Capítulo veintitrés

Kaitlin caminaba con las manos en los bolsillos de la parka. No podía evitar mirar al bosque cada pocos segundos. La jauría asesina de sanguinarios monstruos resonaba aún en su memoria, si no en sus oídos. Con cada paso que daba en la carretera, esperaba que una gigantesca y gruñente criatura lobuna saliera del bosque y le arrancara los miembros uno a uno. La pasada noche. Arroyo Negro apenas había logrado protegerla el tiempo suficiente para que apareciera el Lobo de Retazos. Meneghwo. Lobo espíritu. Las demás bestias habían parecido escarmentadas por su reprimenda… ¿pero por cuánto tiempo? No parecían seres demasiado razonables. Kaitlin trató de apartar sus pensamientos de las garras y los colmillos y la sangre que le había salpicado el rostro en la oscuridad del sótano, pero había muchos otros pensamientos sombríos en los que solazarse.

Arroyo Negro estaba pensando en marcharse. Eso debería de haber sido un alivio. Debería de haberlo sido pero no lo era. Su renuencia a dejarlo marchar era una cuestión de necesidad, se decía una vez tras otra. Él había atraído la atención de aquellos monstruos hacia ella; si se marchaba, ¿qué impediría que la mataran? Puede que el Lobo de Retazos no apareciera la próxima vez. Ésta era, quería pensar, la razón de su preocupación por su marcha.

Puede que albergara alguna idea fantasiosa sobre unir los dos mundos que no pudiera evitar. Tenía que reencontrar su lugar en el mundo físico, el mundo normal; estaba tratando de hacerlo. Pero el mundo sobrenatural parecía decidido a reclamarla. Si existía alguna posibilidad de que al estar con Arroyo Negro pudiera reconciliar los dos mundos, como una ofrenda a los espíritus…

Pero ésa era una idea tonta. Estúpida.

Desde luego no había nada personal en el hecho de que no quisiera que se marchara. Nada que tuviera que ver con la soledad, con los días y noches pasados con otro exiliado, nada de simpatía, nada de…

Desde luego que no.

Él le había pedido que lo acompañara y ella se había negado de pleno. Había tenido que hacerlo. Antes de que pudiera pensarlo mucho, antes de que empezara a desearlo. Ya había corrido demasiado. Eso era aquel lugar: el punto más lejano que podía alcanzar. Había llegado al extremo de aquella carretera, había dado la vuelta y estaba tratando de regresar. No podía volver a empezar a correr.

Por eso había salido. No le gustaba tener que abandonar de puntillas su propia casa, pero Arroyo Negro tenía que tomar la decisión por sí solo. Había despertado poco después del mediodía, se había arriesgado a echarle un vistazo —seguía durmiendo pero sus sueños no eran tranquilos— y luego se había marchado. Si seguía allí cuando regresara, decidirían entre los dos lo que iban a hacer a partir de entonces. Si se había marchado… bien. En cualquier caso, ella no iba a abandonar su casa.

Le había mostrado lo que quería decir con «corrupción del Wyrm». Ella no entendía, ni siquiera había empezado a entender, lo que había ocurrido la pasada noche. Pero sabía que algo andaba mal y sabía que algo horrible y peligroso estaba saliendo del laboratorio. Quizá Floyd pudiera ayudar. Kaitlin no sabía cómo se lo iba a explicar. No podría mostrarle lo que Arroyo Negro le había mostrado a ella; no podía arrastrar a su jefe al otro mundo. Pero tenía que haber un modo. Puede que Arroyo Negro estuviera dispuesto a cortar con todo y escapar, pero ella no.

Miró hacia atrás. El bosque, con sus árboles denudados y su densa maleza, parecía ominoso y gris. Era como antes, cuando había decidido que nunca podría volver a vivir en una ciudad pues no sabía lo que podía encontrar en cualquier parte, un día cualquiera. Ahora se preguntaba si volvería a sentirse cómoda al aire libre o si los furiosos aullidos seguirían resonando para siempre en sus pensamientos.

