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14. DE CÓMO AL YAZIRA SE HA CONVERTIDO EN LA CADENA MAINSTREAM DEL MUNDO ÁRABE

Un sábado hacia las 16 horas, una hermosa tarde de julio de 1997, calurosa y húmeda, las familias saudíes estaban viendo tranquilamente un programa educativo destinado a los niños en Canal France International, un banco de programas francés, filial del grupo France Télévisions. La retransmisión se hacía a través del satélite ArabSat, lanzado en 1985 por 21 países árabes y cuya señal principal se emitía desde Riad en Arabia Saudí. De pronto, un error de manipulación de las retransmisiones satélites por Télédiffusion de France tuvo como consecuencia inesperada que CFI y el canal de pago Canal+ se invirtieron. El incidente no habría tenido más consecuencias de no ser porque Canal+ aquel día emitía Club privé au Portugal, una película porno.

Sentado en un amplio sillón, en la Place des Ailes, en Boulogne-Billancourt, al oeste de París, donde están la mayoría de las televisiones francesas, Philippe Baudillon no se altera. En aquella época, dirigía la cadena Canal France International (hoy es presidente de Clear Channel France, una filial del gigante estadounidense de la publicidad urbana, en cuya sede me recibe): «Le puedo decir que fue la prueba más dura de toda mi carrera. La audiencia de los programas franceses, a través de Canal France International, estaba subiendo mucho en el Golfo. Y aquel error acabó con toda nuestra estrategia de desarrollo». La difusión del porno de Canal+ duró unos treinta minutos hasta que los técnicos parisinos se dieron cuenta del patinazo que habían cometido (la película estaba destinada a una cadena de pago del Pacífico). Según los datos de la época, el porno debió de llegar a una veintena de países árabes y a un público potencial de 33 millones de personas. «Fue espantoso. Se llevó por delante la presencia francesa en el Golfo. Y nos borraron del mapa», lamenta Philippe Baudillon.

Interrogado hoy en Riad, capital de Arabia Saudí, Ahmed H. M. Al Kilani es más crítico: «Yo entonces era el representante de CFI en Arabia Saudí. Lo recuerdo perfectamente. Fue horrible. Intentamos parar el programa inmediatamente, pero en CFI no contestaba nadie. Por otra parte, no era la primera alerta: CFI ya había emitido un espectáculo olé olé del Lido. Los de CFI eran muy incompetentes: no entendían nada de los valores árabes».

En París la versión oficial, que hasta ahora no se ha demostrado, es que aquel incidente, que fue real, sirvió de pretexto para echar a los franceses del satélite ArabSat. «Es plausible», me explica Saud Al Arifi, el presidente del importante grupo mediático de los satélites saudíes Salam Media Cast, también entrevistado en Riad y cuya especialidad es gestionar la integración de los contenidos en el satélite ArabSat. Y continúa: «Las películas pornográficas existen en Arabia Saudí para los abonados. Por supuesto que están codificadas, pero mucha gente las descodifica ilegalmente. El furor de los saudíes era pues proporcional a las ganas que tenían de deshacerse de los franceses». Para aclarar las cosas, Al Arifi descuelga el teléfono y, delante de mí, llama a un representante de ArabSat en Jordania y le pregunta directamente: «¿Tú crees que fue un pretexto para echar a los franceses?». Oigo la respuesta del hombre en árabe desde Ammán. Saud Al Arifi cuelga y me traduce al inglés: «En ArabSat me confirman que no fue un pretexto, la película realmente los indignó».

¿Fue una escenificación? ¿Un pretexto? El caso es que el asunto de la película porno de Canal+ emitida por la tarde cuando las familias saudíes y las de otros países árabes estaban viendo la televisión hizo que CFI fuese inmediatamente expulsado del satélite ArabSat. Los saudíes se declararon ultrajados por el error «técnico» de los franceses y, pese a las presiones diplomáticas de París, decidieron vetar a CFI. El canal que quedó liberado por esa expulsión fue adjudicado a una joven cadena que hacía tiempo que intentaba aumentar su audiencia en los países árabes emitiendo a través de ArabSat y que aspiraba a convertirse en mainstream: Al Yazira.

EN LA SEDE DE AL YAZIRA EN QATAR

A las 21.30 horas exactamente, la imagen de Mohamed Krichen aparece en todas las pantallas de la control room. Alrededor de mí, ocho hombres se afanan delante de 36 pantallas de televisión y una veintena de ordenadores último modelo. Cuatro de ellos llevan la dishdasha, la hermosísima túnica blanca de los países del Golfo, y se cubren con un keffieh igualmente blanco. Estoy en Doha, la capital de Qatar, en la sede de Al Yazira. Acaba de empezar uno de los talk shows más famosos de la cadena, Ma war’a al khabar (Entre líneas).

El cuartel general de Al Yazira (que en árabe significa «la península») es un búnker ultraprotegido, a unos veinte minutos del centro de la ciudad de Doha, en medio de la arena. Fuera hay unos hombres armados y unas garitas; dentro, un césped (importado, según me dicen, en placas enteras). Tengo que pasar dos controles de policía antes de entrar, pero luego circulo bastante libremente por todo el recinto. Me sorprende inmediatamente la gran diversidad: hay mujeres con velo, muchas, otras sin velo, también muchas. Hombres con dishdasha, y muchos con vaqueros. Un ambiente mixto.

En la cafetería donde me reúno con Mohamed Krichen, me llama la atención la pluralidad de las nacionalidades y las religiones. Me presenta a drusos, libaneses chiítas, palestinos suníes, saudíes laicos, británicos islamistas, de todo, salvo qataríes, poco numerosos entre los periodistas, y poco numerosos en general.

«La esfera de influencia islamista es fuerte en el mundo árabe. Es normal que también exista dentro de Al Yazira. Al mismo tiempo, se puede ser islamista y buen periodista», puntualiza de entrada, en francés, Mohamed Krichen. El presentador estrella de Al Yazira, que empezó su carrera en la BBC y fue uno de los fundadores de la cadena qatarí, no es islamista. Dentro del comité editorial de la cadena, más bien se le considera un nacionalista panárabe y también dicen que tiene sus discrepancias con el actual director de Al Yazira. Krichen se niega a entrar en este debate y echa balones fuera: «Yo defiendo los valores y la integridad del periodismo, eso es lo único que me interesa, mi única línea de conducta». Más claramente, le pregunto qué piensa de Wadah Khanfar, el actual director de Al Yazira, muy criticado por su afinidad con los islamistas (y de quien sé que Krichen es uno de los principales oponentes internos): «Su nombramiento fue una decisión política del emir de Qatar, no me corresponde a mí pronunciarme sobre esta decisión. Pero tratándose de Al Yazira, no hay que juzgarla precipitadamente. Se cometen errores, qué duda cabe, una cadena como la nuestra no puede ser siempre ideal e irreprochable. Pero el pluralismo se mide por el conjunto de la programación, y lo que le puedo decir es que todas las tendencias árabes están representadas en Al Yazira».

Al comienzo de la guerra de Afganistán, Krichen estaba sobre el terreno. Luego fue él quien entrevistó a Simón Peres, el presidente israelí, durante la guerra de Gaza, lo cual era todo un reto para una cadena árabe. También ha entrevistado a Bachar al-Asad, a Mahmoud Abbas y a Hugo Chávez. En toda la red de Al Yazira, Krichen es alabado por su seriedad y su profesionalidad. Presenta habitualmente las noticias de la noche y, tres veces por semana, también el programa Entre líneas, uno de los programas políticos más populares del mundo árabe. «Es el show número uno de la cadena árabe número uno», dice a modo de resumen y con algo de fanfarronería Nazar Daw, el productor del programa en directo, al que entrevisto al final del mismo. Krichen se muestra algo más serio y más modesto: «Nuestro éxito se debe a que damos más importancia a la información que a los comentarios, tratamos de explicar la realidad más que de dar nuestra opinión». Sobre todo, el news show habla de las informaciones más candentes. Elige los temas esa misma tarde y el productor me confirma que a veces los cambian hasta treinta minutos antes de que empiece la emisión. «Sin duda es el programa más mainstream de Al Yazira —sentencia Nazar Daw—, porque se emite en prime time y está muy pegado a la realidad inmediata. De hecho, es una especie de editorial de la cadena». Desde este desierto de Qatar en el que me encuentro, tengo la impresión de que las voces como la de Krichen y el eco de libertad de los medios árabes que simboliza Al Yazira llegan muy lejos.

Al Yazira fue inaugurada el 1 de noviembre de 1996 por la voluntad de un solo hombre: el emir de Qatar. Qatar es un micro-Estado de 800.000 habitantes, la mayoría de los cuales son inmigrantes de Pakistán, India o Irán. Durante mucho tiempo fue uno de los países más pobres de Oriente Medio; en menos de veinte años, gracias al descubrimiento de reservas de gas (las mayores del mundo después de Rusia e Irán), se convirtió en uno de los más ricos. La «crisis del petróleo» aquí se llama el «boom del petróleo». El emir, al que ayer nadie conocía, hoy ha entrado en la corte de los grandes. Y habla con todo el mundo. Parece ser que inicialmente el emir era proárabe pero que desde 2001 ha evolucionado y acepta el diálogo con los islamistas (algunos dicen que se ha pasado de la órbita de la Liga Árabe a la de la Organización de la Conferencia Islámica, pero otros lo niegan). En todo caso, Qatar es hoy un país pivote en la construcción de un nuevo eje fuerte con Siria e Irán, más que con Egipto y Arabia Saudí. Esta diplomacia implica a veces vaivenes complejos e indescifrables. Qatar tiene una política diplomática no alineada respecto al mundo árabe, hecha de visibilidad internacional y de independencia regional: el diálogo de las culturas, la mediación entre Oriente y Occidente, la desconfianza hacia el gran hermano saudí, la pacificación del Líbano a través de la negociación con Hezbolá y, en todas partes, una diplomacia basada en el talonario. Pero Qatar también sabe nadar y guardar la ropa: se aproxima a Irán pero conserva en su territorio la importante base militar estadounidense de Al-Udeid (a partir de la cual se lanzó la guerra de Irak en 2003); trata a la vez con George W. Bush y con Bachar al-Asad; autoriza a los israelíes a abrir una oficina «comercial» en Doha, con estatus diplomático, no lejos de la residencia de Khaled Meshal, líder de Hamás, que se encuentra en Qatar como exiliado protegido.

Esta política diplomática sutil o chapucera, según los puntos de vista, se refleja inevitablemente en la línea editorial de Al Yazira. La cadena se alinea más o menos con las variaciones de la política diplomática de Qatar. «Al Yazira es la política exterior de Qatar, es un producto de exportación, es una embajada de Qatar», me explica Ahmad Kamel, un ex director de Al Yazira. «No es una embajada —corrige Atef Dalga-muni, uno de los fundadores y principales dirigentes de Al Yazira en Doha—. Es el Ministerio de Asuntos Exteriores de Qatar».

En diciembre de 1998, con su nueva y potente señal en el canal que ha dejado vacante Canal France International, es cuando Al Yazira despega realmente: es la única televisión que puede mostrar las imágenes de la operación Zorro del Desierto, el ataque aéreo estadounidense en Irak. Estas imágenes exclusivas constituyen el principio de su reconocimiento internacional y del incremento de su audiencia, igual que la segunda intifada palestina a partir de 2000, los vídeos de Osama Bin Laden y la guerra de Afganistán en 2001, la guerra de Irak en 2003 y luego la guerra de Gaza en 2008 la harán imprescindible en el mundo entero.

Cadena árabe, pues, pero cuyas relaciones con los países musulmanes son erráticas. Al Yazira está prohibida en Túnez, Marruecos, Argelia e Irak; de vez en cuando algunos Estados árabes amenazan con prohibirla, como Arabia Saudí hasta 2007 o más recientemente la Autoridad Palestina. También es el caso de India. De todas formas, prohibida o no, basta con una antena parabólica de menos de 100 euros para captarla en cualquier lugar del Próximo o del Medio Oriente.

Paradójicamente, la cadena amenazada por los talibanes y los chiítas radicales también ha sido violentamente criticada y amenazada por la administración Bush en Estados Unidos (una discusión entre George W. Bush y Tony Blair, relatada en una nota británica confidencial, da a entender que George Bush tenía la intención de bombardear la sede de la cadena en Doha, pero la veracidad del documento no está demostrada). Al Yazira acusa incluso a la administración Bush de haber presionado a los principales operadores de cable para eliminarla de los hogares de Estados Unidos; la acusación tampoco está probada, pero es cierto que Al Yazira, por razones políticas o comerciales, está poco presente en el cable estadounidense. El caso es que hay una paradoja: Estados Unidos se ha comportado en cuanto a censura y limitación de la libertad de información respecto a Al Yazira como las dictaduras árabes, siendo así que, como dicen sus defensores, la cadena hacía simplemente el trabajo periodístico sobre el terreno que CNN no quiso o no supo hacer.

