Chispas y ascuas danzarinas saltaban hacia el cielo en espasmos de bacanal, insuflado su frenesí por los hierros ardientes y los goterones de grasa que caían a las llamas desde la carne de venado clavada en el espetón. No todos los Garou comían la carne asada. En particular los cazadores preferían alimentarse de carne cruda y sanguinolenta. Astillabedules tenía una pata delantera entre las zarpas y estaba desgarrando un correoso tendón con las poderosas mandíbulas. Cynthia Oreja Suelta mordisqueaba la carne de una costilla que le había arrancado a la carcasa del ciervo. Frederich Noche de Terror destrozaba carne y huesos al mismo tiempo.
Desde las sombras cercanas, más allá de la luz y el calor que repartían las crepitantes llamas, Arroyo Negro estaba entretenido con una tajada llena de cartílago que Permanece Firme había arrojado en su dirección. Trataba de no mirar a los demás; sus rudos juegos y sus danzas y sus aullidos hacían que lo carcomiera por dentro una envidia fría. Pero sus ojos se veían atraídos constantemente hacia sus compañeros de clan, venidos desde diferentes lugares y diferentes tribus hasta allí, aquel lugar de su sangre y de su nacimiento. Y sin embargo él era el descastado y su deformidad, la señal visible de la mancha interior y la unión prohibida que lo había creado.
Miró a Evert Nube de Muerte, sentado en medio del caos festivo pero aún distante, silencioso y meditabundo. El macho alfa mordisqueaba su comida con aire ausente, sin alegría. Arroyo Negro se volvió hacia la cueva pero no pudo ver a Galia, al misterioso Balthazar o siquiera el tenue brillo de la fogata. Observó cómo comían y jugaban los demás a pelearse alrededor del fuego. Vio a Ladra-a-las-Sombras, con una pequeña esfera blanca en la mano, frente al fuego, escudriñando el ojo, acaso tratando de encontrar el espíritu departido del ciervo.
Formaban el clan de Arroyo Negro pero no tenía para ellos más que resentimiento y pesar, el mismo resentimiento que ellos le deparaban.
Entonces, para su sorpresa, Permanece Firme se acercó al borde del grupo, junto al sitio en el que se agazapaba. Traía en la mano una jarra de loza y se la ofreció.
La primera petaca de güisqui, que antes le había arrojado Noche de Terror, había estado vacía. El ánimo de Arroyo Negro se había iluminado por un momento mientras alargaba la mano para cogerla pero entonces, al sentir su peso vacío y oír las carcajadas burlonas de los demás, se había reprendido por haber creído que lo incluirían en sus celebraciones más de lo estrictamente necesario. Así que ahora observaba con desconfianza la jarra que se le ofrecía y a Permanece Firme. Era una mujer dura, pero no cruel como los demás. Sin embargo, Arroyo Negro la estudió en busca de alguna señal de traición o, aún peor, de misericordia.
Mientras trataba de adivinar sus intenciones, Canción de Víspera pasó junto a Permanece Firme y le arrebató la jarra de las manos.
—No hace falta desperdiciar buena bebida en Chepa —dijo con voz animada—. Con todo el tiempo que pasa entre los espíritus, se diría que ha nacido bajo la luna creciente.
Arroyo Negro gruñó y se arrebujó más aún en las sombras. Deja que se burlen, pensó. Pero no dejes que se atrevan a olvidar que eres Ahroun, nacido guerrero.
Canción de Víspera no tuvo tiempo de olvidarlo puesto que casi inmediatamente había sacado a Arroyo Negro de sus pensamientos. El Galliard regresó al centro de la fiesta y mientras levantaba la jarra y tomaba un largo trago, se hizo el silencio entre la concurrencia. El narrador estaba preparado para agasajarlos.
