo todo, y Ruth lo echaba de menos ahora que sus caminos se habían separado.

También había más gente que empezaba a marcharse. El éxodo era controlado, de momento, pero McCown anunció que había desertores entre los militares, y Ruth pudo ver por sí misma que los campos de refugiados estaban más tranquilos de lo habitual. Normalmente, las dos crestas que había delante de donde trabajaba estaban llenas de gente trabajando en los cultivos. Aquél día, uno de los bancales estaba vacío, y el grupo de trabajo del otro estaba visiblemente falto de personal. Ruth lo comprendió, la tentación era demasiado grande. Estaba sorprendida de que se hubieran quedado tantos. Las nuevas provisiones eran una gran ayuda. Se habían incrementado los esfuerzos de búsqueda de material debajo de la barrera, ya fuera con helicópteros y caravanas organizadas o con pequeños grupos de gente que llevaba todo lo posible. Grand Lake había retenido a la mayor parte de su población, al menos, durante un tiempo. La costumbre se había arraigado durante todo aquel tiempo. Nadie que hubiera sobrevivido volvería a creer en el mundo por debajo de los tres mil metros, y la vacuna no les ofrecía una inmunidad completa.

Durante las comidas, oyó hablar de trasladar a todo el mundo a Boulder. Denver era mucho más grande, pero había quedado arrasada. También había rumores de que las Fuerzas Aéreas adoptarían una actitud más agresiva y enviarían a cierto número de personas a Grand Junction, unos doscientos treinta kilómetros al oeste. Puede que ya lo estuvieran haciendo. Los cazas y otros aviones de gran envergadura rugían constantemente en la montaña. Iban y venían de forma continuada, y no podía saber si siempre eran los mismos. Algunos de ellos nunca volvían porque eran abatidos, pero puede que otros estuvieran buscando nuevas estaciones.

Las decisiones rápidas eran lo habitual allí, y Ruth supuso que no debía sorprenderse si era propuesta para marcharse por uno de los ayudantes de McCown y por el hombre que vivía en la habitación contigua a la suya en el refugio. Todos sentían que no tenían nada que perder, pero ella era nueva y parecía independiente.

Se detuvo en el comedor más cercano. Había trampas colocadas por todo el suelo de la base de la tienda. Una rata se revolvía en el extremo de una de las cuerdas, y Ruth se quedó mirándola con una mezcla de asco y algo más, soledad.

«Ya tienes una, Cam», pensó.

Nunca había habido mucha vida allí arriba, sólo ardillas, marmotas, alces, urogallos y otras especies de pájaros. Casi todos se habían extinguido ya. La población humana había cazado y acabado con todas las especies con el objetivo de sustentarse. Era posible que todavía quedaran algunos urogallos y ardillas en la región, pero nadie había visto ninguno desde hacía meses. Los pájaros todavía se asomaban de vez en cuando, y había alguna que otra alimaña. Las ratas no eran muy comunes a esa altura, pero debía de haber unas cuantas entre las innumerables cajas de la FEMA y de los suministros del ejército que se habían llevado durante los primeros días de la plaga.

Las ratas se habían multiplicado en aquellas condiciones tan deplorables y en la basura. Ruth pensó que debía alegrarse. ¿Es que alguna vez ha habido alguien que se haya encargado de salvar a otros tipos de mamíferos? Pensó de nuevo en el extraño mundo que heredaría la siguiente generación, asumiendo que ellos no acabaran lo que había empezado la plaga con un nuevo contagio. Roedores, pájaros, insectos y reptiles convertían el entorno en un lugar inhóspito y virulento, y aun así, sería más estable que uno sin ningún tipo de criaturas de sangre caliente. Los esfuerzos por la conservación se convertirían durante siglos en un modo de vida. Cualquier perro, caballo u oveja que hubiera sobrevivido se convertiría en un animal de valor incalculable. Puede que todavía quedara un número reducido de ellos, escondidos o perdidos en las montañas de todo el mundo, lo que haría aún más importante conservarlos a todos y cada uno de ellos.

La rata se retorció y clavó las zarpas en la red, haciendo ruido con las demás patas. Ruth apartó la mirada del bicho y vio a dos soldados que se acercaban. El que iba más adelante se había descolgado el fusil, aunque dejó el cañón apuntando hacia el suelo.

—Esto es una zona restringida, no puedes entrar aquí —dijo—. Ya lo sabes, y aún faltan dos horas para la comida.