Los años que van de 1996 a 2001 fueron los años estelares de Al Yazira. La cadena rompió los tabúes del mundo árabe, especialmente en lo que a las mujeres y la sexualidad se refiere. Abrió una oficina en Israel y dio la palabra, por primera vez en un medio árabe, a los representantes del Estado hebreo (a menudo sin cortes y sin desnaturalizar sus palabras). Muchos telespectadores árabes vieron así por primera vez a un israelí defender su punto de vista en una cadena árabe. Desde 2001, parece sin embargo que la cadena ha cambiado su línea.

Hossein Abdel Ghani dirige la oficina de Al Yazira en El Cairo. Para encontrarse con él, hace falta tanta tenacidad como sentido de la orientación. Los locales de Al Yazira están en un edificio viejo, a orillas del Nilo, sin ninguna señalización aparente ni ninguna indicación, El ascensor no funciona y nadie ha barrido las escaleras desde hace meses. Hay polvo por todas partes. En el quinto piso, ni timbre, ni rótulo, ni recepción. Tampoco medidas de seguridad. Al Yazira ha instalado uno de sus principales centros neurálgicos mundiales en El Cairo en un lugar inaccesible y desconocido (casi) por todo el mundo. Dentro, muchos periodistas y cámaras atareados, mujeres sin velo y con camisetas muy ceñidas coloreadas al estilo American Apparel trabajando, relajadas, igual que los hombres. Decenas de cámaras digitales sobre las mesas, y también aparatos Sony. Un camarero me trae café. Por las paredes, el logo de Al Yazira bien visible —su nombre, caligrafiado en caracteres árabes dorados, parece una llama—, bien reconocible y, debajo, en árabe o en inglés, el lema: «Un punto de vista y su contrario».

Hossein Abdel Ghani me recibe en vaqueros y zapatillas deportivas, a la americana. En virtud de reglas estrictas de comunicación de la cadena, él es el único habilitado para hablar, cosa que hace de forma sorprendentemente espontánea y natural. «En Egipto, somos muy controvertidos. Es difícil trabajar aquí. Pagamos el precio de nuestra libertad y nuestra independencia», me dice confirmándome lo que he leído en los periódicos, es decir, que acaba de pasar dos días en la cárcel en Egipto. Está al frente de un equipo de 25 personas y dirige una oficina problemática en un país problemático.

Hossein Abdel Ghani habla inglés con un acento perfecto. Como casi 120 periodistas de Al Yazira, empezó trabajando en Londres en la cadena Arabic BBC News, una joint venture entre BBC World Service y la sociedad saudí Orbit. Cuando en 1996 cerró esa cadena por desacuerdos entre los ingleses y los saudíes, fue el momento de lanzar Al Yazira. Hossein Abdel Ghani se encargó en 1997 de abrir la oficina egipcia de Al Yazira, un año después de que la cadena empezase en Doha. El Cairo es, junto con Ramala y Bagdad, una de las principales sedes. Desde dos estudios precariamente equipados, pero muy bien situados, los periodistas realizan sus flashes delante de un decorado natural impresionante: los ventanales dan al Nilo y a la inmensa ciudad de El Cairo.

«Hacemos periodismo según las reglas internacionales, y eso es lo que nos reprochan en los países árabes… y en Estados Unidos», me explica Hossein Abdel Ghani, que me enseña las decenas de diplomas y medallas internacionales, símbolos de la independencia de la prensa, que ha recibido y que ocupan la mayor parte de los espacios del despacho. En El Cairo, también hay un equipo dedicado a la cadena deportiva de Al Yazira, así como periodistas capaces de hacer documentales culturales o talk shows. «Nuestro éxito se debe a una mezcla sutil de información y entertainment. Esta combinación resulta muy atractiva para millones de personas que nos siguen fielmente en todo el mundo. Nos interesamos por todo lo que afecta a la gente, a la gente en general, no a la élite. Nuestros programas y nuestros telediarios, nuestros talk shows sobre todo, son por tanto esenciales: los fatwa talk shows presentados por los satellite sheiks, por ejemplo, tienen un éxito enorme».

¡Unos fatwa talk shows! Jeques por satélite! Abdul Hamid Tawfik, al que entrevisto unos días después en Siria, no es de los que hacen bromas y no aprecia mucho el sentido del humor de su colega egipcio. Ex director político de la televisión oficial siria, Abdul Hamid Tawfik es actualmente el jefe de la oficina de Al Yazira en Damasco. Bigotito, gafitas, pelo ligeramente gris, habla deprisa, se extiende y no acepta apenas preguntas. Como no domina el inglés, mi traductor en Siria nos ayuda. La oficina siria de Al Yazira está situada encima de un Columbus Café, en East Mazeh, un barrio rico de las afueras al oeste de Damasco. En la calle, el logo de la cadena es pequeño pero bien visible. En el primer piso, en cuatro o cinco despachos, hay unas quince personas. Hay cámaras por el suelo. «Esta es una cadena popular en Siria —dice satisfecho Abdul Hamid Tawfik—. La gente más politizada mira Al Yazira o la cadena de Hezbolá, Al Manar, que se considera la cadena de la resistencia. Por lo demás, para distraerse, muchos sirios miran LBC, la cadena libanesa, o las cadenas saudíes de MBC». ¿Cómo se pueden saber las cifras de audiencia? «No se pueden saber. No hay estadísticas sobre el audiovisual en Siria, y tampoco Audimat en los países árabes —suspira Abdul Hamid Tawfik—. Ni el gobierno ni el sector privado saben cuál es la situación. Sólo se pueden hacer hipótesis» (según diferentes fuentes, la audiencia de Al Yazira superaría los 50 millones de hogares diarios). Un camarero nos ofrece un té turco. Hablamos durante bastante rato sin que me entere de gran cosa respecto al tema que me ha traído hasta aquí: ¿cómo se ha convertido Al Yazira en una cadena mainstream? Alrededor de la habitación, hay cortinajes rojos que transforman este despacho en un espacio sofocante donde uno tiene sensación de claustrofobia. Al salir, Abdul Hamid Tawfik me muestra una copia del Corán, pintada a mano, magnífica, que preside la entrada de su despacho. Ya en la puerta, me hago eco de los rumores según los cuales Al Yazira estaría en Siria próxima al poder, y doy a entender que, para abrir una oficina en Damasco quizás haya habido que hacer concesiones. El jefe de Al Yazira en Damasco me mira con calma. En ese momento oigo, emitida por unos altavoces modernos y ruidosos desde un minarete, la llamada a la oración del almuecín. «No estamos sometidos al poder; trabajamos respetando la ley siria y la deontología periodística de Al Yazira», se justifica hábilmente Abdul Hamid Tawfik.

Unos días antes, había preparado la entrevista con uno de los fundadores de Al Yazira en Londres, que también ha dirigido varias antenas de Al Yazira, antes de dimitir finalmente. «La oficina de Al Yazira en Damasco está muy ligada al Estado sirio y difunde la información oficial», me había advertido (este ex directivo desea conservar el anonimato por respeto a sus colegas y para poder hablarme con más libertad).

Cabe decir que, durante varios años, Siria, como la mayoría de los demás países árabes, prohibió Al Yazira en su territorio rechazando todas las peticiones de visado de sus periodistas; abrir una oficina en Damasco era por lo tanto algo muy improbable. Se puede formular la hipótesis de que su apertura reciente fue negociada en las altas esferas, para propiciar un acercamiento diplomático entre Qatar y Siria a partir de la segunda guerra del Líbano en 2006 y las negociaciones para acabar con el conflicto que llevó a cabo Doha (en 2008 el emir de Qatar le ofreció como regalo personal un Airbus al presidente sirio Bachar al-Asad).

El caso es que el fundador de Al Yazira, al que entrevisto en Londres, critica el tipo de periodismo que realiza Al Yazira en Siria y, más globalmente, la evolución de la cadena. Según él, ha habido una «reislamización muy clara de Al Yazira desde 2001», cuyos efectos son especialmente perceptibles en Siria y en Líbano. Mi contacto se lanza a un análisis pormenorizado y me cuenta cómo interpreta él el modo en que ha evolucionado la cadena: «Antes de 2001, era más bien una cadena nacionalista, digamos laica, en la tradición del nacionalismo árabe, del panarabismo y del socialismo árabe, encarnado por la Liga Arabe, de la cual Qatar forma parte. La idea subyacente era la modernización de los países árabes y el espíritu de apertura árabe, la denominada infitah. A partir del 11 de septiembre de 2001, la cadena ha evolucionado hacia una islamización cada vez mayor. Poco a poco, ha ido eligiendo Siria frente a Egipto, los Hermanos Musulmanes frente a la Liga Árabe, Hamás frente a Al Fatah. Emiten los vídeos de Osama Bin Laden, pero más como propaganda que como información o para ganar audiencia. Las palabras también tienen su importancia: hablan del “presidente” Sadam Hussein y no del “dictador”, como los occidentales; de los “resistentes” para referirse a los “rebeldes” iraquíes; de las “fuerzas de invasión” norteamericanas y no de las “fuerzas de la coalición”». En 2003, Wadah Khanfar, un palestino que ha estudiado en Jordania, se convierte en el director de Al Yazira. Tiene 34 años. Coordinaba la oficina de Bagdad en el momento en que fue derrocado Sadam Hussein, lo cual le permitió hacerse un nombre, aunque, según mi interlocutor, «tenía una experiencia periodística más bien limitada». El antiguo fundador de Al Yazira, al que entrevisto en Londres, continúa: «Desde que Wadah Khanfar se ha instalado en Doha, Al Yazira se ha vuelto partidaria de la resistencia iraquí. Ahora están contra los chiítas de Irak, pero a favor de los chiítas de Irán, de Líbano y de Siria. Apoyan a Al Qaeda en Afganistán, defienden la memoria de Sadam Hussein, son pro-Hezbolá y pro-Ahmadineyad. ¡Y hasta defienden al antiestadounidense Hugo Chávez de Venezuela y al islamista Erdogan de Turquía! Es un cambio de rumbo total respecto a la objetividad de Al Yazira en sus inicios y respecto a su afán de neutralidad. Entonces fue cuando dimití».

Lo dejé hablar. Conoce la historia desde dentro, es legítimo y fiable, aunque tenga su propia lectura de los hechos. Naturalmente ésta no es compartida por otros interlocutores míos que consideran que Al Yazira es «una cadena como cualquier otra». Algunos me hacen observar que hay muchas libertades y diferencias dentro de la red. Al fin y al cabo, me dicen en Doha, el hecho de que la cadena defienda valores árabes no le impide hacer periodismo, y no tiene por qué ser más problemático que el hecho de que CNN defienda el punto de vista de Estados Unidos y los valores estadounidenses. También me señalan que si bien algunas oficinas de Al Yazira efectivamente están «a la escucha» de Hezbolá y de Hamás en función de las situaciones locales, la oficina de Ramala, por ejemplo, sigue siendo más bien laica y está «a la escucha» de Al Fatah. «Yo sería la primera que abandonaría la cadena si Al Yazira se volviese proiraní e islamista», afirma Dima Khatib, la jefa de la oficina de Al Yazira en Venezuela, una palestina a la que entrevisté en Caracas. En cambio, el director de una oficina de Al Yazira que acaba de ser despedido me confirma que, en las manifestaciones de la oposición iraní en 2008, apareció la verdadera cara de Al Yazira: «La cadena fue totalmente pro-Ahmadineyad durante esos acontecimientos. Hasta ahora, defendían a la población y a la democracia; en Irán, acaban de defender a una dictadura». Este mismo responsable de la cadena afirma que «los lazos entre Al Yazira y Hamás se han estrechado desde la llegada de Wadah Khanfar a la dirección». Son varios los contactos que me han confirmado esta información.

Otros explican que los medios audiovisuales han sido privatizados en muchos países árabes, como Siria, gracias a Al Yazira, y que los efectos a largo plazo de la existencia de la cadena serán decisivos para la modernización del mundo árabe. Sobre todo, Mohamed Krichen en Doha me explica que «la oposición entre chiíta y suní no es pertinente para analizar el tratamiento que hace Al Yazira de la información». Ahmad Kamel, ex director de la oficina de Al Yazira en Bruselas, explica que los cambios de la cadena son a la vez ideológicos y comerciales: teniendo en cuenta su éxito, Al Yazira ha querido responder a las expectativas de la «calle árabe» y automáticamente se ha ido haciendo más islamista a medida que los Estados Unidos de George W. Bush se hacían más antiárabes. «Al Yazira es una cadena privada que quiere tener audiencia y obtener beneficios», me explica Labib Fahmy, su colega, que es el nuevo jefe de la oficina de Al Yazira en Bruselas. «Lo que mueve a la cadena es en efecto la presión de la calle —me confirma Mohamed Krichen—. Estamos sometidos constantemente a la presión de la opinión pública árabe. Pero yo me pregunto si realmente reflejamos esa opinión árabe o si la padecemos».