—Escuchad a cualquier roca, al viento que sopla entre las hojas de cualquier árbol, y tendréis una historia que contar —empezó a decir mientras se limpiaba desinteresadamente los dientes con la punta afilada de un cuerno—. Cada aguja de pino que cae al suelo ha venido de alguna parte. Cada bellota pertenece a un roble poderoso que, sin embargo, no fue en su día más que una bellota. Cada ganso ha visto desde más allá de las copas de los árboles lo que sólo las nubes y los espíritus ven. Con que sólo fuéramos capaces de oír todas las historias diferentes y aprender de ellas conoceríamos el presente y veríamos la senda del futuro. Algunos dicen que la propia Gaia es la sabiduría reunida y viviente de todas estas historias y que los Garou deberíamos llamarnos los narradores de Gaia en lugar de los guerreros de Gaia.
Frederich Noche de Terror subrayó esta afirmación con un gruñido ominoso.
Canción de Víspera se encogió de hombros con aire prosaico y arrojó la punta del cuerno al fuego.
—En cuanto a mí… no hago más que contar las historias y dejo las graves cuestiones de la filosofía y la religión a los nacidos bajo la luna creciente. Lo que me lleva a nuestra historia de esta noche…
Su pausa se extendió y envolvió a todos los presentes, aun Arroyo Negro, hasta que pareció que la historia iba a ser el crepitar del fuego y la danza de los rescoldos. En la oscuridad, Búho[3] invitó con su canto al bardo a proceder.
—Hace algunas semanas, Ladra-a-las-Sombras me preguntó de dónde sacó su nombre el Clan del Claro Aullante —dijo Canción de Víspera. Ladra-a-las-Sombras temblaba de alegría, tan complacido estaba de ser mencionado en una historia delante del clan entero—. Ahora bien, para cualquier pregunta, hay siempre una respuesta corta… pero al igual que un solitario guijarro que trata de contener un río, la respuesta corta no puede tocar más que unas pocas gotas de la verdad. Así que, con vuestra indulgencia, me encomendaré a colocar guijarro sobre guijarro sobre guijarro, hasta que igual que el diligente Castor, todos podamos ver cómo se extiende el río furioso delante de nosotros, lo bastante calmado para mostrarnos el camino a la tierra que se extiende más allá.
»Ahora bien, la historia de un lugar es a menudo la historia de un pueblo, como ocurre en este caso. Porque para hacerle justicia a este lugar, debemos empezar en otro, muy lejos, al sur y al este. Un cachorro vivía allí, poco tiempo después de su primer cambio. Sabía lo bastante como para ver que el mundo en el que había crecido, el mundo de los humanos, no era merecedor de tal nombre: ciego a los espíritus, sordo a los lamentos de Gaia. Pero los caminos de los Garou le eran también extraños y nuevos. Así que se retiró de los dos, el mundo viejo y el mundo nuevo. Trepó hasta la cima de una montaña, donde pudo sentarse a la luz de la Madre Gaia y buscar respuestas en las estrellas. Y también se volvió hacia su interior. Allí descubrió una gran luz, pero también oscuridad.
»La luz era su corazón, el resplandor del verdadero Camino que durante tanto tiempo había permanecido oculto para él. La oscuridad eran sus pulmones, la vida enferma que durante tanto tiempo había respirado, no tan central como su corazón pero extendida a su alrededor.
»Allí, en aquella montaña, el cachorro sacó las garras y se arrancó los pulmones para expulsar la oscuridad de su interior. Pero su tránsito a la luz no iba a ser tan sencillo. Cuando sus pulmones cayeron al suelo, supuraron una sangre negra y la sangre tomó cuerpo y forma. Toscas mofas del cachorro se levantaron de la tierra, Danzantes de la Espiral Negra que eran tan perversos y dementes como virtuoso era él. Se le echaron encima y se produjo una gran batalla.
»Desde las primeras estribaciones de la montaña, los Garou que habían criado al cachorro hasta aquel día observaban asombrados. Una densa nube ocultaba la cima de la montaña: no una nube descendida desde los cielos sino una nube de polvo levantado y arremolinado por la batalla entre el cachorro y los Espirales. Algunos deseaban acudir en su ayuda pero una prueba de corazón es siempre un viaje solitario, así que esperaron y observaron.