Arroyo Negro se agazapó tras el tronco caído. La carretera —y Kaitlin— se encontraban a menos de cincuenta metros de distancia. Iba a regresar a aquel lugar. A pesar de lo que le había mostrado. Reprimió un profundo gruñido en el fondo de la garganta mientras sus garras abrían profundos surcos en la madera muerta.

La muchacha estaba asustada. No dejaba de mirar en todas direcciones. Arroyo Negro no podía superar la desolación que le provocaba su traición. Pues, ¿por qué otra razón iba nadie a regresar allí sabiendo lo que sabía? Se imaginó a sí mismo corriendo tras ella y atacando, destrozando su cuerpo diminuto. El pensamiento lo excitó y lo enfermó al mismo tiempo. Había despertado de su sueño loco de rabia contra el Profanador. El guerrero que había en él quería matar a la chica… pero su cólera estaba templada por las palabras y las acciones de Meneghwo. El lobo espíritu les había dicho que la chica no era su enemiga, la había levantado del suelo. Seguramente no lo hubiera hecho de haber estado ella manchada.

Arroyo Negro no sabía que pensar, salvo que tenía otros asuntos que atender. Tendría que descubrir la verdad sobre Kaitlin más tarde… si es que había un más tarde.

Le lanzó una última mirada y a continuación le dio la espalda y se adentró en el bosque, con rapidez pero no a la carrera. Tras haberse decantado por un curso de acción, no prestaba atención más que a los furiosos latidos de su corazón, no fuera a sentir la tentación de cambiar de idea. Siguió adelante como si llevara anteojeras, escudándose los ojos y la mente, concentrado tan sólo en el futuro más inmediato. Cada paso se convirtió en una obra de completa e inquebrantable concentración. Dejó que el odio que sentía por el Wyrm lo impulsara; ese sentimiento era incuestionable. Olió el hedor que aún imaginaba aferrado a él desde sus sueños. Sólo había lugar para la certeza: odio hacia la corrupción, batalla, vida o muerte. No podía arriesgarse a albergar pensamientos que pudieran hacer que se cuestionara sus actos, que pudieran apartarlo de su camino. Su determinación podía titubear si permitía que su mente se dispersara. No tenía tiempo para la chica, que lo había rechazado y que muy bien podía estar traicionándolo; no le quedaba energía para aquéllos que lo habían condenado y escarnecido durante toda su vida; no le quedaban lágrimas para su madre muerta, para sí mismo o para su suerte.

Él era un protector de Gaia, Ahroun, guerrero por nacimiento. Su esencia entera la consagraba al odio por el Wyrm, por la corrupción. La necesidad de su pueblo era de una magnitud tan superior a él mismo que él se encogía hasta la insignificancia. Hasta aquel momento su vida entera había sido un proceso de pérdida y ya no le quedaba nada más que perder. Salvaría la tierra o perecería en el intento… y no podía salvar la tierra por sí solo.

Daba cada paso como si fuera a ser el último, tomando nota de cada hoja, cada rama, porque si se detenía, el muro que era su resolución podía empezar a agrietarse.

Cruzó la marca que señalaba los límites del Clan del Claro Aullante. En el fondo de su mente, esperaba oír un grito, un ataque. Pero siguió adelante y nadie alzó la voz para impedírselo. Los espíritus guardianes no lo consideraban un enemigo. O puede que, tal como Meneghwo había afirmado y todo cuanto había visto había confirmado, los espíritus hubieran abandonado el túmulo.

Entonces oyó, montado a horcajadas sobre el frío viento de la tarde, el grito del clan. No era el alarido horripilante de una criatura del Wyrm, como en la historia de Canción de Víspera; más bien varias voces unidas como una sola, lamentándose, recordando, honrando. La Endecha por los Caídos atrajo a Arroyo Negro hacia allí. Exiliado o no, era un hijo de aquel túmulo, de aquel clan, de aquel pueblo. Escuchó las voces aullantes y las imágenes de Frederich Noche de Terror que dibujaban, de su vida y sus hazañas pero, aparte las notas específicas de la historia, la endecha hubiera podido igualmente ser por Galia Hija de la Lluvia o por Arroyo Negro. O, pensó, por Evert Nube de Muerte.

