Los perros y los humanos tenemos una relación única. Ninguna otra relación simbiótica en la historia la ha igualado. Los perros nos permiten experimentar un tipo de compañía totalmente honesta y que lo perdona casi todo, no conspiran a nuestras espaldas ni actúan por despecho; sienten lo que sienten y expresan esos sentimientos con honestidad. Podemos contar con la integridad y sinceridad de sus acciones. El hecho de que se haya domesticado al perro indica que ha establecido vínculos muy estrechos con nosotros. Los perros nos ofrecen un tipo de vínculo que es difícil encontrar entre las personas.
Algunas veces los vínculos y relaciones se encuentran bajo presión. Un comportamiento agresivo puede llevar al deterioro del vínculo y de la relación, lo cual en muchos casos significa el final de la misma. El objetivo final del tratamiento de la agresividad será convertir la relación en algo seguro y de beneficio mutuo.
El vínculo que existe entre nosotros y el perro o la posibilidad de recuperar ese vínculo será lo único que realmente nos ayude a superar la crisis. En muchos casos la culpabilidad puede que también influya en el proceso pero a largo plazo debe ser el vínculo que nos une el que nos proporcione el incentivo para gestionar y tratar el problema. Intentemos pensar desde la perspectiva del perro y saber que si sintiera que tenía elección seguramente se comportaría de manera pro-social más que antisocial. Lo que pasa es que no le parece seguro comportarse así. Nuestro trabajo consistirá en convencerlo de que tiene que actuar de otra manera. También es nuestra responsabilidad ética evitar utilizar métodos aversivos en este proceso. Gran parte de la agresividad se basa en la aversión y utilizar aversión para tratar la aversión no puede llevar a una relación más estrecha, que es la base para resolver el problema de la agresividad en los perros domésticos.
Puede resultar extraño hablar de dolor para describir el trastorno emocional que siente el dueño de un perro cuando este muestra tendencias agresivas pero suele ser un proceso muy común por el que pasan los dueños de perros agresivos. Muchos dueños se quedan atascados en un punto y esto es lo que evita que avance el proceso de cura y también el reconocimiento del problema y el tratamiento del perro.
No hay otro problema en el mundo del perro que provoque tal nivel de negación como el comportamiento agresivo. Esta situación debe acabar. Las personas negamos la situación porque es horrible enfrentarse al hecho de que nuestro compañero es peligroso. Nadie quiere enfrentarse a ese tipo de realidad. El problema es que esto no resuelve nada, simplemente aplaza el problema. Tampoco es que sea una elección consciente. Nuestra mente sólo nos permite enfrentarnos a aquello para lo que estamos preparados y hasta que llega ese punto nuestra mente lo niega y racionaliza. La negación es un demonio complicado, contra el que hay que luchar. Hay muchas personas que se convencen de que un perro joven que gruñe es simpático o que el comportamiento depredador o protectivo se irá a medida que el perro madure. Algunas personas se aferran a la noción de que las clases de obediencia resolverán los problemas de agresividad; sin embargo no son el lugar para un perro agresivo. Aunque aprender obediencia puede mejorar nuestra relación con el perro (al proporcionar un lenguaje común y una cierta predictibilidad), en general las clases de obediencia no son apropiadas para proporcionar la orientación necesaria para el dueño de un perro con problemas de agresividad. Algunas personas se aferran a la idea de que sus perros están en el proceso de establecer quién es el jefe cuando le saltan encima a otros perros de forma sistemática. Los casos de agresividad casi nunca mejoran sin intervención. No se pueden dar más excusas. Sí, el comportamiento agresivo es normal, pero aún así debemos prevenirlo y modificarlo. También es normal para el perro mear en la alfombra pero lo prevenimos y lo modificamos. Sí, puede que el perro haya sufrido maltrato en su hogar anterior pero tenemos que tratar el problema. Por favor no ignoremos las señales que nos indican que el perro está desarrollando o padece un problema de comportamiento agresivo excesivo. No se le va a pasar sin más. ES GRAVE. ¿Hemos oído alguna vez al perro gruñirle a alguien? Si la respuesta es sí, entonces tenemos un problema. ¿Le ha lanzado los dientes a alguien nuestro perro? Si la respuesta es sí, entonces tenemos un problema. Ni síes ni peros. Son indicadores del problema. Abramos nuestra mente.
Esta fase normalmente implica que la persona se enfada con quien intenta indicarle que el perro tiene un problema de comportamiento depredador o agresivo. Otras veces el enfado se dirige al «otro perro» o persona que es objeto del comportamiento depredador o agresivo, por alguna ofensa real o imaginada. También se puede dirigir al perro depredador o agresivo por mostrar el comportamiento. Este es otro mecanismo para sobrellevar la situación y otra forma de negación. Tengamos precaución. Si alguien nos indica que nuestro perro es agresivo, prestemos mucha atención a lo que sentimos en ese momento. Reflexionemos más tarde sobre esos sentimientos. Tomemos el control de nosotros mismos y seamos responsables de nuestras acciones. Si sentimos enfado, aceptemos ese sentimiento, no lo neguemos. Pero luego analicemos ese sentimiento y comprendamos la función de ese enfado. Preguntémonos cómo utilizamos el enfado como mecanismo de defensa para evitar enfrentarnos al problema que se nos presenta. Incluso si alguien actúa de manera inapropiada acercándose al perro de forma agresiva y tocándole en la cabeza sin permiso podemos educar a la persona sin enfadarnos y también reconocer que puede que tengamos un problema. Y si experimentamos enfado, no lo neguemos pero tampoco dejemos que nos impida ver la situación real. Si nuestro perro muerde a alguien que lo va a acariciar, tenemos un problema real. Incluso que el perro salga de la habitación cada vez que nos visita un niño ya podría ser una señal de alarma. Debemos prestar atención. A fin de cuentas somos los responsables legales y últimos de las acciones de nuestro perro y estas acciones se generalizan a todos los dueños y perros del mundo, como olas en una charca. Asumamos nuestras responsabilidades y trabajemos para cambiar el comportamiento de nuestro perro.
Esta es la fase por la que pasan la mayoría de las personas que acuden a un asesor de comportamiento. La negociación tiende a ser otra técnica de evasión, un mecanismo de defensa. Estas fases nos ayudan a llegar a una resolución. Ocurren por alguna razón. Si tenemos miedo o nos sentimos confusos estos mecanismos nos ayudan a asumir mejor el golpe. Pero tenemos que avanzar de la forma más honesta posible a cada paso. Al negociar con nuestro adiestrador o experto en comportamiento (o incluso con nuestro perro) intentamos disminuir la intervención requerida y por lo tanto la gravedad del problema. Una intervención de tratamiento completo requiere que admitamos que el problema va a permanecer en el futuro a menos que lo tratemos. No puede haber negociación en cuanto al tratamiento. Debemos actuar y por ello tenemos que superar este paso hasta llegar a la aceptación. La mejor protección contra la negociación es ser conscientes de nuestros sentimientos y evaluar su función de manera honesta.
Una vez que hayamos agotado todos los mecanismos de defensa seguramente nos daremos cuenta de que tenemos dentro sentimientos que nos impiden actuar. La culpabilidad y la depresión son reales pero, como mecanismo de defensa, la función de este tipo de comportamiento es evitar que asumamos nuestras responsabilidades y que actuemos. Debemos superar esta fase recordándonos que el comportamiento agresivo es normal y más que nada genético, el comportamiento agresivo tiene un propósito, en todas las formas de vida. Sin embargo los perros no son capaces de usar la razón como hacemos los seres humanos y ahí está el quid de la cuestión. El perro no parece entender que su agresividad puede llevarnos a perder nuestro hogar o a él su vida. Aceptemos que nuestros sentimientos existen pero esto no significa que debamos ignorar su función como mecanismo de defensa. Sintamos y evaluemos nuestros sentimientos y pensamientos. No los neguemos pero tampoco neguemos la necesidad de avanzar cuando sea posible.
Cuidado con este paso. Es fácil racionalizar la aceptación. Es fácil decirnos que sí aceptamos el problema y puede que lo creamos. Puede resultar realmente difícil saber cuándo nuestra aceptación es en sí misma una racionalización o es genuina. Mi consejo es que no nos preocupemos demasiado. Simplemente aceptemos los sentimientos cuando ocurran. Seamos conscientes de nuestros pensamientos y sentimientos y explorémoslos. Puede que lleguemos a la aceptación varias veces y nos demos cuenta de nuevos niveles de aceptación cada vez que pasamos por una fase. No hay un marco temporal establecido para tales niveles y pueden variar bastante.
Para resumir, evitemos la negación. Aceptemos nuestros sentimientos, seamos conscientes de ellos y exploremos sus funciones como mecanismos de defensa. Tienen valor. Debemos pasar por esas fases. Intentemos no acelerar el proceso fingiendo que pasamos de un nivel a otro. Seamos conscientes y aceptemos nuestras responsabilidades. Seamos dueños de nuestros sentimientos. Sin embargo, recordemos que, pese a todo, la realidad puede ser diferente.
No hay cura para la agresividad. Un perro que es agresivo siempre tendrá tendencia a las respuestas agresivas, porque las respuestas agresivas crean hábitos. Cuando un animal está estresado responde según hábitos porque la parte que razona de su cerebro está inhibida. Tienen que fiarse de comportamientos que son casi automáticos, cosas en las que no tienen ni que pensar. Cuando un perro experimenta miedo, frustración o irritación tiende a confiar en su comportamiento (habitual) por defecto. Nuestro objetivo será aumentar los umbrales de estas emociones y adiestrar al perro para que adquiera hábitos de sustitución. Es una batalla difícil. Los hábitos negativos adquiridos son mala hierba que nunca muere y en condiciones de estrés esos viejos hábitos son siempre los que más probabilidades tienen de aparecer. Con un alto nivel de compromiso y duro trabajo puede que lleguemos al punto en el que no se produzca un comportamiento agresivo pero no podemos tener la certeza ni fiarnos. Igual que una persona alcohólica está toda su vida en proceso de recuperación, un perro agresivo será toda su vida un perro agresivo en recuperación.
No hay respuestas fáciles. La agresividad no es un problema simple. Es complicado y resistente a la modificación debido a lo enraizado que está el comportamiento. Los perros están preparados de forma biológica para utilizar la violencia igual que las personas. Algunos libros que tratan el comportamiento agresivo en perros domésticos (por ejemplo Meisterfeld) simplifican en exceso el problema. Supuestamente su objetivo es hacer comprender fácilmente al público el problema pero al final dan la impresión de que el tratamiento tendría éxito con muy poquito trabajo (o mucho). Mi objetivo es enfatizar que en algunos casos incluso trabajando mucho no resolvemos el problema.
Pensemos en alguna persona agresiva o violenta que hayamos conocido. Incluso si son capaces de reconocer que tienen un problema normalmente lo pasan bastante mal intentando cambiar su personalidad (o temperamento) o comportamiento. Incluso puede que con medicación y psicoterapia lleguen a controlar su comportamiento hasta cierto punto pero sus estrategias básicas de personalidad y agresividad permanecen en la mayoría de los casos. Cuando las cosas van mal y los problemas aprietan, regresan los viejos hábitos.
Tampoco es mi objetivo desanimar sin más. Es cierto que hay algún perro que otro que no creo que se pueda tratar, pero la mayoría sí. En la mayoría de los casos si el dueño está dispuesto a controlar el comportamiento de su perro y a comprometerse en un plan de tratamiento pueden vivir una vida satisfactoria y segura. Pero si eso es lo que queremos no podemos empezar pensando que con unas semanas o incluso meses de tratamiento el problema va a estar resuelto. Será un tema permanente. Si realmente nos comprometemos tendremos muchas más posibilidades de recuperar una relación saludable con nuestro perro. Seamos realistas y tendremos más posibilidades de éxito.
En la mayoría de los lugares los perros se consideran una propiedad y cualquier daño que esa propiedad inflija será responsabilidad del propietario. Además, los dueños tienen la responsabilidad de atenderlos y cuidarlos como cualquier otra persona. Puede que incluso haya consideración penal para aquellas personas que han sido negligentes con su perro. Si sabemos que nuestro perro es potencialmente peligroso y no tomamos todas las precauciones necesarias habrá implicaciones legales. Esto es algo elemental. No soy abogado y no voy a intentar interpretar la ley de una manera precisa en cuanto al tema. Mi consejo es que si tenemos un perro que puede ser un riesgo para la sociedad lo mejor será consultar con un abogado cuáles son nuestras obligaciones y salvaguardas necesarias.
Una de las primeras cosas que tendremos que hacer, si nuestro perro tiene problemas de agresividad, es decidir lo que queremos hacer al respecto. Consideremos los siguientes factores al decidir cómo enfocar el problema:
Opción n.º 1. Adoptemos un enfoque de gestión. Cuando nos referimos a gestión hablamos de evitar contextos en los que el perro puede comportarse de forma depredadora o agresiva, utilizando equipamiento para controlar el problema. Si esta es una opción segura y somos capaces de evitar provocar al perro, entonces esta es nuestra opción. Puede ser una opción de riesgo intentar evitar los detonantes y debería considerarse sólo para los mordedores de nivel uno o inferiores. Hablaremos de esto más adelante.
Opción n.º 2. Busquémosle al perro un nuevo hogar. Si hay alguien que esté dispuesto a asumir el problema o que esté en mejor situación para afrontarlo entonces es una opción. Si nosotros o una parte en particular del entorno del perro es lo que activa el comportamiento protectivo entonces es una opción viable. Tendremos que ser muy claros al explicarle al nuevo dueño los problemas del perro. Casi nunca sugiero esta opción. En la mayoría de los casos no es realista. Hagamos que el nuevo dueño firme un documento en el que especifique que conoce los problemas del perro.
Opción n.º 3. Sacrificio. En algunos casos esta es la única solución segura o caritativa aceptable.
Opción n.º 4. Tratamiento. Cuando hablamos de tratamiento nos referimos a enseñarle al perro estrategias de comportamiento de adaptación o capacidades de gestión. Esta opción implica inevitablemente opciones de gestión. Si somos realistas en la evaluación de nuestro compromiso y riesgos, esta es nuestra opción. El tratamiento en algunos casos no tiene éxito. Si esto ocurre el sacrificio puede que sea el siguiente paso.
La agresividad es compleja. A continuación se presenta una exploración de las características que definen la agresividad y sus motivaciones.
La agresividad es una respuesta de amenaza o ataque especie-específica a un estímulo. El término agresividad se utiliza en este libro no como una definición diagnóstica u operativa precisa sino como un término general que se refiere a un comportamiento de amenaza o ataque. La definición exacta de lo que constituye la agresividad es problemática. Muchas personas consideran cualquier comportamiento que pueda dañar una agresión mientras que otras insisten en que el perro debe tener intención de hacer daño. El punto en el que el estado de alerta o la excitabilidad se convierte en agresividad puede ser una decisión arbitraria. La naturaleza arbitraria de la definición de la agresividad hace que sea casi imposible que resulte satisfactoria para todo el mundo. En este libro lo aplicaremos como un término general que se aplica a los problemas de comportamiento que implican comportamientos de amenaza o ataque.
Los perros desarrollan, como todos los animales, características de comportamiento que les permiten incrementar sus posibilidades de reproducirse. Sobrevivir el tiempo suficiente para reproducirse es la función última del comportamiento. Cuando los perros que tienen determinadas características se reproducen, los genes que hicieron que tuvieran éxito aumentan, en términos de frecuencia, en esa población, mientras que los genes de aquellos que no sobrevivieron no. La agresividad tiene muchas funciones defensivas y no es difícil comprender por qué esta tendencia de comportamiento sería la elegida por la selección natural. Los animales están preparados desde el punto de vista genético para utilizar comportamientos que les aseguren el control del entorno y que por lo tanto maximicen su posibilidad de reproducirse. Los perros utilizan patrones de acción tales como morder, gruñir o enseñar los dientes con tal fin.
La agresividad también puede ser un comportamiento que se despliega para alcanzar un objetivo. Los animales utilizan la agresividad para maximizar refuerzos y minimizar castigos. Este es un concepto muy importante para comprender la agresividad porque el hecho de «maximizar refuerzos» implica que el perro puede tener como objetivo, por ejemplo, mantener la distancia entre él y algo que lo asusta. Esa distancia es un refuerzo. Al mismo tiempo, el perro consideraría la proximidad como un castigo que trataría de minimizar intentando aumentar la distancia. No podemos considerar el comportamiento sin tener en cuenta el papel del aprendizaje. La selección natural y la evolución del comportamiento de adaptación son sólo una perspectiva. Los patrones de acción agresivos son genéticos pero también los modula hasta cierto punto el aprendizaje. El cerebro evalúa los estímulos que recibe y planifica una respuesta basada parcialmente en lo que ha funcionado o no previamente para conseguir lo que quiere. La agresividad es compleja y multifactorial.
Hay más de una respuesta a la pregunta «¿por qué agreden los perros?». Por un lado podemos decir simplemente que los perros agreden porque o bien quieren matar a su presa, han aprendido mal a jugar, o porque tienen miedo o están irritados, igual que las personas. Los perros que tienen miedo, igual que las personas que tienen miedo, se defienden si es necesario. Perros diferentes, igual que diferentes personas, ven esa necesidad de forma diferente. Los perros que están irritados, igual que los humanos, pueden usar la violencia para expresar su ira.
Resumiendo: lo dicho, para los perros la agresividad es un comportamiento adaptativo que se supone que les ayuda a conseguir lo que quieren o evitar/escapar de cosas que no quieren. El perro está preparado de forma biológica para usar la agresividad en caso necesario y con cada una de las experiencias el aprendizaje adaptativo modula su expresión hacia el objetivo omnipresente de la supervivencia: las repeticiones y/o ensayos de un comportamiento agresivo crean un comportamiento habitual ya que el perro aprende que la agresividad funciona. La agresividad tiene cualidades innatas instintivas (que han ido evolucionando a través de la selección natural), y se modula todavía a través del aprendizaje y los procesos de evaluación emocional.
La agresividad puede dividirse de forma conceptual en dos formas que tienen funciones divergentes. El comportamiento de amenaza y ataque puede ser:
La agresividad afectiva es altamente emocional y estimula la activación del sistema autónomo simpático. Este tipo de agresividad incluye todo tipo de agresividad excepto el comportamiento depredador e implica un contenido emocional significativo. La agresividad no afectiva no tiene relación con la emoción y no estimula la activación del sistema autónomo simpático. La agresividad no afectiva implica comportamientos de ataque relacionados con los patrones de acción depredadores.
La agresividad no afectiva implica el uso de segmentos de la secuencia depredadora en formas que parecen inapropiadas, peligrosas o inconvenientes para los seres humanos. Coppinger y Coppinger (p. 196) ofrecen un modelo general sobre la secuencia depredadora canina:
Posicionarse > fijar la mirada-acechar > perseguir > agarrar-morder > matar-morder > diseccionar > consumir
Parte del proceso de domesticación y evolución de los perros ha implicado mejorar ciertas partes de esta secuencia y eliminar, o hacer latentes, otras. Algunos perros tales como los Border Collies han evolucionado a Posicionarse > fijar la mirada-acechar > perseguir que es lo que utilizan cuando guardan rebaños de ovejas. También poseen la secuencia diseccionar > consumir porque está claro que tienen que comer, pero está separada de otras partes de la secuencia así que no interfiere con su trabajo. Agarrar-morder es algo que ocurre de vez en cuando y se considera una falta, es algo para lo que no se cría al perro (a través de la selección) pero que sigue latente. Matar-morder es todavía mucho menos probable y está mucho más latente que agarrar-morder, las razas de pastoreo sólo llegan a la secuencia consumir. Hay otros segmentos que también se han hecho latentes (Coppinger y Coppinger, p. 204). Cada raza e individuo presenta sus propias variantes de esta secuencia depredadora básica que es la que tiene codificada genéticamente y es la base de la cría selectiva y de la manipulación de estos comportamientos en un programa de cría. Como se ha mencionado, la agresividad no emocional no provoca una activación de la estimulación simpática (emocional), el perro no tiene miedo ni está irritado, está cazando. En muchos casos el comportamiento depredador normal resulta peligroso o totalmente inapropiado para los humanos. Hay personas que compran una raza de caza o de pastoreo para que viva en sus casas y se sorprenden cuando el perro ofrece estos comportamientos tan enraizados en su repertorio conductual. En algunos casos la variación de la secuencia puede ser inusual para el estándar de la raza. Por ejemplo, un Border Collie puede poseer el segmento de agarrar-morder y utilizarlo en formas que los humanos encontramos inapropiadas o peligrosas.