»Cuando por fin se asentó la nube, la cima de la montaña estaba vacía y los Garou temieron que el cachorro hubiera caído. Pero poco después salió de la vereda boscosa que emergía a la falda de la montaña. En cada mano traía un pellejo negro y cada uno de ellos supuraba odio y veneno y cuando su sustancia tocaba el suelo dejaba en él humeantes agujeros. Hasta que al fin, cuando hubieron soltado hasta la última gota, no quedó nada. El odio y el veneno se habían consumido a sí mismos. Y el cachorro estaba purificado.
»Los Garou que esperaban al pie de la montaña alabaron al cachorro… aunque a decir verdad ya no era ningún cachorro. Si hasta entonces lo habían conocido como Evert, a partir de ahora lo llamaron Evert Nube de Muerte, a causa de la batalla que había librado en lo alto de la montaña y los poderosos enemigos a los que había abatido.
Canción de Víspera hizo una pausa para dar un trago a su jarra. Los ojos de otros Garou se volvieron furtivamente hacia Nube de Muerte, quien por su parte parecía interesado tan sólo en el resplandor de los rescoldos del fuego. Arroyo Negro también estaba mirando al renombrado líder del clan. Los intensos ojos verdes de Nube de Muerte brillaban a la luz del fuego. Parecía tan impasible como la montaña del cuento, sus viejas arrugas labradas por arroyos, sus pétreo semblante implacable, inmóvil, inmisericorde.
—Los Garou deseaban que Nube de Muerte permaneciera con ellos —continuó Canción de Víspera una vez refrescado—. Pero él era joven por entonces y tras haber llegado a la mayoría de edad bajo las estrellas, el afán de viajar lo consumía, ardiendo acaso en el espacio que él mismo se había labrado en el pecho.
»Ah, y qué historias podría contaros sobre sus viajes. Como las aves que Madre Gaia enviará muy pronto de regreso al norte, Nube de Muerte siguió el camino de su corazón, siempre con un ojo dirigido al cielo. Viajó en dirección oeste hasta el lugar en el que el mar y la tierra se encuentran. Viajó al sur, atravesando llanuras y montañas, junglas y ríos, hasta llegar al desierto fin del mundo. Aprendió los caminos de los Garou, buscó los secretos de los espíritus y se enfrentó al Wyrm cada vez que se cruzó en su camino. Muchas y crueles batallas libró e incontables cicatrices en el cuerpo y en el alma testimonian su diligencia.
»Con el tiempo, empero, el afán de viajar, como la flor de la juventud, empezó a marchitarse en su pecho. Del mismo modo que Nube de Muerte había reconocido la oscuridad de su interior, reconoció ahora una vaciedad que rodeaba su corazón y que no le otorgaría descanso. Allí donde habían estado la oscuridad y el afán de viajar, ahora no había nada y la agonía del olvido era mucho más dolorosa que el golpe de cualquier monstruo del Wyrm. Aunque sus vagabundeos no apaciguaban ya su alma, Nube de Muerte siguió viajando pues, ¿de qué otro modo podría encontrar aquello que podía llenar el vacío de su corazón?
»Se volvió hacia las estrellas en busca de consejo pero los presagios del firmamento no respondieron a sus preguntas. Buscó a los espíritus de la sabiduría, pero ya no le revelaban sus secretos. Consultó a los ancianos de las tribus, pero los Garou desconfiaban de todos aquéllos que no compartiesen su misma sangre. Los Colmillos no tenían tiempo para él. Los Señores de las Sombras no hicieron más que tratar de engañarlo. La Carnada no interrumpió sus batallas y las Furias estaban demasiado encolerizadas como para escuchar. Los Moradores del Cristal y los Roehuesos estaban encerrados en sus caparazones. Los Garras Rojas, francos como siempre, le dijeron que renunciara a sus dos piernas y caminara sobre cuatro patas. Los Wendigo expulsaron al Wasichu, los Fianna no escucharon su voz por encima de sus propios cantos… —Canción de Víspera se detuvo con fingida indignación ante el estallido de risas que se extendió entre los presentes—. Y los Hijos… bueno, era primavera y estaban ocupados persiguiendo a sus parejas —se agarró la entrepierna y dio un tirón, para renovado deleite de la muchedumbre.