—Sí. —Ruth no llevaba ninguna insignia, así que pensaron que sería una recluta buscando una forma de robar o conseguir un poco más de comida. Tuvo suerte de ser mujer, puede que hubieran sido más duros en caso contrario. McCown le había dado un distintivo que mostraba su verdadero estatus, pero no vio razón para sacárselo del bolsillo, en tal caso quedaría registrado dónde había estado.

Sonrió y se giró para marcharse. Entonces, el soldado advirtió la presencia de la rata y miró a Ruth, con ojos de comprensión. «¡Piensa que iba a comérmela!», entendió. Ése era otro de los beneficios de las alimañas. Las ratas habían dañado los cultivos y las reservas de comida, pero ellas mismas se habían convertido también en alimento.

—Estoy buscando al grupo de Barrett —dijo tranquilamente—. ¿Sabéis si estarán hoy por aquí?

El soldado se relajó visiblemente. Barrett era uno de los líderes del proyecto de repoblación, un cabecilla civil, aunque también había tropas asignadas al trabajo.

—Llegas tarde —dijo el soldado, señalando colina abajo, al oeste—. Vi a algunos de sus hombres llevando cajas hace una hora, más o menos.

—Gracias —dijo Ruth, y se marchó de allí.

Estaban soltando las primeras ratas en el casco antiguo de la ciudad con la esperanza de que los monstruitos se reprodujeran y continuaran a lo largo de la división continental, limpiando la zona de enjambres de bichos. Era una idea insólita, pero necesaria. Las ratas sabían adaptarse y eran muy astutas, lo que las hacía perfectas para acabar con los insectos. Los pájaros también serían perfectos, si Cam y los suyos conseguían algún día cazar e inocular a la cantidad suficiente.

Ruth ya sabía que podía hacer algunas mejoras a la vacuna. Había empezado a trabajar con nuevos modelos de sensores que incrementarían el ratio de objetivos que había que aniquilar pero, por insistencia de Shaug, dejó de lado sus teorías para construir y multiplicar los cultivos del Copo de Nieve. Allí no había lugar para dilemas morales, el mundo no podía esperar. Los Estados Unidos necesitaban nuevas armas, porque los aviones y satélites espía mostraban que los rusos ya casi habían llegado a los cincuenta mil soldados en tierra, junto con la mitad de esa cantidad de personal de apoyo y refugiados. Era difícil hacer la distinción. Durante su interminable lucha en Oriente Medio, la población rusa se había convertido en una máquina de guerra, con todo el mundo preparado para el combate.

Los interceptores de los Estados Unidos y Canadá habían empezado a tener más suerte atacando a los transportes rusos antes de que llegaran a la costa, pero los invasores volaban ahora desde todas direcciones, bajando desde el Ártico y el Mar de Bering, subiendo desde el Pacífico Sur… Y además podían aterrizar en cualquier sitio, no sólo en las montañas. Sus aviones se escondían, alzaban el vuelo y volvían a esconderse, engañando a los radares y perseguidores norteamericanos.

Dos de los cabecillas de la infantería rusa habían entrado en Nevada mientras California ardía. Incendios descontrolados asolaban los bosques enfermos, lo que dificultaba la invasión, pero les proporcionaba cierta cobertura. Ruth había visto fotos de las irrupciones en tierra americana. Se sentó un par de veces con los generales y los agentes civiles para discutir los parámetros de la vacuna y qué tipo de bajas podría esperar el enemigo.

Ruth estimó que las pérdidas de los rusos a corto plazo serían del cinco por ciento. Durante cierto periodo de tiempo, si la tecnología no mejoraba, era evidente que la guerra interna entre la vacuna y la plaga comportaría traumas y muertes muy significativas, pero los invasores sólo se sentirían incómodos. Exceptuando aquellos que se hallaran en un punto de concentración, la mayoría sufriría sólo pequeñas hemorragias y erupciones de sarpullidos. A veces, algún individuo desafortunado podría experimentar hemorragia ocular o asfixia, puede que incluso un paro cardíaco, lo que sería muy problemático si esa persona fuera un piloto o un conductor que de pronto se viera incapacitado.

Los rusos estaban dispuestos a pagar ese precio. Su avance era escalonado, pero ya se habían adueñado de cientos de kilómetros, absorbiendo ciudades muertas y aeropuertos, motorizando rápidamente sus tropas con vehículos abandonados y armamento estadounidense. También debían de haber usado la vacuna como promesa para conseguir refuerzos.