Justo al lado de un famoso restaurante gay, no lejos de la cadena competidora Future, la sede de Al Yazira, en la calle Hamra, en el sector Kantari de Beirut (Líbano), también es más bien discreta. Hay cámaras alrededor del edificio amarillo y rosa El Mina, en el que se ha instalado Al Yazira y, una vez más, pocas indicaciones visibles en el exterior permiten adivinar que en el primer piso tiene su sede una cadena de televisión. Sólo una decena de antenas parabólicas en el tejado pueden llamar la atención del transeúnte un poco observador. En el interior, una inmensa redacción en open space. En una pared veo la enorme llama, el logo de Al Yazira, pero también una foto de Tarek Ayoub, el corresponsal de Al Yazira muerto en abril de 2003, cuando dispararon un misil estadounidense contra la sede de la cadena en Bagdad.

El jefe de la oficina de Al Yazira en Beirut se llama Ghassan Ben Jeddou. Él es quien presenta todas las semanas el talk show Debate abierto en Al Yazira desde Beirut. Su padre es un tunecino suní y su madre una cristiana, está casado con una chiíta y es un personaje que suscita controversias y despierta fascinación. En el mundo árabe, es conocido sobre todo porque fue el único periodista que en julio de 2006 entrevistó a Hassan Nasrallah, el secretario general de Hezbolá, en pleno conflicto israelo-libanés. Ghassan Ben Jeddou también grabó los túneles secretos entre Gaza y Egipto, circulando bajo tierra con su cámara. (Durante mi estancia en Beirut no pude entrevistarlo; el motivo oficial fue que aquella semana estaba grabando su show en el sur del Líbano).

Una vez más, las opiniones en lo que se refiere a la noción del periodismo que encama Ghassan Ben Jeddou son divergentes. «Al Yazira está contra la democracia en Líbano y la oficina, incluido su jefe, es pro-Hezbolá, partidaria de los iraníes y del emir de Qatar», defiende Ahmad Kamel, un antiguo de Al Yazira que hoy es el jefe de la oficina de la BBC en Damasco. Otros consideran que entrevistar al líder de Hezbolá Hassan Nasrallah es un éxito periodístico que incluso a la CNN le habría encantado: «Eso confirma su profesionalidad como periodista, no que esté conchabado con Hezbolá», afirma un responsable de Al Yazira en Doha. (Recordemos que Ghassan Ben Jeddou fue conducido con los ojos vendados y en un blind bus, un vehículo con los cristales tintados, hasta un lugar desconocido para realizar esa entrevista con Hassan Nasrallah, uno de los hombres más buscados por Israel, que lo considera como «uno de los principales terroristas del mundo»; lo más significativo es que cuando Ben Jeddou le preguntó en antena a Nasrallah dónde estaban, éste le respondió que él tampoco lo sabía, porque también a él lo habían llevado allí con los ojos vendados).

UN FORMATO NEWS & ENTERTAINMENT

Además de la política, esencial en este caso, ¿qué pasa con las formas periodísticas y los formatos de televisión? Siempre intento comprender las razones que han permitido a Al Yazira convertirse en una cadena mainstream. «El éxito de Al Yazira se debe a sus talk shows», me explica Labib Fahmy, el director de la oficina de Al Yazira en Bélgica. Nos reunimos en un pequeño café del centro de Bruselas. No quiere que le cite en lo referente a los aspectos políticos (no está autorizado a hablar de estos temas), pero acepta hablar de la manera como Al Yazira se ha convertido en mainstream.

El secreto de Al Yazira es su programación. Gracias a una programación diversificada, ofrece su talk show a cada una de las sensibilidades del mundo árabe. Para los liberales, tiene el programa político Más de una opinión, que se hace en Londres, con el presentador estrella Sami Haddad, lo mismo que Sólo para las mujeres, un programa de 90 minutos sobre cuestiones femeninas, un show dirigido por la siria Luna Shebel, que despierta ya sea odio ya sea adoración entre los árabes que he entrevistado durante mi encuesta (pero hace poco han suspendido el programa). Los nacionalistas tienen su emisión estrella en La opinión contraria, inspirada en el modelo del Crossfire de la CNN, presentada desde Doha por un druso sirio, Faisal al-Qazem, que no vacila en discutir de los temas tabú, en «desmitificar los mitos», según sus propias palabras, y en criticar a los Estados. El programa político Entre líneas de Mohamed Krichen también seduce a esa audiencia fiel al nacionalismo panárabe más que a los islamistas. En cuanto a los islamistas suníes, tienen Sin fronteras del flemático Ahmed Mansur, que se emite desde El Cairo (un egipcio que según dicen simpatiza con los Hermanos Musulmanes). Y tienen sobre todo La sharia y la vida, emitida desde Doha cada domingo a las 21.05 (hora de La Meca). En este programa es donde interviene regularmente, y no como presentador sino como invitado, la superestrella de la telepredicación islamista, el jeque Yusuf al-Qaradawi (un exiliado egipcio que también es simpatizante de los Hermanos Musulmanes).

En este programa, el satellite sheik (así llamado porque este jefe religioso musulmán predica vía satélite) responde a las preguntas concretas que le hacen los musulmanes para vivir en la modernidad sin dejar de ser buenos creyentes. Millones de personas están influenciadas por sus opiniones y sus fatwas. Gran defensor de los palestinos autores de atentados suicidas, enemigo de Estados Unidos a causa de la invasión de Irak, pero crítico con Al Qaeda, a la que denunció por sus atentados «contraproducentes» del 11 de septiembre, el jeque Yusuf al-Qaradawi sería, según sus defensores, más bien el intérprete de un islam progresista, sobre todo en lo que respecta a las mujeres. Otros le reprochan su llamamiento a la yihad contra Francia a causa de la prohibición del velo islámico en las escuelas públicas. Cuando un telespectador le pregunta si el Corán permite grabarse haciendo el amor con su mujer, el telepredicador responde que sí. Y su defensa de la felación como una práctica compatible con los valores del islam es sin duda una de las intervenciones más debatidas de toda la historia de la televisión árabe.

«Es un talk show como La opinión contraria lo que ha hecho que Al Yazira se convirtiera en mainstream. Hoy es probablemente el show más célebre del mundo árabe, y Faisal al-Qazem es una estrella mundial. Es la libertad del tono y el hecho de que la gente discuta con brillantez y a veces hasta con violencia lo que explica su éxito. El mundo árabe está muy dividido, y eso es lo que explica que este tipo de programas siempre acaben encontrando un equilibrio y la audiencia lo aplauda. No son tanto los informativos, son los news shows y el entertainment los que nos han permitido ser lo que somos», me confirma Labib Fahmy, el director de la oficina de Bruselas.

Al comienzo, el formato de Al Yazira tenía que ser el de los news & entertainment —lo que también se denomina el infotainment—, pero después de visionar los pilots, el emir de Qatar decidió dar preferencia a la información. El entertainment, sin embargo, no ha desaparecido de la programación ni mucho menos, y hasta ha aumentado mediante la multiplicación de los formatos de talk show (que a veces técnicamente son news shows pero con un fuerte componente de entertainment). «Inicialmente, los talk shows duraban hora y media y poco a poco los redujimos a 50 minutos —me explica Mohamed Krichen—. Nuestros talk shows son los que han contribuido a modernizar el mundo árabe. Al principio, eran chocantes, increíbles, para muchos telespectadores. Desde entonces, nos hemos ido habituando a nuestra propia audacia y el público ha evolucionado con nosotros».

La dimensión interactiva, naturalmente, vino después: ahora son muchas las emisiones que hacen participar a los telespectadores a través de preguntas por teléfono que salen en antena, con público que interviene en el plato o utilizando la web para dar cuenta de las preguntas y reacciones de la calle. Al Yazira da la palabra al pueblo, cosa que ningún medio árabe había hecho antes. «Cada vez más, nos piden que “personifiquemos” el debate, que contemos historias, que escenifiquemos “historias palpables”, testimonios, vivencias», me confirma Labib Fahmy en Bruselas.

En noviembre de 2006 se produce el lanzamiento de Al Yazira en inglés. Esta nueva decisión del emir de Qatar tiene varios objetivos. Se trata en primer lugar de convertir Al Yazira en un medio global: en esa época se inauguran varias cadenas deportivas de pago así como importantes sitios web (la mujer del emir también inaugura una cadena para los niños, Al Jazeera Children, aunque no tiene lazos estructurales con el grupo Al Yazira). Para aumentar su influencia, es preciso que Al Yazira sepa dirigirse a Occidente. «Para invertir el flujo de las informaciones que vienen del oeste hacia el este y del norte hacia el sur, queremos hacer reportajes desde los países árabes para Occidente. Con nuestras propias imágenes, podremos invertir el sentido de los flujos audiovisuales. Nos hemos vuelto mainstream mostrando las verdaderas imágenes de la guerra de Irak, de Afganistán o de Gaza, y todo el mundo se ha puesto a ver nuestras imágenes, incluso los que no comprendían el árabe. Era el momento por lo tanto de empezar a hablar en inglés», me dice Atef Dalgamuni, un jordano de nacionalidad estadounidense, que es uno de los fundadores de Al Jazeera English, al que entrevisté en la sede de la cadena en Doha. Al Yazira recluta, pues, a golpe de talonario, a periodistas, hosts y anchors (según el modelo estadounidense, no se habla de presentadoras en Al Yazira, sino de anchors) de CNN, ABC o, como hizo en sus orígenes, de la BBC. La cadena qatarí no ha conseguido, claro está, tener a las verdaderas estrellas de CNN —los Larry King, Anderson Cooper, Wolf Blitzer, Lou Dobbs, Christiane Amanpour o Fareed Zakaria—, pero éstos son los modelos y en Doha se les imita.

Al Yazira en árabe y su hermana menor Al Jazeera English son entidades distintas, y los periodistas de la primera no trabajan más que ocasionalmente para la segunda. «La cadena internacional toma más precauciones, quiere dar una buena imagen del mundo árabe», me da a entender un director de una oficina de Al Yazira.

Esta nueva estrategia en lengua inglesa también está destinada a aumentar la audiencia de Al Yazira entre los musulmanes que no hablan árabe, como los de Indonesia, India, Pakistán, Irán, el África anglófona, y las jóvenes generaciones de árabes de Europa. En Yakarta, la capital de Indonesia, entrevisto a Stephanie Vaessen, la corresponsal de Al Jazeera English. Es rubia, holandesa, no tiene exactamente el perfil de la periodista de Al Yazira que me esperaba encontrar en el país musulmán más poblado del mundo. «La oficina de Al Yazira en Yakarta depende de la sede regional de Kuala Lumpur en Malasia, que es el cuartel general del grupo para toda el Asia musulmana», me dice. Los corresponsales de Al Yazira en China, India, Tailandia y Filipinas dependen de ella. Según diferentes fuentes locales, Al Yazira no tiene un impacto muy importante en Indonesia. Asia es un mercado emergente para Al Yazira, pero el grupo está desplegando allí importantes medios, produciendo por ejemplo un programa asiático especial: One on One East (recuerda el formato de Asian Uncut de Star World en Hong Kong, que a su vez imita el formato del talk show Jimmy Kimmel Live! de ABC en Estados Unidos).

Actualmente el grupo Al Yazira va viento en popa. Y la dimensión del entretenimiento mainstream es su nueva prioridad, además de la información. En noviembre de 2009 compra por 650 millones de dólares varias cadenas deportivas por satélite al vecino grupo saudí ART, con los derechos deportivos que ello comporta. Gracias a esta operación decisiva, Al Jazeera Sport Channels (JSC) obtiene todos los partidos de fútbol de las ligas argelinas, marroquíes, sirias, jordanas y egipcias, así como los derechos de otros muchos programas deportivos como los Juegos Olímpicos y, sobre todo, los de la Copa Mundial de Fútbol de 2010 y 2014. Al Yazira tendrá a partir de ahora casi el monopolio del deporte en el mundo árabe, aunque su competidora, Abu Dhabi Television, le haya arrebatado los derechos de la liga inglesa por 330 millones de dólares. Poco a poco, con el deporte como base de su inversión en entertainment, Al Yazira se va convirtiendo en un grupo mediático global, uno de los más importantes del mundo árabe. Además, combina televisiones gratuitas con televisiones de pago según una dosificación sutil: las cadenas de información gratuitas atraen al público hacia las de pago. Ahora posee dos cadenas de información continua en árabe y en inglés, una docena de cadenas deportivas, siete gratuitas y cinco de pago, una cadena infantil (independiente) y numerosos proyectos en desarrollo. «Después de la información, el deporte es el eje más importante de Al Yazira», me confirma Madjid Botamine, el presentador estrella de la emisión El noticiario de los deportes en Al Yazira, entrevistado en el newsroom de la cadena en Doha. El grupo ha entrado pues masivamente en el entertainment para el gran público. «Nuestra voluntad es llegar primero a todos los árabes, luego a todos los musulmanes y después a todo el mundo», me explica en Doha uno de los hombres clave de Al Yazira, el jordanoamericano Atef Dalgamuni. ¿Y cómo lograr llegar al este y al oeste? «Aquí, en Al Yazira, no hablamos del este y del oeste. Hablamos del norte y del sur. Y vamos a llegar a todo el mundo a través de la información y el entertainment. Queremos ser un grupo mainstream. Al Yazira mira desde el sur al norte», concluye Dalgamuni.