»No fue hasta el final que llegó a la tierra de los Uktena. ¿Era posible, se preguntó, que aquello que andaba buscando estuviera enterrado? De ser así, los que cavan en la tierra, los que entierran rocas y extraen secretos, lo sabrían. Pero los Uktena atesoraban sus secretos. Echaron de su casa a Nube de Muerte. Ninguno de ellos habló con él… salvo uno. Una joven, aún no tan dura como la tierra compacta, siguió a Nube de Muerte. Era rara entre los suyos, nacida bajo la insólita lluvia del desierto, y la llamaban Galia Hija de la Lluvia.
Los que se encontraban alrededor de la fogata guardaron silencio ante la mención de su nombre. En las sombras, Arroyo Negro sintió el vacío que envolvía su propio corazón; él sabía de qué hablaba Canción de Víspera.
—Ella le dijo a Nube de Muerte que sabía lo que le faltaba: una compañera que llenara su espíritu, un alma gemela que lo completara. Le dijo que lo había visto en un cuenco lleno de lágrimas de espíritu y que su camino era el de ella, y que a partir de entonces caminarían juntos como uno solo. Y así fue.
Arroyo Negro sintió que los ojos se le empapaban de lágrimas. Contuvo un gruñido en el fondo de la garganta; quería abandonar de un salto su lugar de reclusión y abrirle la garganta a Canción de Víspera para que la historia terminara allí; sería mucho mejor para todos que fuera así. Pero Canción de Víspera no lo permitiría.
—A partir de aquel día —prosiguió el Galliard—, los dos fueron como uno solo. Durante muchos años viajaron, jamás el uno sin el otro, y entre los dos desenterraron secretos del mundo espiritual que hubieran permanecido ocultos para uno solo de los dos, pues también Hija de la Lluvia había nacido bajo la luna creciente. Como uno solo persiguieron la sabiduría y como uno solo alimentaron a Gaia, al otro, y a todos los Garou con los que se encontraron. Los cuentos sobre sus viajes son innúmeros pero lo que nos concierne ahora es que con el tiempo, su búsqueda de sabiduría los condujo hasta aquí.
»En aquellos días esta tierra estaba inundada de humanos, humanos que talaban los árboles y se los llevaban lejos, que cavaban en la tierra usando el martillo y los explosivos para abrir la superficie del mundo y poder de ese modo tallar las rocas de acuerdo a su capricho. Los Garou que moraban entonces aquí no estaban ociosos: caían sobre los madereros y volvían sus sierras contra ellos; arrojaban a los mineros a sus agujeros y los cubrían con sus rocas. Pero siempre venían más humanos. Más para ocupar el puesto de los caídos. Más para talar y tallar y picar y destruir.
»Fueron Nube de Muerte e Hija de la Lluvia los que obtuvieron la ayuda de la sabia Búho y fue Búho quien les mostró los caminos del Bosque, maneras de esconder lugares para que los humanos no pudieran encontrarlo. Allí donde les fue posible, los Garou erigieron barreras espirituales en la tierra y en los arroyos. Fue un proceso lento y difícil pero pronto las enseñanzas de Búho empezaron a dar fruto y los humanos empezaron a pasar de largo junto a algunos de los lugares salvajes. Iban a buscar sus minerales en otros lugares; atacaban a los árboles en otros lugares, lugares corrompidos sin protección espiritual. Pero estas tierras conservaron su verdor.
»Así terminó todo, puede que penséis, pero, ah, aún tengo que contestar la pregunta de Ladra-a-las-Sombras: ¿Cómo llegamos a ser conocidos como el Clan del Claro Aullante?