La red americanocanadiense había detectado grandes caravanas de aviones chinos cruzando el Pacífico para reforzar a las tropas rusas. Les siguieron enormes flotas navales. El enemigo ya se había hecho con Hawai. Habían atacado el pequeño puesto de avanzada del monte Mauna Loa durante el apagón del pulso electromagnético, arriesgándose a alertar a las unidades de tierra firme. Las islas eran un peldaño magnífico. Seguramente, los chinos no tuvieron que pensárselo dos veces. Con la vacuna, podrían ganar su batalla en el Himalaya al mismo tiempo que ayudaban a los rusos a conquistar la industrializada Norteamérica, con sus ricas tierras agrícolas y sus bases militares. Los nuevos aliados podrían repartírselo todo como desearan, a menos que Ruth los detuviera. El Copo de Nieve podía ser la única forma de las fuerzas americano-canadienses para recuperar el oeste. O eso, o arrasar el área con ataques nucleares.

Ella lo había hecho. Sabía exactamente cómo mataba el Copo de Nieve, pero lo reconstruyó con la misma voluntad ciega que una rata en una trampa. Ni siquiera sintió que fuera su propia decisión. Millones de personas necesitaban el poder del arma para sobrevivir. Otros millones más morirían. El holocausto sería siempre responsabilidad suya, pero también lo serían las vidas que habría salvado. La culpa teñía todo lo que hacía, y había afectado a su sueño. Le hacía mantener las distancias con Cam incluso cuando más lo necesitaba.

El Copo de Nieve era más una especie de reacción química que una máquina. Originalmente era uno de los muchos nanos desarrollados por los científicos de Leadville, un nano antinanos creado para destruir la plaga. Compuesto por moléculas de oxígeno y carbono pesado, el copo de nieve pretendía deshabilitar los nanos rivales convirtiendo la plaga en grupos no funcionales. Cada conjunto se recombinaría alrededor del original y se desharía de más de los cúmulos artificiales, lo que atraería más plaga y se repetiría todo de nuevo. El creador, LaSalle, llamó al proceso «nevada», pero jamás fue capaz de limitarlo o regularlo siquiera.

El Copo de Nieve destrozaba todas las estructuras orgánicas. Una simple voluta del mismo liquidaría a todos los seres vivos de cientos de metros a la redonda: personas, insectos, plantas, incluso los microbios y las bacterias. Por suerte, la reacción en cadena se rompería en un instante. Los Copos de Nieve tendían a tomar unos de otros así como de masa externa, con lo que quedaban recubiertos de carbono de su propia fabricación.

Cultivarlo era una tarea extremadamente delicada, y por eso le habían donado a Ruth uno de los pocos trajes de aislamiento de Grand Lake. Un simple error podía matarla, pero el Copo de Nieve no atacaba la goma ni el cristal.

Se vio forzada a empezar desde el principio. El registro de datos incluía notas e información robadas de Leadville, pero los archivos de LaSalle eran inaccesibles. No importaba, su memoria era casi fotográfica y le había ayudado con los primeros modelos de su retoño. De hecho, después de que el consejo presidencial se diera cuenta de su verdadero potencial, el senador Kendricks intentó reclutar a Ruth para el grupo de LaSalle con la amenaza de perder una nueva carrera armamentística contra los chinos. Al mismo tiempo, James Hollister insistió en que los asiáticos iban años por detrás de las investigaciones estadounidenses.

Ruth ya no sabía a quién debía creer. Por sí misma, la nueva tecnología a la que llamaba «fantasma» era prueba suficiente de que otros científicos seguían trabajando en la misma dirección. Había empezado la guerra nanotecnológica, casi desapercibida por el conflicto principal. Ruth tenía miedo de que ya hubieran perdido. Los cientos de personas enfermas de las tiendas médicas, los miles de otros que habían muerto sin diagnóstico en el largo invierno… ¿Cuántas de esas bajas se podrían atribuir a algún efecto aún desconocido del fantasma?

