No habría canciones sobre las hazañas de aquella mañana. Canción de Víspera estaba seguro de ello.
Poca gloria había en el asesinato de estúpidas e impotentes bestias.
Sin embargo, una incursión de caza contra unos bóvidos domesticados y carentes de espíritu era preferible a quedarse de brazos cruzados en el túmulo. Ahora que Galia había muerto y Balthazar se había ido con ella, Evert Nube de Muerte se había sumido aún más en su introspectivo malestar. Si la jauría de caza estaba fuera, Canción de Víspera se quedaba a solas con Ladra-a-las-Sombras y sólo era capaz de soportar al pequeño necio durante períodos de tiempo limitados. Y no es que la jauría fuera precisamente un dechado de cualidades intelectuales.
—Sin humanos no hay Wyrm —le había dicho Astillabedules para invitarlo a su pequeña excursión. Sin humanos no hay Wyrm. El mantra de los Garras Rojas era de cuestionable veracidad, en el mejor de los casos. Era cierto que la ruina del Wyrm solía seguir el curso de la migración humana, al igual que el reptar de la Tejedora, anatema para los espíritus. Hacía tiempo que Canción de Víspera y Evert habían discutido las relaciones causales entre ambos fenómenos: ¿eran los humanos los agentes de esta corrupción o sus víctimas? Como con la cuestión de la gallina y el huevo, nunca habían podido llegar a una conclusión satisfactoria, pero sus reflexiones filosóficas y cosmológicas habían servido para unir al clan. En ocasiones Galia se había sumado a los debates y, como era común en todos los miembros de su tribu, había demostrado un entendimiento y una reverencia innatas hacia todas las cosas espirituales. Bajo la dirección de Evert y ella, dos Theurge de gran renombre, el Clan del Claro Aullante hubiera debido de conocer un futuro próspero.
Pero en algún momento a lo largo del camino se habían descarriado. Los lazos de parentesco y camaradería que los habían unido se habían deshilachado. Canción de Víspera culpaba de ello a Chepa, el cachorro metis que era una ofensa a Gaia. Hubiera sido mejor que lo ahogaran nada más nacer. Pero Galia no lo hubiera permitido y la maldición del metis, como una insidiosa enfermedad, se había aposentado entre ellos.
«Todo esta muriéndose». Eso era lo que había dicho Chepa.
—Bah —murmuró Canción de Víspera para sus adentros. ¿Qué podía saber ese necio borracho? Puede que no fuese la mejor época que el clan hubiera vivido pero en cuanto Nube de Muerte se recobrase de su pena y recuperase su fuerza, todo cambiaría para mejor. A lo largo de los años. Evert había demostrado su sabiduría y visión de futuro. Generalmente exhortaba a los miembros del clan a mantenerse alejados de las zonas pobladas por los humanos. De esa manera se evitaban muchos altercados y los Garou protegían el túmulo evitando llamar la atención. La proscripción no era absoluta: Canción de Víspera tenía su bar y Frederich sus asaltos contra granjas aisladas; Chepa iba al pueblo en ocasiones.
Pero espera, se dijo Canción de Víspera. Chepa ya no formaba parte de la ecuación. Exiliado. Desterrado. Probablemente, ahora que se había marchado cambiara la suerte del clan.
Desde hacía algún tiempo, los miembros del clan sólo se reunían en raras ocasiones; más que disfrutar de su compañía, se toleraban los unos a los otros. Ningún Garou nuevo llegaba al clan y ni lupus ni homínidos tenían descendencia. Era como si el mal del metis hubiera envenenado la fuente y Gaia no quisiera entregar más de sus guerreros a este mundo. Luego habían empezado a marcharse hermanos del claro o, como Primera Garra o Kelly Pies Livianos, se habían adentrado en las profundidades de la Umbra para no regresar. Sí, todo estarían mejor sin Chepa.