»Bueno, cuando lo peor de la amenaza humana abandonó el lugar, los Garou se dieron cuenta de que había algo más que la cerril marcha de los hombres operando en esta tierra. Privada de la máscara de los madereros y mineros humanos, la corrupción de la tierra se hizo evidente. Llegó la primavera pero los árboles no florecieron. El sol brillaba en el cielo pero la nieve no se fundía. Los ciervos se volvían cada vez más flacos; los osos permanecían en sus cavernas.
»Búho fue el que reveló a los Garou la fuente del mal que aquejaba al bosque: una funesta Perdición enterrada a gran profundidad, nacida y madurada hasta alcanzar una obscena madurez en el interior de una de las minas abandonadas por los humanos. Los Garou se pusieron en pie para enfrentarse a su amenaza y muchos murieron en aquellos lugares pestilentes bajo la tierra.
»Por fin, fue Hija de la Lluvia quien invocó a un espíritu serpiente de sangre Uktena para que ayudara a los Garou en su batalla. Serpiente de Agua llegó reptando, junto con muchos de sus hermanos y hermanas, tantos que era imposible contarlos. Se introdujeron deslizándose en la oscuridad de la Tierra, abrumaron a la Perdición y la arrastraron gritando hasta la luz. No cejaron un solo instante, arrastrándola lejos de su putrefacta guarida, lejos de los lugares que los humanos habían mancillado. Serpiente de Agua y sus hermanos y hermanas arrastraron a la Perdición hasta aquí, hasta este claro y a la orilla del arroyo en el que Hija de la Lluvia había intercedido por los Garou, los espíritus se abatieron sobre la perdición.
»Atacaron de forma tan implacable e inmisericorde que al arrebolarse levantaron un viento que sopló entre los árboles. Sus fauces abrieron terribles heridas en el cuerpo del demonio y su sangre corrompida y humeante se derramó sobre la tierra. Mientras el sol se escondía tras el horizonte y Hermana Luna se alzaba en el cielo, Serpiente de Agua y su progenie trocaron el arroyo por un torrente devastador y entonces éste se alzó, una poderosa serpiente preparada para atacar y limpiar la tierra.
»Sobre el ruido del tumulto, un nuevo sonido se hizo audible: un gemido de cobardía y terror, un alarido creciente y lastimero proferido por la Perdición, que contemplaba su propio fin y conocía el miedo y la desesperación que durante tanto tiempo había sembrado. ¡El sonido creció y creció hasta alcanzar una cima ensordecedora, convertido en un chillido miserable que desgarraba los oídos y entonces, al unísono, el espíritu del torrente y los Garou golpearon al monstruo! —Canción de Víspera arrojó la jarra de güisqui al fuego. El recipiente se partió y el alcohol que aún contenía estalló en geiseres de llama y humo. Los Garou congregados se apartaron del fuego dando un respingo, con las facciones coloreadas de enfado o diversión. Siguieron risas y murmullos, mientras todo el mundo volvía a su sitio.
»Aquella misma noche, mientras el semblante de Luna iluminaba los cielos, Hija de la Lluvia y Nube de Muerte levantaron piedra sobre piedra la capilla a Serpiente del Agua que todos conocemos. Y al igual que Nube de Muerte recibió su nombre por la batalla librada en la cima de la montaña, este clan recibió el suyo por aquella justa batalla que limpió la tierra, cuando los espíritus acudieron en nuestro socorro y la noche se llenó con los lastimeros alaridos del Wyrm.