En tres días había pasado menos de tres horas intentando mejorar la vacuna. El resto del tiempo lo había invertido en preparar un genocida. Era tedioso tener que montar el Copo de Nieve a mano sin el equipo adecuado, y fracasó en sus primeros cuatro intentos, debido al desequilibrio por mantener su propósito. Finalmente, consiguió un único Copo de Nieve operativo y lo guardó en una placa de Petri, exponiéndolo con cuidado a un manojo de hierbajos que había dentro de un recipiente de cristal más grande. Hacer que se reprodujera era así de fácil. Los hierbajos se desintegraron y de pronto Ruth tuvo a su disposición trillones de máquinas asesinas, aunque muchos de estos Copos de Nieve estaban muertos o tenían la mitad de potencia. Ruth tuvo que descartar unos doscientos antes de marcharse esquivando todo el desastre que allí había, pero durante aquel tiempo encontró siete Copos de Nieve más que estaban bien. Cada uno de ellos fue aislado en una placa de Petri. Luego expuso también a aquellos siete, para más tarde dividir los ocho cristales en cientos de pequeños viales. Eran bombas de racimo, tenía unos cincuenta preparados.

Se dio cuenta de que el Copo de Nieve también sería efectivo para detener los incendios masivos del oeste. Si dispersaban los nanos en la línea de frente de las llamas, reducirían el infierno al agotar su combustible. Puede que incluso tuvieran otros usos pacíficos.

De momento, necesitaba el Copo de Nieve para estudiarlo. Deseó poder diseñar algo para proteger a la gente de él, como un nano antinanos, pero aquello era algo demasiado básico. No había nada que Ruth pudiera imaginar, aún no. Con el tiempo, diseñaría un supernano capaz de proteger a una persona de cualquier cosa, incluso de una bala. Sería una forma de inmortalidad, un sistema inmunológico potenciado capaz de mantener la buena salud.

Y lo más importante para Ruth sería la increíble tecnología que salvaría a Cam, usando las huellas de su ADN para restaurar su cuerpo y sanar completamente sus heridas.

Lo encontró donde el soldado le había dicho, caminando por el ancho valle donde una vez se había alzado la ciudad. Huellas y marcas de neumáticos se apelotonaban a cientos en las laderas. El lodo caía sobre la tierra estéril. Los vehículos se amontonaban por todas partes, coches y camiones que se habían inundado o quedado sin combustible durante la primera primavera de la subida. Ahora eran carcasas vacías. Les habían arrancado todo: asientos, cinturones, capós, puertas, parachoques… La necesidad de materiales de construcción había sido importante. Más lejos, lo único que quedaba de la ciudad eran las esquinas y las líneas de sus cimientos y calles, un pequeño laberinto de plazas colocado contra la irregular orilla del lago. Todavía quedaban muchos estructuras de cemento, así como los recintos de sus tres gasolineras, pero todo lo que fuera madera, ladrillo o metal había desaparecido.

Ruth se sintió desamparada. Estaba preocupada por las decisiones que había tomado. Por un momento, tuvo la oportunidad de irse con Cam, pero prefirió quedarse con el trabajo. Era la misma decisión que siempre había tomado, incluso cuando una escasa hora juntos la hubiera dejado descansada y más concentrada.

No quería morir sola.

El sol había caído de su elevada posición al mediodía en un cielo borrascoso lleno de estelas de avión. Los helicópteros resonaban en algún lugar al norte, y Ruth se preguntó qué haría si la guerra caía de pronto sobre ellos. «Correr», pensó. «Correr con él sin detenernos».

Había más de una docena de personas con Cam, pero Ruth lo reconoció por su forma de moverse, aunque llevaba el cuerpo cargado de equipo. Se cargó al hombro un saco de red. También llevaba una mochila, y tenía unos guantes de cuero enganchados en el cinturón. El pecho se le aligeró al verlo tan claramente en su elemento…

Cam se reía con una mujer joven. Ruth frunció el ceño. Había estado esperando casi una hora, sosteniendo su piedra en la mano izquierda, presionando su arenosa superficie contra la tierna piel de su palma. Podría haber bajado a buscarle en vez de quedarse allí pensando, pero estaba segura de que él hubiera tomado la misma decisión, ser paciente, no arriesgarse a contraer la infección.

Ruth se metió la piedra en el bolsillo del pantalón y fue a su encuentro, colocando la mano sobre el flequillo cuando el viento sopló contra su chaqueta y su pelo rizado. Necesitaba un peluquero. Cuando le crecía demasiado el pelo, se le erizaba y la hacía parecerse a Jimi Hendrix, algo nada halagador. Aun así, cuidarse el pelo no iba con ella, y lo sabía.

—Cam —lo llamó.