Aunque era demasiado tarde para Galia Hija de la Lluvia, enferma durante tanto tiempo y ahora muerta desde hacía tres días. Las suyas habían sido una gracia y una belleza sin igual. La idea de que podría seguir entre ellos de no haber sido por el alumbramiento del malformado Chepa lo atormentaba sin descanso. Canción de Víspera no estaba seguro de cómo había podido ocurrir pero no le cabía duda de que la presencia de Chepa en su vientre había provocado una infección, de espíritu si no de cuerpo, que la había ido consumiendo con lentitud sin que nadie se diera cuenta hasta que fue demasiado tarde. Ojalá pudieran sentarse todos y hablar como en los viejos tiempos. A Evert le haría mucho bien; a todos ellos se lo haría.
En cambio, lo único que le quedaba era «Sin humanos no hay Wyrm» como cénit de la excelencia intelectual. Lo sorprendía un poco que Astillabedules le hubiera pedido que los acompañara en el ataque. Puede que sintiera la ausencia de Galia tan profundamente como Evert, o como él mismo. Acaso fuera posible, remotamente, que el fallecimiento de Galia produjera algún bien. ¿No honraría su vida el hecho de que a través de su muerte los supervivientes se unieran más? ¿Era ésa la chispa que había de encontrarse entre la oscuridad?
Como llevaba haciendo desde hacía tres días, Canción de Víspera revolvió sus recuerdos y recitó para sus adentros historias, canciones, leyendas, de pérdida y congoja. Los Garou eran una raza proclive a la desesperación pero para que hubieran podido sobrevivir tanto tiempo, debía de existir entre ellos esperanza en la misma medida.
Encontraba poco consuelo en la reacción de Frederich Noche de Terror al saber que los acompañaría en la incursión. «No te pongas en medio» había gruñido.
Canción de Víspera se había tenido que morder la lengua para no señalar que una excursión para matar vacas en los campos de la granja Davidson no parecía el tipo de misión en la que su presencia pudiera poner en peligro a nadie. Noche de Terror no era de los que recibía el sarcasmo con estoicismo. Ni siquiera eran terneras, sino vacas lecheras, hubiera querido decirle al alfa de la jauría pero por suerte la prudencia había prevalecido.
Eligieron la primera hora de la mañana, cuando las reses estarían sueltas en los campos. Canción de Víspera marchaba tras los demás, moviéndose tan silenciosamente como le era posible. Antes se pudriría en el infierno que darle a Noche de Terror razones para criticarlo. Astillabedules estaba de buen humor porque consideraba la granja una invasión de un territorio que por derecho hubiera debido estar libre de humanos. Cynthia Oreja Suelta estaba feliz porque su mejor amigo, Astillabedules, estaba feliz. Noche de Terror esperaba con impaciencia la matanza, porque en verdad no habría en ello ningún desafío, ninguna cacería, meramente el asesinato de unas cuantas bestias estúpidas.
Años atrás, la granja de Davidson había sido una empresa familiar, un pequeño enclave humano con su granero rojo, su gallinero y su huerta. Ya no. La casa había sido derribada y reemplazada por un remolque dos veces más ancho que tenía aspecto tanto de oficina como de vivienda. El gallinero y la huerta habían desaparecido, así como cualquier pretensión de autosuficiencia. La granja, aunque seguía perteneciendo a la familia Davidson, era ahora una gran explotación dedicada exclusivamente a la cría de vacas lecheras, que se ordeñaban en un edificio metálico que había reemplazado al pintoresco granero. Varios meses atrás, Noche de Terror había irrumpido en la «instalación lechera», donde había destruido varias máquinas y matado algunas cabezas de ganado: todo para atemorizar a los humanos. Algún tiempo después, había vuelto a visitar el lugar con Astillabedules para planificar un asalto a mayor escala. Puede que por esa razón Noche de Terror no hubiera puesto más reparos a la presencia de Canción de Víspera. La destrucción tenía su propia historia, divorciada de la gloria y el honor: puede que la fría mañana sí que les trajera algún cuento, después de todo.
Al salir del bosque, Noche de Terror había guiado a los otros tres Garou por una ladera descendente en dirección al edificio de metal. Las vacas lecheras, cuyas ubres acababan de soltarse de las máquinas ordeñadoras, estaban reunidas obedientemente junto a una puerta de carga, en uno de los lados del edificio; no oyeron, olieron o vieron cómo se les acercaban los atacantes. La muerte cogería desprevenidas a las estúpidas bestias.