Mientras la fuerza del fuego remitía, los Garou se volvieron casi al unísono a mirar de nuevo a Nube de Muerte… y éste siguió sin dar señales de reparar en su presencia. Sombrío y ajeno, contemplaba los carbones anaranjados; como un anciano sordo, no parecía haberse percatado de que la historia hubiera llegado a su fin. Entre todos los presentes, era él a quien menos había sobresaltado el numerito de Canción de Víspera con la jarra. Entre todos los presentes, sólo él no parecía conmovido por la historia. Los demás lo observaban con miradas intensas Canción de Víspera esperaba expectante el aullido de aprobación de rigor pero el silencio se extendió y se hizo cada vez más profundo…
—¡Mentiroso! —rugió Arroyo Negro al tiempo que abandonaba el lugar en el que se agazapaba y salía a la luz—: ¡Mentiroso! —abandonó su rostro de hombre y dio rienda suelta a la desesperación y la rabia que nunca estaban muy lejos—. ¡No es el Wyrm quien aulla! —gruñó—. ¡Son los desposeídos, los atormentados! —dio una patada a las ramas del fuego y volaron carbones y chispas por todos lados—. ¡Lo hacen por Galia Hija de la Lluvia, la mejor de todos nosotros, que está muriendo! ¡Todo cuanto merece la pena salvarse se muere con ella pero ninguno de vosotros lo ve!
Varios de los Garou retrocedieron sobresaltados ante el inesperado estallido. Noche de Terror se adelantó con aire amenazante. Permanece Firme seguía impasible, alerta, casi curiosa.
Ladra-a-las-Sombras, quien había caído de espaldas, se echó adelante ahora y cogió a Arroyo Negro del brazo.
—No debes decir esas cosas —suplicó el Lunático con una voz que era casi un balido, presa del pánico. Arroyo Negro se lo sacudió de encima y abofeteó al Colmillo en plena cara.
—¡No hay consuelo aquí! —gritó—. ¡No estamos a salvo del Wyrm! No hay nada salvo…
El zarpazo de Nube de Muerte en la espalda del jorobado hizo que éste se tambaleara. Se apartó del fuego dando tumbos… pero en su interior ardía otro fuego, ardía con peligrosa intensidad. Se preparó para saltar, pero la imagen de Nube de Muerte, altísimo, pintado de rojo por la luz parpadeante de las llamas, lo frenó en seco.
—Cuántos errores… —dijo Nube de Muerte en el fiero y sordo tronar de la lengua Garou—. Pero hay uno del que no puedo escapar. Todas mis hazañas, todos mis esfuerzos, no sirven de nada para limpiar una sola mancha en mi honor. ¡Daría todas las historias —dijo mientras se clavaba las garras en las palmas de las manos— por hacerte desaparecer, por limpiar la tierra de tu maldita presencia!
Aquéllos que estaban gruñendo a Arroyo Negro y a la conmoción provocada por éste en la fogata quedaron de repente en silencio. También quedaron inmóviles, completamente inmóviles. Pero para Arroyo Negro fue como si hubieran retrocedido kilómetros en la oscuridad. Alrededor del fuego no quedaba nadie más que Nube de Muerte y él mismo. Nube de Muerte era más viejo y no tan grande como Arroyo Negro pero la furia de Gaia y del mundo de los espíritus ardía en los ojos verdes del Theurge. Un millar de insultos y maldiciones acudieron a los labios de Arroyo Negro, palabras que había musitado para sus adentros y había escupido a su sire en la relativa seguridad de sus sueños incontables veces… pero frente al renombrado anciano, el coraje le falló. Enseñó los dientes, pero no dijo nada.
—¡Eres la señal de mi debilidad, cachorro! —confesó Nube de Muerte a la noche—. ¡No erraban nuestros ancestros, cuando aplastaban contra las rocas a aquellos como tú recién salidos de entre las piernas de sus madres! —durante un instante muy breve, los hombros de Nube de Muerte cedieron, su energía decayó, como si la mera mención de la madre de Arroyo Negro fuera demasiado para él. Pero casi al instante, un odio hirviente atizó la furia del macho alfa—. Márchate de este lugar de honor. Tú —le espetó— eres una desgracia. Estás muerto para mí, al igual que para la Madre.
Ambos Garou se irguieron sobre las gruesas pezuñas, preparados para atacar. Respiraban con rapidez, apenas a una palabra o una mirada de sucumbir a la furia incontrolada. En la fogata cedió un tronco y un ascua ardiente saltó por el aire. Tardó unos segundos en regresar deslizándose al suelo y para entonces, Arroyo Negro había desaparecido.