Siguiendo el grave y lastimero tono de la endecha, Arroyo Negro se aproximó al círculo del fuego. El calor de las brasas se extendía más allá del claro, aunque el féretro se había consumido ya casi por completo. Seis lobos se sentaban formando un semicírculo, con los hocicos y las voces alzados hacia los cielos. Cada uno de ellos mostraba aún las cicatrices ganadas en la batalla de la pasada noche, igual que el propio Arroyo Negro. En su forma de guerra, era más de tres veces más alto que cualquiera de ellos, pero no estaba allí para reemprender la lucha.

De pie detrás de ellos, unió su aullido a la endecha. No es que le hubiera tenido simpatía a Noche de Terror —Frederich había sido siempre uno de los que más habían despreciado al metis— pero un Ahroun caído al servicio de Gaia merecía honores y alabanzas. Uno tras otro, conforme los demás fueron reparando en la voz del recién llegado que se unía a las suyas, todos guardaron silencio. Claudia Permanece Firme fue la primera en oírlo. Lo miró, adoptó su forma de mujer y se llevó la mano a la empuñadura del klaive. Canción de Víspera y Nube de Muerte fueron los siguientes, y sus aullidos se apagaron hasta quedar reducidos a nada. Finalmente, Astillabedules y Cynthia Oreja Suelta, camaradas de Noche de Terror en la caza, se apartaron de su pesar y repararon en la presencia de Arroyo Negro. Casi al instante, sus canciones trocaron el homenaje por hostilidad y los tonos lastimeros por gruñidos amenazantes. Dejaron de estar a cuatro patas y sus cuerpos se hicieron altos, musculosos, fuertes, mientras sus formas de lobos se cambiaban por las de Crinos.

El aullido de Arroyo Negro fue el último en morir. No poseía una voz especialmente instruida o atractiva pero en su canción de lobo no había nada de sarcasmo o resentimiento. A pesar de sus sentimientos personales hacia Noche de Terror, le prestó un honesto homenaje al Garou caído. Esto pareció contener la cólera de los demás.

—¿Es que no has hecho ya bastante, Chepa? —gruñó Canción de Víspera.

Arroyo Negro ignoró al narrador y miró a Permanece Firme. La Guardiana, al igual que la pasada noche, lo observaba fijamente pero no parecía inclinada a saltar sin provocación previa. Por supuesto, la mera presencia de Arroyo Negro, su misma existencia, podía ser provocación más que suficiente. Astillabedules y Cynthia estaban dispuestos a reiniciar la lucha, a pesar de que aquél se sujetaba el brazo contra el pecho, inservible tras la batalla de la pasada noche pues, como todas las heridas infligidas por los dientes y las garras de los Garou, tardaría en curar.

—He regresado —dijo Arroyo Negro con tanta calma como le fue posible en la lengua de gruñidos de los Garou—, porque esta tierra está amenazada. Hay que limpiar la corrupción del Wyrm. Vais a escucharme.

Se hizo el silencio en el claro. Por muy metis que fuera, la confianza y el aplomo de Arroyo Negro, la fuerza de su porte, los habían impresionado. Recibió sus miradas feroces una tras otra, con un solo pensamiento en la mente: que debía librar una guerra, pero no contra los suyos, sino contra el Wyrm. Era un guerrero de Gaia. La presente necesidad anulaba todas las consideraciones, el pasado era algo que no existía por el momento, estaba olvidado, si no perdonado. Su mirada pareció calmarlos. Astillabedules y Oreja Suelta ya no gruñían, acaso porque recordaban al Ahroun que se les había enfrentado con bravura la pasada noche a pesar de su superioridad. Ladra-a-las-Sombras miraba a los demás con nerviosismo; haría lo que ellos hicieran. Canción de Víspera miraba a Arroyo Negro con suspicacia. Y Evert Nube de Muerte…

El alfa adoptó la forma de lobo hombre y por un instante la resolución de Arroyo Negro flaqueó. Aquél era su padre, el renombrado nacido bajo la luna creciente que durante tantos años había despreciado y rechazado a su vástago metis. Arroyo Negro sintió que menguaba en estatura; su joroba era de repente un peso muerto que lo encadenaba al suelo. Aquél era su padre, a quien había avergonzado. Sintió el impulso de arrojarse al suelo, de rodar y ofrecer el vientre en un gesto de sumisión… pero entonces miró con más atención.