El no reaccionó. Tenía el viento de cara y Cam caminaba en medio del andrajoso grupo, andrajoso pero con buena salud. Sus voces resonaban con la satisfacción del trabajo bien hecho. Cam sólo se dirigió a uno de ellos, Allison Barrett.

—La próxima vez procura dejar sólo la caja —le dijo.

—La muy cabrona no se hubiera acercado a mí, y lo sabes —dijo Allison, y Cam rio otra vez.

La chica tendría unos veinti pocos, pensó Ruth. Tenía la boca grande y unos dientes largos que le recordaban la sonrisa de un animal. Tenía la piel estropeada. La mayor parte estaba quemada por el sol, pero también veía zonas donde la plaga había actuado, sobre todo en su mejilla izquierda. Su cabello rubio estaba decolorado hasta parecer casi blanco por la acción del sol.

Ruth sólo la conocía porque Allison era una de los alcaldes elegidos en los campos de refugiados. Tras su segundo encuentro con el gobernador Shaug, Allison y otras tres personas interceptaron a su escolta gritando como furias, exigiendo información. Shaug no los destituyó, sino que les presentó a Ruth y se paró a contestar sus preguntas. Los refugiados sólo tenían cierto peso en razón de su número, y Ruth sospechaba que los «alcaldes» habían sido un factor importante para que Grand Lake aguantase hasta el momento. Por ejemplo, el proyecto de captura y liberación de animales había sido una genialidad. Mostraba la capacidad de mirar hacia delante en vez de dejar que los problemas los cegaran.

Allison era fuerte e inteligente, igual que Cam. «Como las ratas», pensó Ruth, pero aquello era una falta de respeto. Se obligó a sonreír según se le acercaba el grupo de trabajo, con Allison y Cam en el centro. No había dejado de mirarse. Fue Allison quien se dio cuenta primero de su presencia.

—Hola —dijo Ruth.

Cam vaciló. Su lenguaje corporal hacia Allison era calmado y abierto, pero sus ojos se abrieron contrariados. Era un cambio complejo, y Ruth no perdió detalle de ninguno de sus gestos.

—Ruth, ¿qué haces aquí? —dijo él.

—Te necesito un momento.

—Está bien —dejó en el suelo las trampas y los guantes. Que no la hubiera reprendido por ir allí la hizo sentir mejor. Todavía podían confiar el uno en el otro, sin importar por qué.

Ruth lo cogió del brazo y lo llevó a un lado, mirando a Allison para asegurarse de que no los seguía. Qué estupidez. Si ella y Cam se hubieran tocado, si se hubieran acostado, Ruth tendría que hacerle un análisis a Allison para comprobar si tenía el fantasma, pero su instinto le decía que tenía que proteger a Cam, y eso significaba mantener en secreto el tema del contagio cuanto más tiempo mejor.

Le soltó la manga. Estar cerca de él le evocaba más sentimientos de los que estaba preparada para afrontar en aquel momento, y se alegró de que soplara el viento.

«Estoy celosa», descubrió, demasiado tarde.

Ruth había estado usando muestras de su sangre y de la de él porque eran los portadores originales de la vacuna. Ahora ya se había extendido, pero seguía siendo un buen tema de conversación y una buena excusa para verle.

—Tienes un problema en el trabajo, ¿no? —dijo Cam, mirándola. Su intuición había dado en el clavo, y Ruth se asustó de repente al pensar en qué más podría ver en ella.

—¿Dónde has estado? —preguntó, seria e irritada.

—Hemos llevado algunas ratas a la ciudad —respondió él—. Todavía es posible que…

—¿Dónde has estado, Cam? —Ruth se apretó la muñeca para asegurarse de que atraía su atención, buscando sus ojos marrones. El le devolvió la mirada, un poco asustado—. ¿Fuiste a algún lado en el laboratorio de Sacramento? ¿Abriste algo? —le preguntó.

—¿De qué estás hablando?

—Tienes algo dentro, un nuevo tipo de nano. Puede que sea un arma. Hay algo más aparte de la vacuna y no sé qué es.

—Que yo… Dios mío. —Cam se apartó de ella, tambaleándose. Ruth se movió hacia él, pero éste interpuso los brazos entre ambos, mirándose las manos como si pudiera ver las máquinas subatómicas.

—Sabes que haré todo lo que pueda —dijo Ruth compartiendo su miedo. Era extraño. Sintió una intimidad en el momento muy bienvenida. A un nivel básico, había aprendido a asociar a Cam con la tensión y el dolor, y ahora estaban unidos otra vez por aquellos sentimientos.