En la actualidad existen más de 500 cadenas de televisión en el mundo árabe. Eso reduce la audiencia y el mercado publicitario que Al Yazira puede captar. Pero curiosamente no ha alterado la singularidad de la cadena qatarí y su influencia como modelo en el mundo árabe y fuera de él. Entre las cadenas árabes más influyentes están Nile News TV, la cadena de información egipcia afín al presidente Hosni Mubarak; Abu Dhabi TV desde el Golfo; Arab News Network, una cadena con sede en Londres que pertenece al sobrino del presidente Bachar al-Asad y naturalmente está al servicio de los intereses sirios; Al-Aqsa TV, la cadena palestina de Hamás; Al Manar, la cadena de Hezbolá; y también Al Arabiya, la cadena árabe de información con sede en Dubai Media City, que pertenece a un grupo saudí. He visitado la mayor parte de esas cadenas, en Dubai, Riad, Damasco, Beirut, Londres y El Cairo, para tratar de comprender cómo se sitúan respecto a Al Yazira y por qué ninguna de ellas —salvo quizás Al Arabiya— ha logrado convertirse realmente en una cadena global tan mainstream como Al Yazira.

LA GUERRA DE LAS IMÁGENES

«Bienvenido. De veras que es usted bienvenido al servicio de prensa de Hezbolá». Una mujer joven, con velo, la señora Rana, jefa del servicio de prensa, me recibe muy amablemente en un francés perfecto. Me levanto y le tiendo la mano. Me mira, un poco sorprendida, y sonríe. «Aquí, entre los chiítas, los hombres no están autorizados a tocar la mano de las mujeres», me dice muy tranquila, evitando mi mano. Yo me deshago en excusas. «No se disculpe, no tiene importancia, los occidentales no están acostumbrados. Está usted perdonado».

Haret Hreik es el feudo de Hezbolá en Beirut sur. Estoy en el distrito de Dahieh, el barrio chiíta de Beirut, llamado más corrientemente «el barrio sur». Estamos a veinte minutos nada más del barrio cristiano de Ashrafieh donde vivo, pero el chófer del taxi que me ha traído hasta aquí ha vacilado antes de aceptar la carrera; todos mis interlocutores libaneses me han desaconsejado también que viniera, por razones de seguridad, ya que los occidentales y los cristianos corren peligro aquí. El ejército israelí bombardeó estas calles en 2006. Muchos edificios destruidos o destripados todavía conservan las huellas. Algunas ruinas datan incluso de la guerra del Líbano de 1982 y siguen a la espera de ser demolidas.

El servicio de prensa de Hezbolá se encuentra en la arteria principal de Haret Hreik y no goza de ninguna protección especial, al menos aparentemente. A la entrada del edificio, un rótulo «Media Relation of Hizbollah» es la prueba de que ahora Hezbolá quiere ser una organización respetable. El partido chiíta pretende «libanizarse» para ganar las elecciones (consiguió dos ministros en el gobierno de unión nacional de noviembre de 2009). En el primer piso, me hacen pasar a un pequeño despacho y me dicen que espere. En la pared está la bandera de Hezbolá, verde sobre fondo amarillo; lleva en el centro un fusil de asalto del tipo AK-47 con un extracto del Corán escrito en rojo encima, y debajo se puede leer otra frase que significa: «Resistencia islámica en Líbano». Delante de mí, hay un televisor encendido: es Al Manar. Debo entregar mi pasaporte y un documento de prensa, que son inmediatamente fotocopiados en una máquina polvorienta que funciona muy despacio. Recibo a cambio una acreditación de prensa de Hezbolá, es decir, un pase que me autoriza a visitar la cadena de Hezbolá, Al Manar, su radio, Al Nur, pero que me prohíbe sacar fotos, describir el sitio donde se encuentran los estudios o entrevistar a un responsable sin autorización (no me dejo engañar, sé que no visitaré los estudios oficiales, que de todas formas hay varios estudios, dado que Al Manar está amenazada por la aviación israelí; también sé por experiencia que nadie aceptará hablarme sin el permiso de este despacho donde me encuentro).

Lo más impresionante de este recibimiento tan amable es que el servicio de prensa de Hezbolá es capaz de recibir a los periodistas extranjeros, y son pocos los que llegan hasta aquí, en diecisiete lenguas. La señora Rana, jefa del servicio de prensa, me explica que Líbano es un país libre, que puedo ir donde quiera y que sí, de veras, soy muy bienvenido en Haret Hreik.

La cadena de televisión Al Manar («El faro») se creó en 1991. Es una cadena hertziana del sur del Líbano y una cadena por satélite para Oriente Próximo y el resto del mundo. Al Manar tiene como «accionista principal» (me dicen) a Hezbolá, que obtiene una parte de sus fondos directamente de Irán y, según una encuesta de referencia del New Yorker, de un complejo sistema opaco de células autónomas de fundraising instaladas en el Golfo, el Asia musulmana, América Latina y hasta Estados Unidos. Parece que Al Manar es vista cada día por 10 millones de telespectadores en Líbano y en la región (como no existe un Audimat árabe, esta cifra que se cita a menudo no se puede comprobar).

En Haret Hreik, en Beirut sur y, más lejos, en el sur del Líbano, Al Manar, según varios interlocutores, tendría diferentes oficinas y estudios, algunos instalados en sótanos con fuertes medidas de seguridad, sobre todo cuando Hassan Nasrallah, el jefe de Hezbolá, hace declaraciones. No es posible comprobar estas informaciones. Pero un edificio de Al Manar me consta que es accesible.

Los portavoces de Al Manar defienden su ética profesional. Niegan que Al Yazira sea neutral porque da la palabra a los israelíes y «cubre tanto a las víctimas como a los agresores». Al contrario que su hermana panárabe, Al Manar reconoce que toma partido a favor de los chiítas libaneses y los palestinos víctimas de la ocupación israelí. Citado en el estudio del New Yorker, Hassan Fadlallah, el director de Al Manar (al que no he visto), explicó en 2002: «Nuestro objetivo no es entrevistar a Ariel Sharon. Si tratamos de acercarnos al máximo a él no es para entrevistarlo, sino para matarlo».

¿Cómo ha podido la cadena de Hezbolá tener tanto éxito en Beirut sur, en el sur del Líbano y entre los palestinos, cuando está prohibida en muchos países del mundo (en Francia, por ejemplo), a causa de sus declaraciones negacionistas sobre la Shoah? Para los chiítas libaneses a los que pregunté, Al Manar es un símbolo, el símbolo de la resistencia, «Miramos Al Manar, escuchamos Al Nur (la radio de Hezbolá) y nos sentimos orgullosos», me dice Salim, un estudiante al que entrevisté en el barrio de Haret Hreik. Lo que más le gusta, dice, son «los misiles Qassam que Hezbolá lanza de vez en cuando sobre Israel». Más significativa es la posición de los palestinos de Líbano, de Cisjordania o de Gaza, que están orgullosos de Hezbolá y de su portavoz Al Manar, aunque sea chiíta (ellos son suníes) a causa de su «victoria» en el sur del Líbano, de donde Hezbolá «expulsó al ejército israelí».

Para sus detractores cristianos o suníes moderados, con los que también hablé en Líbano, Al Manar tiene como meta principal animar a los palestinos a morir mediante atentados suicidas y su éxito se explica por lo tanto por esa dimensión de propaganda. Otros sospechan que Al Manar es una correa de transmisión de las informaciones de Hezbolá desde Líbano a los responsables de Hamás. Incluso para los críticos más moderados, Al Manar, así como sus patrocinadores iraníes, sigue siendo un vector importante de la radicalización islamista y prochiíta de la región. Son, pues, la propaganda, la fe y la resistencia las que explican el éxito de la cadena y las que le han permitido convertirse en mainstream entre los palestinos, los chiítas libaneses e incluso los suníes de Siria.

Durante la tarde, siempre provisto de mi pase de Hezbolá, parto en busca de las tiendas de CD y de DVD piratas en Haret Hreik. Karam, un joven chiíta al que he conocido en un cibercafé del barrio, acepta acompañarme. En las esquinas, hay fotografías gigantes de los «mártires», de esos militantes de Hezbolá muertos durante la ofensiva israelí de 2006. A veces veo un retrato del ayatolá Jomeini, el guía espiritual chiíta de la revolución iraní. Me cruzo con mujeres con velo, algunas llevan burka, pero otras van sin velo y parecen muy cómodas con sus vaqueros y sus zapatillas de deportes, como si pasearan por las calles cristianas de Beirut. Entramos juntos, Karam y yo, en varias tiendas en una calle que se llama Hassan Nasrallah Street, y especialmente en una especie de gift shop de Hezbolá donde venden banderas verdes y amarillas, fotos de Hassan Nasrallah y CD de música de las fuerzas militares chiítas. Un poco más allá, Karam me lleva a un media store donde descubro miles de CD y DVD piratas, la mayoría árabes y estadounidenses. Las películas árabes son mayoritariamente egipcias y hay algunos films de Bollywood o de kung fu hongkoneses. Pero los productos más visibles son los estadounidenses. Innumerables películas de Disney, todos los blockbusters recientes de Hollywood, los últimos álbumes de 50 Cent, Lil Wayne y Kanye West y muchas películas de acción. «Las películas violentas estadounidenses son para nosotros un ejemplo a seguir», me dice Karam, muy en serio (me dice que lo que más le gusta son las linternas Maglite de la LAPD, la policía de Los Ángeles, y que le encantaría tener una). Encima de la caja, un retrato gigante, el de Hassan Nasrallah, otra vez, el secretario general de Hezbolá, que es uno de los hombres más populares del mundo árabe musulmán.

«Todas esas películas son piratas —me dice Karam—. Aquí se fabrican los CD y los DVD grabados a partir de un ordenador. Y se fotocopia en color la carátula de los DVD para que el producto sea bonito». La responsable de la tienda, una chica muy guapa, sin velo, con vaqueros y camiseta, a la que Karam por lo visto conoce, asiente con la cabeza. Más tarde, me dirá que le gusta mucho esa chica, que intenta ligársela «un poco», pero que es «difícil»; las chicas más «fáciles» se encuentran en Beirut, y él los fines de semana va al barrio cristiano, según me dice, «a buscar chicas». Le pregunto a Karam, que tiene menos de 25 años, por quién votó en las últimas elecciones libanesas. Me contesta: «Voté por Hezbolá». Le pregunto por qué. Me mira y me dice sin vacilar: «Porque defienden a nuestro país».

«Contrariamente a lo que ustedes creen en Europa, los chiítas no votan por Hezbolá porque sea un movimiento violento; votan por Hezbolá porque es un movimiento pacífico y protector», me explica, unos días más tarde, todavía en Beirut sur, el intelectual Loqman Slim, que dirige un importante centro cultural independiente en medio de los chiítas. Insiste en los servicios sociales y educativos que Hezbolá ha creado en el barrio sur de Beirut («gracias sobre todo al dinero iraní»), Loqman Slim continúa: «Hezbolá ha invertido mucho en el entertainment y en los medios. Ayer supo coreografiar la violencia, conoce el valor de la estética en política, y ahora apuesta por la resistance pop culture». ¿Y eso qué significa? Loqman Slim: «Significa que actualmente Hezbolá da prioridad tanto a la pop culture como a las armas, y defiende una cultura del combate, de la movilización y de la resistencia a través de las imágenes, los libros y los discos».