La agresividad afectiva provoca una activación de la estimulación simpática. Este tipo de agresividad implica un contenido emocional significativo. La base de esta forma de agresividad reside, como en el caso humano, en la provocación emocional. La cuestión es: ¿qué estados emocionales provocan como resultado una agresión?
La relación entre las emociones y la cognición es muy controvertida. Todavía no existe un acuerdo sobre cuál es exactamente la relación entre ambas. Normalmente se asume que las emociones reciben el influjo de procesos de pensamiento y que los procesos de pensamiento se ven influidos por las emociones. Antes se pensaba que la emotividad iba en detrimento del pensamiento racional pero ahora se cree que sin evaluación y contenido emocional el comportamiento es inadecuado. Los estudios en pacientes humanos que padecen lesiones que eliminan los procesos emocionales demuestran que el comportamiento no es completamente racional como se podría esperar sino que es completamente inapropiado y fuera de contexto. Las emociones están siempre presentes y tienen mucha influencia en el comportamiento. Las emociones permiten que se dé una evaluación de los estímulos, lo cual permite a su vez un comportamiento de adaptación y de supervivencia. También podemos provocar efectos en los estados emocionales a través de procesos o incluso cambios físicos. Si respiramos hondo y sonreímos podemos reducir las consecuencias psicológicas de la ansiedad o del enfado. Si pensamos de manera contraria a nuestro estado emocional podemos cambiar de humor. De hecho hay una interacción muy compleja entre las emociones y la cognición.
Un modelo de emoción sugiere que los estímulos que percibe el animal pasan directamente a dos sistemas: uno que identifica y discrimina y otro que evalúa de manera afectiva su importancia. Esto significa que el animal identifica de forma simultánea los estímulos en términos de sus características y también evalúa su importancia. El proceso de evaluación parece estar dividido en dos procesos claros: positivo y negativo.
La primera fase de la evaluación emocional es la «respuesta de orientación inicial». Esto significa que el sistema nervioso está en un estado álgido de activación por la presencia de un estímulo potencialmente importante. Esta respuesta de orientación inicial lo que hace es decirle a todo el organismo: «¡Ahora presta atención!» (Siegel, 1999).
En microsegundos el cerebro procesa una representación del organismo dentro de un entorno específico, lo que se denomina «Valoración elaborada y alerta». Los procesos de valoración elaborada y alerta implican una evaluación muy básica de los estímulos como positivos o negativos, buenos o malos. Se pasa del «¡Ahora presta atención!» de la respuesta de orientación inicial a «¡Actúa!» de la fase de valoración elaborada y estado de alerta (Siegel, 1999).
Estas emociones tan fundamentales se llaman emociones primarias. Ocurren sin uso del lenguaje y pueden ocurrir sin consciencia (Siegel, 1999). Todos los animales son capaces de experimentar este sistema emocional pero siguen siendo muy complejos y pueden experimentar emociones desde sutiles a muy intensas.
El hecho de que un estímulo se perciba y valore como positivo o negativo es relativo, es decir, depende de un sistema de evaluación muy complejo. Un estímulo de agua fría puede ser valorado como algo bueno o malo dependiendo de cómo sea el entorno, por ejemplo, o de lo sediento que esté el animal. El hecho de que la comida se valore como buena o mala dependerá del hambre que tenga el perro y de la experiencia pasada con el alimento. La evaluación también dependerá de la sensibilidad innata del perro así como del aprendizaje emocional que haya experimentado en relación con ese estímulo. La valoración relativa de lo buena o mala que puede ser una cosa también puede ser un proceso muy complejo.
Si un estímulo se identifica como negativo, se activará un comportamiento de evitación/huida, mientras que si un estímulo se identifica como positivo, se activará un comportamiento de aproximación/investigación. Esta fase tiene como resultado la elaboración del mensaje del individuo. El mensaje ha pasado de «¡Ahora presta atención!» a «¡Actúa!», a «¡Esta cosa importante es mala! ¡Cuidado!» o «¡Esta cosa importante es buena! ¡Adelante!» (Siegel, 1999). Un estímulo único puede provocar incluso evaluaciones en conflicto. Por ejemplo, un perro puede que haya tenido un excelente proceso de socialización con personas en su etapa de cachorro pero seguir sintiendo miedo en su presencia, por alguna razón. En estos casos se darían respuestas en conflicto entre las respuestas de aproximación/evitación.
En un tercer estado de los procesos de diferenciación emocional se crean categorías más diferenciadas de estados emocionales. Estas son clasificaciones de sensaciones emocionales, una interpretación de las sensaciones preverbales. Las categorías emocionales básicas siguen siendo relativamente simples si las comparamos con la siguiente fase pero en cualquier caso son dinámicas y ricas. Incluyen categorías básicas de respuestas emocionales que no requieren mucho procesamiento cognitivo (Siegel, 1999). Pueden incluir experiencias como alegría, ira o miedo.
Otra fase de diferenciación y categorización mayor de estas emociones básicas son las emociones categóricas. Observamos nuestras emociones básicas, pensamos en ellas y la situación que las rodea y podemos inferir ciertas cosas y conformar un modelo mental complejo sobre el valor que la situación tiene para nosotros. Construimos emociones categóricas. Como ejemplo de estas emociones categóricas tenemos los celos o el despecho. Dado que no hay otros animales excepto los humanos, que se sepa, que tengan la capacidad de adquirir lenguaje, asumimos que los animales no humanos son incapaces de producir estas formas de emoción basadas en gran medida en el procesamiento lingüístico. Es bastante dudoso, por ejemplo, que los perros puedan sentir despecho.
Hay otro grupo importante de principios emocionales que deberíamos comprender y que son la primacía positiva y la inclinación negativa. La primacía positiva sugiere que con bajos niveles de activación de la evaluación, un estímulo motivacional positivo débil es prioritario sobre una inclinación negativa (Cacioppo). Esto quiere decir que con niveles normales o bajos de estimulación, el perro tiende a un optimismo moderado. Sin este «impulso emocional[2]» los animales no se acercarían a fuentes potenciales de comida nuevas, refugio, contacto social u otras necesidades. La inclinación negativa implica que ante un estímulo negativo moderado o intenso se responde de forma más intensa que ante un estímulo positivo moderado o intenso (Cacioppo). El valor evolutivo y adaptativo de esta tendencia está claro cuando consideramos que un estímulo peligroso o negativo que ignoramos puede evitar nuestra muerte, mientras que si ignoramos un impulso positivo tan solo supone que habremos perdido una oportunidad de obtener placer, si bien en el día a día los animales, para poder operar de manera óptima, necesitan tener una dosis moderada de optimismo. La depresión no sería funcional.
Pues bien, ¿qué estados emocionales están presentes en la agresividad afectiva? Los dos candidatos con más posibilidades son la irritación y el miedo ya que muchos teóricos consideran que son los estados emocionales básicos relacionados con la evitación de un peligro.
«La irritación suele ser consecuencia de la frustración al intentar conseguir un objetivo o bien de acciones hostiles o perturbadoras, tales como insultos, lesiones o amenazas, que no provienen de una fuente temida… Al igual que el miedo, la irritación es una emoción básica que nos proporciona un mecanismo primitivo para la supervivencia física. Los cambios fisiológicos que acompañan a la irritación y al miedo pueden ser muy similares e incluyen el aumento de las pulsaciones y la tensión sanguínea, respiración agitada y tensión muscular. No obstante la irritación produce mayor tensión muscular, tensión sanguínea más alta y una menor frecuencia cardíaca mientras que el miedo induce una respiración rápida. Al contrario de la respuesta de “lucha o huida” asociada con la adrenalina que caracteriza al miedo, la irritación se atribuye a la secreción tanto de la adrenalina como de otra hormona, la noradrenalina» (Gale Encyclopedia of Psychology).
Tanto la irritación como el miedo se originan en la evaluación de un estímulo y su valoración como algo negativo a un nivel emocional. A continuación presentamos una cita de la Gale Encyclopedia of Psychology que describe el enfado en los humanos pero que podría describir perfectamente algunos comportamientos similares de los perros.
«En la clase, un estudiante agresivo pasivo muestra un comportamiento que es reticente a la cooperación o que falta al respeto pero que no da pie a una acción disciplinaria. Los actos agresivos pasivos pueden incluso presentarse a modo de servicio o favor cuando de hecho los sentimientos expresados tienen que ver más con hostilidad que con altruismo. Algunas de las defensas más extremas contra el enfado incluyen la paranoia…» (Gale Encyclopedia of Psychology).
La irritación y el miedo son respuestas umbral. Los estímulos deben llegar a una cierta intensidad antes de que se dé una respuesta emocional de irritación o miedo. Como se ha mencionado, existen muchas dimensiones de relatividad en la evaluación emocional de los estímulos.
Otro factor que complica las cosas es intentar determinar, por el comportamiento observable, si es la irritación o el miedo lo que impulsa el estado emocional del comportamiento agresivo. En los casos más simples, el perro motivado por el miedo muestra comportamientos de tipo evitación/huida y pasará a estrategias de defensa más activas tan solo si le resulta imposible escapar. El perro motivado por la irritación responderá de forma agresiva activa en respuesta a un evento aparentemente frustrante. En casos más complejos los perros que tienen miedo pueden aprender a actuar de manera más ofensiva y menos defensiva, y por lo tanto ocultando el estado que supuestamente los motivó. Esto es lo que se denomina agresividad motivada por evitación y la presentaremos más delante de forma detallada. Por eso no es tan fácil poner una simple etiqueta de irritación o miedo a la agresividad. También podemos sugerir que existe una frontera muy sutil entre la irritación y el miedo dado que ambos derivan del mismo instinto básico de controlar y sobrevivir y de una misma evaluación de algo negativo. La irritación puede describirse como resultado del miedo de no ser capaz de adaptarse y controlar el entorno (frustración). En muchos casos puede ser difícil marcar la línea divisoria entre la irritación y el miedo. Una vez más, la agresividad es algo complejo.
Morder es la expresión más clara de agresividad. Cuando un perro muerde es por: accidente, porque no sabe jugar o por un comportamiento depredador. Un perro que lanza una dentellada está advirtiendo o amenazando. Gruñir es un patrón complejo que incluye diversos niveles de amenaza desde una mera expresión de malestar o frustración vocalizada a una expresión de advertencia clara de que si continuamos provocando pasará al siguiente nivel. Al considerar el gruñido como expresión de agresividad debemos considerar también las diferencias de razas y sus peculiaridades. Sin embargo, este es un debate demasiado amplio para este foro. Para el propósito de este libro llega con saber que el tipo de gruñido que se describe es una vocalización periférica, se expresa como parte de un repertorio defensivo que también incluye otras expresiones físicas tal y como se ha indicado anteriormente. Esto también es cierto para el hecho de lanzar una dentellada, ya que muchas razas de pastoreo lo hacen jugando. Es importante distinguir estos comportamientos de aquellos que se dan en un repertorio defensivo. En una forma de gruñido el perro realiza un tono alto parecido a un aullido. Este es el tipo de gruñido de lloro o queja que indica niveles iniciales de malestar o tal vez frustración. Cuando el perro gruñe de forma más profunda y mira fijamente al estímulo que lo provoca, entonces estamos ante una amenaza más grave y parece que lo motiva más la irritación que el miedo. Si el gruñido va acompañado de tensión muscular, dilatación de las pupilas, erizamiento del pelo del lomo, la cola hacia arriba y seguramente con movimientos de un lado a otro, enseñando los dientes, etc., entonces el riesgo y la intención de amenaza es mayor. El perro que tiene miedo simplemente quiere librarse del estímulo negativo mientras que el perro irritado es más peligroso porque quiere descargar en alguien o algo. Cada perro tiene distintos umbrales para pasar de nivel. Hay muchos perros a los que podemos estimular fácilmente para que gruñan pero nunca lanzan dentelladas o muerden, independientemente de la intensidad del estímulo que los provoca. Algunos perros tienen umbrales tan próximos que el paso de gruñir a morder es prácticamente imperceptible. Los perros también aprenden a saltarse niveles inferiores. Esto es lo que se llama agresividad con el fin de evitar un evento y lo veremos a continuación.
Al intentar leer las intenciones de un perro debemos buscar una combinación de comportamientos más que un indicador único. Por ejemplo, podemos calibrar bastante bien las intenciones de un perro por el comportamiento del rabo pero obtendremos mejores resultados predictivos buscando una sinergia de comportamientos. Si el perro trata de hacerse más pequeño encogiéndose con el rabo entre las patas y con las orejas gachas mientras enseña los dientes o retrocede, sabremos que este perro tiene miedo y puede ser peligroso si se le acorrala. Estos perros puede que ocasionalmente ataquen cuando retrocede el estímulo que provocó el miedo. Si por otra parte el perro se muestra estirado (agrandando su cuerpo), de pie e inclinado hacia delante, con las orejas y la cola hacia arriba, y nos mira y gruñe o ladra sabemos que es un perro más activo en términos defensivos y que es más probable que nos muerda sin necesidad de que se le acorrale. Como hemos mencionado, el perro está irritado (supuestamente) y quiere expresarlo. Estos perros es más probable que se desvíen de su camino y avancen, para conseguir sus objetivos, que los perros motivados por el miedo. Recordemos que la irritación no quiere decir que el perro no tenga razón para sentir miedo del estímulo. Tal vez en muchos casos el miedo se transforma en irritación. Cuando evaluemos las intenciones agresivas de un perro centrémonos en las orejas, cola, ojos, pelaje del lomo, postura corporal, movimiento de avance o huida. Escuchemos el tono de ladrido o gruñido. Por lo general, cuanto más bajo es el tono más grave y defensiva es la actitud del perro. Observemos y escuchemos toda la secuencia.
Nota: Como propietarios del perro debemos comprender qué tipo de evento o circunstancia puede desencadenar la situación que se ha descrito. Es importante que no permitamos o provoquemos, de forma intencionada, que se produzcan estas situaciones; no son necesarias en el proceso de readiestramiento y pueden ser negativas. El comportamiento agresivo tiene predisposición a consolidarse y por ello cada vez que al perro se le permite o incita a mostrar ese comportamiento, el patrón se refuerza y se hace más resistente al cambio. Tratemos de utilizar todas las herramientas de gestión a nuestro alcance para asegurar que el perro no llega a un punto en el que tiene la oportunidad de expresar estos comportamientos. Pongamos al perro en el camino del éxito.
Una actitud de defensa se puede expresar con:
Podemos caer en la tentación de identificar la defensa activa con motivaciones de irritación, y la defensa pasiva como la motivada por el miedo. Sin embargo, defensa activa y pasiva definen comportamientos observables mientras que miedo e irritación o ira describen estados emocionales de motivación. Dado que las expresiones se solapan, es más seguro utilizar indicadores observables y no depender demasiado de la identificación de los substratos de motivación. Parte de la razón para hacer esto es que el aprendizaje afecta a la estrategia de comportamiento elegida. Un perro que tiene miedo puede aprender que actuar de forma pasiva no da tan buenos resultados como una estrategia activa a la hora de incrementar la distancia social. Esta defensa activa, por lo tanto, es resultado del miedo y no de la irritación. De ahí que el uso de defensa activa o pasiva sea un mejor modelo de clasificación para los mecanismos de defensa de los perros. Cuando hablamos de una agresividad activa, asumir un estado emocional que la motive puede ser altamente especulativo. Lo veremos más adelante en la agresividad motivada por evitación.
La estrategia que escoja el perro va a depender de diferentes factores:
El historial de aprendizaje se refiere a qué tipo de estrategia ha sido la más efectiva en el pasado. Los perros repetirán más lo que les funciona mejor. Si huir les ha funcionado mejor entonces seguramente huirán. Si la lucha ha dado mejores resultados en el pasado entonces seguramente elegirán esta estrategia.
La motivación se refiere al estado interno que provoca que al perro le guste algo y que actúe para conseguirlo. Las sensibilidades son aquellas cosas que le desagradan. Hay algo de motivación y sensibilidad que se hereda pero pueden inhibirse o cultivarse a través del aprendizaje, sobre todo en ciertos periodos críticos de la etapa de cachorro. El nivel de motivación que tenga un perro ante un estímulo o la sensibilidad que muestre con respecto a él contribuirá a la expresión de defensa. Contribuirá a los factores de motivación.
El temperamento se refiere a la dotación genética básica del perro. Es parecido al término personalidad que utilizamos para los humanos en el sentido de que la mayor parte de las características son más o menos estables y difíciles de cambiar. El temperamento es una amalgama compleja de potencial heredado y desarrollo del cerebro del perro en las primeras etapas de cachorro. Durante este periodo de desarrollo inicial, el manejo y la educación (los factores ambientales) transforman la naturaleza en el producto final. El temperamento no es ni la naturaleza ni los factores ambientales (manejo y educación) sino el resultado de la interacción entre ambas tal y como explican muy acertadamente Coppinger y Coppinger (2001). A lo largo de la vida el temperamento se puede modificar, dentro de unos márgenes limitados, con el aprendizaje.
Existen dos categorías de respuestas defensivas: defensas primarias y defensas secundarias. Las defensas primarias están en la constitución misma del animal (como la concha de la tortuga) y las defensas secundarias son lo que hace el animal cuando se encuentra ante una amenaza (por ejemplo huir o luchar) (Siiter, 1999, p. 140). Las categorías principales de respuestas defensivas en los perros son la pelea, la huida, inmovilizarse y apaciguar.
La investigación indica que la huida suele ser preponderante sobre la lucha (Siiter, 1999). Si las correas, vallas u órdenes verbales de permanecer quieto hacen que el perro sienta que no es posible la huida, entonces la lucha se convertirá en la opción más plausible.
Algunos perros se quedarán inmóviles o mostrarán señales de apaciguamiento como respuesta al estrés y las amenazas pero no suelen ser las respuestas defensivas principales para la mayoría de los perros. Si un perro prueba a quedarse inmóvil o a realizar señales de apaciguamiento y la amenaza continúa y la huida no funciona, entonces la lucha se convertirá en la opción más probable. Si una estrategia no funciona probará otra.
Lindsay nos ofrece esta descripción hermosa y concisa sobre la agresividad:
«… la agresividad no se puede comprender ni controlar correctamente a menos que reconozcamos que está motivada y que se produce por la influencia de componentes emocionales (reflejos) e intencionales (instrumentales). Los comportamientos agresivos funcionales dependen de la presencia de acontecimientos significativos en el entorno (variables de contexto y motivación amplias), operaciones de establecimiento emocional transitorias (por ejemplo frustración, irritabilidad y ansiedad) y un objetivo o situación evocativa hacia la que dirigir la amenaza o el ataque. El objetivo de la agresividad es el control» (Lindsay 2000, p. 175).
Desde el punto de vista de la psicología, la agresividad afectiva es la activación de una respuesta ante un estímulo de estrés aversivo (negativo) para recuperar el control y/o evitar la pérdida de control. Cuando hablamos de estrés nos referimos a cualquier fuerza impuesta al perro que requiere o demanda cambios o adaptación. Esta es una definición bastante laxa que incluye casi cualquier estímulo. Aversivo (negativo) se refiere a algo que se percibe como desagradable o que provoca miedo, irritación o ira. La respuesta del perro a ese estrés es lo que denominamos activación. Activación del sistema nervioso para valorar y evaluar los estímulos y responder a ellos. El perro sobrepasa su umbral de activación y experimenta una respuesta aversiva (negativa) de estrés. El estrés también actúa bajando muchos umbrales. Durante esta respuesta de estrés negativa, el cerebro del perro se ve inundado de elementos químicos que provocan adicción psicológica (que producen euforia y analgesia al mismo tiempo) que en conjunto forman lo que se denomina comúnmente el mecanismo de lucha o huida (defensa activa o pasiva) del perro o bien una muestra de irritación o ira. Esta reacción química puede ser responsable del refuerzo intrínseco del comportamiento agresivo. Las consecuencias o resultados de este comportamiento (si es efectivo) son responsables del refuerzo extrínseco del mismo. El refuerzo es lo que lleva a un aumento de este comportamiento.