El olor del lugar puso enfermo a Canción de Víspera: maquinaria y grasa y demasiado estiércol acumulado en un solo lugar. Al cabo de un instante se sumó el aroma de la sangre que se derramaba sobre el barro mientras Noche de Terror doblaba la esquina del edificio y les abría la garganta a dos de los animales. Al ver la furia del ataque, Canción de Víspera supuso que el macho alfa pretendía matar a las cincuenta o sesenta cabezas de ganado de la explotación. Que se pudrieran los humanos. Quienquiera que tuviera la desgracia de estar operando las máquinas aquella mañana huiría… para ser encontrado en una fría zanja, musitando de manera incomprensible varias horas más tarde.
Astillabedules no estaba lejos de Noche de Terror y Cynthia Oreja Suelta se manchó también las garras de sangre. Las vacas más cercanas empezaron a mugir con aprensión pero los sentidos de los animales domesticados no eran demasiado aguzados y siguieron saliendo del edificio sin saber lo que les esperaba.
A pesar de que sentía un hormigueo en la nariz a causa de la cada vez mayor cantidad de sangre derramada por todo el campo, Canción de Víspera se mantuvo apartado. No odiaba tanto a los humanos como los miembros de la jauría de caza. Lo distraían los pensamientos sobre la fallecida Galia, sobre Balthazar, quien se había marchado en mitad de la noche para llevársela de regreso a su tribu, sobre Chepa, que decía que su tierra estaba muriéndose… Chepa, que tenía la culpa de todo.
Pero la escena que se estaba desarrollando ante sus ojos era muy sugerente. Canción de Víspera sintió que se le hacía la boca agua, que le empezaba a gotear la saliva desde el hocico mientras observaba cómo destripaba Noche de Terror a otra criatura indefensa y engullía sus entrañas con un hambre nacida de la cólera. Entonces se dio cuenta de que puede que no tuviera suficiente con el ganado, puede que destruyera la granja entera si nadie lo impedía. Ésa sí sería una hazaña digna de una historia; eso haría que los humanos de las inmediaciones murmurasen con miedo sobre los bosques durante generaciones. Con un acto así Noche de Terror obtendría gran renombre.
Al cabo de unos pocos minutos, los cazadores habían acabado con puede que una tercera parte del rebaño. El campo estaba cubierto de cadáveres mutilados, y sin embargo, una tras otra, las estúpidas bestias seguían saliendo del edificio, siguiendo cada una de ellas la cola de la hermana que la predecía. Canción de Víspera se descubrió sintiendo respeto por la audacia de Noche de Terror. Nada de acabar con una o dos vacas en los linderos de los pastos. Dentro de poco todas las cabezas de ganado habrían caído… pero los cazadores no iban a seguir con su carnicería sin oposición.
Con un estruendo, otra puerta de carga, la que daba al campo en el que se estaba desarrollando la matanza, se levantó y del interior del edificio salió un hombre. Vestía de manera extraña, no como un hombre, sino con una especie de casco con una placa reflectante que le tapaba la cara y una armadura corporal. Sostenía un arma, una especie de pistola pesada que Canción de Víspera no había visto nunca. Un segundo humano salió a la fría y sanguinolenta mañana y luego un tercero, un cuarto y un quinto. Alzaron sus armas al unísono y dispararon.
Noche de Terror, que era el más próximo, los vio. Apartó la mirada de su festín, con tiras de intestinos desgarrados colgándole del hocico, pero sus ojos, en lugar de arder con el fuego de la furia cazadora, estaban vidriosos y la mirada era distante y vacía. Los disparos de los humanos lo acertaron y lo derribaron. No eran balas normales, de eso se dio cuenta Canción de Víspera enseguida, sino una especie de cargas explosivas que detonaban al impactar y abrían agujeros del tamaño de puños.