Y vio el anciano cansado en el que se había convertido su padre. Las profundas arrugas de Nube de Muerte habían sido en el pasado una señal de sabiduría; ahora parecían tiras de piel colgando de una estructura marchita. Sus ojos, hasta entonces sendas esmeraldas penetrantes, eran ahora pálidos y acuosos. El pesar había devorado a este orgulloso Garou. Puede que el desprecio y el resentimiento le hubiesen pasado también factura, al igual que habían hecho con Arroyo Negro durante tantos años. Miró a su triste y debilitado padre y vio en él los peores aspectos de sí mismo: orgullo, negación.

—El arroyo está siendo corrompido —dijo Arroyo Negro—. La mancha del Wyrm está avanzando hacia el túmulo. Y sea por eso o por cualquier otra razón, Búho y Serpiente de Agua se han marchado. Les hemos fallado.

Nube de Muerte se encogió. Volvió la cara para no ver a su acusador. Arroyo Negro estaba asombrado. Nunca había visto semejante… semejante debilidad en su padre. Aquél no podía ser el renombrado alfa, el nacido bajo la luna creciente que había fundado el clan. Arroyo Negro no pudo evitar un acceso de satisfacción al ver al hombre que durante tantos años lo había despreciado y había abusado de él, reducido de aquella manera. Pero también vio la enfermedad de Nube de Muerte reflejada en la enfermedad de la tierra: el túmulo privado de sus espíritus guardianes, el arroyo cada vez más corrompido por las funestas excrecencias del Wyrm. Nada de eso hubiera ocurrido si Nube de Muerte no hubiera sido…

—Negligente —dijo en voz alta—. Has sido negligente con tus deberes, viejo. Los espíritus lo saben. Te han dado la espalda. Cuando Galia murió, no quedó nadie que fuera digno de ellos.

Nube de Muerte volvió a encogerse. Los demás Garou, que no estaban acostumbrados a ver cómo recibía el alfa palabras tan duras, miraban asombrados, enfurecidos. Astillabedules, ardiendo de cólera, se adelantó, pero Claudia Permanece Firme lo detuvo con un leve movimiento de la mano. La Guardiana no dio a Arroyo Negro ninguna otra señal de apoyo. Puede que pensara que era el derecho de Nube de Muerte, su deber, solucionar la cuestión.

—Se está burlando de ti, Evert —dijo Canción de Víspera con los dientes apretados—. Esta abominación, este enano metis que sólo vive gracias a tu caridad, se está burlando de ti.

Nube de Muerte no respondió. A decir verdad, parecía incapaz de responder y los demás Garou lo miraron con creciente confusión. Todos excepto Canción de Víspera, cuya cólera iba en aumento a cada momento que pasaba.

—Es un exiliado, Evert —dijo el narrador—. Danos la orden y lo destruiremos —Astillabedules respondió con un gruñido sordo de aprobación.

—¿Es que has olvidado las palabras del Lobo de Retazos? —preguntó Arroyo Negro—. Los Garou no matan a los Garou. La huella del Wyrm está en esta tierra. Ése es nuestro enemigo.

—¡Da la orden! —instó Canción de Víspera a Nube de Muerte.

—¿Es que has olvidado también —preguntó Arroyo Negro con creciente confianza mientras los demás titubeaban— quién te hizo esas heridas, Canción de Víspera? Volveré a hacerlo si me obligas.

Canción de Víspera ignoró el desafío. Se volvió hacia Nube de Muerte.

—Éste es el que mató a Galia —dijo—. Su deformidad la enfermó, la pudrió por dentro hasta que murió.