Cada perro posee distintos umbrales antes de alcanzar el punto en el que se dispara (activa) la agresividad y el estímulo estresante deberá ser percibido por el perro como algo de naturaleza aversiva. Esto es lo que afecta al sustrato neurológico apropiado del cerebro para que se produzca la activación de una respuesta al estrés. Los distintos estímulos poseen distintas cualidades para provocar negatividad, miedo, irritación o ira, que pueden variar de contexto a contexto. Podemos referirnos a la descripción del umbral de mordida que describe Jean Donaldson en su libro El choque de culturas (p.111).
Es importante tener en cuenta que tanto el perro como nosotros no escogemos experimentar un estímulo como aversivo. Puede que el perro perciba un elemento estresante como aversivo por una inapropiada socialización, porque ha sido algo peligroso en el pasado, porque tiene una predisposición genética a la activación de la frustración, el miedo o posiblemente por otras razones varias. En cualquier caso el perro comienza por experimentar un elemento estresante negativo. La excitación (activación del estado de alerta) comienza a aumentar. La excitación es un fenómeno complejo y puede que esté provocada tanto por respuestas involuntarias como voluntarias. Algunos perros consiguen aguantar más que otros hasta alcanzar un umbral más elevado. Algunos perros han aprendido, gracias al adiestramiento, a gestionar el estrés mejor que otros. En algún momento se supera el umbral de estrés y se activa el sistema límbico del perro. El sistema límbico es la parte del cerebro que actúa en las respuestas emocionales. Cuando esto ocurre, se inhibe la corteza cerebral. Esta es la parte del cerebro responsable de las funciones cognitivas elevadas y del aprendizaje. La inundación de sustancias químicas continúa y forma lo que llamamos respuesta negativa al estrés: lucha o huida.
Es importante mencionar que muchos perros que nunca han sido adiestrados tienen un bajo umbral de estrés. Esto resulta relativamente fácil de modificar realizando el adiestramiento con el clicker. A medida que vaya avanzado el adiestramiento, la adaptación natural requiere que vayamos utilizando pequeñas cantidades de estrés (retrasando el clic) para hacer que el perro nos ofrezca nuevos comportamientos. Un producto derivado de esta técnica es que el perro aprende a mantenerse operativo durante eventos estresantes. ¡Es un cambio fantástico!
La evolución ha permitido que se desarrolle una respuesta rápida ante un peligro. Los perros no se pueden tomar su tiempo para razonar cuando están en una situación de peligro, sobre todo si es urgente. Si lo hicieran morirían. Por lo tanto el mecanismo que inhibe o desconecta el proceso racional y crea una respuesta emocional que activa los comportamientos para evitar un peligro es más rápido de lo que podría ser un enfoque racional. En ese momento el perro ni piensa, ni oye ni es capaz de responder a órdenes. Está «REACCIONANDO, ACTUANDO».
Lo que determina la manera en la que actuará el perro es la combinación de comportamientos defensivos especie-específicos y lo que ha aprendido. Ha perdido el control consciente. Podemos aumentar ese umbral enseñándole estrategias para controlar/gestionar estímulos e intentar enseñarle, a ese nivel básico, cómo reaccionar de manera menos brusca pero, una vez que se ha activado la respuesta negativa al estrés el perro ya no piensa, actúa. Una vez que ha bajado la excitación aprenderá del acontecimiento pero lo que contribuirá a su aprendizaje será una combinación de factores intrínsecos y extrínsecos. El hecho de que esta sea una respuesta neurológica y fisiológica y que el refuerzo endógeno (intrínseco) sea preponderante quiere decir que las lecciones que haya aprendido seguramente no vayan a ser positivas desde nuestro punto de vista. ¿Cómo podemos competir con la inundación de adrenalina y el éxito del comportamiento? No podemos.
En un principio los sentimientos que provoca el comportamiento agresivo afectivo no son agradables. Un perro no se comporta de manera agresiva porque se siente con el ánimo exaltado sino porque se siente estimulado, frustrado, tiene miedo o está irritado. La experiencia en sí misma se puede convertir en un refuerzo muy importante e incluso puede crear una adicción psicológica. El resultado puede que lleve en muchos casos a producir una extraña excitación psicológica. Como refuerzo tanto intrínseco como extrínseco, el comportamiento agresivo puede convertirse en una amalgama compleja de la activación por frustración (irritación o ira) o por miedo, experiencias fisiológicas y analgésicas, alivio y por supuesto deterioro de los vínculos sociales. Los perros actúan pensando a corto plazo y a muy corto plazo estos comportamientos dan refuerzo y se sienten como necesarios. Pero a largo plazo el perro tiene ante sí una gran cantidad de estrés y la eutanasia al final del camino.
Los perros obedecen a las leyes del condicionamiento operante (siempre y cuando el condicionamiento operante no entre en conflicto con lo que se denomina impulso instintivo). Existen cuatro tipos de resultados de un comportamiento:
Fuentes de consecuencias operantes:
Es posible que haya perros que hayan nacido con predisposiciones y tendencias pero que con cada experiencia se vayan adaptando a través del proceso de aprendizaje. Aprenden a predecir las consecuencias y aprenden qué comportamientos provocan qué consecuencias. Si el resultado o consecuencia es agradable desde un punto de vista subjetivo, entonces se reforzará ese comportamiento. Si el resultado o consecuencia es desagradable desde un punto de vista subjetivo, entonces se debilitará el comportamiento. Las consecuencias agradables o desagradables pueden provenir del propio perro o de su entorno, tanto de objetos animados como inanimados. Cuando un perro agrede, su cerebro se inunda de productos químicos que provocan adicción fisiológica, tales como la adrenalina, cortisol y endorfinas, lo cual puede llevar a un enorme refuerzo intrínseco del comportamiento. Si el comportamiento funciona para conseguir el objetivo entonces se refuerza de forma intrínseca y extrínseca. El alivio también refuerza. Si consigue alejar un estímulo que desencadena miedo o irritación entonces el comportamiento que lo haya conseguido se reforzará de forma positiva. El aprendizaje tiene un papel fundamental en el comportamiento agresivo de los perros, sobre todo en caso de ensayos repetidos durante largos periodos de tiempo.
El párrafo anterior es vital: es la razón por la cual no podemos permitir ensayos de los comportamientos agresivos con el perro. Los perros tienen tendencia a «aprender de un único evento»: los acontecimientos que les producen mucho miedo o gran refuerzo tienen grandes posibilidades de crear hábitos en sólo uno o dos ensayos. Podemos entender entonces por qué es tan importante gestionar la situación de manera que el perro no tenga oportunidad de poner en práctica su repertorio.
La agresividad se generaliza. No deja de ser una ironía que cuando hablamos de enseñar nuevos comportamientos deseables siempre se comenta lo difícil que les resulta a los perros generalizar pero cuando hablamos de agresividad parece que la generalizan muy bien. En un primer momento un estímulo específico desencadena el miedo. A medida que va pasando el tiempo y la respuesta se activa repetidas veces, el perro busca desesperadamente denominadores comunes (estímulos discriminatorios) en los acontecimientos para intentar predecirlos y por lo tanto evitarlos: adaptación (comportamiento animal normal). Con cada acontecimiento el perro recopila más datos, que se asocian de forma integral con el miedo o la irritación. Si el estímulo original era, por ejemplo, un desconocido que llevaba un sombrero, el perro puede que al principio tenga miedo de esa persona pero enseguida empezará a tener miedo de cualquier persona que lleve un sombrero. De ahí a tener miedo de los sombreros o de los desconocidos o de todos los hombres hay un paso. Pronto será imposible identificar el estímulo original debido a estas generalizaciones. Por eso es tan importante la detección temprana de los comportamientos defensivos, antes de que se generalicen y sean mucho más difíciles de modificar. Si un estímulo es muy relevante y distintivo para el perro, lo generalizará mucho más fácilmente. Esto explica por qué las respuestas agresivas se generalizan de forma más fácil que el adiestramiento en obediencia habitual.
Todo comportamiento posee componentes ambientales (el entorno) y genéticos (la naturaleza) (Siiter, 1999). Ambos contribuyen a formar el comportamiento y ambos son muy importantes. Al doctor Ian Dunbar le gusta responder a la pregunta de si es la naturaleza o el entorno el que influye con la pregunta: «¿hablamos de una prospección o de un producto?». Si somos criadores, o una persona que quiere legislar la cría para controlar la agresividad, entonces el perro es un ser en potencia y la respuesta es «no criemos perros agresivos porque la naturaleza es muy importante». Si acabamos de adoptar un cachorro lo que tenemos es un acto, un producto, y la respuesta es «la naturaleza tiene poca relevancia en este punto así que socialicemos bien el cerebro del pequeño cachorro porque el entorno es muy importante». El análisis genético de la agresividad es un problema muy complejo dado que es de tipo poligenético. Esto quiere decir que la agresividad forma parte de casi todos los genes del perro. En este caso es suficiente que entendamos que la naturaleza y el entorno están interrelacionados y que cada cual contribuye de forma considerable al producto final que es el perro agresivo. Lindsay, al hablar de este tema de la naturaleza frente al entorno comenta lo siguiente: «Sin embargo, comparar la importancia relativa de estos dos factores de forma separada es lo mismo que preguntar qué es más importante para conformar el agua, si el hidrógeno o el oxígeno» (Lindsay, 2000, p. 167). Los genes normalmente no crean un comportamiento, igual que un comportamiento no crea directamente genes (Lindsay, 2000, p. 168). Los genes tienen un impacto en el sustrato bioquímico que luego tiene su impacto en el comportamiento de forma algo más directa.
«El desarrollo del comportamiento y el biológico tienen lugar en un contexto de limitaciones heredadas que son lo suficientemente variables como para permitir un cambio según las necesidades dictadas por la experiencia única del animal y la interacción con el entorno. Este ajuste a las demandas del entorno físico y social depende del aprendizaje, pero el aprendizaje sólo es posible hasta el punto en el que el animal está preparado genéticamente para aprender» (Lindsay, 2000 p. 168).
Cuando un perro nace su cerebro sigue creciendo. Cambia tanto de tamaño como de forma. La forma se refiere al tipo de conexiones neuronales que produce. La experiencia del perro cuando es un cachorro muy joven cambia la forma y tamaño de su cerebro, lo cual quiere decir que sus características temperamentales al nacer no determinan completamente el adulto en el que se convertirá. El desarrollo del feto y el nacimiento son sólo los primeros pasos del desarrollo del temperamento del perro. El producto final será una combinación de naturaleza y aprendizaje (Coppinger y Coppinger, 2001).
Debemos entender un poco la «personalidad de nuestro perro» para entender por qué hace uso de la agresividad. El siguiente modelo tiene sus ventajas y desventajas pero lo presento para que lo tengamos en cuenta y tal vez simplemente para que nos ayude a pensar y a comprender las diferencias individuales entre perros.
La personalidad es:
Podemos describir la personalidad del perro a través de:
Los motivadores apetitivos hacen que el perro actúe para conseguir algo agradable. Son lo que impulsa al perro a buscar algo de valor.
Resulta fundamental ver al perro como un individuo a todos los niveles pero en este caso es todavía más importante. A cada perro lo motivan cosas diferentes. Las motivaciones pueden definir los objetivos del perro y darnos la munición necesaria para realizar un readiestramiento eficaz.
Los motivadores aversivos son normalmente asociaciones negativas con estímulos ambientales específicos. Es aquello que no le gusta al perro y que quiere evitar o de lo que quiere escapar.
Un perro puede tener diferentes niveles de muchas cualidades que componen un grupo de motivaciones. Un perro puede tener un sistema de motivación social muy fuerte o sensible o un sistema de motivación depredadora muy fuerte o sensible. Estos sistemas de motivación o tendencias contribuyen al gestalt de su personalidad, lo cual a su vez explica por qué se comporta como lo hace y nos ayuda a predecir cómo puede responder a distintos estímulos. Un perro puede mostrar motivación negativa o sensibilidad a la presión social o al manejo específicamente. Estas sensibilidades, como los motivadores apetitivos, nos ayudan a explicar por qué un perro se comporta como lo hace y predecir sus respuestas en el futuro. Las sensibilidades fuertes superan a los motivadores apetitivos. Por ejemplo, un perro puede sentirse muy atraído por comida pero es posible que no coma o no juegue cuando tiene miedo. La sensibilidad supera a la motivación apetitiva.
Los motivadores aversivos o apetitivos se heredan y se aprenden. Hay muchos perros que nacen con una predisposición hacia ciertos valores o sensibilidades pero también pueden crearse o cultivarse hasta cierto grado. Los perros tienden a desarrollar sensibilidades, lo cual podría explicar por qué los perros agresivos no tienden a volverse más pro-sociales sin intervención.
Un valor o sensibilidad especialmente fuerte puede ayudar a explicar por qué agrede un perro.
Como ya se ha mencionado, existen problemas con este modelo de personalidad canina. El problema principal es que los tipos de personalidad o temperamentos suelen ser, de algún modo, más o menos estables a lo largo de la vida. Pueden modificarse con cierto margen en la mayoría de los casos pero esencialmente permanecen estables. Las motivaciones no son un sustrato ideal para una teoría de la personalidad porque se pueden modificar en un margen mayor. Debido a esto es importante que esta teoría de la personalidad se repita y actualice con frecuencia si queremos que nos ofrezca algún tipo de valor predictivo a lo largo del tiempo. Las pruebas de temperamento tales como las que ha realizado Sue Sternberg seguramente son buenos test de personalidad canina y su técnica repetida de dar golpecitos cariñosos en la cabeza resulta particularmente brillante pero requiere un conocimiento amplio y un gran talento para los perros para que funcione y además su interpretación es algo subjetiva. Este test es muy eficaz en manos expertas como las de Sue Sternberg pero puede no ser útil (e incluso peligroso) para los propietarios de perros en general, aunque esto es algo que la propia Stenberg ya indica. Así que en el contexto del dueño que intenta ver los patrones de la personalidad de su perro, seguiremos con la teoría de los motivadores que presentamos anteriormente. Para un adiestrador profesional o un asesor que no ha estudiado los test de temperamento de Sue Stenberg lo sugeriría encarecidamente. El librito se llama Temperament Testing for Dogs in Shelters (Pruebas de temperamento para perros de perreras) de Sue Sternberg.
DEBERES: deberíamos hacer una lista de todos los principales motivadores apetitivos o aversivos de cada perro agresivo. Estas listas nos ayudan a definir la personalidad del perro. Los perfiles de personalidad también nos pueden ayudar a saber lo que motiva a un perro en particular y ayudarnos a predecir cómo puede relacionarse ese perro o cómo puede responder a diversos estímulos ambientales. Conozcamos a nuestro perro, conozcamos sus motivadores generales. Conocer los motivadores de un perro nos puede ayudar a explicar la función de su agresividad y ayudarnos a evitar, manejar y tratar el problema.
Existen dos escuelas de pensamiento en cuanto a la clasificación de la agresividad. Una escuela (la de la no clasificación) sugiere que clasificar la agresividad es o bien una pérdida de tiempo o que induce a error. El argumento utilizado es que no podemos leer la mente del perro y por lo tanto no podemos saber de forma efectiva lo que motiva su agresión. El argumento sigue con que lo que nos debería preocupar son los estímulos activadores y no una etiqueta conceptual compleja. Esta escuela de pensamiento parece sugerir que el comportamiento debería solventarse de la misma manera independientemente de la motivación dado que no se hace ningún intento de definir la motivación.
Hay otra escuela de pensamiento (clasificadores) que sugiere que tendríamos que clasificar los casos de agresividad. El argumento utilizado es que al intentar comprender el substrato de motivaciones de esa agresión podemos diseñar mejor un plan de tratamiento que ataje esos elementos motivadores. Esta escuela de pensamiento reconoce que diferentes funciones motivadoras de la agresividad requieren diferentes enfoques de manejo para tratar la motivación real de ese comportamiento.
El escenario que se nos presenta tantas veces para fundamentar este argumento es que si un perro muerde a un niño, ¿merece la pena diferenciar si el comportamiento es resultado de una respuesta de miedo o depredadora? La primera escuela sugeriría que el comportamiento es o bien deseado o no deseado y que esa es la única distinción. Este comportamiento no es deseado y por lo tanto hay que manejar y tratar al perro. La otra escuela sugeriría que es no deseado y que es relevante para el tratamiento saber lo que motiva ese comportamiento. La primera escuela normalmente preguntaría si este conocimiento afecta al plan (lo cual sugiere que no afectaría al suyo) y la segunda escuela indicaría que sí (lo cual sugiere que sí afectaría a su elección de tratamiento). Esta reproducción común del debate habitual ya nos demuestra que los que distinguen entre comportamiento deseado y no deseado diseñan un plan de tratamiento que se centra en enseñar comportamientos de sustitución adaptativos de forma muy general mientras que el grupo clasificador enseña comportamientos de sustitución centrados en el motivador que se supone. El grupo clasificador puede sugerir actividades de descarga depredadora para los depredadores y contra condicionamiento y desensibilización sistemática para el perro con miedo. El grupo no clasificador puede centrarse simplemente en adiestrar de forma sólida que el perro vaya en posición de junto o que se siente y mantenga el contacto visual, y comprobar el éxito del método en situaciones en las que haya muchos elementos de distracción. En este momento no existen, que yo sepa, resultados de investigación que sugieran qué método es más efectivo. Sería interesante contar con tales datos. Como no existen analizaremos los dos métodos.
Ambas escuelas de pensamiento tienen sus puntos positivos. No podemos leer el pensamiento del perro. No sabremos de manera segura lo que lo motiva a agredir e intentar clasificarlo puede que nos distraiga del problema real. Sin embargo, comprender por qué un perro agrede es la base para tomar decisiones más específicas y certeras sobre lo que podemos hacer al respecto. En mi caso he visto muchos episodios de agresividad en los que no podía saber de forma segura la motivación, por lo que en esas situaciones simplemente los clasifiqué como no deseados y trabajamos desde esa perspectiva. Así que seamos clasificadores o no clasificadores tendremos que estar preparados para apostar por el «no deseado» algunas veces y luego intentar trabajar con los desencadenantes.
Este libro intentará reconciliar ambas posturas del siguiente modo. El marco para entender la agresividad ya lo hemos presentado. Es un marco básico. Lo que veremos a continuación se centrará en un debate más profundo para llegar a un formulario con el inventario de distintas «formas» de expresión identificables y características. Como teoría primaria de la agresividad un formulario con el inventario de clasificación resulta problemático. No nos permite de modo eficaz llegar a abstracciones o generalizaciones y hay bastantes superposiciones. Describe muchas expresiones de comportamiento agresivo pero no es capaz de ofrecer una teoría real que se pueda utilizar. Este inventario sólo será utilizado a modo ilustrativo. Será una exploración de los «tipos» de reacción que se pueden identificar fácilmente y una apreciación más profunda de los sustratos de motivación implicados. Esperemos que este análisis nos ayude a diseñar un plan de tratamiento. El diagnóstico no utilizará la clasificación de tipos por inventario. La agresividad es deseada o no deseada y el diagnóstico intenta identificar la «función» del comportamiento pero no simplificarlo en una mera clasificación.
La diferencia entre identificar una función y una motivación es ser presuntuosos. Cuando definimos una función identificamos las consecuencias que refuerzan un comportamiento y las señales que hacen que estas consecuencias estén presentes. Esto está más evidente en los comportamientos emitidos o desencadenados. La motivación requiere que imaginemos más que la mera función. La teoría básica que presentamos brevemente nos ayudará a explicar los porqués a nivel elemental y la función identificará los porqués a nivel más específico. El tratamiento incluirá un programa básico y luego técnicas de modificación del comportamiento más específicas que atajen los estímulos desencadenantes. También se presentará un debate sobre los trucos y sugerencias habituales basándonos en un inventario pero todos estos los ofreceremos a título ilustrativo simplemente para ayudar a diseñar un plan de tratamiento. El asesor o dueño debe ser flexible en el uso de cualquiera de los enfoques presentados.
El siguiente tema importante tiene que ver con el problema de los sistemas de clasificación. Se han diseñado tantos sistemas de clasificación como teóricos sobre el tema.