Canción de Víspera abandonó al instante el lugar desde el que estaba observando y cargó ladera abajo como habían hecho sus camaradas unos instantes atrás. Astillabedules y Cynthia habían escuchado las detonaciones y eran conscientes del peligro… pero también ellos, al igual que Frederich, reaccionaron con lentitud y torpeza, no como los guerreros avezados que eran.
Noche de Terror, mientras sus terribles heridas se cerraban en cuestión de segundos, volvió a ponerse en pie. Se tambaleó hacia delante y al instante recibió una nueva salva explosiva que lo derribó sobre el barro y el estiércol.
Canción de Víspera cargó con furia. ¿Porqué no estaban huyendo aquellos humanos? ¿Cómo podían resistir y luchar? No había tiempo para contemplaciones. Una furia pura y descontrolada le nubló la vista. Los humanos dispararon otra descarga contra Noche de Terror antes de que pudiera ponerse en pie y a continuación se volvieron y dividieron su fuego entre los otros tres Garou.
Astillabedules y Cynthia atacaron con torpeza. Los humanos los acertaron con sus disparos y los Garou fueron derribados por las explosiones. Canción de Víspera, que aún no estaba tan cerca, hubiera podido dar un rodeo, pero su furia lo impulsó hacia delante a pesar del peligro. Una salva lo acertó en plena rodilla y estalló. Cayó al suelo, lisiado. Pero al cabo de un momento volvía a estar en pie, con la carne, los tendones y el hueso curados y enteros.
Los humanos aprovecharon la pausa en el ataque para volver a concentrar su fuego sobre Noche de Terror. Unos rayos láser señalaban partes de su cuerpo que a continuación estallaban convertidas en cráteres desgarrados. La peste a pelo quemado se unió a la de la sangre y el estiércol. Pero a pesar de todo Noche de Terror logró levantarse de nuevo, justo a tiempo para recibir otra andanada. Sus heridas se curaban sólo para abrirse de nuevo al cabo de un segundo. Su cuerpo era destrozado, se curaba y volvía a ser destrozado.
Cynthia y Astillabedules no eran de mucha ayuda. Era como si le faltaran las fuerzas; recobraron el equilibrio con demasiada lentitud como para poder avanzar. Pero los humanos debían de haber perdido de vista a Canción de Víspera. A galope tendido, rodeó el edificio para llegar desde la dirección opuesta. Los humanos no pudieron concentrar su fuego. Y con un salto que los cogió desprevenidos, cubrió los últimos metros y cayó sobre el más cercano de ellos.
Agarró el arma por el cañón y el humano disparo. La explosión, a tan corta distancia, los derribó a ambos. A pesar de la sangre que manaba de la herida de su estómago, Canción de Víspera se levantó primero. Antes de que nadie pudiera reaccionar, le abrió el pecho en canal a su enemigo, le arrebató el arma y la volvió hacia los demás. Su primer disparo derribó a tres de ellos. Y, a diferencia de los Garou, ellos no volvieron a levantarse.
El humano restante, viendo que las cosas se ponían en su contra, se volvió y corrió. En vano. Canción de Víspera arrojó el arma al suelo con repugnancia y se precipitó tras él. La armadura corporal no le sirvió de mucho. En cuestión de pocos segundos Canción de Víspera le había quitado el casco y le había tapado la boca, que no dejaba de gritar, con sus propios órganos internos.
Con la sangre hirviendo de furia, Canción de Víspera encontró a otro humano, un joven sin armadura, patético, loco de terror, agazapado en una esquina del edificio de metal. El Galliard le arrancó la cabeza de un zarpazo.
Sólo entonces empezó a calmarse. Sólo entonces volvió con Astillabedules y Cynthia, que estaba aturdidos y se mantenían en pie a duras penas. Sólo entonces descubrió el cuerpo inmóvil de Noche de Terror, cubierto de crueles heridas que ya no se estaban cerrando. Se volvió hacia el sol naciente. Después de todo sí que habría una canción por los hechos de aquella mañana, aunque Canción de Víspera nunca la hubiera esperado. Un aullido de pesadumbre. Una Endecha por los Caídos.