La mención de Galia Hija de la Lluvia provocó un cambio notable en Nube de Muerte. Su rostro se volvió hacia Arroyo Negro por vez primera. Había fuego en los ojos del alfa.

—Él la mató —dijo Canción de Víspera para alimentar ese fuego—. Tan seguro como está aquí ahora, la mató. Aún seguiría con vida si no fuera por él.

Arroyo Negro había oído aquellas acusaciones muchas veces. Había sido acusado de tantas cosas a lo largo de los años que estaba acostumbrado a creer lo que los demás decían de él. Era el maldito de Galia. Era el mal que afligía la tierra. Su confianza, su determinación empezaron a flaquear. Delante de él, Nube de Muerte no parecía de repente tan viejo como él había pensado, ni tan cansado ni tan débil.

—Él mató a Galia —repitió Canción de Víspera— y está aliado con los que mataron a Frederich, humanos que pueden vernos y nos odian. Si Chepa huele el hedor del Wyrm es por lo próximo que está a él, corrompido desde el mismo día en que nació.

—¿Es que no te había exiliado? —demandó Nube de Muerte, muy erguido ahora, con los dos puños a los costados—. ¿Es que he sido demasiado misericordioso?

Agazapado detrás de su determinación cada vez más consumida. Arroyo Negro sintió el impulso de salir corriendo. Se enfrentaba a su propio padre, un gigante entre los Garou, que había expulsado al Wyrm y había hecho de aquella tierra un lugar seguro. Sólo que el Wyrm no había sido expulsado, se dijo Arroyo Negro. Aquél era el problema, pero nadie quería verlo. Estaba rodeado por seres hostiles, aquéllos que lo habían conocido desde niño y no lo veían como un guerrero de Gaia sino como a su maldito. Nada de lo que Meneghwo dijera podría cambiar eso.

Gradualmente, con burlona lentitud, Evert Nube de Muerte abandonó la forma de hombre y adoptó su gran forma Crinos, veteada de blanco. Arroyo Negro era más grande pero volvió a sentirse como un cachorro, un niño desobediente que ha enfurecido a sus mayores.

—No hay corrupción —gruñó Nube de Muerte—. No hay más corrupción que tú.

Arroyo Negro no había retrocedido un paso pero ahora se encontraba al borde del pánico. Al asomarse a la ardiente mirada de su padre, no vio furia en sus ojos verdes: sólo un odio violento, ávido de sangre. «La furia y el odio no son una misma cosa —le había dicho Búho—. Debes servirte de la primera sin sucumbir al segundo». Sacó fuerzas de la sabiduría del espíritu. A lo largo de su vida, jamás había vivido de acuerdo a estas palabras. Pero tampoco lo habían hecho los demás. Ni tampoco Nube de Muerte. El alfa había odiado al metis desde que Arroyo Negro tenía uso de memoria. Puede que la manera en que lo había tratado estuviera justificada, puede que no. Pero aquella noche Arroyo Negro estaba allí para luchar por el futuro, no para volver a librar las batallas perdidas del pasado.

—He venido —dijo— para que los Garou puedan limpiar esta tierra de una infección que tú ni siquiera admitirás que existe. Ya no eres digno de liderar al Clan del Claro Aullante, Evert Nube de Muerte. Te desafío.

—No habrá ningún desafío, abominación —gruñó Nube de Muerte—. He sido misericordioso contigo una vez —alzó un puño hacia los cielos y gritó a sus seguidores—. ¡Matadlo! Libradnos de su pestilencia.

Arroyo Negro se preparó para recibir ataques desde todas direcciones… pero no se produjo ninguno. Claudia Permanece Firme sujetaba del brazo a Astillabedules, quien estaba preparado para avanzar. Cynthia Oreja Suelta y Ladra-a-las-Sombras miraban a los otros dos.

Canción de Víspera se adelantó pero se detuvo al ver que nadie lo secundaba.

—Esta noche no habrá ningún lobo espíritu que lo salve —dijo para tratar de alentar a los demás.

—Los Garou no matan a los Garou —dijo Permanece Firme—. Se ha lanzado un desafío. El bien del túmulo demanda que reciba respuesta.