Un sistema define la agresividad como agresividad ofensiva o defensiva. No está claro si el sistema intenta definir la expresión del comportamiento (defensa activa o pasiva) o la intención del animal (miedo o irritación) o ambos.
Otro sistema ha definido la agresividad en cuanto a agresividad por miedo o agresividad por dominancia. Este sistema no es funcional y se basa en algunas asunciones problemáticas en cuanto a las motivaciones que subyacen a ciertos comportamientos.
La mayoría, si no todos estos sistemas, reconocen que existe una diferencia significativa entre comportamientos depredadores y otros comportamientos que llevan a un ataque. Algunas fuentes dejan fuera de su definición de la agresividad los comportamientos depredadores porque existe una diferencia fundamental en el estado de motivación. Hay muchos sistemas que incluyen el comportamiento depredador como una forma de agresividad, probablemente debido al hecho de que tiene el mismo resultado destructivo de un ataque y porque se puede diferenciar de otras formas.
Ha habido muchas variantes del sistema de inventarios funcionales para el comportamiento agresivo. Este sistema ha sido criticado (véase Lindsay, 2001) por entrar en superposiciones y no permitir abstracciones o generalizaciones. Como ya se ha comentado, utilizaremos un sistema de inventario de motivaciones pero se harán distinciones más básicas para permitir una exploración teórica. Aunque será distinto a otros inventarios, tendrá muchos aspectos comunes.
El comportamiento real de un perro no siempre (o normalmente) encaja exactamente en alguna categoría de los sistemas que he visto. Este es otro buen argumento para definir los casos de agresividad como deseados o no deseados. Este sistema no intenta llegar a la cuadratura del círculo. El sistema de clasificación es más para ilustrar y permitir al dueño o asesor de comportamiento diseñar tratamientos más centrados en motivaciones, basados en un sistema de clasificación lo más objetivo posible.
Con frecuencia hay diferencias en el sustrato de motivación común de la agresividad que se dirige a otros perros o a humanos. En general, la agresividad que se dirige a humanos es motivada por el miedo. No compartimos muchas motivaciones comunes porque somos especies diferentes, la comunicación más sutil es menos eficaz. Igualmente muchas veces hay déficits de socialización y problemas de sensibilización que contribuyen a este miedo.
En general la agresividad dirigida a otros perros parece que se basa en la competitividad o en la frustración. En muchos casos los perros comparten las mismas motivaciones básicas, por lo menos están más parejas que con las de los humanos. Esto lleva a problemas de competitividad, sobre todo entre perros que viven juntos. En cuanto a los perros que no viven juntos, el miedo o la escalada de la agresividad por competitividad o por déficits de socialización es otra causa común de la agresividad. Uno de los escenarios más típicos es aquel en el que un perro aprende que puede «abusar» porque le da buenos resultados en el día a día. Estos perros se impacientan y frustran con más facilidad. Todo lo dicho hasta ahora son motivaciones típicas; sin duda también muchos perros se ven motivados de forma atípica y el miedo a otros perros con los que vivan o la sensación de competencia con otros miembros de la familia humana pueden estar presentes pero son menos comunes.
Cualquier perro puede padecer agresividad relacionada con el miedo. Las perras tienden a tener más miedo que los perros (Beaver, 1999, p. 166). El margen entre los perros socializados y no socializados que muestran agresividad no es tan grande como muchos creen, lo cual nos lleva a una teoría de etiología más genética (Overall, 1997).
En un caso típico la agresividad por miedo presenta un comportamiento defensivo activo sólo después de que no funcione o sea imposible la defensa pasiva. La excepción a esta norma serían los perros con experiencia que muestran agresividad para evitar un evento, que comentaremos más adelante.
Los estímulos desencadenantes suelen estar bien definidos al menos hasta que se generalizan y provocan agresividad por evitación.
La defensa pasiva (huir, quedarse inmóvil, apaciguar) es una respuesta preponderante en los perros normales frente a la defensa activa (lucha). El miedo inhibe la agresividad porque activa la respuesta de huida. Un perro irá pasando de forma más rápida o más gradual a una defensa activa en las siguientes circunstancias:
La agresividad relacionada con el miedo se utiliza para evitar o controlar un estímulo que induzca miedo (amenaza).
El miedo puede darse en las siguientes situaciones:
Los perros tienen mecanismos innatos para evitar el peligro: el miedo o aprehensión ante lo desconocido y potencialmente peligroso. La manera en la que funciona este mecanismo es la siguiente: el cachorro joven no tiene miedo de nada o casi nada, tiene un sistema que lo lleva sobre todo a investigar, tiene tanta curiosidad que quiere probarlo todo. Este sustrato de motivación está presente para que pueda irse adentrando en el conocimiento de todas las cosas con las que va a tener que interactuar a lo largo de su vida. En el entorno salvaje (sea lo que sea esto para un perro doméstico) es posible. Este periodo de gran curiosidad se correlaciona con el periodo en el que la madre tiene que supervisar al cachorro para que esté seguro pero que al mismo tiempo se socialice con las cosas que le son necesarias. A medida que el cachorro se va haciendo mayor y tiene unos cuantos meses, el impulso investigador decae ante la neofobia. Se hace menos curioso y más y más reticente ante las cosas nuevas que no ha experimentado de forma positiva. Ahora ha aprendido de qué se puede fiar y de qué no. Y no se puede fiar de aquellas cosas a las que no haya sido expuesto durante la etapa de cachorro. Se hace más independiente y necesita menos la supervisión materna. El ciclo de socialización funciona así y muy bien en el entorno salvaje. En nuestra sociedad un perro se ve expuesto a tantos estímulos nuevos que es casi imposible funcionar con esos límites. Por eso la socialización es tan importante. Si nos perdemos el periodo crítico entonces estaremos intentando recuperar el tiempo perdido durante toda la vida del perro. Así que si perdemos el tren de la socialización el perro va a tener más riesgo de desarrollar agresividad por miedo.
El doctor Ian Dunbar cuenta la historia de un hombre que nunca había pegado a su perro pero un día llega a casa y se encuentra algún destrozo intolerable causado en su ausencia, deposita las llaves y le pega. Al día siguiente el hombre se está preparando para irse a trabajar, se siente mal por haberle pegado al perro, agarra todas las cosas, incluidas las llaves, y el perro lo muerde. El doctor Dunbar ilustra cómo una experiencia única puede provocar en un perro una respuesta emocional intensa y producir un evento agresivo. La historia se nos cuenta de tal manera que nos resulta fácil descubrir cuál fue el desencadenante. En la mayoría de los casos en los que nos encontramos con agresividad aprendida provocada por un único evento hay desencadenantes complejos y poco claros que no podemos identificar. También pueden evolucionar en una serie de desencadenantes poco claros que resultarán difíciles de identificar. Algunos casos nos pueden dejar perplejos. Esta es en realidad una agresividad basada en el miedo pero se describe como una subdivisión de esta debido a su evolución única. La mejor manera de determinar estos desencadenantes la ilustra la historia que contaba la doctora Pamela Reid sobre su perro al que siempre le habían gustado los niños y luego un día un niño le ladra al perro y desde ese momento el perro se muestra aterrorizado cuando ve niños y se les abalanza a la más mínima oportunidad. Esto ilustra cómo experiencias aparentemente benignas (para nosotros) pueden activar esta forma de agresividad. Estas historias también nos ayudan a apreciar hasta qué punto pueden ser complejos los problemas de agresividad. El origen de este problema de agresividad puede que nunca sea identificado si no lo observa de primera mano un profesional. Podría ser un caso que parezca extraño y misterioso incluso después de haberle preguntado extensivamente al dueño. Incluso si el dueño lo ha visto puede que no salga en las preguntas. La agresividad aprendida de un único evento puede hacer que sea imposible determinar la motivación de un caso de agresividad.
Si la defensa pasiva relacionada con el miedo no consigue provocar alivio y lo mismo ocurre con la defensa activa, entonces el resultado puede ser la indefensión aprendida o neurosis. Puede ocurrir si nada proporciona alivio. Otro resultado potencial puede ser ira por frustración. En la mayoría de los casos los humanos no somos capaces de reconocer las estrategias de defensa pasiva. El perro sale de la sala cuando llegan niños mostrando así defensa pasiva. Se marcha. Esto normalmente los humanos no lo identificamos como una señal de miedo (o por lo menos como malestar). Si esta estrategia no le permite hallar alivio aumentando la distancia o si simplemente resulta demasiado frustrante, el perro responderá con estrategias de defensa activa. Si se ven reforzadas estas estrategias, aumentará su frecuencia. El perro hace lo que le funciona. Hay bastantes posibilidades de que no se vean reforzadas en cada ocasión. Cada vez que no consigue alivio, las estrategias de agresividad se hacen más y más activas. Si la huida y el apaciguamiento no consiguen reforzar el comportamiento entonces el perro entra en un proceso de explosión de extinción. La extinción es lo que ocurre cuando un comportamiento no se ve reforzado. El comportamiento se hace variable hasta que alguna variante encuentra refuerzo y ese se convierte en el comportamiento de elección. Esa pequeña explosión de variabilidad es lo que llamamos explosión de extinción. El perro gruñe y los padres alejan al niño de la situación o al perro. En cualquier caso se ha conseguido un alivio y por lo tanto un refuerzo. A medida que pasa el tiempo los padres están ausentes durante un par de eventos más y los niños no responden y por lo tanto no refuerzan inmediatamente el gruñido. El siguiente paso es lanzar una dentellada. El perro ya ni intenta huir. El comportamiento ha sido extinguido porque no funcionaba. ¿Qué funcionó? Bien, durante un tiempo el gruñido. Ahora lanzar dentelladas es el comportamiento reforzado. El comportamiento se va conformando al alentar al perro a cambiarlo, luego se instala una versión más intensa. A medida que pasa el tiempo el perro no sólo aprende qué comportamientos le funcionan de forma operativa y cuáles no sino que también aprende a predecir una situación negativa. La presencia de niños se convierte en un desencadenante para una respuesta de defensa activa. A medida que va avanzando la situación el perro cada vez se hace más activo en su propia defensa y el estímulo desencadenante se convierte en fácilmente predecible. La siguiente fase es el ataque preventivo. El miedo se activa con la mera presencia del niño y lanza la dentellada. A estas alturas hay pocas estrategias pasivas que emplee el perro y no espera a que el niño entre en contacto con él. El resultado final es un ataque inmediato y muy ofensivo ante la mera posibilidad de la presencia del estímulo (el niño en este caso hipotético). Esto es lo que queremos decir cuando hablamos de un perro agresivo por miedo con experiencia. En este punto sin ningún signo obvio de defensa pasiva resulta difícil o casi imposible distinguir la agresividad motivada por miedo de aquella motivada por la irritación o la ira.
Hay otra forma de analizar este patrón de comportamiento. Podría ser que esta presencia recurrente del miedo provoque frustración y poco a poco irritación. Podría ser que el miedo provoque defensa pasiva y que la irritación provoque defensa activa. Si este modelo es cierto entonces seríamos capaces de clasificar todos los comportamientos de huida como motivados por el miedo y los de lucha por la irritación. Puede que este sea el modelo correcto. Sería difícil comprobar esta hipótesis y hasta que se compruebe sigue siendo un modelo sin demostrar. Una manera de añadir validez al modelo puede ser medir el pulso, respiración y liberación de neurotransmisores. Podríamos comparar los resultados con las respuestas de huida frente a lucha y con lo que sabemos de la diferencia psicológica entre el miedo y la irritación.
La agresividad por complejo de control describe un estado anormal y de mala adaptación emocional. Estos perros son maníacos del control con bajos umbrales de frustración y de irritación. Son incompetentes socialmente.
Del 65 al 90% de los perros que muestran comportamientos asociados con la agresividad por control son machos (Beaver, 1999, p.157). El 90% de estos perros no han sido castrados en el momento en el que se pide ayuda profesional (Beaver, 1999, p. 157). De las hembras que muestran este complejo la mayoría están esterilizadas (Overall, 1997). Los signos se presentan normalmente con la madurez sexual (6-12 meses) si se observa con atención, pero se incrementa y se hace obvio, incluso para personas poco observadoras, con la madurez social (18-24 meses) (Beaver, 1999, p. 157). La edad típica en la que se acude a un profesional es entre 1 y 3 años de edad (Beaver, 1999, p.157). Las razas puras tienen más riesgo de desarrollar este modo de agresividad (82-87%) (Beaver, 1999, p.157). Algunas razas tienen más riesgo de desarrollar esta forma de agresividad. Algunas líneas de algunos programas de cría se ha visto que están sub-representadas o hiper-representadas en las estadísticas de agresividad relacionada con comportamientos por este tipo de complejos.
«… la mayor parte de los casos de agresividad por dominancia [léase por complejo de control] aparecen como resultado de confusión social, frustración, irritabilidad, aversión al contacto y aprendizaje. La mayoría de los agresores por dominancia no lo son por dominio social sino porque simplemente son incompetentes socialmente e incapaces de equilibrar las necesidades sociales y de interacción que se les presentan sin morder» (Lindsay 2001, p. 241).
Los perros que muestran este bajísimo umbral para la excitación por frustración son anormales en el sentido de que no entran en la media con sus respuestas.
Aparentemente les falta confianza social. Experimentan diferentes estímulos como imperativos de supervivencia cuando de hecho no lo son. Estos perros son defensivos y se guían por la supervivencia y el control pero no tienen la capacidad de juzgar lo que es realmente una amenaza y lo que no lo es. NO son perros que intentan ascender en la escala social, son maníacos del control. La teoría de la agresividad por dominancia sugiere que estos perros confían en exceso en sí mismos. A mí esto me parece ridículo dado que un animal con verdadera confianza en sí mismo no sentiría una necesidad de control de ese calibre. Si hemos conocido a algún ser humano agresivo con afán de control excesivo sabremos que no tienen gran confianza en sí mismos: son inseguros e intentan compensarlo de esa manera. Lo mismo les ocurre a los perros. No tienen un exceso de confianza. Son incompetentes socialmente y están frustrados.
El complejo de control y la dominancia no son sinónimos porque yo no creo en la premisa de que estos perros tienen un exceso de confianza en sí mismos y que buscan un estatus; la teoría de la dominancia es poco consistente sino un completo error. Es imposible confirmar que los perros buscan un estatus y esa presunción descansa en algunas premisas poco convincentes sobre la opinión que tiene la gente de cómo funciona el cerebro de un perro. ¿Puede un perro utilizar la agresividad para conseguir un título simbólico de «alfa» simplemente porque le permitirá acceder a futuros privilegios? Parece más probable que a estos perros les falte confianza en sí mismos o que no tengan competencias sociales. La referencia a una búsqueda de estatus ha llevado históricamente a una relación de confrontación, de adversarios o combate basada en el resentimiento entre los dueños y sus perros. Vistas las premisas poco probables de «confianza en sí mismos» y «búsqueda de estatus» y las de la teoría de la manada, que son altamente problemáticas y degradan las relaciones, las rechazo y prefiero hablar de complejo de control más que de agresividad por dominancia. El complejo de control es un síndrome. Nos ayuda a dar sentido a diferentes fenómenos de comportamiento observados que han tenido como resultado en el pasado un diagnóstico de agresividad por dominancia. Puede que existan diferentes razones o substratos de motivación implicados en producir este temperamento y el complejo de control es un modelo teórico que nos ayuda a explicarlos.
Los estímulos desencadenantes pueden incluir cualquiera de los siguientes:
Nota: en los paréntesis podemos ver las razones más probables por las cuales ocurren estos comportamientos. Muchos de ellos tienen que ver con peligro o pérdida de confianza, historial de seguridad o refuerzo. Las metodologías punitivas ponen en peligro todos estos aspectos de la relación con nuestro perro, es fundamental que abandonemos cualquier metodología basada en el castigo para poder reconstruir la relación que tenemos con nuestro perro.
Como se ha comentado, la agresividad entre perros parece que suele estar motivada por factores competitivos con un componente de aprendizaje de comportamientos tipo «abusón». El acceso a los recursos suele ser la causa próxima más común para la agresividad relacionada con el control con otros perros. Los perros se frustran con mucha facilidad. Esta agresividad se distingue de la simple agresión protectiva porque el control de la posesión parece obsesivo y excesivo o incesante. También suele ir acompañado de otros signos de comportamientos de exceso de control. Suele ser una respuesta de falta de adaptación, una respuesta anormal en la mayoría de los perros. Muchos perros son competitivos pero los que muestran agresividad por complejo de control se activan con una estimulación excesivamente baja con estímulos desencadenantes que objetivamente son insignificantes (control social/competitividad incluso mínima).
Como ya se ha comentado, la agresividad por complejo de control dirigida a humanos es debida al mismo umbral, extremadamente bajo, de activación de la frustración al intentar controlar socialmente los estímulos desencadenantes. Dado que a las personas no se nos da muy bien leer las intenciones de los perros, corremos el riesgo de sufrir incidentes de agresividad que «no se sabe de dónde salen». No tendemos a reconocer las advertencias antes de que salte el perro. La mayoría de los incidentes tienen más que ver con una acumulación de irritabilidad debida a aversión ante un contacto que con competencia directa. Estos perros suelen ser más irritables cuando intentamos tocarlos o controlarlos.
El componente competitivo de la agresividad por complejo de control suele relacionarse con interacciones entre perros. El conflicto competitivo entre perros y humanos puede ocurrir pero es el caso menos típico. Lindsay (2001, p. 203) sugiere que los imperativos sexuales pueden tener algún papel en esto, sobre todo pueden explicar gran parte de la tensión competitiva entre perros. La competitividad sexual o por roles de género puede ayudar a explicar por qué las agresiones entre perros se dan sobre todo con el propio género. El comportamiento social del perro parece girar alrededor del equilibrio del incremento de actividades de distancia competitiva/defensiva y con actividades de reducción de la distancia de afiliación o de vínculo. La mayoría de los perros siguen impulsos (instintos básicos) sociales. Los perros compiten por acceder a recursos valiosos que incluyen la actividad sexual, lugares cómodos o conocidos y objetos sociales conocidos. La competitividad suele ser una fuente de conflicto entre perros. Para los perros que padecen agresividad por complejo de control incluso un mínimo evento competitivo puede llevar a que el perro muestre comportamientos defensivos activos para aumentar la distancia. Los perros que tienen un impulso tan grande por competir y umbrales tan bajos de frustración son peligrosos porque puede parecer que observan distintos acontecimientos objetivamente inocuos como competitivos y por lo tanto frustrantes. La frustración parece que provoca irritación, ira y respuestas agresivas inapropiadas y fuera de contexto. Cuanto más irritable y furioso se pone, mayor es su afán por sobrevivir y menos se inhibe la respuesta. La mentalidad de agresividad por complejo de control en los perros es anormal en esa conjunción de instintos básicos competitivos y umbrales muy bajos de frustración.
En algunos casos también existe un componente de aprendizaje en este proceso. Si un perro aprende que tendrá éxito en la situación de competición en todas las ocasiones (un perro mimado o el más grande y fuerte) entonces esperará tener éxito siempre en la competición. Después de repetidas experiencias en este sentido un perro se puede frustrar con facilidad si las cosas no salen como él espera. No está acostumbrado y no sabe muy bien cómo gestionar ese tipo de estrés particular. La frustración lleva a la irritación. Este perro es impaciente y se frustra con facilidad. Puede dar la sensación de ser mandón o conflictivo. Los perros no se «echan a perder» los unos a los otros, son los humanos los que creamos muchos perros que después clasificamos como dominantes agresivos. Luego un adiestrador con mentalidad tradicional (de castigo) le da instrucciones al dueño para que domine al perro, lo cual provoca mayor frustración y ¡bang!, ya tenemos un gran problema entre manos. ¡No echemos a perder a nuestro perro o se convertirá en un perro mimado! No me escriban cartas airadas. No le pido a nadie que ignore a su perro o que lo trate como si estuviera en el ejército. ¡De eso nada!