En las calles de Haret Hreik, he visto decenas de cafés y de cibercafés, pero ningún cine. «Hezbolá no quiere salas de cine, y en teoría es hostil a la música, como en Irán. Pero estamos en Beirut, y sabe que tiene que hacer concesiones. Autoriza los cafés a condición de que sólo los frecuenten los hombres. En muchos temas, los funcionarios chiítas son más liberales aún: no quieren aparecer como censores, ni ser demasiado ortodoxos en cuanto a los derechos de la mujer, ni entrar en conflicto con las ganas de divertirse de los jóvenes chiítas libaneses. Hezbolá no pretende defender las posiciones morales de Irán o de Siria: sabe que necesita “libanizarse” si quiere triunfar. Por eso, por ejemplo, hace la vista gorda en lo que atañe al mercado negro de los CD y los DVD», me explica Loqman Slim. Y añade: «Los árabes también persiguen otro sueño, el de la modernidad. Pero quieren volverse modernos ellos solos, sin los occidentales, sin los estadounidenses».

Al día siguiente, voy a los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila en el barrio oeste de Beirut. Esta vez estoy en zona suní, un barrio tanto más pobre cuanto que Líbano nunca ha querido integrar a esos palestinos que sin embargo viven allí desde 1948. Aunque hayan nacido en el Líbano, a veces desde hace tres generaciones, los palestinos no tienen derecho al voto, no tienen pasaporte, hay muchas profesiones liberales que les están vedadas, tampoco pueden comprarse una casa y por lo tanto están condenados a seguir viviendo en los campos.

En la gran calle peatonal de Sabra, transformada en mercado, Hassan, un palestino que vende CD de música árabe —reconozco a Elissa, Amr Diab, Majid, Latifa— en un pequeño puesto improvisado, acepta mostrarme algunas tiendas de DVD. Dejando el puesto al cuidado de su hermano pequeño, me conduce a una tienda que hay en una callejuela perpendicular que todavía lleva, como me enseña, las marcas de las balas de la matanza de Sabra y Chatila de 1982. Allí encuentro DVD de películas árabes, bastante clásicas (egipcias y sirias sobre todo). Tras discutir en árabe con el vendedor, Hassan me toma de la mano y me hace pasar por una puertecita que tiene un gran candado y que conduce al sótano. Allí descubro estupefacto cuatro inmensas salas muy modernas, que nada tienen que ver con la pobreza de la calle Sabra, donde hay miles de CD y de DVD. Numerosos clientes se pasean por ese sótano enorme. Aquí está toda la producción estadounidense, incluidas las películas estrenadas la semana pasada. «Esta es la sección de películas antiguas», me dice Hassan. Miro, intentando entender a qué clásicos se refiere, ¡y veo Spiderman!

Todas las películas están clasificadas minuciosamente por géneros, y luego por orden alfabético de actores (Tom Cruise, Matt Damon, Leonardo DiCaprio, Harrison Ford, Brad Pitt, Arnold Schwarzenegger, Will Smith, etcétera). También están disponibles muchas series de televisión estadounidenses. Como en el barrio chiíta, el vendedor me explica en inglés que los DVD se fabrican en China, pero que se descargan aquí, en Sabra y Chatila, desde Internet (no quiere decirme dónde está el taller clandestino en el que se abastece). Hay una sección de programas piratas de sistemas Windows, una sección de videojuegos, pero también los discursos de Hassan Nasrallah en CD y todo un departamento islamista. Entre los DVD veo Vals con Bashir. Sabiendo que esta excelente película de animación israelí sobre la matanza de Sabra y Chatila ha sido censurada en Líbano, como todas las películas israelíes, y que su difusión es totalmente ilegal y puede ser perseguida, interrogo al vendedor para saber por qué la vende. «No es una película judía, es una película árabe, cómprela, es muy buena», pretende el vendedor que no tiene ni 16 años (me darán exactamente la misma respuesta unos días más tarde en el barrio de Bahsa, en Damasco, donde venden miles de DVD piratas estadounidenses por las calles y donde la película Vals con Bashir también es fácil de encontrar).

Sin salir del sótano de esa tienda palestina, Hassan me lleva ahora a otra sala que, según él, me puede interesar. Me quedo absolutamente perplejo ante lo que veo: hay una sección, muy frecuentada, llena de películas pornográficas. Películas estadounidenses, asiáticas y hasta árabes. En las fundas de los DVD se ven mujeres veladas cuyo velo se detiene en la cintura y que de cintura para abajo están desnudas, o chicas veladas con ropa interior parpadeante. No me atrevo a preguntar si también tienen películas pornográficas gays.

Visitaré tres tiendas de este tipo en Sabra y Chatila que, sin dar directamente a la calle, son muy fáciles de identificar y, si las autoridades quisieran, de cerrar. Parece seguro que todo el mundo —los imanes del campo, los responsables políticos suníes, los funcionarios palestinos y las autoridades libanesas— permite, con total conocimiento de causa, esta difusión masiva de entertainment hollywoodense, de culebrones estadounidenses y de películas porno. «También puede usted encontrar películas porno entre los chiítas de Haret Hreik», me dice el vendedor palestino suní de una de las tiendas cercanas a la calle Sabra. Comprendo por sus palabras que esta declaración improvisada lo tranquiliza.

AL ARABIYA O CUANDO LOS SAUDÍES ENTRAN EN JUEGO

A unos diez kilómetros de Dubai, en la carretera de Abu Dabi, la Dubai Media City es como un espejismo en el desierto. Hace cinco años, la ciudad de los medios del emirato árabe no existía. Hoy hay un rótulo que anuncia orgullosamente: «The largest media production zone in the world» (la zona de producción mediática más grande del mundo). Autopistas gigantescas conducen hasta allí pero se detienen en el desierto como si estuvieran cubiertas de arena y no llevasen a ninguna parte; 1.300 empresas audiovisuales, de prensa y de Internet han crecido como setas (como si las setas crecieran en el desierto); un centenar de rascacielos se alzan hacia las estrellas pero se han parado de golpe, con sus megagrúas estáticas, a causa de la crisis inmobiliaria de 2008 y la casi bancarrota de otoño de 2009; a lo lejos, dos torres gemelas que evocan el Empire State Building, como una fotocopia.

Y en Dubai, el emirato de la exuberancia impía, el espectáculo preferido por los emiratíes son las carreras de camellos con un robot en vez del jinete (se ha prohibido que monten los niños para no dañarles la columna vertebral). «No son camellos —me corrige Mazen Hayek—, son dromedarios. Aquí no tenemos camellos».

En la sede del grupo MBC en el corazón de la Dubai Media City, donde la cadena Al Arabiya tiene su cuartel general, me recibe Mazen Hayek. Este libanés cordial, al que conocí en París, es el portavoz del grupo y habla muy bien francés. «Somos un grupo saudí con sede en los Emiratos», me explica de entrada Hayek para evitar toda confusión. Lo mismo que Al Yazira, la cadena del vecino Qatar que es una competidora a la que odia, MBC empezó su programación en Londres en 1991 para dirigirse a los árabes expatriados. Desde 2002, el grupo está instalado en Dubai. «Contrariamente a Al Yazira, nosotros tenemos una lógica comercial. Somos la única empresa entre los grupos mediáticos árabes que da beneficios. Queremos defender la modernidad, damos prioridad al edutainment y defendemos los valores árabes», resume Hayek. El término de edutainment es una palabra que he oído muchas veces al estudiar la industria de la televisión árabe. Es una mezcla de enseñanza y entertainment y se puede traducir como «enseñar deleitando». «Es entretenimiento inteligente», me explica Mazen Hayek. Para él, como para mis otros interlocutores árabes, es una palabra que, de hecho, tiene una función política cómoda: permite distinguir el edutainment árabe del entertainment estadounidense, que se supone que es embrutecedor y poco conforme a los valores del islam. También es una precaución lingüística frente a los religiosos. Cosa que Mazen reconoce: «Concitamos el odio de los islamistas radicales, los talibanes, Al Qaeda, los religiosos iraníes, Hezbolá: todos ellos rechazan el entertainment, porque en el islam radical no hay lugar para la distracción. El enemigo del entertainment son los islamistas». Varias series de televisión árabes construidas según los formatos occidentales (Loft Story en Bahrein, Star Academy en Kuwait, en Líbano y en Arabia Saudí, Super Star en Líbano y en Siria) han dado lugar a fatwas emitidas por los religiosos o suscitado manifestaciones de hostilidad que estigmatizaban la Satan Academy.

¿Cuál es el público del grupo? «Nos dirigimos a los 350 millones de árabes que hay en el mundo y a los 1.500 millones de musulmanes. Pero si bien sabemos hablar a los árabes, hablar a los musulmanes es mucho más difícil: los iraníes, los indios y los indonesios tal vez sean musulmanes como nosotros, pero tienen unos valores a veces muy distintos de los nuestros y, obviamente, no hablan árabe».

Mofeed Alnowaisir es el responsable de los nuevos medios en MBC. Voy a verlo a su despacho en la sede del grupo en Riad y me sorprenden su juventud y su dinamismo. Va vestido con una larga thobe blanca, el traje tradicional saudí, pero veo una chaqueta FCUK colgada del respaldo de su silla. ¿Será que sólo se pone la túnica para trabajar, y el traje occidentalizado para salir a los shopping malls con sus amigos de Riad? No me atrevo a preguntárselo. El joven príncipe me explica la estrategia de su grupo en Internet. «Nuestra estrategia es llegar a todo el mundo en la zona árabe, a diferencia de Al Yazira que apunta a un nicho o de Rotana que sólo se interesa por el mercado de los jóvenes. Nuestro modelo y nuestro business plan son distintos. Y lograremos nuestros objetivos gracias al digital». Con su vocabulario de emprendedor, me recuerda a un empresario treintañero de una start up de Silicon Valley. Él también habla de los musulmanes, sobre todo de los iraníes y los indonesios. Da a entender que con Internet será posible llegar a todo el mundo. En off, otro responsable de MBC en Arabia Saudí me dirá que uno de los objetivos del grupo es emitir sus programas en dirección a Irán; pero como está prohibido emitir desde Riad o Dubai en persa, MBC se salta las reglas difundiendo sus programas para Irán en árabe, pero subtitulándolos en persa.

¿Por qué emitir para Irán desde Dubai? Primero por los fortísimos lazos que existen entre Irán y Dubai, donde viven decenas de miles de iraníes —quizás 100.000—, especialmente trabajadores inmigrantes que van y vienen, y exiliados que han huido del régimen islamista desde 1979, a menudo artistas, intelectuales o comerciantes del zoco de Teherán. Luego por razones demográficas: la población iraní es muy joven y allí el entertainment está destinado a progresar. Existen, pues, unas perspectivas comerciales ilimitadas en esa zona donde la demanda es fuerte y la oferta está censurada. Y finalmente por razones políticas: los países del Golfo, y en particular Arabia Saudí, mantienen una guerra fría con Irán y, en su intento por «frenar» al régimen, utilizan los medios de comunicación en esta batalla de las ideas y las imágenes. Todo contribuye a que Dubai se convierta en la plataforma comercial estratégica para la transmisión de los flujos de información y contenidos culturales entre Irán y el resto del mundo. Voice of America y la BBC en persa, las cadenas musicales iraníes, como Persian Music Channel, están instaladas allí y actúan de vínculo entre Irán y Occidente. Estas redes en el Golfo se apoyan con frecuencia en la importante comunidad iraní instalada en Los Ángeles, que es la que establece el vínculo con Estados Unidos. Dubai es actualmente, por lo tanto, una capital de las industrias de contenidos, una especie de Hong Kong, de Miami o de Singapur para el mundo árabe en general y para el mundo persa iraní en particular.

Al visitar los locales de Al Arabiya en Dubai, paseando por los platos, asistiendo a las emisiones, me llaman la atención la libertad de las mujeres, que casi nunca llevan velo, y el diálogo relajado entre los sexos. Si el grupo MBC ha instalado su cadena Al Arabiya en el seno de la Dubai Media City y si la mayor parte de sus medios de producción televisivos están concentrados allí, es porque esta free zone es libre, en todos los sentidos de la palabra. Es naturalmente una zona franca a nivel económico, en que las empresas no pagan impuestos ni aranceles. También existe, como en Suiza, el secreto bancario, que facilita las transferencias de divisas de Irán, los movimientos de capitales entre países enemigos, y sin duda el blanqueo de dinero. Y, lo que es más importante, Dubai es un mercado publicitario donde las agencias de comunicación compran sus espacios publicitarios para el conjunto del mundo árabe. Si el sector de la televisión árabe es muy competitivo, con más de 500 cadenas actualmente, el de la publicidad está muy concentrado: «El 50 por ciento de la publicidad para las televisiones por satélite gratuitas está en manos de unas diez cadenas», reconoce Dania Ismail, la directora de la estrategia de MBC. Con la crisis de 2009, ¿está Dubai amenazada? Dania Ismail: «Mire usted, generalmente se dice que el mercado publicitario oscila entre Beirut y el Golfo. Cada vez que hay una crisis en Dubai, los anunciantes se van a Beirut. Pero cada vez que hay guerra en Beirut, o que Hezbolá entra en el gobierno del Líbano, vuelven a Dubai. Si se van, esperaremos a que vuelvan».