Sintió dolor por él y le miró a la cara. Era consciente de que sus amigos estaban detrás, y sintió alivio al escuchar las voces y el sonido de sus botas. Estar lejos de ellos sólo aumentaba la sensación de reunirse con Cam.

—¿Qué recuerdas de Sacramento? —le preguntó.

—No creo que fuera a ningún sitio donde no fuéramos todos —respondió. Luego, con más convicción, afirmó—: No fui, te lo juro.

Ruth habló con un tono tranquilo.

—Ya veremos qué pasa —le dijo.

Allison les importunó. Pasó al lado de Ruth, caminando como un gato. La chica iba agazapada, pero mantenía los hombros altos, con las manos preparadas para agarrar o dar un puñetazo. Era una postura que debía de haber aprendido en los campos de refugiados, pensó Ruth, y que la hacía más ligera y capaz.

—¿Qué pasa aquí? —dijo Allison. Su voz era desafiante, y Ruth cayó en la provocación sin pensarlo.

—También necesito una muestra de tu sangre —le dijo intentando asustarla.

Allison se limitó a sonreír maliciosamente.

—¿Has venido por eso? —le preguntó. Entonces cogió la mano de Cam y apoyó su suéter de manchas azules contra la chaqueta militar de él.

—Hay un nuevo tipo de nano —dijo Cam, explicándoselo a Allison.

Las dos mujeres no dejaron de mirarse. Ruth intentó no mostrar derrota ni respeto en su cara. Allison se mostraba valiente y descarada.

De hecho, la chica le recordó a ella misma en sus mejores días, pero ahora ya no tenía esa confianza. Allison estaba impaciente por encontrar una oportunidad para atacarla. Ruth no quería nada. De otro modo, no habría perdido la oportunidad antes de que Cam y Allison empezaran a hablar.

Viéndole con la chica le quedó bastante claro. Incluso con su aspecto endurecido, ahora ya no sufría falta de atención por quién era y por lo que había hecho. Ser aceptado era justamente lo que echaba de menos.

«Y te lo mereces», pensó Ruth.

Aun así, se quedó hundida. Cam debía de haber agotado su paciencia con ella durante su largo viaje. Aquélla era la primera vez que supo que se estaba alejando de lo que en realidad deseaba. De algún modo, Ruth supuso que estaba intentando castigarla. Ahora lo veía claro. Su decisión de juntarse con Allison era autodestructiva, porque complicaba su relación con la mujer a la que quería de verdad. Ruth sabía que él la amaba. Encontrar a alguien más, aprovechar aquella oportunidad, era un intento de rechazar a Ruth antes de que ella tuviera la posibilidad de negarse. Pero ella también lo amaba. ¿Es que no se daba cuenta?

No dudó de que la atracción que Allison sentía por él fuera verdadera, pero sospechaba de las razones que tenía. Ella siempre buscaría la forma de fortalecer su facción en Grand Lake, y Cam era una celebridad y un superviviente veterano. Aquél era el motivo por el que se había prendado de él.

—Será mejor que vengáis conmigo —dijo Ruth, mirando detrás de Allison para incluir a los demás miembros del grupo—. Chicos, necesito sacaros muestras de sangre antes de que vayáis a ningún lado.

Le dio la espalda a Cam, aún aturdido. Ruth sabía lo que tenía que hacer. Un descubrimiento tan importante como el fantasma no se podía dejar para más tarde, así que se encerró cuarenta y ocho horas en el laboratorio haciendo apenas un par de comidas y alguna que otra siesta.

¿Habrían construido los chinos el fantasma? Sabía que en Leadville los informes de inteligencia consideraban el programa de investigación de China como el de más alto nivel después del de la propia Leadville. El Año de la Plaga había creado mucha confusión, y un pequeño laboratorio de nano —tecnología se podía esconder fácilmente. Pero al mismo tiempo, el mundo había quedado reducido a un puñado de islas. Había menos lugares para vigilar. Su lista de competidores era muy corta: China, Brasil, India, Canadá… Había un equipo japonés que se había desplazado al Monte McKinley, en Alaska, y otro grupo británico que estaba en los Alpes. Todos excepto los chinos se habían proclamado amigos. A pesar de todo, Ruth no pensaba que ninguno de ellos, excepto los chinos, fueran capaces de desarrollar algo como el fantasma, así que debían de ser quienes les amenazaban.