Hay muchos perros con complejo de control que podríamos describir como psicópatas (antes se llamaban sociópatas). Muchas veces observamos que estos perros tienen comportamientos de juego o de búsqueda de afecto sólo para dispararse una vez que se acepta su invitación. Los vemos ofreciendo un juguete a un humano o a otro perro sólo para atacarlos cuando lo aceptan. Tienen comportamientos de deferencia o juegan con metasignos solícitos (signos como la reverencia para invitar al juego que indican que lo que van a hacer puede parecer agresivo pero que es sólo un juego) hacia humanos y otros perros y luego se destapan cuando el otro perro o la persona responden con afecto o jugando. Estos perros muchas veces no ofrecen afecto, pero lo piden. Parece que no experimentan felicidad social en absoluto y cuando lo hacen muestran una especie de desafío perverso. ¡Es triste de verdad! Una alternativa y tal vez una explicación más parsimoniosa, para esta psicopatología, puede ser la de un simple conflicto de aproximación-evitación. Quieren afecto pero esto desencadena respuestas emocionales problemáticas. En cualquier caso nos encontramos ante un problema grave.
Existen varios trastornos patofisiológicos o neurológicos que provocan un umbral bajo, impredictibilidad o formas desinhibidas de agresividad. Es fundamental que un veterinario competente realice una evaluación médica para excluir causas médicas como origen de la agresividad.
Existen muchos perros con agresividad por complejo de control que son independientes y distantes. Les falta un «amortiguador social» como dice Sue Sternberg, que evite que se frustren o que se pongan irritables ante un control social restrictivo. La relación entre el dueño y el perro puede ser frustrante para el perro. Un contacto repetido y continuado puede producir una aversión al contacto acumulativa e irritabilidad que puede llevar a que el contacto sea un estímulo desencadenante potente. Esta irritabilidad puede bajar los umbrales de frustración.
Lindsay propone la teoría de aversión al contacto para dar cuenta de los siguientes hechos:
Los perros que padecen agresividad por complejo de control suelen tener un umbral muy bajo de frustración. La frustración lleva a un comportamiento desinhibido y defensivo activo. Estos perros suelen carecer de un amortiguador social y son independientes, se irritan y enfadan con facilidad. Normalmente pedirles que hagan algo que no quieren o evitar que hagan algo que quieren suele ser el estímulo desencadenante. Estos perros son anormales en sus umbrales desencadenantes de activación de la frustración o en muchos casos en el estímulo competitivo, se defienden por mala adaptación de forma activa contra percepciones irracionales de amenaza.
La agresividad territorial afecta sobre todo a machos adultos. Los perros que llevan una dieta alta en proteínas tienen más predisposición tal y como lo demuestran las estadísticas (Beaver, 1999, p.180). Los machos sin castrar puede que actúen de una manera un poco más intensa una vez que se desata el comportamiento pero la castración no afecta por lo general a esta forma de agresividad de una manera significativa (Beaver, 1999, p. 180).
La aproximación o presencia de personas no conocidas o temidas, o de otro perro en el territorio desata la agresión territorial.
La defensa del territorio suele incluir una expresión activa como el ladrido de alarma, gruñidos, enseñar los dientes, abalanzarse a alguien y en algunos casos morder o lanzar dentelladas. La irritación que provoca la frustración o el miedo podrían ser el impulso de este comportamiento.
Las estrategias de defensa activa relacionadas con el miedo se experimentan y refuerzan con frecuencia. A medida que va pasando el tiempo la defensa se hace más activa y más intensa, y en muchos casos se generaliza a cualquier intruso extraño. El cartero es el ejemplo ideal para ver cómo se desarrolla este tipo de territorialidad. El cartero llega, lo cual provoca malestar al perro. El perro sondea la situación con un «guau guau» suave y luego se calla mientras intenta determinar el efecto del comportamiento. El cartero se va después de dejar el correo. El perro se siente aliviado, lo cual refuerza su comportamiento. Después de intentarlo varias veces así el perro adquiere más confianza y pone en marcha estrategias de defensa más activas. Ahora ladra amenazante en la puerta y cada vez el comportamiento se ve reforzado, se convierte en habitual y casi reflejo. Este comportamiento ya no sólo lo refuerza la retirada del intruso sino el baño de elementos químicos que invade el cerebro del perro, y el subidón de adrenalina que experimenta en la lucha también puede reforzar el comportamiento. Una gran parte de todo ello puede tener que ver con el desarrollo de la agresividad por evitación definida dentro de la agresividad relacionada con el miedo.
Hay muchas situaciones en las que parece que la agresividad territorial está relacionada más con la frustración que con el miedo. En muchos casos las luchas por el espacio entre perros —normalmente machos no castrados— parecen estar relacionadas con la frustración. Clasificar a estos perros como territoriales resulta problemático. Veamos la etiología. Los perros se excitan por la presencia de otro perro, bien porque quieren interactuar o porque tienen miedo de una intrusión. La irritabilidad y la tensión se van acumulando con cada encuentro frustrado. Estos perros tienden a correr de adelante a atrás ladrando, saltando o abalanzándose contra el otro perro. Cada incidente hace que el desencadenante se afiance más y que el comportamiento se haga más habitual. El acto de agredir refuerza el comportamiento y tiene como resultado una agresividad basada en la frustración aguda. Los encuentros de estos perros normalmente no son predecibles. Si la motivación fue la defensa de una zona, entonces podríamos esperar una defensa activa si se quita la valla. En muchos casos esto no ocurre. Muchas veces el encuentro tiene como resultado una explosión de aparente irritación (liberación de la frustración) pero en muchos casos cuando se retira el estímulo desencadenante (la valla o la denegación de acceso, no la zona en sí misma) los perros muestran comportamientos de afiliación (pro sociales). Estos encuentros son impredecibles. Cuando los perros que se pelean a través de la valla se conocen fuera del «territorio» tienden a llevarse mejor. Esto puede deberse a que los retiramos del territorio o a que retiramos los estímulos desencadenantes de la agresividad condicionada. En muchos casos la agresividad territorial puede haber iniciado el proceso pero resulta difícil defender este fenómeno como agresividad territorial.
Otra situación que suele ser difícil de clasificar es el comportamiento agresivo que muestran los perros que están atados en el patio. Sabemos que los perros que están atados tienen más riesgo de desarrollar agresividad pero muchas veces la motiva la frustración. Atar al perro evita que pueda tomar la opción de escape, lo cual promueve el aumento de los niveles de miedo y frustración. El confinamiento hace que el perro se sienta vulnerable a un ataque. Los gatos, niños u otros elementos pueden molestarlo y esto aumenta la activación por frustración y/o miedo. Estos perros normalmente aprovechan cualquier oportunidad para hacer un ataque preventivo y explotan de ira. Si un niño entra en el campo de acción del perro puede atacarlo con poca o ninguna inhibición. Esto indica frustración. En muchos casos los perros al principio tienen miedo por la falta de opciones pasivas. En muchos casos esta situación se ha descrito por un paradigma de agresión por evitación. La agresión resultante de esta situación se describe a menudo en el marco de la agresividad territorial pero si fuera cierto entonces este efecto ocurriría sólo en el territorio del perro. Se sugiere a menudo que el territorio puede ser «flotante» y seguir al perro pero entonces la noción de territorio no tendría utilidad. Es posible que el perro tenga más confianza en sí mismo en un entorno conocido y por lo tanto el miedo no inhibe la expresión de irritación. La territorialidad puede estar relacionada sólo con la falta de inhibición en un lugar conocido. Un lugar desconocido es posible que provoque más ansiedad y miedo, lo cual inhibe los comportamientos de defensa activa. Este puede ser un argumento para rechazar la noción de territorio.
Cualquier perro puede ser posesivo. Cuanto mayor valor tenga el objeto más posesivo será con respecto a él y retirar el objeto aumentará el valor. Los perros que no están acostumbrados a compartir también tienen mayor riesgo porque no han aprendido que retirar un objeto puede ser un refuerzo o por lo menos potencialmente.
Los perros que muestran agresividad por posesión utilizan estrategias de agresividad activas para conseguir o mantener sus objetos preciados, no entienden el concepto de derechos de la propiedad o posesión permanente. Los perros viven el aquí y el ahora y las posesiones de valor para el perro en ese momento deben ser protegidas. La posesión u otro recurso puede ser cualquier cosa: juguetes, comida, cama, sofá, jaula, persona, otro perro, etc.
Los perros asignan distintos niveles de valor a distintos objetos. Los intentos por parte de otro perro o persona por controlar ese recurso o de quitárselo pueden desencadenar comportamientos defensivos. Este es un comportamiento de adaptación y es probable que esté configurado en la estructura genética del perro. Si los dejamos a su aire, los perros desarrollan algún tipo de comportamiento para proteger un recurso (posesividad). La posesividad puede verse como una forma de comportamiento de almacenar, otra forma de agresividad a la que se tiende a denominar agresividad protectiva. Esta es con seguridad una forma de proteger un recurso o almacenarlo y se describe mejor de esa manera más que como una clasificación en sí misma.
La agresividad materna es un comportamiento de hembras no esterilizadas, sin embargo algunas veces está presente en hembras esterilizadas, sobre todo si fueron esterilizadas justo después del celo pero este tipo de agresividad se describe de forma más exacta como agresividad aprendida o por posesión.
Agresividad activa semejante a la agresividad por posesión pero experimentada por hembras no esterilizadas en los siguientes estados:
Este comportamiento se ve influido en gran medida por cuestiones genéticas y de actividad hormonal.
La perra elige un lugar como zona de cría para proteger o bien una posesión, normalmente un objeto como una zapatilla o un peluche, para protegerlo como si fuera un cachorro. Para las perras que están preñadas de verdad o pariendo, los cachorros y/o la zona de cría están protegidos.
Acercarse o intentar retirar o controlar de alguna manera alguno de los siguientes elementos:
Jean Dodds, DVM, es considerada una investigadora puntera en el campo de las causas médicas del comportamiento aberrante y una gran parte de esta sección se basa en su experiencia y escritos.
Existen diferentes problemas médicos que pueden causar que un perro reaccione de forma agresiva. La agresividad es de naturaleza médica cuando se identifica una enfermedad que se sabe que provoca agresividad, al tratarla el comportamiento agresivo baja significativamente su frecuencia e intensidad. La agresividad siempre puede tener un componente de aprendizaje, así que si la agresividad lleva presente un cierto tiempo, curar o manejar la enfermedad puede que no haga ceder la agresividad necesariamente. El componente de aprendizaje también hay que tratarlo. Se ha convertido en un hábito. Se ha convertido en la estrategia de comportamiento plan A.
Todos los casos de agresividad deberían considerarse después de haber descartado las causas médicas potenciales, pero hay ciertas circunstancias en las que se deben sospechar causas médicas y en las que se debe explorar un diagnóstico médico más profundo. Si el inicio de la agresión es brusco, deberíamos sospechar causas médicas. Si la agresividad parece explosiva o inapropiada en exceso ante el desencadenante, tendríamos que sospechar causas médicas. Si el comportamiento agresivo no tiene un desencadenante aparente o está relacionado con un aislamiento o irritabilidad general, deberíamos sospechar causas médicas. Si el perro actúa de alguna manera que pudiésemos clasificar como extraña o peculiar deberíamos sospechar causas médicas. Si el inicio de la agresividad se correlaciona con el uso de un medicamento o el inicio de alguna lesión o enfermedad entonces deberíamos sospechar que ambos elementos tienen una relación. Si cualquiera de los puntos mencionados caracteriza la situación de nuestro perro debemos pedir al veterinario que realice pruebas más específicas para evaluar y descartar causas médicas. Con frecuencia oirás que debes descartar las causas médicas. Es importante que sepamos que nunca las descartamos de todo. Lo que hacemos es descartar algunas, dependiendo de la extensión del examen, de las causas más comunes para el comportamiento agresivo. Esto no quiere decir que el problema no sea médico. Simplemente significa que es poco probable que lo provoquen las causas médicas que sospechábamos y que examinamos.
«Un comportamiento anormal en un perro puede deberse a una gran cantidad de causas médicas, también puede ser el reflejo de problemas subyacentes de naturaleza psicológica. Nuestro veterinario sigue un enfoque de diagnóstico sistemático al buscar causas médicas cuando un perro muestra un comportamiento inusual o inaceptable. Como resume Landsberg (Canadian Veterinary Journal, 31:225-227, 1990), este examen incluye:
Los pasos diagnósticos de 1 a 3 suelen completarse primero, luego se realizan los análisis adicionales tales como los pasos 4 a 6 si es necesario» (W. Jean Dodds, DVM, tal y como aparece publicado en Dog World Vol. 77, Nº 10, octubre 1992).
El dolor puede provocar que un perro equilibrado, bien socializado y adiestrado muestre una bajada de sus umbrales antisociales. Las displasias de cadera, infecciones de oído, torsiones de estómago, alergias u otras enfermedades que causan dolor pueden provocar una respuesta agresiva. La ceguera o sordera parcial pueden provocar agresividad en el perro si lo sorprende la llegada de gente porque no puede sentir que se aproximan. Incluso el recuerdo del dolor puede provocar una respuesta. Si un perro pisó un clavo es posible que nunca se sienta cómodo si le tocan la pata. Algunas razas y algunos individuos sienten el dolor con más intensidad que otros. Un Pitbull seguramente responderá con menos agresividad ante el dolor que otras razas porque tiene poca sensibilidad al dolor ya de nacimiento.
Una forma común de agresividad relacionada con la salud tiene que ver con los ataques epilépticos. La epilepsia canina es un cajón de sastre que incluye una gran diversidad de trastornos. La epilepsia canina es un trastorno cerebral en el que una actividad eléctrica anormal desencadena una transmisión nerviosa descoordinada, lo cual confunde los mensajes que van a los músculos. Esto inhibe la función de coordinación de los músculos. La epilepsia canina se puede dividir a grandes rasgos entre trastornos idiopáticos y sintomáticos.
Los ataques que provoca la epilepsia canina pueden ser parciales o generalizados. Los ataques parciales, también denominados focales provienen de una tormenta eléctrica en un lugar localizado del cerebro frente a los ataques generalizados, que implican una tormenta eléctrica que alcanza a todo el cerebro al mismo tiempo. Los ataques parciales se pueden dividir en ataques focales simples, cuando se mantiene la consciencia o complejos cuando se altera la consciencia. «Un ataque parcial complejo tiene su origen en la zona del cerebro que controla el comportamiento y a veces se denomina ataque psicomotor. Durante este tipo de ataque se altera la consciencia del perro y puede que muestre un comportamiento extraño como una agresión sin provocación o un miedo extremadamente irracional» (www.canine-epilepsy-guardian-angels.com/CanineEpil.htm). «Los ataques pueden ir espaciados por semanas o incluso meses y de vez en cuando aparecen en pequeños grupos. En algunos casos los animales se vuelven agresivos y atacan a los que los rodean justo antes o después de uno de estos ataques» (W. Jean Dodds, DVM y Linda P. Aronson, DVM).
Si la veterinaria no es capaz de encontrar otra causa para lo que puede ser un ataque epiléptico es posible que quiera hacer un historial completo, examen neurológico, recuento de eritrocitos totales, perfil químico en suero y análisis de tiroides. El asesoramiento nutricional también resulta un aspecto fundamental en el historial de ataques, ya que algunas razas muestran una propensión a padecer reacciones alérgicas o por hipersensibilidad a ciertos ingredientes, que se puede manifestar en forma de ataques epilépticos. Se nos pedirá que describamos todos los detalles del evento, lo que ocurrió antes y después.
Deberíamos anotar la hora, cualquier denominador común que pueda actuar como desencadenante, incluso la actividad exacta que estaba haciendo el perro en el momento del ataque epiléptico. Dependiendo de lo que descubramos puede que se tengan que hacer más análisis como el de líquido raquídeo (punción raquídea), resonancia magnética (RM) y electroencefalograma (EEG).
La medicación será una opción que tendremos que tratar con nuestra veterinaria. El fenobarbital o el bromuro de potasio son los tratamientos iniciales de elección para los perros que necesitan terapia con medicamentos. Es poco realista esperar que se elimine toda la actividad epiléptica una vez que haya comenzado el tratamiento.
Podemos encontrar dificultades para que se realicen los exámenes apropiados y más aún en llegar a un diagnóstico porque hay muchos ataques que no muestran los resultados típicos del tipo convulsivo. También es posible que sea difícil convencer a algunos veterinarios de que el comportamiento que observamos es un ataque o que tiene relación con él.
Sigue sin estar claro cómo afecta la reducción de la actividad del tiroides al comportamiento. Existen algunos indicadores que señalan que los perros con hipotiroidismo padecen una reducción en la eliminación del cortisol. «Los pacientes que padecen hipotiroidismo muestran una reducción en la eliminación del cortisol y los niveles de cortisol circulante elevados reproducen la condición de un animal en constante estado de estrés, igual que la supresión de TSH y la producción de hormonas tiroideas» (W. Jean Dodds, DVM y Linda P. Aronson, DMV). Se ha demostrado que existe una conexión clara entre la recepción de la dopamina y la serotonina en el sistema nervioso central por las vías de la agresividad. «En los perros que padecen agresividad aberrante, un estudio de colaboración muy amplio rearado por la Universidad de Tufts ha demostrado que muestran una respuesta favorable a la terapia de sustitución tiroidea en la primera semana de tratamiento» (W. Jean Dodds, DVM y Linda P. Aronson, DMV). «Se ha dado un retroceso impresionante del comporta-miento y un regreso a los problemas anteriores en algunos casos cuando se ha dejado de mar una única dosis» (W. Jean Dodds, DVM y Linda P. Aronson, DMV).
«Las categorías principales de comportamiento aberrante fueron: agresividad (40% de los casos), ataques (30%), miedo (9%) e hiperactividad (7%). Algunos perros mostraban más de uno de estos comportamientos. Se halló disfunción tiroidea en el 62% de los perros agresivos, en el 77% de los perros que padecían ataques, en el 47% de los perros que mostraban miedo y en el 31% de los perros hiperactivos» (W. Jean Dodds, DVM y Linda P. Aronson, DMV).
«Los signos clínicos típicos incluyen la agresión sin provocación hacia otros animales y/o personas, aparición repentina de un trastorno de ataques epilépticos durante la vida adulta, desorientación, cambios de humor, temperamento errático, periodos de hiperactividad, hipoatención, depresión, miedo y fobias, ansiedad, sumisión, pasividad, ataques compulsivos e irritabilidad. Después de estos episodios la mayoría de los animales se comportan como si acabasen de salir de un trance, como si no fueran conscientes de su comportamiento anterior» (W. Jean Dodds, DVM y Linda P. Aronson, DMV).
Asegurémonos de que nuestra veterinaria hace los siguientes análisis:
Perfil DST para anticuerpos tiroideos que realiza un examen de T3, T4, T3 y T4 libres y autoanticuerpos T3 y T4.
Para más información puede consultarse en Internet:
La agresividad idiopática es una clasificación muy controvertida. Hay muchos teóricos del comportamiento que creen que esta forma de agresividad es puramente médica o que si ocurre en perros sanos entonces sólo tiene que ver con umbrales bajos de estimulación o agresividad para evitar un evento grave. El término agresividad idiopática también se utiliza a menudo en casos en los que no se puede encontrar una clasificación. En esta obra no usaremos así el término.
La agresividad idiopática es un término que se utiliza para denominar una forma de agresión caracterizada por ataques particularmente violentos e impredecibles a personas, otros animales u objetos inanimados. El perro se muestra confuso justo antes y después del ataque. Puede que se quede en un estado como con la mente en blanco, congelado, antes del ataque. Este aspecto podría ser el resultado de una reacción del sistema nervioso simpático que aumenta el reflejo tapetar (Overall, 1997, p. 125). En algunos casos se puede observar algún tic mientras atacan. Estos perros suelen no ser agresivos sino que experimentan episodios de ira extrema. Se sabe que afecta más a ciertas razas concretas y ciertas líneas de cría específicas, lo cual ha llevado a especular sobre su base genética. Los Cocker Spaniel y los Springer Spaniel son las razas más afectadas, lo cual ha llevado a que se usen nombres alternativos como síndrome de ira del Cocker o síndrome de ira del Springer. También se suele incluir a los San Bernardo en las listas de razas con potencial peligro de padecer agresividad idiopática. Es una forma de agresividad muy controvertida ya que muchas veces seguramente tiene un origen médico (ataques epilépticos). La etiqueta de agresividad idiopática o síndrome de ira puede que no se use de forma apropiada por lo cual se cierran vías médicas a la exploración. Este diagnóstico sólo debería realizarse cuando se hayan excluido los trastornos por ataques epilépticos bien a través de análisis o a través de pruebas con medicamentos contra los ataques (por ejemplo fenorbital). «La agresividad idiopática suele aparecer en perros de entre 1 y 3 años de edad… Por desgracia esta es la misma edad a la que suele aparecer la epilepsia idiopática» (Overall 1997, p.126). «Uno de cada tres perros incluidos en el estudio realizado por Dodman et al. respondieron al fenobarbital» (Overall 1997, p.126). La causa de la agresividad idiopática no relacionada con ataques es desconocida. Esta clasificación NO se debe utilizar como cajón de sastre para todos los casos en los que no se puede diagnosticar la agresividad. No es una etiqueta para la agresión canina no diagnosticada.