Por último, Dubai es una zona libre en lo que a los medios, a Internet y a las costumbres se refiere. «Aquí no hay ninguna censura, ningún control», se congratula Mazen Hayek, el portavoz de MBC. Pero añade: «En nuestros talk shows somos muy libres, hablamos de todo, de las mujeres que se niegan a llevar el velo, de los gays. Pero al mismo tiempo no estamos para disjoncter la sociedad árabe (emplea la palabra en francés). Todos nuestros talk shows son grabados y, si es preciso, editados. Tenemos reglas muy precisas: por ejemplo, no se permiten las palabras malsonantes. Nunca hay improvisación, ni accidentes. Si los hay, cortamos». La estrella Lojain Ahmed Omran, una saudí muy atractiva, que presenta el tramo matinal de MBC 1 y se dirige a millones de árabes todos los días, confirma: «Siempre estamos haciendo equilibrios. Yo no llevo velo en la pantalla, lo cual es raro en una mujer saudí, pero me pongo un pañuelo para no provocar. Hacemos sobre todo edutainment. Yo hablo de todo, pero debo educar y ser diplomática. Si animara a las mujeres a ser lesbianas, ¡cerrarían inmediatamente la cadena!». En lo tocante a las libertades, otro de mis interlocutores dentro de MBC, que prefiere conservar el anonimato por razones evidentes, me dice sin embargo que «la libertad es muy relativa en Dubai: no se puede beber, no se puede blasfemar, no se puede mostrar a una chica desnuda o en traje de baño, e incluso los gestos de afecto entre hombres y mujeres deben reducirse al mínimo. No es Arabia Saudí, pero sigue siendo un “islam del desierto”, de los beduinos, en el fondo más tolerante pero también más arcaico». El rodaje de una versión árabe de la serie Sexo en Nueva York, que debía realizarse en Dubai, fue rechazado por el emirato que, a pesar de todo, se rige por la ley coránica. Por eso los estudios son usados casi exclusivamente por los países árabes y a veces por Bollywood. Jamás por los occidentales. De hecho, los programas más «liberales» de MBC se ruedan, no en Dubai, sino en Beirut, El Cairo y tal vez pronto en Abu Dabi.

Durante mucho tiempo, entre los Emiratos Árabes Unidos, se había establecido un reparto en la industria audiovisual: Abu Dabi financiaba y Dubai producía. La primera capital tenía los bancos y la segunda los estudios. Recientemente, Abu Dabi ha creado su propia Media City y, ante los errores financieros y especulativos de la capital del emirato vecino, quiere aprovechar su riqueza para atraer algo del buzz del entertainment árabe. A la megalomanía de Dubai le sucede la locura de los banqueros de Abu Dabi, bien decididos a poner bajo tutela al emirato arruinado y a recuperar algo de su glamour. Pero los cánones morales de Abu Dabi parecen más rígidos aún que los de Dubai. Sobre todo, los dos emiratos tienen ambos unas infraestructuras y unos medios importantes pero pocos contenidos: poco poblados y sin clases creativas, siempre se ven obligados a recurrir a los artistas, directores, técnicos especializados y guionistas de Líbano, Egipto o Siria, lo cual frena su desarrollo. El futuro dirá si esas dos ciudades hermanas van a ser capaces de convertirse en capitales duraderas del entertainment árabe. O si sólo habrán sido un espejismo en el desierto.

Queda un último tema cuando se habla de Al Arabiya, como competidora frontal de Al Yazira: el papel de los estadounidenses en sus orígenes. Varios interlocutores en Palestina, Siria, Qatar y Dubai me insinuaron que Al Arabiya estaba en manos de los estadounidenses. Es una hipótesis plausible, pero no está demostrada. Pregunto sobre este tema a Abdul Rahman al-Rashed, el presidente de Al Arabiya, que naturalmente niega de forma categórica cualquier relación. Según él, los saudíes de MBC de todas formas no necesitan el dinero estadounidense, «pues realmente los medios financieros no son problema en Al Arabiya». Con ello, Rahman al-Rashed me da dos informaciones esenciales y en principio confidenciales, a saber: que el presupuesto de Al Arabiya es de «alrededor de 120 millones al año, o sea, el 50 por ciento del de Al Yazira en árabe» (evidentemente no es posible comprobar estas dos cifras clave). El especialista de los medios saudíes, Saud Al Arifi, entrevistado en Riad, es más prudente: «¿Reciben dinero estadounidense por vías indirectas? ¿A través de la CIA? Tal vez. O tal vez no. Lo dudo». Los expertos interrogados confirman también la ausencia de vínculos estructurales, y hasta de intercambios financieros, entre Estados Unidos y la cadena saudí, pero subrayan la posibilidad de que haya «convergencia de intereses». Uno de ellos puntualiza, exigiéndome el anonimato: «Los estadounidenses, como los saudíes, tienen interés en que exista un competidor serio de Al Yazira, el vínculo se reduce a esto». Un diplomático occidental destinado en Riad por su parte me lo confirma: «Al Arabiya quiere ser la voz del mundo árabe, antes que ser la voz del mundo musulmán. Al contrario que Al Yazira, en el fondo. MBC, que es la propietaria de la cadena, es un grupo pantalla que refleja la posición del régimen saudí, como Al Yazira refleja la de Qatar. En algunos temas, como Irán, Hezbolá o Siria, la cadena puede estar cercana a los intereses estadounidenses, pero el vínculo con Estados Unidos es muy poco probable. El rey Abdallah de Arabia Saudí, que ha entrado en una lógica de guerra fría con los chiítas, tiene su propia diplomacia en cuanto a los medios». No deja de ser cierto, sin embargo, que las alianzas comerciales con los estadounidenses son muchas, MBC ha firmado por ejemplo hace poco un acuerdo exclusivo de tres años con Paramount para alimentar con películas de Hollywood sus cadenas de cine. Existen otros acuerdos con Disney y Warner, según me han confirmado varios interlocutores en Los Ángeles.

Abandono Dubai un poco desorientado. En este pequeño emirato, no he visto casi a los autóctonos, los emiratíes, esos ociosos privilegiados. He visto sobre todo a libaneses y a inmigrantes de Pakistán, de Bangladesh y de India (Mumbai sólo está a 2 horas y 50 minutos de avión de Dubai). Mientras me lleva al aeropuerto, el taxista, indio, un poco perdido por esas carreteras que se han convertido en calles sin salida en la Dubai Media City, pregunta varias veces sin mayor dificultad a trabajadores indios en hindi. Pasamos por delante de un inmenso centro comercial y me dice, ahora en inglés: «Esto es el Dubai Mall. El shopping mall más grande del mundo, con el hotel internacional más grande y el multicine más grande del planeta». Está visiblemente maravillado. De repente, me señala algo: «Mire allí, eso es el Burj Dubai, la torre más alta del mundo. No se lo creerá, pero mide casi un kilómetro de alto».

EL RÍO DE LA VERDAD

Hala Hashish es una estrella en Egipto. No lleva velo, contrariamente a sus ayudantes, sino gafas negras: «Es mi forma personal de llevar el velo —me dice sonriendo—. No, es broma, en realidad las llevo porque no he tenido tiempo de maquillarme esta mañana». Me reúno con Hala Hashish varias veces en El Cairo en la gran casa redonda de la radiotelevisión nacional donde trabajan más de 40.000 egipcios. Como en París, Yaundé o Shangai, tienes la impresión de que todos los edificios oficiales de las radios y las televisiones públicas nacionales son redondos, y en El Cairo, con un personal pletórico que parece que vaya dando vueltas.

Hala Hashish dirige la CNN egipcia, una cadena de televisión nacional de información continua, Nile News TV (Egypt News Channel). Fue presentadora del hit parade de música egipcia At your Request y de Arabic Chart, un concurso de música árabe que se hizo muy famoso desde Beirut hasta Túnez, en el cual el público participaba votando por teléfono o enviando unos SMS carísimos (que financiaban el show). Por lo tanto, conoce perfectamente las técnicas mediáticas populares; y además, como también ha trabajado para el gobierno egipcio en la agencia oficial de información, maneja con soltura el lenguaje estereotipado típico de los políticos.

El eslogan de su cadena, y no por casualidad, es el siguiente: «The River of Truth» (El río de la verdad). Encima de su escritorio, un inmenso retrato de Hosni Mubarak nos vigila. «Soy una mujer fuerte», me dice reclamando con firmeza que un camarero le traiga café y su bolso. Por lo demás, mientras charlamos, el despacho de esta mujer efectivamente fuerte es un desfile continuo de camareros, asesores, periodistas (incluidos los de la odiada competidora Al Yazira). Me contaron que había mandado instalar la fotocopiadora de Nile News TV en su despacho para poder controlar ella misma a quienes la utilizaban. Y no era un rumor: veo en efecto la fotocopiadora y a todos los que vienen a sacar sus fotocopias desfilando también por ese despacho.

La CNN egipcia, cuyo objetivo inconfesado es competir con la cadena Al Yazira, funciona 24 horas al día en árabe. La cadena representa al gobierno egipcio y quiere ser un medio «moderado», lo mismo que Egipto quiere ser un «Estado moderado», me explica Hala Hashish. Y añade: «Al Yazira es una cadena más negativa, más crítica, nosotros somos positivos». ¿Cuál es el modelo? «Nuestra receta es a la vez la información y el entretenimiento. Nosotros inventamos el formato news & entertainment», pretende Hala Hashish, sin darse cuenta de que ésta es la receta de Al Yazira y de muchas cadenas de televisión estadounidenses desde hace más de veinte años. Se lo digo. «Tiene usted razón, esta receta la tomamos de Al Yazira: la mezcla de las noticias y el entretenimiento es lo que les ha dado el éxito». Como todo el mundo, pues, la jefa de la cadena pública egipcia multiplica los talk shows live para mezclar la cultura, las variedades y el deporte con la información. Todas las noches, el célebre programa Live from Cairo usa y abusa de este formato. «La información forma parte del entertainment», concluye Hala Hashish.

LA TELEVISIÓN DEL SUR

Al cabo de unos meses, me hallo en Caracas, en Venezuela, en la oficina de Andrés Izarra, el todopoderoso presidente de Telesur. Joven, musculoso, moreno, con vaqueros y zapatillas deportivas, Izarra me da la impresión de ser un gay de West Hollywood recién salido del gimnasio. Se lo digo. «Trato de hacer deporte todos los días, y mi gimnasio está a pocos metros del despacho. Pero, mire usted, desde que soy el hombre de Hugo Chávez en los medios, tengo una vida social muy limitada. No puedo salir sin que me critiquen y me señalen con el dedo. Entonces, me paso el día trabajando aquí o con mi mujer y mis dos hijos». Andrés Izarra coge su móvil, que acaba de hacer un bip. Responde tecleando unas palabras. Y me dice: «Era un SMS de Chávez».

No sé si es un farol. En todo caso, Izarra ya ha sido dos veces, a sus 35 años, ministro de Comunicación de Chávez, el presidente venezolano autoproclamado líder del «socialismo del siglo XXI». Me dice que antes trabajó como corresponsal de CNN, de NBC y de la televisión venezolana. Habla inglés, alemán y francés. También fue agregado de prensa en la embajada de Venezuela en Estados Unidos. Desde hace dos años ha sido nombrado por el hombre fuerte de Venezuela jefe de una de las cadenas de información más importantes de América Latina, Telesur. Emite las 24 horas y sus innumerables adversarios la llaman «Tele Chávez».

Telesur fue abierta en 2005 por Venezuela con el respaldo financiero o logístico de seis países «hermanos»: Cuba, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Uruguay y Argentina (pero ni Brasil, con quien Venezuela sin embargo dialoga, ni México, ni Perú, ni Chile, enemigos jurados, ni sobre todo Colombia, que Chávez considera, a causa de su proximidad con los estadounidenses, como el «Israel de América Latina»).

«No somos una cadena propagandística. Tenemos un punto de vista, el punto de vista de la izquierda. Y defendemos América Latina. Cuando el golpe de Estado de Honduras, la CNN Español no hablaba sino de la muerte de Michael Jackson. Nosotros hablamos de la región. Nos preocupamos de América Latina. A CNN Español se la suda. Nosotros amamos Sudamérica. Sinceramente. Queremos darle una voz al sur», me explica Izarra, con tacto y profesionalidad. Detrás de él, hay una inmensa obra de arte que representa a Fidel Castro; encima de su escritorio, una fotografía de Castro con una gorra de Telesur; y un poco más allá, en una mesa cargada de libros, una foto de él con su hijo y con Chávez. No puedo dejar de pensar que sólo faltan Simón Bolívar y el Che Guevara.