—¡Es un exiliado! —insistió Canción de Víspera.

Permanece Firme no cedió y los demás estaban demasiado aturdidos para actuar contra ella. Nunca hasta entonces se había opuesto al alfa.

A pesar de las maldiciones y exhortaciones de Canción de Víspera, Nube de Muerte, extrañamente, actuó con más calma. Al ver que el ataque no se producía y que la Guardiana había considerado válido el desafío de Arroyo Negro, bajó el puño.

—¡Mátalo! —le gritó Canción de Víspera—. ¡Si no fuera por él, Galia seguiría con vida!

Pero el espectro de Galia Hija de la Lluvia había perdido su poder y con él se había ido la voluntad de resistir de Nube de Muerte.

Arroyo Negro, alentado por el apoyo de Claudia —a su causa, si no a él— se acercó a su padre.

—Abajo, Evert —Nube de Muerte, privado de su pasión, gruñó y enseñó los dientes a pesar de todo—. Abajo —volvió a decir Arroyo Negro, conteniendo el impulso de arrastrar al Garou de un lado a otro del túmulo. Aquél no era el propósito de su desafío—. Cede y podremos combatir juntos al Wyrm… padre.

Era la primera vez que Arroyo Negro le llamaba eso en su presencia. Por un momento se contemplaron el uno al otro, con las miradas trabadas. Entonces Nube de Muerte le escupió en el ojo a Arroyo Negro y le dio un zarpazo en el rostro.

Arroyo Negro retrocedió tambaleándose. Se llevó una mano a la mejilla y durante varios segundos miró la sangre derramada por su propio progenitor. El odio y el triunfo contraían el rostro de Nube de Muerte.

—Márchate —dijo éste— o no habrá más misericordia.

Arroyo Negro avanzó de nuevo.

—Tú nunca me has mostrado misericordia —dijo. Quería decir más, había mucho más que decir, muchas cosas que nunca podría decir, pero su desafío no era cosa del pasado sino del futuro. El futuro a partir de ese momento. Arroyo Negro echó la mano atrás y propinó a su padre un solo y poderoso golpe.

Nube de Muerte salió despedido hacia atrás por la fuerza del impacto, con el pecho y el rostro abiertos y sangrando. Fue a caer cerca del arroyo. Durante un momento trató de levantarse, pero la voluntad le falló. Abatido por su propia necedad, la indignidad y la vergüenza fueron más de lo que pudo soportar. Se quedó tirado en el barro.

Los demás miraron en silencio a Arroyo Negro. Éste les devolvió sus miradas, lentamente, una tras otra. Se volvió hacia Nube de Muerte y dijo:

—Puedes quedarte si es para combatir al Wyrm a mi lado. Si no, vete de aquí —volvió a mirar a los demás Garou—. Y lo mismo os digo a todos. Aceptad mi liderazgo o marchaos.

Claudia Permanece Firme dio un paso hacia él. En forma de mujer, se inclinó.

—He servido como Guardiana durante… demasiado tiempo como para acordarme. Me volví complaciente, como todos nosotros, y no vi el mal que debió de ser claro. Le he fallado a mi clan y a los espíritus. Le he fallado a los Garou. Le he fallado a Gaia. Así que renuncio para que puedas nombrar a un Guardián de tu elección.

—No podría elegir a uno mejor que tú —dijo Arroyo Negro sin vacilar—. Todos hemos cometido errores pero desde esta noche seremos incansables. Volveremos a ser dignos de las atenciones y la amistad de los espíritus.

Como desafío al Wyrm, Arroyo Negro elevó su aullido a Hermana Luna, quien aún estaba en lo alto del cielo nocturno. Uno por uno, los demás se le unieron: Claudia Permanece Firme y Ladra-a-las-Sombras y luego Astillabedules y Cynthia Oreja Suelta.

Mientras sus voces se entretejían, uno solo entre todos ellos, Canción de Víspera ayudó a Nube de Muerte a ponerse en pie y los dos juntos se alejaron tambaleándose hacia el frío.