La agresividad depredadora incluye la aplicación por parte del perro de alguna secuencia depredadora de forma inoportuna, inapropiada o dañina. Los Terrier y los perros de pastoreo suelen ser los más afectados aunque cualquier perro puede presentar un comportamiento depredador.
Véase la descripción de la agresividad no afectiva realizada anteriormente. El comportamiento depredador se caracteriza por la falta de respuesta emocional y ausencia de excitación simpática igual que en todas las demás formas de agresividad. Los ataques suelen ocurrir tras un acoso y suelen ser silenciosos. Muchas veces los mordiscos iniciales son a la parte de atrás de las piernas. Luego cuando cae la presa el mordisco se desplaza al cuello y luego al tronco y la cabeza (Lauridson, 1993). La agresividad depredadora normalmente no incluye gruñidos ni enseñar los dientes como muestra preliminar (Unruh, 1996). Algunas veces el perro se para cerca de la presa y ladra (O’Farrel, 1986). Se cree que esto es debido a que la presa difiere de forma significativa con la expectativa mental del perro de lo que es una presa. También puede ser un comportamiento de sondeo en situaciones que el perro considera peligrosas. Por ejemplo, si un conejo se escapa y se activa el instinto básico depredador del perro seguramente responda de forma típica. Pero si iba persiguiendo una ardilla y esta se da la vuelta para luchar el perro puede que valore el nivel de peligro con unos cuantos ladridos, enseñando los dientes o saltando hacia ella. O si un niño activa el instinto básico depredador es posible que el perro ladre porque se ve estimulado pero la presa no tiene el aspecto de una presa normal. Puede que sea una respuesta por confusión, puede que tengamos un perro que no muerde fuerte bajo ninguna circunstancia aunque se le provoque pero si siente que hay una presa entonces puede actuar de forma totalmente instintiva. Este puede ser un tipo de agresividad muy difícil de modificar y también muy peligroso.
Cuando la agresión ocurre entre un perro pequeño y uno grande y es el grande el que agrede, entonces debemos sospechar agresividad depredadora. Esto se denomina el impulso depredador. Los perros puede que estén jugando tranquilamente pero alguna acción o sonido que haga el perro pequeño activa una respuesta en el perro grande. El resultado puede ser heridas graves.
Cualquier objeto que se mueva rápidamente (normalmente objetos pequeños que hagan ruidos en tono agudo y que se muevan de forma impredecible).
Este tipo de agresividad no implica un aumento del distanciamiento social en absoluto; ni miedo ni irritación. La única razón por la cual la consideramos aquí como agresividad es porque es peligrosa y no se debería confundir con otras formas de agresividad. Las dos maneras preferidas de jugar de los perros son las persecuciones y los forcejeos (tira y suelta). El objetivo de la primera es el desarrollo de las capacidades de caza y la segunda ayuda a desarrollar capacidades sociales y a reforzar los vínculos sociales entre individuos. A través del juego se aprenden comportamientos sociales tanto apropiados como inapropiados. Depende realmente de cómo guíen o no la interacción los compañeros de juego (www.petpsych.com). La causa de este comportamiento suele ser principalmente que se han reforzado formas de juego inapropiadas o que no se han puesto los límites al juego. Si el perro piensa que saltar encima de alguien o morder es divertido entonces lo hará. Si cree que un humano puede aguantar mordiscos fuertes porque nunca se le enseñó a inhibir el mordisco entonces morderá fuerte. Esto no quiere decir que algunos perros no tengan predisposición genérica a morder fuerte. Parece ser que muchos sí. Si el dueño responde al juego forcejeando, bien para jugar o para castigar el juego inapropiado, el perro seguramente lo vea como un refuerzo y siga jugando de forma inapropiada. Estos perros sienten invariablemente que se les permite iniciar estas sesiones de juego. En algunos casos el perro responde a señales sutiles del dueño que le hacen intuir que va a empezar el juego. A menudo el dueño que usa la fuerza para castigar ese comportamiento mira fijamente al perro en un intento de «decirle» que no lo haga pero el perro lo ve como un desafío para echar un combate de broma como si fuese una incitación al juego. Puede que piense que es la versión humana de la invitación al juego. Cuando las situaciones se ponen tensas algunos perros utilizan la postura de invitación al juego para indicar que no hay amenaza. Esta reverencia de juego podría convertirse en juego de contacto total. El inicio del juego podría funcionar bien con algunos perros para evitar el castigo. Nuevamente este es otro comportamiento estratégico.
Algunas veces el juego puede convertirse en agresividad relacionada con la excitación. En este caso al principio el perro está jugando pero luego se excita demasiado y cambia de juego a agresión. Esto no tiene tanto que ver con la irritación o el miedo sino más bien con un depredador carnívoro (doméstico o no) que se sobrestimula y se deja llevar.
Este tipo de agresividad ocurre cuando un perro está muy excitado y respondiendo de forma agresiva ante un estímulo y en ese momento le presentamos otro. El perro puede que responda ante ese estímulo en vez del inicial. Esto quiere decir que si nuestro perro está peleando con otro perro y tiramos de él puede que se gire y nos lance una dentellada o nos muerda. Nosotros no éramos el objetivo original pero estábamos en el lugar equivocado en el momento equivocado. Otro ejemplo es el perro que está hiper-excitado por un perro que pasa delante de casa, si nosotros aparecemos en ese momento puede que nos convirtamos en su objetivo. Esta forma de agresividad no suele relacionarse con una edad específica. Si participamos en deportes caninos que aumentan el nivel de excitación y tenemos problemas de agresividad en esos momentos entonces tendríamos que considerar esta forma de agresividad en nuestra lista de diagnósticos diferenciales.
La agresividad entre perros tiende a ocurrir con más frecuencia con oponentes del mismo sexo. En el hogar suele darse la agresividad entre perras. En el caso de perros que no residen juntos suele ser más frecuente la agresividad entre machos. Lindsay describe una etiología para los casos de agresividad entre machos y hembras. Lo denomina el síndrome Virago. Ocurre cuando una hembra inicia un conflicto agresivo o competitivo con un macho y el macho responde al principio con confusión, debido a su incapacidad para ver a la hembra como competidora y fuente de agresión. En ese caso el macho apenas se defiende o lo hace sólo con poco ímpetu mientras que la hembra alcanza sus expectativas de conseguir lo que quiere lo cual refuerza su comportamiento y promueve que siga enfrentándose con los machos. Es como si la hembra se diese cuenta de que puede competir con ellos porque no la ven como competidora y no se defienden. Este es el «toque» que necesita para convertirse en «una chulita», por decirlo de alguna manera: esta hembra se convierte en una abusona. Esto hace que se le venga encima un mal despertar cuando se enfrente a un macho cargado de testosterona que responda activamente y sin inhibición. Se piensa que estas hembras agresivas se vieron afectadas por testosterona «suelta» durante la gestación.
La agresividad entre perros que viven juntos suele implicar a hembras esterilizadas. Se cree que la esterilización elimina la progesterona, una hormona tranquilizante, y esta es la razón por la cual existen más incidentes de agresividad entre hembras esterilizadas que entre aquellas que no lo están. Por la razón que fuere, el lugar predilecto para que exista un conflicto entre dos hembras conocidas entre sí es el hogar. El conflicto suele ser más intenso que entre machos y suele causar más daño.
Una razón para la agresividad entre perros que conviven en el mismo hogar es el aprendizaje de la impaciencia. Los perros que conviven aprenden a esperar las consecuencias resultantes de su comportamiento social. Aprenden a quién pueden intimidar con éxito para conseguir lo que quieren y a quién no y en qué contexto. Si un perro tiene éxito en esta competición de forma regular o si se le permite intimidar a otro perro entonces esperarán seguir teniendo éxito en la competición y seguir intimidando (si les parece) hasta que en algún momento se rompa su expectativa. El perro que no tiene éxito en la competición también aprende a esperar a no tener éxito en eventos competitivos. Algunas veces ambas partes se conforman con la coherencia de su relación. Incluso el perro que no suele tener éxito puede aprender simplemente a manejar la situación, a la sombra del otro perro, si se mantienen las expectativas. En algunos casos con ensayos repetidos del comportamiento, el que intimida simplemente se hace menos tolerante y más impaciente mientras que el otro perro se traumatiza cada vez más o experimenta más ansiedad o miedo. Esto empeora si los acontecimientos no son predecibles para el perro que no tiene éxito. Si no puede actuar adecuadamente para adaptarse y manejar la situación, a la sombra del otro perro, con un sistema coherente tendrá mayores riesgos de tener efectos psicológicos negativos. En ambos casos en este sistema de ensayo continuo del conflicto, se recompensa la impaciencia y los umbrales de frustración van bajando. Lo más importante para comprender la etiología de este problema es que nos demos cuenta de que los perros son competitivos y que pueden experimentar impaciencia y frustración. Si un perro se ve recompensado repetidas veces por ser impaciente y por tener un comportamiento de intimidación, entonces cada vez intimidará más y se hará más impaciente y actuará más como un abusón. El perro necesita aprender que la intimidación no funciona y que la paciencia y el control de impulsos es lo que da resultado: esto sólo puede conseguirse con adiestramiento activo y protocolos de manejo.
Seguramente sería bastante acertado descartar la vieja teoría de «apoyar la jerarquía» en la que los dueños reciben indicaciones acerca de identificar al perro «alfa» y apoyar su reinado. Sí, esto promovería la coherencia, pero sería una coherencia en los intentos de comportamiento intimidatorio y se recompensaría la impaciencia y la falta de control de impulsos. Muchas veces, con el tiempo, el perro «alfa» al que se le da apoyo desarrolla un sentido de auto importancia poco realista y problemático. Estos perros que reciben apoyo pueden desarrollar un complejo de control. Suelen ser estos perros los que denominamos dominantes pero tal vez parte de la razón por la cual tengan un complejo de control es porque su comportamiento se ha visto reforzado tanto tiempo o simplemente de forma tan eficaz que se han convertido en gatillos flojos, maníacos del control con bajos umbrales para la frustración. Se parecen mucho a los niños mimados que no sólo han aprendido qué comportamiento funciona sino que lo han interiorizado y esperan que todo se les ponga en bandeja de plata. La vida no siempre funciona así y así surge el conflicto. Tal vez estos perros llamados «dominantes» son niños mimados fuera de control.
Otra causa común de conflicto excesivo entre perros que conviven es el tipo de raza. Cada raza tiene su nivel de sociabilidad. Algunas razas poseen umbrales genéticos más bajos para la reactividad, algunas no son muy sociables con otros perros. Una casa llena de Jack Russell Terrier de gatillo flojo es el caldo de cultivo del conflicto. Los Terrier suelen ser reactivos. Algunas razas de perros guardianes o de lucha han sido criadas específicamente para mantener umbrales más altos de dolor. Esta falta de consecuencia en términos de dolor al luchar puede llegar a peleas realmente dañinas. La mayoría de estos perros sabemos que muerde fuerte y no sueltan con facilidad.
También otra fuente de conflicto puede ser la falta de comunicación. La ritualización no está presente en perros en el grado en que todavía perdura en otros cánidos como los lobos, no sólo eso sino que los hemos criado de forma selectiva para que tengan aspecto amenazante para otros perros y para que no comuniquen sus verdaderas intenciones. Criamos perros para que estén alerta y desconfiados, una amenaza a la comunicación con otros perros. Criamos algunos perros sin rabo o se lo cortamos con cirugía, eliminando así una de las formas clave de comunicación de los perros. Alteramos igualmente sus ojos y orejas. No es sorprendente que los perros sean agresivos cuando usan menos rituales o bien cuando los rituales que usan transmiten una gran cantidad de señales erróneas.
La agresividad dirigida a perros desconocidos, que no viven en la misma casa, suele ser un fenómeno que implica a machos y estar ocasionado por un animal no castrado. La testosterona modula otras dificultades que tengan estos perros haciendo que el conflicto se desarrolle más rápidamente en su inicio o con más intensidad cuando ocurre. Mucha de la actividad defensiva que ocurre con perros desconocidos tiene que ver con el miedo o la autoprotección.
También nos encontramos con conflicto competitivo entre perros que no viven juntos. Una vez más, hay muchos perros a los que se les permite ensayar la intimidación. Comienzan a esperar que siempre todo vaya como ellos quieren. No han aprendido a tener paciencia o control de impulsos. Cuando dos perros de este tipo se encuentran normalmente hay un conflicto porque se frustran cuando sus expectativas encuentran resistencia. Estos perros pueden ser como niños mimados en una rabieta simplemente porque nunca han aprendido a ser pacientes. Nunca han aprendido que, de hecho, las cosas no siempre funcionan como uno quiere al primer intento.
Otra causa es la falta de socialización. Si un perro no aprende cómo y cuándo puede utilizar comportamientos de afiliación o incluso comportamientos ritualizados de defensa cuando es un cachorro y adolescente entonces puede poseer unas capacidades de comunicación pobres como adulto. Incluso aquellos que han sido bien socializados pueden tener problemas. Si un perro desarrolla la expectativa de tener siempre éxito competitivo con otro perro, puede correr el riesgo de convertirse en un abusón. Si desarrolla una expectativa de no tener nunca éxito puede que desarrolle una sensibilidad a la presión social canina y se vuelva defensivo.
Otra causa de conflicto puede ser la falta de, o la pobre, comunicación, como se ha descrito.
Un trauma puede causar sensibilidades para toda la vida. Un ataque de un perro desconocido suele ser suficiente para crear sensibilidad ante una raza, género, color o todos los perros en general. Los perros normalmente generalizan el estímulo desencadenante. Una mala experiencia es todo lo que se necesita y el perro es posible que nunca vuelva a tener el mismo grado de confianza que antes de esa experiencia o que podría haber llegado a tener.
Como se ha mencionado anteriormente, el tipo de raza es muy importante. Algunas razas parece que no tienen espacio personal (área crítica). Los Labradores, por ejemplo, tienden a meterse casi encima del otro perro. Suele ser su estilo y para muchas otras razas que sí tienen un área crítica marcada y que pueden ser más reservadas o distantes (Akita, por ejemplo) esta imposición puede percibirse como ruda y frustrante. A algunas razas (Pitbull, Rotties) les gusta mucho el contacto físico cuando juegan y realizan «inspecciones de cadera» profundas y otro tipo de comportamiento brusco que otras razas más sensibles o delicadas no pueden soportar. Todo esto es fuente de conflicto entre perros desconocidos.
Una cuestión especialmente preocupante es la localización de las mordeduras. Si un perro (viva con «el objetivo» de su ataque o no) muerde las patas de otro perro (y no están jugando) es un caso muy grave. Entre muchos cánidos salvajes morder y romper las patas delanteras provocando una lesión es el antecedente de un ataque mortal. Esta es probablemente la razón por la cual a los perros no les gusta nada que les toquen las patas. Es un tabú para un perro luchar de esta forma y representa un problema serio y grave. Morder el abdomen también es un caso muy grave y algunas veces se considera provocado por el instinto básico depredador.
Cuando los perros interactúan puede que jueguen, se enfrenten o peleen. Comprender la diferencia nos ayudará a saber si nos enfrentamos a un problema o no. No existen líneas directrices reales sólidas y rápidas para diferenciar un juego algo brusco de un enfrenta-miento o una lucha porque el combate contenido es un tipo preferente de juego. Podemos disponer de algunas consideraciones generales que nos pueden ayudar a decidir.
En un juego apropiado ambos perros usan señales metacomunicativas como la reverencia de invitación al juego o las miradas rápidas (que es cuando miran de reojo y les podemos ver fácilmente el blanco del ojo). Los perros que han sufrido intimidación suelen usar reverencias de invitación al juego y otras señales para que su oponente cambie de un juego brusco a uno más leve así que debemos prestar atención. Es posible que el perro que intimida use señales de juego pero seguirá intimidando a los demás, así que hay zonas grises pero en general la presencia de señales de juego de ambos perros es una indicación de que están jugando y no peleándose.
En un juego apropiado todos los perros implicados consienten la participación. Busquemos al perro que intenta correr y escapar. Muchas veces el perro sentirá que no puede escapar y el perseguirse es un juego normal así que intentemos separar a los perros si esto ocurre con frecuencia. Intentemos retirar primero al perro que parece el intimida-dor principal pero separémoslos en cualquier caso. Si eligen retomarlo, entonces seguramente estén jugando. Si uno intenta escapar o esconderse debajo de una silla o algo así es que la cosa se les estaba yendo de las manos.
Las vocalizaciones nos pueden ayudar a tomar una decisión. Si un perro gime prestemos especial atención. Puede que haya sido un accidente o puede ser que un perro se está desmadrando o frustrando. La respuesta apropiada del perro que causó el gemido es una disculpa perruna: deberían retroceder un poco o mostrar comportamientos de cut-off (lo explicaremos más adelante). Si ocurre esto y el perro que gimió acepta las disculpas entonces las cosas están bien por el momento pero tendremos que observar la situación. Si el perro que provocó el gemido no se disculpa de esta manera entonces tenemos un conflicto. En algunos casos el gemido estimula al que intimida a atacar de forma más intensa. Hay que separar a estos perros. El instigador no debe aprender que puede empezar peleas con otros perros sin que se le acabe la diversión. Buscar pelea no está bien. El gruñido es un comportamiento normal en el juego así que muchas veces si el gruñido baja de tono es que se está formando una pelea. Prestemos atención a la escalada de intensidad. Si las vocalizaciones se hacen más fuertes, más frecuentes o si notamos más gemidos, gruñidos más graves y menos ladridos entonces es que la hostilidad va en aumento. Puede que sea simple excitación pero el conflicto y la excitación van de la mano.
Debemos buscar comportamientos tales como los intentos de monta o poner las patas o barbilla sobre los hombros del otro perro. Pueden ser comportamientos aceptables pero si se hacen de manera persistente y con ímpetu es posible que intente intimidar. Esto no quiere decir que el otro perro se vaya a sentir intimidado. Hay perros más sensibles que se sentirán intimidados mientras que los que no son tan sensibles no lo harán. En cualquier caso el nivel de excitación va en aumento. Puede que no sea un conflicto todavía pero lo será. Es un buen momento para comprobar si uno de ellos no quiere interactuar. Separémoslos y observemos si ambos siguen queriendo interactuar. La pausa también ayudará a que baje el nivel de excitación.
Lo ideal es que nuestro perro aprenda a jugar e incluso a enfrentarse de forma efectiva. Si rompen las normas queremos que aprendan a disculparse y a aceptar disculpas. El juego e incluso los conflictos apropiados pueden ser buenos si el perro los sabe manejar bien pero la lucha no le enseña nada positivo al perro. Cuando notemos que la intensidad aumenta o que un enfrentamiento no se resuelve rápidamente y de forma apropiada entonces tenemos que intervenir. Las indicaciones que hemos dado nos dan una idea de si estamos con dos perros que juegan o que están en conflicto.
El cerebro lo componen el cerebro anterior (prosencéfalo), el medio (mesencéfalo) y el posterior (rombencéfalo). El cerebro medio y el posterior conforman el tronco cerebral y controlan las funciones vitales básicas tales como la actividad cardiovascular y respiratoria. El cerebro anterior incluye el sistema límbico y la corteza cerebral, entre otras partes. El sistema límbico incluye la amígdala, el giro cingulado, el fornix, el hipocampo, hipotá-lamo, cortex olfativo y el tálamo. La corteza cerebral es la parte exterior del cerebro anterior y la componen los lóbulos frontal, occipital, parietal y temporal.
El sistema límbico consiste en un circuito complejo de estructuras neurales que tienen que ver sobre todo con la expresión y la experimentación de emociones. También coordina partes del aprendizaje y de la memoria emocional (Lindsay, 2000, p.82).