El golpe de Estado en Honduras fue lo que dio a conocer Telesur, como pasó un poco, salvadas las distancias, con Al Yazira, que se hizo famosa en todo el mundo cuando el ataque aéreo de Estados Unidos contra Irak. Mientras que CNN Español, que emite desde Atlanta, generalmente no habla de las guerrillas de extrema izquierda o marginaliza en sus informaciones a Bolivia y Ecuador, Telesur da cuenta de cualquier acontecimiento, siempre en directo. La cadena dispone también de un equipo importante en Cuba, y las imágenes se las cede gratuitamente la oficina de Telesur en La Habana, financiada por Raúl Castro.

Me pregunto por el presupuesto del que dispone Izarra para su televisión neoguevarista. «Tengo 50 millones de dólares al año», me responde con aparente sinceridad. Teniendo en cuenta los 400 empleados de la cadena, sus 12 oficinas en el extranjero, las antenas que tiene previsto abrir en Puerto Rico, Madrid y Londres en 2010, sin contar las inversiones importantes en lo digital y en la difusión por satélite, sé que esta cantidad es falsa. Y cuando Izarra me dice que Chávez no interviene jamás en la línea editorial de Telesur, sé que me está mintiendo. El presidente militar es famoso por su programa Aló, Presidente en la televisión del régimen: cada domingo conversa con el «pueblo» durante cuatro o cinco horas y basta que el presidente lo pida para que el programa se retransmita por todas las cadenas del país. «Chávez quiere estar en Telesur todo el tiempo, no respeta la independencia de los medios, ni siquiera la de la cadena menos independiente de Venezuela», ironiza el jefe de una cadena de la competencia.

La mayoría de mis interlocutores en México, Brasil y Argentina han insistido en el fracaso del proyecto de Telesur y en su audiencia ridícula. Le pregunto sobre eso a Izarra: «Estamos muy satisfechos de nuestra audiencia. En Venezuela, somos líderes en la información. En otros países, estamos progresando. Telesur es una cadena joven todavía, emitimos desde hace cuatro años. La batalla se libra en los medios, y todos ellos en Latinoamérica son de derechas. Pero la revolución bolivariana de Venezuela ha abierto un futuro, una nueva vía para la democracia. Hay un nuevo actor frente a las élites: los pobres. La democracia crece. Los éxitos de la revolución de Chávez son considerables, objetivamente. Los que han sido excluidos por los ricos, por los monopolios, por los conservadores, han tomado el poder. Telesur es su cadena». Andrés Izarra habla deprisa, menos como un guerrillero que como un mánager estadounidense. Es nervioso, rápido, terriblemente eficaz, mueve las manos, juguetea con uno de sus tres teléfonos móviles, un iPhone y una BlackBerry, echa una ojeada a su iMac. Y continúa: «Lo que es innegable es que está habiendo una revolución en los medios de este país. La democratización de la información es necesaria. Es una guerra. Cada uno debe elegir su bando. La oposición seguirá hostigándonos y nosotros seguiremos protegiendo la revolución. Los prohibiremos si hace falta, porque una cadena de mierda como Globovisión merece ser expulsada, tampoco en Francia la autorizarían. RCTV era una cadena monopolista. Noticias 24 es la voz de los estadounidenses en Colombia. Nosotros hemos roto el monopolio de CNN Español. Hemos devuelto una voz al sur. Nuestro eslogan es “Nuestro norte es el sur”. Somos el equivalente de Al Yazira para América Latina». Izarra se levanta de pronto y pasea la mirada, con ternura, por las colinas cercanas al barrio Boleíta Norte de Caracas, donde está el barrio Petare, una de las favelas más grandes de América Latina (en Venezuela las favelas se llaman barrios).

Al Yazira. El nombre mágico ha sido pronunciado. Andrés Izarra no quiere entrar en los detalles, pero yo sé que existe un importante acuerdo de cooperación, poco conocido, entre Telesur y Al Yazira. «Intercambiamos imágenes», me dice simplemente. Más tarde, en el newsroom de Telesur, observo cómo los periodistas traducen algunos programas de Al Yazira, fácilmente reconocibles por la llama dorada. Al despedirnos, Andrés Izarra me hace un regalo: una biografía de Simón Bolívar en español, publicada por las ediciones de la presidencia de la «República Socialista Bolivariana de Venezuela». En el pasillo, mientras le doy las gracias, tropiezo con una foto colgada en la pared: el célebre retrato del Che Guevara por Korda. Bolívar, Guevara, Chávez y Castro: es la cuadratura del círculo del pensamiento socialista que se lleva hoy en Caracas.

«Con Telesur queremos construir un puente entre América Latina y el mundo árabe», me explica esa misma tarde, en un pequeño café de un barrio elegante de Caracas, Dima Khatib. Dima dirige la oficina de Al Yazira en Venezuela y, según me han dicho, simpatiza mucho con Andrés Izarra y con Chávez. «Chávez quería crear una Al Yazira en América Latina y yo trabajé con Andrés para diseñar Telesur. Chávez quiere hacer de Telesur el primer medio de comunicación de América Latina y se inspira mucho en Al Yazira, que ha logrado ser el primer medio del mundo árabe».

Dima Khatib, una palestina nacida en un campo de Siria, es intérprete de formación y habla perfectamente árabe, español, inglés y francés. Trabaja para la cadena de Qatar desde sus orígenes. Es una de las figuras conocidas de Al Yazira y ha decidido instalarse en Venezuela para abrir en América Latina la oficina regional de la cadena. «Desde Caracas cubrimos toda América del Sur. Tenemos una pequeña oficina en inglés en Buenos Aires y un corresponsal en Brasil, pero la mayor parte del trabajo lo hacemos aquí, en Venezuela. Yo soy la única corresponsal extranjera que viaja con Chávez. Nos conocemos bien. Nosotros queremos despertar al mundo árabe y Chávez quiere revolucionar América Latina. Nos comprendemos. Es el eje sur-sur», me explica Khatib.

Con el acuerdo confidencial que ha firmado con Al Yazira (y que me han descrito en detalle dos de mis contactos en Doha y en Beirut), Telesur puede obtener gratuitamente todas las imágenes que quiera a partir de los programas de la cadena qatarí. Según informaciones confidenciales, también abrirá en 2010 una oficina en Doha y otra en Damasco, con el apoyo de Al Yazira. A cambio, los corresponsales de Al Yazira en Caracas disponen de los estudios de Telesur y de todos los medios técnicos que quieran. ¿Van más lejos las dos cadenas? ¿Se intercambian información? Sin duda. ¿Facilidades en cuanto a satélites? Probablemente. ¿Dinero? No, me dicen mis informadores (tanto Qatar como Venezuela son países ricos). Pero, según el representante del Congreso estadounidense Connie Mack IV, un republicano elegido por Florida, esto no es óbice para que «esta nueva alianza entre Telesur y Al Yazira pretenda crear una red televisiva mundial al servicio de los terroristas y los enemigos de la libertad».

¿Una red al servicio de los terroristas? No exageremos. Pero una guerra de los medios y las imágenes, sin duda alguna. Basta interrogar a los opositores de Chávez, en Venezuela mismo, para oír otra canción. Marcel Granier forma parte de esos opositores. Al presidente de RCTV, una importante cadena hertziana venezolana, especializada en la información, el entertainment y sobre todo las telenovelas, el ministro de Comunicación de Chávez le ha retirado el permiso para emitir. «El futuro de RCTV depende del futuro de Venezuela», comenta resignado Marcel Granier en un lujoso salón de la sede super-protegida de RCTV, en el antiguo edificio histórico de Radio Caracas. «¿Usted cree que esto es una democracia?», me pregunta educadamente Granier para ver cómo respiro. Yo evito pronunciarme, pero decidimos ser francos y hablar libremente. Él sabe que está en terreno amigo hablando con un francés. Y habla sabiendo que voy a citar sus palabras: «Estamos frente a una dictadura militar. La censura es total, arbitraria. Es una censura política, pero también comercial. Por ejemplo, secan el mercado publicitario para matar a las televisiones privadas sin tener que cerrarlas por la fuerza. Atacan nuestra vida personal, nuestra seguridad física. Yo temo por mi familia, temo por mi vida». ¿Ha pensado en exiliarse? «Yo soy venezolano. Este es mi país. Mi familia ya está en Miami. Pero mis empleados están aquí, estoy amenazado, denunciado. Yo amo a mi país. Debo quedarme aquí». Le pregunto qué piensa de Telesur y de su director Andrés Izarra. «Dice que ha trabajado en CNN, pero nadie lo recuerda. Mi cadena ha sido prohibida por su ministerio. Yo no lo conozco personalmente. Pero Telesur es una cadena muy perversa, mucho más peligrosa que Al Yazira, porque tiene una agenda y no respeta las prácticas periodísticas. Aquí en Venezuela Telesur no puede hacer mucho más daño del que ya ha hecho Chávez arruinando la economía, destruyendo la democracia y asfixiando el Estado de derecho. En Brasil o en Argentina la cadena también es bastante inofensiva: son grandes países que no se dejan engañar. En cambio, en los países más pequeños, Telesur es muy peligrosa. En Paraguay, Bolivia, Honduras y Guatemala, la cadena está haciendo una guerrilla política de extrema izquierda. Poco importa su audiencia, es un instrumento estratégico. Es una cadena mucho más eficaz de lo que la gente cree. Literalmente está haciendo la guerra».

«VISIT ISRAEL, BEFORE ISRAEL VISITS YOU»

Para ir a Ramala desde Jerusalén tomo el Sherut (taxi colectivo) número 18. Es la segunda vez que voy a la capital de Palestina, y no noto nada extraño, todo sigue igual. Me pongo en contacto con varios palestinos que conozco, encuentro un hotel cualquiera y mientras espero a la periodista Amira Hass doy una vuelta por el café Star & Bucks de Ramala. Esta copia que no es franquicia del famoso grupo estadounidense es un sitio raro; el café latte cuesta 10 shekels israelíes (casi dos euros). Hay grupos de muchachos fumando el narguile, entre ellos uno que exhibe una camiseta del NYPD (New York Police Department). En una inmensa pantalla de plasma se ven clips con chicas muy ligeras de ropa de la cadena saudí Rotana. Delante del café, en la avenida, los mismos que venden CD piratas de Rotana venden retratos del Che Guevara. De repente, pasa una furgoneta con hombres armados de Al Fatah disparando al aire con balas reales. Me siento seguro.

Poco después, envío e-mails desde un cibercafé. Me sorprende la cantidad de cibercafés que se han abierto desde mi último viaje al centro de la ciudad de Ramala. La velocidad de conexión es rápida y mi vecino habla por Skype con uno de sus hermanos que vive en Estados Unidos. Otros clientes consultan páginas israelíes o ligan con chicas en webs de contactos en árabe. Uno de los chicos con los que hablo me pide permiso para usar mi iPod, que le fascina. Se pone el casco y me dice enseguida, al dar por casualidad con un fragmento de El rey león (resulta sorprendente que este título esté en mi iPod): «Es Simba». Se sabe la película de memoria y su vecino también. No la han visto en la televisión, y menos en el cine, sino «en el ordenador», me dicen. La falsa leyenda africana americanizada (simba significa «león» en swahili) funciona incluso en Palestina.

Al cabo de un rato llega Amira Hass, sola. Pelo negro, con un mechón en la frente, lleva un pañuelo verde y azul flojo alrededor del cuello. Sonríe, habla con calma, con una amabilidad muy perceptible que disimula una rebeldía intacta. Me ha citado delante de un hotel lejos del centro de Ramala. Tiene el parabrisas agujereado, en el lado izquierdo, por impactos de bala: «Yo no estaba dentro del coche cuando hubo ese tiroteo entre Hamás y Al Fatah», me explica. También ella lleva colgada del retrovisor una medalla del Che Guevara. Amira Hass está catalogada como de extrema izquierda en el espectro político israelí. Hemos previsto recorrer durante todo un día Palestina, sus check points, sus medios de comunicación y su cultura.

Poco después de arrancar, encontramos el primer check point a la salida de Ramala. Ingenuamente, creo que es que estamos entrando de nuevo en Israel. «Error —me dice Amira Hass—. Esto es lo que el ejército israelí quiere hacer creer. De hecho, hay check points por todas partes dentro de Palestina. El ejército israelí dice que es por motivos de seguridad, pero en realidad es para crear lo que yo llamo designated territories, para marcar el territorio israelí».