Se había equivocado en sus cálculos iniciales. El fantasma era un quince por ciento más pequeño que la vacuna, pero más avanzado. Era una construcción de alto nivel, y en su complejidad, Ruth había sido capaz de discernir los cambios más sutiles. Generaciones. Unas pocas muestras de McCown y sus ayudantes parecían indicar que se había esparcido en pequeñas concentraciones por la población local. A un modelo antiguo le sucedía otro, y posiblemente hubiera más. Allison se lo habría pasado a Cam, y Ruth seguía temiendo que el fantasma sólo estuviera esperando a llegar a una concentración crítica antes de aniquilar Grand Lake.

¿Habría infectado a toda la división continental? Shaug le permitió enviar señales de radio a los laboratorios de Canadá, y la respuesta fue negativa. Entonces, ¿de dónde venía aquella tecnología?

Ruth también tenía el fantasma. Apareció en su sangre al cuarto día, sólo un poco después de la infección de Cam, lo que concordaba con su hipótesis. El recuento en la muestra de Newcombe también era bajo. No eran ellos quienes lo habían llevado a Grand Lake, era Grand Lake la que los había infectado a ellos.

Después de aquello, cambió de táctica. Ruth pidió muestras de sangre e información básica a un millar de soldados y refugiados, empezando un programa de choque para rastrear los orígenes del fantasma. Durante dos días más, se dedicó a computarizar los datos con la ayuda del grupo de McCown y decenas de miembros de la plantilla médica. Estaba luchando contra su propia gente. Shaug y los líderes militares la presionaron para crear armas nuevas y mejores, pero ella rechazó el trabajo. Ésa no era la prioridad.

Deborah Reece se convirtió en una aliada crucial y se ofreció voluntaria para supervisar el trabajo de la sangre. La propia Ruth interrumpió la monitorización de la producción del Copo de Nieve, pero delegó el trabajo en McCown.

La zona de guerra estaba llegando rápidamente a su punto álgido. La flota naval china había llegado a San Diego y a Los Ángeles, y había dispersado a decenas de miles de soldados, unidades armadas y aviones, que operaban en un nuevo frente contra los Estados Unidos. Mientras tanto, los rusos continuaban presionando desde Nevada, y los invasores estaban ganando la batalla por la supremacía aérea. Las Fuerzas Aéreas rusas estaban llenas de reliquias y aparatos en mal estado, y los chinos tenían problemas similares, pero incluso a media potencia consiguieron dominar los Estados Unidos, sobre todo mientras los norteamericanos seguían luchando por llevar aviones operativos a posiciones clave.

Cada bando intentaba proteger sus aviones y reservas de combustible incluso si eso significaba enviar cazas a territorio enemigo. Ambas partes se batían para hacerse con los aeropuertos y las antiguas bases estadounidenses, destruyendo algunas de ellas y protegiendo otras, un juego de ajedrez con negociaciones que a veces funcionaban y otras no. Las fuerzas americanocanadienses amenazaron con llevar a cabo ataques nucleares a gran escala contra China y Rusia si los invasores no se retiraban inmediatamente de la costa, pero los chinos juraron que les pagarían con la misma moneda, aplastando la división continental al primer indicio de ataque americano.

Debería ser algo insignificante, pero Ruth tuvo que enfrentarse a Allison todas las mañanas mientras ésta y Cam ayudaban a entregar muestras y datos geográficos de cientos de refugiados. Ruth no podía evitar pensar que Allison y Cam hacían buena pareja, ambos marcados por la guerra, pero aún jóvenes y fuertes, inteligentes y dedicados.

Al final, Ruth fue a hablar primero con Allison tras tomar una decisión.

La encontró justo después de la puesta de sol. Cam y Allison estaban dentro de una gran tienda colocando una docena de bancos, una pizarra y cuatro escritorios para registrar a los refugiados que habían acudido a cambio de una barrita de cereales o una prenda de ropa nueva. Fuera ya había una muchedumbre considerable haciendo cola.

Cam estaba mirando un sujetapapeles junto con un médico del ejército. Ruth los pasó de largo. Se sentía mal por la tensión y la falta de sueño, y Allison sonrió al verla. No era un gesto de maldad, la chica sabía que había ganado, y Ruth pensó que sólo quería parecer simpática. Era posible que hubiera un mínimo ademán de burla o lástima en la forma que trataba a Ruth por ser mayor, demasiado mayor para Cam. —Hola— dijo Allison.