El tálamo recibe la información sensorial y las respuestas emocionales y media en su procesamiento por todo el cuerpo, el sistema límbico (centro emocional) y la corteza cerebral (centro cognitivo) (Lindsay, 2000, p. 78). El tálamo permite al perro centrarse o concentrase de forma selectiva en una cosa cada vez (Lindsay, 2000, p. 79). El tálamo es como si dijéramos el retransmisor o mediador.
El hipotálamo suele realizar funciones de regulación de las actividades biológicas básicas tales como el apetito, la sed y varias funciones homeostáticas como la presión sanguínea, regulación de la temperatura y del azúcar en sangre (Lindsay, 2000, p. 82). El hipotálamo regula la ingestión de comida y bebida, la temperatura corporal, el sistema reproductivo y el SNA (Lindsay, 2000, p.79). Controla el sistema endocrino y es fundamental para regular los ciclos de sueño y vigilia. El hipotálamo armoniza la actividad nerviosa tanto parasimpática como simpática (Lindsay, 2000, p. 79). El hipotálamo forma parte del sistema hipo-tálamo-pituitaria-adrenal (HPA) que está implicado directamente en el control homeostático de la respuesta del cuerpo al estrés y la amenaza (Lindsay, 2000, p. 185). Otra función del hipotálamo es como parte del bucle de feedback negativo para los niveles de testosterona circulante. Cuando bajan los niveles de testosterona el hipotálamo segrega el factor de liberación de la gonadotropina, lo cual provoca que la glándula pituitaria libere una hormona luteinizante, lo que a su vez estimula que los testículos produzcan más testosterona. El hipotálamo deja de producir el factor de liberación cuando los niveles de testosterona llegan a un nivel apropiado (Lindsay, 2000, p. 185).
La amígdala forma parte del sistema límbico, media en la expresión del miedo y modula la agresividad (Lindsay, 2000, p. 83). Muchas de las neuronas presentes en la amígdala poseen un bajo umbral de excitabilidad y son proclives a la actividad relacionada con ataques epilépticos, lo cual puede llevar a una agresión explosiva (Lindsay, 2000, p. 84). «Con el uso de electroencefalogramas (EEGs), se ha identificado una actividad eléctrica anormal en la amígdala de las personas agresivas. Parece razonable que parte de la actividad en el complejo de la amígdala pueda tener como resultado un aumento de la agresividad, vigilancia, intolerancia, desorientación y la muestra periódica de ira explosiva inapropiada» (Lindsay, 2000, p. 84). Se ha asociado con comportamientos depredadores así como con la inhibición o excitación de la expresión de otras formas de agresividad y comportamiento social (Lindsay, 2000, p. 84). Desempeña un papel central en el aprendizaje emocional (Lindsay, 2000, p. 85). Es la parte del sistema límbico que inicia respuestas de supervivencia. También controla algunas secreciones hormonales.
En los humanos el giro cingulado coordina la entrada de información sensorial con las emociones, respuestas emocionales al dolor y regula el comportamiento agresivo. En los perros el giro cingulado seguramente cumpla funciones similares.
En los humanos el hipocampo funciona consolidando nuevos recuerdos, emociones y nuestra capacidad espacial y de orientación. En los perros el hipocampo seguramente cumple funciones similares. En los perros el hipocampo parece tener importancia como sustrato neural para mediar con los umbrales bajos de miedo y los estados prolongados de excitación generalizada por ansiedad (Lindsay, 2000, p. 192).
En los humanos el fornix funciona conectando el hipotálamo al cerebro. En el perro el fornix seguramente cumple funciones similares.
En los humanos el cortex olfativo funciona para provocar atención consciente a olores, los identifica y recibe información sensorial del bulbo olfativo. En los perros esta área del cerebro seguramente es mucho más importante.
«Se han asociado algunas áreas del cerebro con la agresividad canina. Si se eliminan las zonas del septo o el hipotálamo ventromedial el resultado es un aumento de la agresividad o irritabilidad. La estimulación de la amígdala, diencéfalo, gris periacueductal, tectum o regiones reticulares puede conducir a la agresividad. El miedo y las respuestas defensivas ocurren cuando la zona dorsal del núcleo amigdaloide se estimula así que se puede utilizar o no una destrucción bilateral de los núcleos amigda-loides para tratar la agresividad, sobre todo la agresividad inducida por el miedo. La estimulación de partes del hipotálamo, el llamado centro de agresividad, tiene como resultado un ataque o una ingesta de comida. Esta región suele estar controlada por el centro de inhibición de la agresividad situado en el hipotálamo anterolateral, así que las lesiones en esta zona también pueden tener como resultado un aumento de la agresividad. Se han aislado otras áreas que inhiben la agresividad en la amígdala (corpus amigdaloideum) y en los lóbulos frontales de la corteza» (Beaver, p. 156).
La corteza cerebral es la parte exterior del cerebro y la última en desarrollarse. Se cree que la corteza cerebral es el primer lugar de consciencia e inteligencia. Realiza las funciones asociativas más complejas (Lindsay, 2000, p. 90). La corteza cerebral está íntimamente relacionada con la elaboración de diferentes funciones cognitivas como el aprendizaje y la resolución de problemas (Lindsay, 2000, p. 91). Una vez que entra la información la corteza prefrontal la evalúa y decide una vía de acción. La expresión de ese plan de acción se ajustará a los patrones de acción especie-específicos. La corteza prefrontal realiza estas evaluaciones basándose en su historial de aprendizaje (Lindsay, 2000, p. 91). Las cortezas prefrontal y orbitofrontal seguramente también participan en el control de comportamientos impulsivos como el pánico o la agresividad (Lindsay, 2000, p. 92). La conexión desde la amígdala (la parte del cerebro asociada con el control del impulso emocional) a la corteza es más fuerte que la conexión entre la corteza y la amígdala y se cree que esto explica por qué algunos perros parece que no pueden controlar totalmente sus impulsos de miedo o agresividad (Lindsay, 2000, p. 92). La corteza está dividida en cuatro lóbulos. El lóbulo frontal está implicado en la planificación, ejecución y control de movimientos. El lóbulo parietal está implicado en la traducción de información sensorial. El lóbulo occipital está implicado en la traducción de información visual. El lóbulo temporal está implicado en la traducción de información auditiva y está muy relacionado con el sistema límbico y por lo tanto se procesa aquí alguna información emocional.
La información que se percibe por los sentidos así como la información emocional proceden del sistema nervioso periférico y pasan al tálamo. Desde el tálamo la información pasa a los lóbulos posteriores del cerebro para ser decodificada. La información se descodifica y el cerebro analiza su relevancia basándose en el aprendizaje y la experiencia previa y luego pasa al lóbulo frontal donde se utiliza para formular un plan de acción (Strong, 1999, The Dog’s Brain, p. 11). El sistema límbico y la corteza cerebral funcionan de manera conjunta para producir el gestalt del contenido emocional y un contenido cognitivo mayor. La información se introduce, se organiza, se evalúa, se procesa y luego se emite en forma de respuesta de comportamiento sea con comportamientos reflejos involuntarios o voluntarios. El sistema límbico y la corteza cerebral tienen una estrecha relación porque están implicados en el comportamiento del perro y también tienen implicaciones para el adiestramiento.
«En la complicada red de circuitos del cerebro los científicos han descubierto una relación inversa entre la activación de la corteza cerebral y la activación del sistema límbico. Cuando uno se activa el otro se inhibe. Un perro o una persona que intenta enfrentarse a una emoción fuerte (es decir, se activa una respuesta de lucha o huida) literalmente no puede pensar con claridad. Esta no es necesariamente una elección consciente sino una realidad neuroquímica» (Clothier, 1999, Body Posture & Emotions, p. 25).
«En condiciones adversas de estrés, sin embargo, la actividad subcortical se amplifica mientras que, al mismo tiempo, las funciones correspondientes de regulación de la corteza pueden verse perturbadas temporalmente. En particular el estrés agudo tiene un efecto de excitación robusta en la amígdala la cual a su vez coordina la expresión de numerosos sistemas preparatorios que movilizan al organismo para una acción de emergencia inmediata. Durante esta activación del estrés, se liberan mayores niveles de NE y dopamina en la corteza prefrontal. Aunque el aumento de la actividad de las catecolaminas puede parecer que facilite los procesos subcorticales, la liberación de estos neurotransmisores en la zona prefrontal tiene el efecto opuesto, lo que provoca que se pueda suspender de forma temporal su funcionamiento eficiente» (Lindsay, 2000, p. 112).
La información que presentan estas citas indica un principio muy importante del adiestramiento canino y de la modificación del comportamiento que es central en este libro. Indican que si dejamos que un perro se enrede en sus respuestas emocionales es muy probable que no aprenda bien. Esto tiene implicaciones para el tratamiento de la ansiedad por separación y la agresividad, entre otros problemas. Las respuestas sensibilizadas a estos problemas deben evitarse mientras se proporciona tratamiento. Indican que la concentración en una tarea cognitiva puede ayudar a mantener la concentración y a mantener a raya las respuestas sensibilizadas al estrés. La base de este programa de desensibilización sistemática puede que sea la habituación sin sensibilización.
El sistema nervioso transmite información de un lugar a otro por vía de las células nerviosas (neuronas). Las neuronas tienen dos procesos: las dendritas son proyecciones que aceptan mensajes químicos del cuerpo y los llevan al cerebro, y se las denomina el sistema aferente, y los axones son proyecciones que dirigen mensajes del cerebro y los llevan al cuerpo, en el llamado sistema eferente. Los axones y las dendritas no se tocan. Siempre hay un pequeño espacio entre ellos, que se llama sinapsis, por la que pasan los impulsos nerviosos de una neurona a la siguiente.
Las secreciones electroquímicas llamadas neurotransmisores viajan de una célula a otra hasta su destino. Los neurotransmisores contienen y transmiten información. Excitan, inhiben o modulan la actividad de otras neuronas. Los neurotransmisores se sintetizan con sustancias precursoras, algunas las produce el cuerpo y otras simplemente se obtienen a través de la dieta del animal. Una vez que un neurotransmisor termina su función o bien se vuelve a absorber (reabsorción) en el cuerpo o se destruye y por lo tanto se desactiva.
Algunos de los neurotransmisores más importantes son la dopamina, norepinefrina, sero-tonina, glutamato y GABA (ácido gamma-aminobutírico).
La dopamina está implicada en la coordinación motora, la atención, el reforzamiento y el tiempo de reacción. Una deficiencia de dopamina puede causar incapacidad para aprender, irritabilidad, ansiedad y bajada de las endorfinas, los analgésicos naturales del perro. La dopamina influye en el centro del placer y por lo tanto si baja el nivel de dopamina se puede provocar una incapacidad de gozar de la vida. Una reducción de los niveles de dopamina en el cerebro pueden tener como resultado una disminución de las sensaciones positivas (Lindsay, 2000, p.78). Un exceso de dopamina llevará a un comportamiento impulsivo, de agitación e hiper reactividad. Un perro que está bajo una gran actividad dopaminérgica tiende a meterse en problemas todo el tiempo (Lindsay, 2000, p.90).
La adrenalina es una hormona liberada en el torrente sanguíneo cuando el perro padece miedo (estrés agudo). El corazón late más rápido y el flujo sanguíneo se desvía de la piel y los intestinos hacia los músculos para prepararse para una reacción de lucha o huida.
La norepinefrina (NE) está relacionada con la adrenalina. La NE es responsable, entre otras cosas, del nivel de energía del perro. Si el cuerpo se queda sin NE cierra su gasto de energía. En un perro, el letargo y la depresión pueden ser el resultado de una inhibición o agotamien-to de NE. El cuerpo sólo puede funcionar de esta manera un periodo limitado de tiempo (estrés crónico) antes de que se apague por completo. El consumo total de NE está asociado con la indefensión aprendida (Lindsay, 2000, p. 78). Los niveles altos de NE causan agresividad, sobre excitación, comportamiento impulsivo y niveles altos de excitabilidad. El trauma y el estrés prolongado pueden llevar a que se agote la NE (Lindsay, 2000, p. 78).
La serotonina regula el humor, el dolor, los niveles de excitación. Niveles bajos de serotonina pueden tener como resultado un comportamiento impulsivo, agresivo, imposibilidad de aprender, ansiedad y comportamientos obsesivos. La serotonina la produce el cerebro posterior (Lindsay, 2000, p. 77) del precursor triptófano, que se obtiene por la dieta. «La serotonina tiene un papel importante en la regulación e inhibición del comportamiento agresivo: una bajada de la actividad serotonérgica en estos sistemas se asocia con una mayor posibilidad de impulsos agresivos bajo condiciones de amenaza o frustración» (Lindsay, 2000, p. 90). «El exceso de serotonina en el cerebro lo vuelven a capturar las neuronas para descomponerlo en monoamina oxidasa (MAO)» (Lindsay, 2000, p. 96). «Las deficiencias de monoamina oxidasa A (MAOA) se han asociado con la agresividad en humanos y ratones. Esta encima tiende a degradar la serotonina y la norepinefrina. La acetilcolina y las hormonas androgénicas activan el centro de agresividad del hipotálamo, mientras que la serotonina lo inhibe» (Beaver, p. 156). «Además de controlar los ciclos de sueño y vigilia, las proyecciones de serotonina que llegan al sistema límbico desempeñan un papel muy importante en la inhibición de la irritación, la ira y la agresión. Además, la serotonina atenúa directamente la experiencia subjetiva del dolor que ocurre durante momentos de alto nivel emocional en estados de irritación o agresividad, por lo tanto mitiga la efectividad del castigo físico en el control de una agresividad emocional (afectiva)» (Lindsay, 2000, p. 96). Reisner et al. (1996) han determinado que los perros que muestran una agresividad por complejo de control tienen niveles más bajos de metabolitos serotonérgicos y dopaminérgicos en el fluido raquídeo. Los investigadores sugieren que los perros que no advierten antes de morder o que muerden fuerte cuando muerden, son diferentes de los perros que sí dan avisos antes de morder o que no muerden fuerte, y que son diferentes desde el punto de vista neuroquímico. Los que avisan y muerden suave tienden a tener un suministro de serotonina mientras que el otro grupo tiene niveles bajos o nulos de serotonina (Lindsay, 2000, p. 98). Esto sugeriría que la inhibición del mordisco aprendida puede no ser el único determinante importante en el desarrollo de la boca blanda y que la química del cerebro también tiene su papel. «Ciertos estudios en animales y humanos (Mench y Shea-Moore, 1995 Appl Anim Beha Sci 44(274):99-118) sugieren que un aumento de la serotonina (5-HT) del sistema nervioso central (SNC) inhibe la agresividad, mientras que una reducción de la actividad de la 5-HT la aumenta» (www.aes.ucdavis.edu/AnStress/ParticAVELD.htm). «Al igual que sus primas las catecolaminas, la adrenalina, noradrenalina y dopamina, la serotonina actúa en todo el cuerpo» (www.life-enhancement.com/displayart.asp?ID=208).
«En los vasos sanguíneos la 5-HT constriñe las arterias principales y ayuda de este modo a equilibrar la dilatación excesiva que necesita el control de la presión sanguínea normal. En los intestinos la 5-HT controla la motilidad gastrointestinal (los movimientos de la musculatura del estómago y los intestinos). En la periferia, la 5-HT es un factor principal de la homeostasis de plaquetas que podría ser beneficiosa para el tratamiento de la diabetes. Como bien ilustró Stevenson en El Doctor Jekyll y el Señor Hyde, las alteraciones de la actividad serotonérgica pueden incluso ser capaces de inducir profundos cambios de personalidad» (www.life-enhance-ment.com/displayart.asp?ID=208).
«La influencia de la serotonina en las tendencias agresivas tiene su origen en la evolución de la vida. Los estudios en amplias gamas de especies, desde crustáceos a peces pasando por lagartos o hámsteres, ratones y perros e incluso primates no humanos y humanos han demostrado esencialmente el mismo resultado: una reducción de la actividad serotonérgica lleva a un aumento del comportamiento agresivo» (www.life-enhancement.com/displayart.asp?ID=208).
El glutamato transmite mensajes excitantes (Lindsay, 2000, p. 94) mientras que el GABA es el neurotransmisor inhibidor más importante que evita que otras neuronas se disparen de manera incontrolada. Su presencia en bajos niveles puede provocar inestabilidad mental. «El glutamato y el GABA se equilibran y compensan mutuamente a través de un complejo proceso excitante-inhibidor de homeostasis neural» (Lindsay, 2000, p. 94). Estos neurotransmisores regulan la actividad natural de homeostasis neural. En cuanto uno se desequilibra, la actividad neural o bien se dispara sin control o bien cesa de forma efectiva. Obviamente estos dos elementos tienen una relación importante. El glutamato y el GABA están formados por el aminoácido glutamina, un aminoácido no esencial.
Como se acaba de mencionar, el sistema nervioso funciona en estrecha relación con el sistema endocrino, que es responsable de la coordinación química del cuerpo. El sistema endocrino está compuesto por diferentes glándulas que segregan hormonas bajo la dirección del hipotálamo. El sistema endocrino se encarga principalmente del control homeostático de las secreciones químicas del cuerpo y lo hace secretando estas hormonas cuando son necesarias y dejando de producirlas cuando ya no lo son. Las glándulas del sistema endocrino no tienen conductos, lo cual quiere decir que se secretan directamente al torrente sanguíneo. El torrente sanguíneo lleva todas estas hormonas directamente a los tejidos del cuerpo. Las hormonas no se secretan sólo a los órganos sobre los que tienen que influir. Más bien cada hormona tiene un órgano como objetivo y afecta sólo a ese órgano en particular.
El hipotálamo está situado en la base del cerebro. Le da la señal a la glándula pituitaria que está próxima a él. La glándula pituitaria, una vez que recibe los factores de liberación del hipotálamo, secreta varias hormonas que estimulan a las otras glándulas endocrinas para que secreten hormonas. Una de las hormonas más importantes que se secretan en la glándula pituitaria es la hormona adrenocorticotrópica (ACTH). La ACTH estimula la corteza adrenal que produce cortisona, una hormona muy importante en la respuesta al estrés. Otra hormona importante secretada por la glándula pituitaria es la hormona luteinizante (LH), que estimula los testículos masculinos para que produzcan testosterona, afecta al comportamiento dimórfico de los machos y puede modular la agresividad. La LH estimula el ovario femenino para que libere el óvulo. La parte endocrina del páncreas libera la insulina, que es una hormona implicada en la digestión y absorción de la glucosa, que es el azúcar en sangre. La producción de insulina afecta el acceso de los neurotransmisores al cerebro al retirar algunos de los neurotransmisores que compiten y liberar el triptófano almacenado. La glándula adrenal está compuesta de la corteza adrenal (la parte externa) y la médula adrenal (parte interna). La corteza adrenal produce distintas hormonas llamadas esteroides, que regulan el metabolismo de la glucosa, produce hormonas sexuales y mantiene niveles adecuados de minerales. Una de las hormonas más importantes producidas por la médula adrenal es la adrenalina (también conocida como epinefrina). La adrenalina es otra de las hormonas más importantes y actúa en el sistema nervioso simpático ayudando al cuerpo a prepararse para situaciones de emergencia.
El cortisol es una de las hormonas segregadas en momentos de estrés. Esta hormona se secreta como parte de la respuesta al estrés para preparar el cuerpo para la respuesta. «En situación de estrés el hipotálamo segrega el factor de liberación de corticotropina (CRF), que le indica a la glándula pituitaria que segregue una hormona trópica, la hormona adrenocorticotrópica (ACTH), en el torrente sanguíneo. La ACTH estimula la corteza adrenal para que libere diversas hormonas esteroideas, incluido el cortisol (corticosterona). El cortisol cumple muchas funciones biológicas (regular la presión sanguínea, controlar los niveles de glucosa en sangre y acelerar la transformación de proteína en aminoácidos) que ayudan al animal a gestionar de manera efectiva el estrés, una lesión o a defenderse. La liberación de cortisol en sangre completa su circuito cuando llega al hipotálamo, donde detiene la producción de CRF y por lo tanto inhibe la producción de ACTH de la pituitaria. La reducción de la ACTH circulante provoca que la corteza adrenal baje la producción y secreción de cortisol. Este sistema de activación más lento es lo que se conoce como sistema hipotálamo-pituitaria-adrenal (HPA)» (Lindsay, 2000, p. 79).