Amira Hass es una de las periodistas más famosas de Oriente Próximo (y una de las más premiadas internacionalmente). Israelí, es la corresponsal permanente en Cisjordania del diario de Tel Aviv Haaretz. Es la única periodista judía israelí que vive permanentemente en territorio palestino (primero en Gaza a partir de 1993 y luego en Ramala desde 1997). Hija de supervivientes de la Shoah, nació en Jerusalén en 1956. Sus reportajes son generalmente favorables a los palestinos y se ha especializado en el análisis minucioso, casi científico, de la colonización israelí en marcha en los territorios. Los lectores de Haaretz piden que la echen en cientos de cartas al periódico. Pero también ha tenido muchos altercados con la Autoridad Palestina, incluidos Yasir Arafat y Al Fatah, de quienes ha denunciado muchas veces la dejadez, la mala gestión y la corrupción. «También soy muy crítica con los palestinos. No se puede decir que todo sea culpa de los israelíes», considera Amira Hass.

Viajando con ella, observo cómo trabaja. En cada check point, en cada punto de abastecimiento de agua, cada vez que una carretera es declarada «estéril» (palabra oficial israelí para decir que los palestinos no pueden circular por ella aunque estemos en Palestina), cada vez que una tierra es confiscada o cuando cruzamos el muro (en un lugar leo: «Stop the Wall», en inglés), Amira Hass escribe. Mira el mapa, compara el trazado de las carreteras, constata la aparición de vallas electrificadas («que ponen a los palestinos en una jaula», dice), sigue minuciosamente los desplazamientos de la «frontera» —su tema principal— y va tomando notas a toda velocidad en su ordenador Dell. «Soy muy fact-checking, no soy emotiva ni afectiva, “I go by the numbers”», dice, para insistir en su descripción meticulosa de los números, los hechos, los mapas, las carreteras, los túneles, los puentes y las desviaciones. En Tel Aviv, su redactor jefe la encuentra un poco obsesiva.

En los barrios palestinos, muchas veces en venta en las aceras como en todas partes, descubro miles de CD y de DVD piratas. Muchos son estadounidenses. «Los palestinos odian a los americanos, pero es un antiamericanismo afectivo, romántico, no ideológico. Escuchan la música estadounidense y ven las películas de Hollywood como todo el mundo», me explica Amira Hass. Me sorprende, en efecto, encontrar la mayor parte de los últimos blockbusters hollywoodenses en las calles de Ramala y en las otras ciudades de Palestina. «La paradoja es que los jóvenes palestinos de Cisjordania están en general mucho más americanizados que los jóvenes de los demás países árabes; y esto se explica por la proximidad a Israel», me confirma Hass.

En definitiva, esta afición a las películas estadounidenses es un punto que tienen en común los jóvenes israelíes y los jóvenes palestinos. Pero Benny Ziffer, el redactor jefe del periódico israelí Haaretz (el día que lo entrevisté en Tel Aviv, el señor Ziffer llevaba irónicamente una camiseta en la cual ponía: «Visite Israel antes de que Israel le visite a usted»), relativiza ese parecido: «Entre los palestinos, se trata de un americanismo superficial, el de las marcas y la moda, el de la música popular, los blockbusters e Internet. Pero en cuanto entras en la cultura real, la cultura de casa, ves que es una cultura muy islámica. Por ejemplo, la cultura televisiva es muy musulmana; las series sirias, egipcias y actualmente sobre todo las series turcas tienen mucho éxito en Palestina. El éxito de esas series turcas es muy revelador, porque son a la vez musulmanas y más modernas que en el mundo árabe; en el fondo, este filtro turco es una forma indirecta de americanización. Pero por ahora todavía es una cultura muy islámica». Gael Pinto, el crítico de cine del mismo periódico, al que también entrevisté en la sede de Haaretz en Tel Aviv, constata por su parte que en Israel no existe debate sobre Estados Unidos: «Contrariamente a Palestina, aquí no hay debate sobre el imperialismo estadounidense o sobre el dominio de Estados Unidos: es un hecho. Estamos tan americanizados que ya no es un tema de debate». Uno de sus colegas del mismo diario, el famoso historiador Tom Segev, ha escrito un libro sobre esa americanización cultural de Israel, que cuenta cómo el Estado hebreo ha ido abandonando poco a poco el modelo sionista, el de los kibutz y el socialismo de Ben Gurión, para adoptar los valores del pragmatismo y el individualismo estadounidenses. Lo demuestra, me dice, el hecho de que Israel sea hoy una start up nation y que su dinamismo económico se explique porque aquí hay más start ups que en Japón, China, India o Reino Unido. El título del libro de Tom Segev, que me regala, es sintomático: Elvis in Jerusalem.

Cuando, un poco antes, fui a investigar a Gaza y en particular al campo de Jabaliya, pude observar que Al Yazira se veía en la mayor parte de casas palestinas, en las oficinas a las que iba y en los hogares donde me recibían. Al principio no me lo podía creer, por la extrema pobreza de esos campos palestinos. Y luego comprendí que lo que veía en Gaza, como en Ramala o Belén, en Damasco como en Attaba Square (el mercado del centro de El Cairo donde está lo que los egipcios llaman Cell Phone Street, la calle de los teléfonos móviles), era una regla transnacional: en todas partes es fácil encontrar decenas de miles de antenas parabólicas y descodificadores, todos vendidos en el mercado negro. Por el equivalente de 25 euros tienes un descodificador; por 12 euros una pequeña parabólica. Se estima que en Palestina sólo un 2 por ciento de los habitantes tiene un abono al satélite legal, a causa del precio, pero que el 80 por ciento de la población de las ciudades tiene acceso a estos servicios de forma colectiva e ilegal. En la dirección de los grandes grupos mediáticos árabes, MBC, ART y Rotana en Riad y Dubai, todos mis interlocutores me han confirmado que, según sus estudios, la casi totalidad de la población árabe, incluso en las zonas más desheredadas, tiene acceso a una antena parabólica y que el porcentaje de penetración de la televisión por satélite es casi total. Todos recordamos las imágenes de beduinos en el desierto, con su dromedario y su parabólica. «Aquí se mide la riqueza de las familias por el tamaño de la antena parabólica —me dijo bromeando Ayman, un estudiante de Gaza, en el campo de Jabaliya—. A menudo no hay agua y quitan la luz en las calles después de las diez de la noche, pero la televisión siempre está encendida. Y cuanto mayor es la antena, más cadenas capta». En su casa, su familia me recibe como a un amigo: me dan de comer, me tratan como a un invitado de postín. En un mapa, Ayman me muestra «su pueblo», Huida, en tierra israelí. «Yo procedo de allí», me dice (de hecho, el que procede de allí es su abuelo, y desde 1948 la familia no ha vuelto). En la pared, una foto: «Es Said —me dice—, mi hermano mayor al que mató el Tsahal». En una pantalla de televisión de la sala de estar, veo las imágenes de Al Yazira pasando durante todo el día.

En la sede de Haaretz, en Tel Aviv, el periodista Benny Ziffer me lo confirma: «En cuanto un miembro de la familia o del clan tiene una parabólica, todo el barrio recibe la televisión por satélite gratuitamente. Los palestinos están al corriente de todo; están muy bien informados gracias a las parabólicas, que son fundamentales hoy día para su cultura y su información. Se las ve en todas partes, en los pueblos más remotos y en los campos palestinos más pobres. Palestina está muy enclavada geográficamente, pero por eso mismo está muy abierta y muy “conectada” desde el punto de vista mediático. La gente está en una especie de cárcel donde la información es incontrolada e ilimitada. Esta es la paradoja: la separación y el muro con Israel por un lado, y el acceso total a los medios por el otro. Y ya nadie puede parar esta liberación de las imágenes en el mundo árabe, ahora ya sin muro ninguno».

Según un sondeo del Palestinian Central Bureau of Statistics, el 75 por ciento de los palestinos de Gaza y Cisjordania tienen Al Yazira como primera fuente de información. La segunda cadena sería Al Manar, la de Hezbolá, que muestra con frecuencia los bombardeos y las víctimas civiles palestinas. Al abandonar la franja de Gaza, tengo la impresión absurda de una guerra de nunca acabar en la cual el ejército israelí se pasa la vida destruyendo, con bombas sufragadas por los estadounidenses, unas instalaciones palestinas sufragadas por los europeos.

En Ramala, el jefe de la oficina de Al Yazira se llama Walid al-Omary. Es una verdadera estrella en la cadena Al Yazira y también en Palestina. Gracias a la red de periodistas corresponsales oficiales (una treintena) y a los innumerables corresponsales oficiosos, tiene informaciones muy precisas de lo que pasa en todo el territorio palestino. Este árabe israelí, nacido en Israel cerca de Nazaret, que ha estudiado en la universidad de Tel Aviv y ocupa uno de los cargos más peligrosos del mundo, no abandona jamás sus tres teléfonos móviles (un número palestino ampliamente distribuido entre sus contactos en los territorios ocupados, un número israelí y un número internacional). Su popularidad se debe al hecho de que cubrió la segunda intifada en Palestina a partir de septiembre de 2000 (cuando la visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas) y, más recientemente, a la guerra de Gaza (2008-2009), en la que tenía a seis reporteros sobre el terreno cuando la CNN, ABC, CBS y la BBC no tenían ninguno, a causa de las restricciones a los medios impuestas por el ejército israelí. Por eso Al Yazira se mantuvo Uve durante veintidós días para describir la situación de Gaza. No pude ver a Walid al-Omary cuando estuve en Palestina, pero mucha gente me habló de él. Gracias a sus reportajes, hizo que la resistencia palestina estuviera presente día tras día, en imágenes, y la hizo global y mainstream para todo el mundo árabe.

Al mismo tiempo, Walid al-Omary ha denunciado muchas veces, lo mismo que Amira Hass, las derivas de la Autoridad Palestina, lo cual le ha valido ser duramente amenazado por el poder constituido en Ramala. Siendo árabe israelí (por lo cual está acreditado por Israel con un carné de prensa que le permite cruzar los check points en los territorios ocupados), tiene la posibilidad de comprobar todos los hechos de los que se entera con las autoridades israelíes y con sus colegas los periodistas judíos, según el principio del fact-checking estadounidense, lo cual le ha permitido ser respetado por su deontología, incluso en Israel. «Walid es un gran periodista. Es muy equilibrado y muy serio, es un modelo», me explica el presentador estrella de Al Yazira, Mohamed Krichen, cuando lo entrevisto en Doha. Por su parte, la palestina Dima Khatib, que dirige la oficina de Al Yazira en Caracas, es más explícita aún: «Walid es un gigante, un fenómeno. El solo es nuestra escuela de periodismo. Tiene problemas con todo el mundo, pero todo el mundo habla de él. Representa las voces liberadas de Al Yazira y de Palestina a la vez: nos ha mostrado una Palestina que no conocíamos. Y se la ha mostrado al mundo».

Durante la jornada que pasé con Amira Hass en Cisjordania entramos en varias colonias judías, esos campamentos de pioneros israelíes que, como en la época de los primeros kibutz, plantan olivos, eucaliptos y tomates en el desierto. Una bandera israelí ondea al viento sobre el settlement (también los llaman outpost). Una grúa Caterpillar. Un colono judío nos recibe, con sus manazas de trabajador. Hay varios ventiladores que hacen un ruido continuo en su despacho de capataz y una estación de radio CB conectada con el ejército israelí. Escuchando al colono tengo la impresión de hallarme en Colorado entre los evangelistas religiosos estadounidenses, con además una mentalidad de sitiador sitiado. Pero contrariamente a lo que cabría pensar, Amira Hass tiene unas relaciones bastante buenas con los colonos, y éste de hoy es incluso uno de sus informadores. Anónimo.

Al volver a Jerusalén veo a jóvenes palestinos saltando el muro. Si el ejército israelí los ve, los matará. «Saltan porque si no tienen que hacer varios kilómetros para pasar por un check point. Y el muro separa dos barrios del mismo pueblo, a veces pasa incluso entre las casas de una misma familia», me dice Amira Hass.

Al atardecer, en las calles de la ciudad vieja de Jerusalén vuelvo a oír un fragmento de música árabe que me ha llamado la atención en Cisjordania y del cual no sé el título. Las pequeñas tiendas de comestibles, los comerciantes de ropa, todo el mundo parece escuchar esta música tan alegre difundida a gran volumen por los altavoces colgados en los escaparates de las tiendas. El sonido resuena en las calles adoquinadas de Jerusalén, igual que resonaba en Ramala, en Belén, en Hebrón y en Gaza.

Le pido a uno de los comerciantes, Hazem, un palestino de Jericó, que me busque ese tema. Por unos pocos shekels, me vende el CD que he escuchado en todas partes y que involuntariamente se me ha pegado. La carátula está en árabe. Más tarde me enteraré de que es el último álbum de Amr Diab, distribuido por la discográfica Rotana. La revolución que Al Yazira ha representado para la información en el mundo árabe, Rotana la está logrando para el entertainment.