—Mejor salgamos fuera —dijo Ruth abruptamente. Le molestaba que alguien pudiese estar tan alegre, y obtuvo satisfacción en quitarle la sonrisa de la boca a su competidora.

—Mierda —dijo la chica—. Cam ya nos dijo que podía ser un arma…

—No, no es eso. Aún no lo sé —dijo Ruth, meneando la cabeza en señal negativa.

No tenía derecho a culpar a Allison, pero tenía sus sospechas sobre quién había diseñado el fantasma. Reconoció el trabajo. Cada mecánico tiene su propio estilo, igual que los pintores, los escritores y los músicos. El fantasma no era chino, sino americano. La nueva tecnología pertenecía a Gary LaSalle, y Ruth dijo:

—Creo que viene de Leadville. La gente de allí debió de acorralar a nuestros amigos antes de que consiguieran llegar a las sierras y así fue como consiguieron la vacuna, lo que significa que pudieron trabajar en un derivado durante al menos una semana antes de que les cayera la bomba encima.

—Perdona —interrumpió Allison—. ¿Quién tiene la vacuna?

Ruth se dio cuenta de que no se estaba explicando. Cam lo habría entendido, pero Allison no había estado allí.

—Necesito tu ayuda —le dijo.

—Tú mandas —asintió Allison, mirándola fijamente a los ojos. La chica se había dado cuenta al fin del cansancio de Ruth.

—Había dos personas más con nosotros que consiguieron salir de Sacramento —dijo Ruth—, un soldado y otro científico como yo. Ellos tenían la vacuna, pero los cogieron los de Leadville. De eso hace ya dos semanas, y Leadville debió de empezar a hacer pruebas y nuevas versiones basadas en esa tecnología.

Había cuatro cepas diferentes del fantasma. Ruth había conseguido descifrar gran parte del enigma sin conseguir averiguar cuál se suponía que era el objetivo de los nanos. Al mismo tiempo, había identificado, más o menos, cuatro puntos de infección que se habían mezclado como restos del ejército de Leadville, ya disuelto y migrado, lejos de la zona cero. El jefe había estado probando en secreto nuevos modelos del fantasma en su propia gente. Se la habían dado a las unidades del frente para ver qué podía pasar, pero el fantasma no era una vacuna perfecta, aunque les habría resultado más fácil mejorar el burdo y rápido trabajo que había hecho Ruth en Sacramento.

Los equipos de Leadville nunca habrían dejado la vacuna tal como estaba en aquel momento, sin preocuparse por mejorarla. Ruth lo sabía, existía una vacuna mejor. El equipo y las herramientas de Leadville eran mucho mejores que todo lo que Grand Lake había conseguido comprar o robar. Leadville contaba también con la experiencia de cincuenta de los mejores expertos en nanotecnología. Una vacuna que ofreciera total inmunidad contra la plaga habría sido su primera prioridad, pero tal y como se temía, habían debido de quedársela para ellos mismos. Entonces, empezaron a experimentar con otro nano.

¿Qué podía hacer el fantasma? ¿Podría ella recuperar de algún sitio la vacuna mejorada? Ruth nunca sería capaz de igualar su trabajo ni de emularlo en el suyo aunque pasaran años o décadas, pero debía de haber supervivientes de aquel círculo interno o restos moleculares dispersados por la explosión y absorbidos por los refugiados más cercanos. Estaba segura de que podría encontrar otros restos de su manufactura si buscaba bien.

—Mejor salgamos de aquí —dijo Ruth—. Necesito que me ayudes a convencer a Shaug para que me deje marcharme. Necesito escolta, coches y mi equipo.

—No será fácil, pero puedo hablar con los demás alcaldes.

—Gracias.

Ruth necesitaba seguir el rastro confuso e invisible hacia el sur para ver si podía recuperar el mejor trabajo de LaSalle antes de que se perdiera para siempre. No había nadie más que pudiera apreciar e identificar los nanos.

—¿Crees que Cam… vendrá? —Ruth apartó la mirada de la de Allison y habló hacia el suelo—. Por fin está seguro, y ahora os tiene a ti y a sus amigos.

Allison esperó hasta que Ruth volvió a mirar hacia arriba, y entonces meneó la cabeza y sonrió una vez más. Pero ahora, la sonrisa era triste, y Ruth comprendió que ella también cargaba con su propio rencor. De hecho, Allison se hubiera alegrado de verla marchar.

—Intenta detenerlo —le contestó Allison.