Ya hemos establecido el significado de las respuestas emocionales que tienen tendencia a inhibir la claridad de pensamiento y que llevan al perro a una activación del sistema de respuesta ante emergencias, el mecanismo de lucha o huida. A continuación vamos a examinar los efectos del estrés, el miedo y la ansiedad, respuestas emocionales significativas del perro. El estrés es muy importante porque tiende a bajar los niveles de tolerancia del perro.
«El estrés ocurre siempre que se le pide al perro que cambie o se adapte» (Lindsay, 2000, p. 109). Cualquier necesidad biológica o psicológica va a provocar estrés. La necesidad no tiene por qué ser negativa. Si el animal se ve ante una necesidad, su organismo responde. Esta respuesta requiere un esfuerzo y el animal se prepara para gastar energía. Esta preparación y activación de recursos es lo que experimentamos como estrés. El estrés puede ser interno, lo que ocurre cuando el perro se plantea una necesidad, o externo cuando cualquier elemento del entorno exige algo del animal. Todos los animales se enfrentan a nuevas necesidades cada minuto. Los niveles normales de estrés que el animal gestiona bien se denominan estimulación. El estrés puede volverse patológico cuando se supera un cierto umbral. El estrés que se considera malo puede activar también los mecanismos de lucha o huida o respuestas de estrés negativas.
El umbral de estrés es el punto límite en el que el perro no puede tolerar más estrés. Hay muchos perros que pueden gestionar niveles altos de estrés sin llegar a su umbral, mientras que otros no son capaces ni de gestionar pequeñas cantidades sin ponerse ansiosos. La tolerancia al estrés es un trazo heredado como sugieren algunos investigadores (Burns).
«En gran medida las diferencias en umbrales emocionales se ven afectadas por la herencia del sistema límbico/autónomo que se tiene al nacer. Algunos individuos tienen predisposición genética a ser más tranquilos y más equilibrados en sus emociones bajo la influencia de la modulación límbica y el tono parasimpático (para-simpático dominantes), mientras que otros (simpático dominantes) son mucho más sensibles y reaccionan más ante estímulos de miedo-parálisis-huida. Son más hiperemocionales, tienden a perseverar en estados emocionales negativos, están sujetos a elucubraciones neuróticas y a desequilibrios y son proclives a enfermedades psicosomáticas» (Lindsay, 2000, p.185).
Los perros que tienen niveles bajos de estrés puede que sean simpático dominantes. El estrés, en general, afecta a los perros pero cuando supera el umbral se desencadena una cascada de reacciones químicas llamada respuesta al estrés. Cuando el nivel de estrés supera el umbral hablamos de sobre-estrés. El sobre-estrés afecta primero a la parte más débil del organismo pero acaba por afectar al perro en su totalidad. El sobre-estrés crea una serie de cambios físicos en el cerebro que provocan trastornos o mal funcionamiento químico. Algunos perros, como algunas personas, se pueden volver adictos a las reacciones químicas del estrés agudo. Cuanto más aversivo o desagradable sea el estrés, mayores serán las posibilidades de que se active el perro.
Cuando se experimenta un ataque repentino o agudo de estrés o miedo, la amígdala sufre un bombardeo de señales excitantes que a su vez estimulan el resto de la mente y el cuerpo para activar procesos de emergencia. La adrenalina se libera en el torrente sanguíneo cuando el perro tiene miedo. El corazón late más rápido y el flujo sanguíneo se desplaza desde la piel y los intestinos hacia los músculos preparándose para luchar o huir. La NE y la dopamina se liberan en la corteza prefrontal. El aumento de la actividad de estos neurotransmisores en la corteza prefrontal provoca una suspensión temporal correcta de la corteza prefrontal que es la responsable del aprendizaje y el pensamiento complejo. Esta también es la parte del cerebro responsable del aprendizaje previo, del control de los impulsos y la inhibición social. La inhibición, el control de los impulsos y los mecanismos de gestión previamente aprendidos pueden hacerse inaccesibles para el perro y provocar mecanismos de gestión propios de la especie con tendencias de lucha o huida. El umbral para el comportamiento agresivo baja en los perros estresados. Además, el sistema límbico puede aumentar estas respuestas. El estrés agudo prepara al cuerpo y la mente para la lucha o la huida y suspende la racionalidad.
Hay muchos perros que mantienen un nivel de estrés crónico. Con este tipo de estrés el cuerpo mantiene un estado de emergencia durante un periodo largo de tiempo y se vacía de valiosos recursos que incluyen aquellos relacionados con el sistema inmunológico. La serotonina se almacena en el cerebro y se transforma de nuevo en melatonina y nuevamente en serotonina. Esta conversión es la que establece el reloj rítmico (circadiano) que orienta los ciclos de sueño y vigilia. En este proceso también se implican ampliamente los mecanismos de coordinación de la temperatura, el cortisol, que es la hormona principal del cuerpo para luchar contra el estrés, y los procesos del ciclo del sueño. En nuestro caso nos interesa sobre todo el cortisol. Cuando la secreción de cortisol es alta el cuerpo está listo para hacer frente al estrés. Si el estrés continúa, la serotonina, NE y dopamina se agotan. Y cuando se agota la NE no funcionan las endorfinas. Las endorfinas son los elementos químicos que liberan al cuerpo del dolor. La NE es responsable, entre otras cosas, del nivel de energía del perro. Si se inhibe la NE el cuerpo corta su gasto de energía. En un perro el letargo y la depresión representan una inhibición de NE. El cuerpo sólo puede funcionar con la NE inhibida durante un cierto tiempo antes de agotarse por completo. Si el estrés continúa la pérdida total de este elemento tiene como resultado patrones de sueño alterado, dificultad para pensar con claridad, perturbación de la actividad racional de la mente, hipersensibili-dad al dolor y falta de capacidad para experimentar recompensa o placer.
Cuando un perro tiene que enfrentarse a un cambio, una respuesta o una adaptación entonces muestra signos de estrés. Algunos pueden ser difíciles de detectar mientras que otros son inconfundibles. Puede que notemos algunos signos relacionados con un aumento de actividad o mayores reacciones mientras que otros perros bajan su actividad y se apagan. Si se da un caso de estrés agudo, la adrenalina asume el papel principal y el perro se activa. Estará en alerta roja mental y física. Si se da un caso de estrés crónico, el agotamiento de la NE, serotonina y dopamina asume el papel principal y el perro se desactiva o se apaga. En cualquiera de estos dos casos el perro padece una respuesta de sobre-estrés. A continuación mostramos algunos de los signos principales del estrés:
Las respuestas por miedo se parecen mucho a las respuestas de estrés elevado. Los mecanismos de respuesta de emergencia de la mente y el cuerpo se activan y los niveles altos de estrés provocan un desequilibrio químico del cerebro.
«Durante situaciones que provocan miedo, la información sensorial que pasa por el tálamo impulsa a la amígdala a dar instrucciones al hipotálamo periventricular para que segregue CRF [el factor de liberación de corticotrofina]. Después el CRF estimula la glándula pituitaria anterior para liberar ACTH [la hormona adrenocortico-trópica] en el torrente sanguíneo. La ACTH es la hormona que actúa de forma específica en la corteza de las glándulas adrenales, desencadenando la liberación de diferentes esteroides adrenales. Una vez que están en el torrente sanguíneo, estas hormonas excitan la activación de emergencia de las defensas corporales del perro. Entre estas hormonas esteroideas secretadas por las glándulas adrenales existe un grupo denominado corticoides que incluyen tanto las hormonas inflamatorias (aldostronas) como antinflamatorias (cortisol). Además de estos efectos antiinflamatorios, el cortisol también actúa para calmar a perros que tienen miedo mientras los prepara para la acción» (Lindsay, 2000, p. 109).
La irritación se parece a la respuesta de miedo excepto en que «a diferencia de la respuesta de lucha o huida que produce adrenalina, la irritación se atribuye a la secreción de la adrenalina y la noradrenalina [NE]» (Gale Encylopedia of Psychology).
El cerebro coordina la función neuroquímica del cuerpo. Las respuestas químicas del cerebro afectan al comportamiento de los perros. Hay algunas sustancias químicas que aumentan o disminuyen la cantidad de respuesta a diferentes tipos de estrés. Estas sustancias químicas pueden verse como mensajeros felices o enfadados. Cuando un perro está sobre estre-sado, tiene miedo o está irritado, los mensajeros felices se agotan y ganan protagonismo los mensajeros enfadados y su efecto también se hace protagonista en el comportamiento del perro. Estas sustancias químicas pueden provocar que se muestre agresivo y al mismo tiempo reducir su habilidad para pensar con claridad. Todo esto lleva a la conclusión de que el miedo, la irritación y el estrés no contribuyen al adiestramiento o la racionalidad.
La mayoría de la información que veremos a continuación proviene de www.dogbitelaw.com, una página web estupenda y que merece la pena visitar.
«Número de perros: aproximadamente un 35 por ciento de los hogares estadounidenses tenían un perro en 1994 y la población canina de los Estados Unidos pasaba de los 52 millones» (Wise Jk, Yang JJ. Dog and cat ownership, 1991-1998. J Am Vet Med Assoc 1994;204:1166-7).
Porcentaje de mordeduras de perro: las mordeduras de perro constituyen el 80% de todas las lesiones por mordedura de animal.
«Número de víctimas: una encuesta realizada por el Centro Nacional de Control y Prevención de Enfermedades de Atlanta (CDC) llegó a la conclusión de que a casi un 2% de la población de los Estados Unidos (más de 4,7 millones de personas cada año) le ha mordido un perro» (Sacks JJ, Kresnow M, Houston B. Dog bites: how big is the problem? Injury Prev 1996;2:52-4). Casi unas 800 000 mordeduras cada año son lo suficientemente graves como para necesitar atención médica. Las mordeduras a niños representan casi el 50% del número total de casos. El 26 por ciento de las mordeduras de perro en los niños frente al 12 por ciento en los adultos necesita atención médica (Ídem). Cada año 2851 carteros sufren mordeduras (Servicio Postal de los Estados Unidos). Una persona estadounidense tiene una posibilidad entre 50 de que le muerda un perro cada año (centro para control de enfermedades [CDC]).
Número de casos mortales: en los Estados Unidos, desde 1979 a 1996, han muerto 304 personas debido a ataques de perros, 30 en California. La media de muertes por año es de 17. La mayoría de las muertes son casos infantiles (Centro para Control de Enfermedades, «Dog-Bite Related Fatalities-Estados Unidos, 1995-1998» MMWR 46(21):463-467, 1997). La posibilidad de que la víctima mortal de un ataque de perro fuera un ladrón es de una en 177, la posibilidad de que sea un niño, 7 de 10. Sin embargo, las muertes no son comunes. Por cada mordedura mortal que ocurre en los Estados Unidos, hay aproximadamente 670 casos no mortales que precisan hospitalización, 16 000 con entrada en urgencias, 21 000 otras consultas médicas y 187 000 mordeduras que no trata un médico.
Número de víctimas en Los Ángeles: cada año hay unas 20 000 personas que sufren mordeduras de perro en el condado de Los Ángeles, comparado con 4,7 millones a nivel estatal.
Número de perros peligrosos en Los Ángeles: ¡en Los Ángeles hay más de 25 000 perros peligrosos sin dueño que están sueltos por la calle!
Impacto económico de las mordeduras de perro: las víctimas de ataques de perros pueden sufrir heridas personales graves, también denominadas lesiones corporales. Estos casos graves los trata la ley de agravios y algunas veces el derecho penal. En términos monetarios las mordeduras generan alrededor de mil millones de dólares de pérdidas y daños en los Estados Unidos cada año (Insurance Information Institute, Inc.). La media de indemnizaciones de aseguradoras es de 12 000 dólares (State Farm Insurance). Una de cada tres reclamaciones de seguros del hogar tiene que ver con mordeduras de perros (State Farm Insurance). Una de cada 5 mordeduras necesita atención médica (CDC).
Las mordeduras de perros van en aumento: la cifra oficial de mordeduras de perro que necesitaron atención médica subió un 36% entre 1986 y 1996, de 585 000 a 800 000, según un informe del Centro Nacional de Prevención y Control de Lesiones. Durante este periodo el número de perros en los hogares subió sólo un 2%. Los expertos atribuyen el aumento de las mordeduras al crecimiento de la población de perros tipo Rottweiler o Pitbull. El lugar del ataque es el hogar o entornos conocidos (61% de los casos).
«Los perros muerden a la familia o los amigos: la gran mayoría de perros que muerden (77%) pertenecen a la familia de la víctima o a un amigo» (www.dogbitelavv.com/PAGES/statistics.html).
«Referido a Estados Unidos: basándonos en datos del Centro Nacional de Estadísticas Sanitarias, Encuesta Nacional de Atención Médica Hospitalaria Ambulatoria de 1992-1994 y los Centros para Control y Prevención de Enfermedades, se calcula que las mordeduras de perros en los Estados Unidos provocan anualmente: 4,7 millones de lesiones, 800 000 lesiones que necesitan atención médica, 17 muertes, casi 334 000 visitas a la sala de urgencias de los hospitales (914 al día), más de 21 000 consultas al médico y clínicas, más de 670 hospitalizaciones (los pacientes con heridas graves permanecen una media de 4,2 días en el hospital)» (www.dogbitelaw.com/PAGES/statistics.html).
«Los estudios de mordeduras de perros han reflejado:
«Los estudios también han demostrado que:
La cara suele ser el objetivo principal (77%) de todas las lesiones. Los carteros representan una excepción en la que el 97% de los casos implican extremidades inferiores.
El área objetivo principal en la cara incluye los labios, la nariz y las mejillas» (www.dogbi-telaw.com/PAGES/statistics.html).
«Las lesiones asociadas a las mordeduras y ataques de perros las sufrieron sobre todo niños de 5 a 9 años (28,5%). De todas las lesiones relacionadas con ataques de perros, el 57,9% de las víctimas eran niños varones. Las lesiones ocurrieron sobre todo en verano, en el 37,7% de los casos, y sobre todo entre las 4 y las 8 de la tarde (32,7%)). La mayoría de las lesiones ocurrieron en el hogar de la víctima, el 34,2% o en otra casa, 30,3%). La mayoría de las lesiones ocurrieron cuando el paciente no tenía interacción directa con el perro, en el 28,9%) de los casos. Las lesiones que sólo requirieron consejo o tratamiento menor llegaron al 57,9%) de los casos, mientras que el 36,8%) de los pacientes necesitaron un seguimiento médico después de dejar la sala de urgencias y el 4,5%) tuvieron que ser ingresados. En general los tipos de lesiones más frecuentes fueron las mordeduras, 73,1%), y la parte del cuerpo más afectada fue la cara, 40,5%» (base de datos del CHIRPP, resumen de datos para 1996, todas las edades).
«En 1996 las mordeduras y los ataques de perros representaban el 1,0% de todas las lesiones registradas en la base de datos CHIRPP» (Base de datos del CHIRPP, resumen de datos para 1996, todas las edades).
Las estadísticas sobre mortalidad en Canadá muestran que la media es de una muerte por año por mordedura de perro entre 1991 y 1994. En los Estados Unidos mueren una media de 17 personas cada año por mordeduras de perro (Sacks, Sattin et. Al. 1989).
El objetivo de este capítulo era presentar los conceptos más importantes para poder comprender por qué los perros usan la agresividad. A continuación presentamos los aspectos principales que deben saber los dueños de perros que tal vez no estén interesados en toda la jerga o detalles muy precisos.
Los perros que son agresivos van a tener siempre tendencia a la agresividad: se ha convertido en un hábito y los hábitos afianzados son malos de erradicar.
Los perros agreden porque están cazando, tienen miedo a lo que atacan, juegan de forma inapropiada o tienen algún tipo de problema orgánico. Cuando un perro tiene miedo a algo le quedan las siguientes opciones:
El hecho de que huyan o se queden a pelear depende de muchas cosas, pero lo más importante es saber que porque se queden y peleen no quiere decir que no estén asustados. Su objetivo sigue siendo aumentar la distancia entre ellos y la «cosa».
Cuando un perro no está cazando la agresividad es un evento emocional. El miedo y la irritación suelen ser las dos emociones más comúnmente relacionadas con la agresividad. La irritación suele ser el resultado de la frustración. Cada perro es un individuo diferente y algunos se asustan o irritan con facilidad y otros no.
Cuando un perro agrede hay ciertas sustancias químicas que invaden su cerebro y se supone que lo preparan para la acción. Muchas de ellas hacen que el perro se sienta bien, e incluso que se haga adicto a la sensación. Esto quiere decir que cada vez que el perro actúa de forma agresiva puede que se vea recompensando sin que nosotros digamos ni hagamos nada. Esto sugiere que es importante evitar que el perro actúe de forma agresiva.
El estrés puede bajar el umbral de miedo o de irritación. Si un perro sufre mucho estrés puede que esté más irritable y agresivo que si no lo padece.
Es importante comprender bien la forma en la que aprenden los perros dado que gran parte de lo que impulsa su comportamiento es resultado del aprendizaje. Si un perro se comporta de una cierta forma y ese comportamiento le da resultado y se siente bien de alguna manera, seguramente aumente la frecuencia de ese comportamiento. Si le sentó mal o no le funcionó entonces seguramente no vuelva a comportarse así. La cosa se complica un poco porque la emoción también tiene su papel en este caso. Si un perro tiene miedo reaccionará, le funcione o no. Pero aprenderá un poco: aprenderá hasta cierto punto lo que funciona mejor. El problema es que normalmente es el comportamiento más agresivo el que funciona frente a un comportamiento alternativo pro social. Por ello la agresividad tiende a empeorar o a intensificarse. Tenemos que recordar siempre lo que el perro está aprendiendo o experimentando cuando se comporta de una determinada manera, ¿se refuerza ese comportamiento? Recordemos también que al comportarse de una cierta manera fluyen algunas sustancias químicas, lo cual le refuerza, así que tenemos que evitar respuestas agresivas. El comportamiento se puede convertir en un hábito. Cuando una estrategia funciona repetidas veces entonces se convierte en algo casi automático como un swing de golf o incluso el conducir. Esto es lo que aprenderemos más adelante: debemos evitar, en primer lugar, que el perro reaccione mal y luego a través del adiestramiento ofrecerle un comportamiento alternativo que le funcione y le haga sentirse bien. Esto quiere decir que vamos a sustituir un hábito antiguo con uno nuevo y productivo (y seguro).
Para comprender mejor a nuestro perro deberíamos identificar lo que motiva su comportamiento. Una manera de hacerlo es identificando sus motivadores apetitivos o aversivos. Esto nos puede dar algún elemento para comprender su comportamiento. Los motivado-res apetitivos son cualquier cosa que motive al perro a hacer o a conseguir algo. Por ejemplo, a algunos los motiva la comida o cuestiones sociales, esto quiere decir que realmente quieren comida y actuarán para conseguirla o que les gusta mucho estar con la gente y actuarán para conseguirlo. Los motivadores aversivos son aquello que al perro no le gusta e intenta evitar, así, por ejemplo, a los perros que tienen sensibilidad social o sensibilidad corporal alta no les gusta el contacto social o que los toquen, e intentarán evitarlo. Un motivador aversivo fuerte superará el motivador apetitivo, por ejemplo, un perro que tiene miedo seguramente ni coma ni juegue. Si podemos identificar los tres motivadores apetitivos y aversivos principales de nuestro perro tendremos una idea de qué motiva su comportamiento desde la perspectiva de su temperamento.
Existen diferentes formas identificables de agresividad, que son una manera de diferenciar entre distintos elementos motivadores del comportamiento agresivo. Algunas formas de agresividad están motivadas sólo por el miedo, mientras que otras las motivan instintos de caza y otras son el resultado de un problema de temperamento. Algunos perros defienden un lugar o un objeto y otros tienen problemas médicos que contribuyen a un comportamiento antisocial. No es absolutamente imperativo que etiquetemos la forma de agresividad pero las descripciones presentes en el texto nos dan algunas pistas para saber por qué nuestro perro se comporta como lo hace y nos dan algunas sugerencias sobre cómo tratar el problema de la mejor manera posible.