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10. DE CÓMO BOLLYWOOD PARTE A LA CONQUISTA DEL MUNDO

«Si no se me ve en el hotel Marriott durante una semana, la gente piensa que ya no trabajo», bromea Uday Singh, el director de Sony India. «Cuando estoy en el BBC, uno de los cafés del Marriott, todo el mundo sabe que preparo una película y con qué actores y qué director la voy a hacer», me explica por su parte el productor indio Bobby Bedi.

En Bollywood, cada generación tiene su hotel. Después del Juhu Hotel, hoy muy destartalado, en la playa de Juhu, en Mumbai, capital del cine indio y nuevo nombre de Bombay, el «escenario» se desplazó al Sun-n-Sand, un lujoso hotel más al norte. Ahora la moda ha cambiado otra vez y los profesionales del cine para sus reuniones, las estrellas de Bollywood para sus fiestas y los periodistas para entrevistar a las estrellas, se citan en el Marriott, un hotel de cinco estrellas, superelegante y sin personalidad, en Juhu, entre el barrio de moda de Santa Cruz al sur y la Film City, los estudios de Bollywood, al norte de Mumbai. En los siete restaurantes y cafés del Marriott una multitud de productores, distribuidores, agentes y actores se agita para dar vida a los futuros blockbusters hollywoodenses. Todo el mundo habla inglés sobre un fondo de música lounge Buddha-Bar.

Lejos de las modas y las fiestas, Amit Khanna me ha citado en el Sun-n-Sand de Mumbai, al que permanece fiel. El antiguo templo bollywoodiense, cuya vista sobre la playa de Juhu es mucho más bella que la del Marriott, está obsoleto, anticuado, pero sigue siendo un valor seguro para las viejas familias de la ciudad. En el café del hotel donde lo espero, suena una y otra vez lo último de Coldplay. De pronto llega Khanna, con retraso y con dos teléfonos móviles a los que contesta sin parar en quince segundos para cada llamada. Vestido con un traje a la antigua usanza, calvo, serio, Amit Khanna habla con frases cortas y responde rápido, con autoridad, sin simpatía ni detalles. Sus palabras están contadas. «Aquí hay 1.200 millones de habitantes. Tenemos dinero. Tenemos experiencia. Junto con el sudeste asiático representamos una cuarta parte de la población mundial; con China, un tercio. Queremos desempeñar un papel central, política y económicamente, pero también culturalmente. Creemos en el mercado global y tenemos unos valores, unos valores indios, que promover. Vamos a enfrentarnos con Hollywood en su propio terreno. No sólo para ganar dinero, sino para afirmar nuestros valores. Y creo sinceramente que seremos capaces de triunfar. Habrá que contar con nosotros». Desde que estoy en India, nadie me había hablado así. Hasta ahora mis interlocutores habían dado pruebas de una cortesía extrema y a menudo, en parte por la diferencia de nivel de vida, de una especie de deferencia y de humildad que me incomodaban. Amit Khanna no tiene esas precauciones. Tiene una mirada emergente, la de quien observa al francés que soy como al representante de un pequeño pueblo en extinción, la mirada del dominante sobre el dominado, lo contrario, en suma, de los conductores de rickshaws, los barberos, los limpiabotas y los chai wallahs (servidores de té) con los que te cruzas en la India y que, intimidados, te dicen constantemente «yes, sir».

Amit Khanna es el director ejecutivo de Reliance Entertainment, una de las multinacionales indias más poderosas en el sector de las industrias creativas y los medios. El grupo pertenece al multimillonario Añil Ambani, de 50 años, que es la sexta fortuna del mundo y está especializado en la distribución de gas, electricidad y telecomunicaciones, mientras que su hermano Mukesh Ambani —con el cual está en guerra— ha recuperado en la herencia familiar la industria pesada, la petroquímica, las refinerías de petróleo y la gran distribución. Añil es el más «cultural» de los dos hermanos, es el amigo de la estrella Amitabh Bachchan y está casado con una actriz de Bollywood, desafiando así los códigos de su casta, que es la de los comerciantes, los banias.

«Nuestra estrategia consiste en construir un grupo panindio, integrado, de nueva generación —me explica Amit Khanna—. Esto significa que estaremos presentes en todas las pantallas a la vez, y en todos los sectores. Con Reliance Telecommunication, número uno indio del teléfono móvil y sus 60 millones de abonados, tenemos las pantallas más pequeñas y con nuestra red de multicines, una de las más desarrolladas de India, tenemos las más grandes. Podemos producir contenidos para todas esas pantallas. Además, somos proveedores de acceso a Internet en 20.000 ciudades y 450.000 pueblos indios: actualmente les podemos aportar música y cine. Hollywood corresponde a la industria cinematográfica del siglo XX; nosotros estamos construyendo la industria del siglo XXI».

Con uno de los principales estudios de cine de Bollywood, una red de 20 cadenas de televisión y 45 radios (Big TV, Big FM), una de las dos principales redes de multicines de India (Big Cinemas), una discográfica especializada en las canciones bollywoodienses y unos sitios web monopolísticos, Reliance ya es un gigante imprescindible en las industrias de contenidos y los medios. El grupo es conocido por su marca Big en India, y todo en ese país es en efecto «gigantesco». En primer lugar, el PIB. India es una de las economías más dinámicas del mundo, con un crecimiento de entre el 6 y el 8 por ciento anual. En el sector de las industrias creativas y del cine, el crecimiento aún es más espectacular y supera el 18 por ciento anual. «Nuestro futuro está abierto y somos el segundo país más poblado del mundo», insiste Amit Khanna, que quiere romper con la imagen del cine indio de las décadas de 1960 y 1970, apreciado por la crítica y los festivales internacionales como cine del tercer mundo, pero que nadie se tomaba en serio como industria y como mercado.

Por eso el grupo Reliance piensa big: como ya posee 240 salas de cine en Estados Unidos, en 2008 ha invertido 600 millones de dólares en el estudio DreamWorks SKG de Steven Spielberg para entrar en Hollywood por la puerta grande. Paralelamente, el grupo ha puesto sobre la mesa 600 millones más para producir una decena de películas de gran presupuesto con ocho productoras, entre ellas las de Brad Pitt, Jim Carrey, Nicolas Cage, Tom Hanks y George Clooney (estos deals han sido negociados por la oficina de Beijing de la agencia estadounidense Creative Artists Agency). Es la primera vez que un país emergente entra con tanto dinero en Hollywood. La inversión ha sido saludada por la prensa estadounidense y Bollywood ha acogido la noticia triunfalmente. «Los indios están dispuestos a pagar millones de dólares por un contrato que no les da gran cosa más que la ocasión de sentarse en el estreno con Steven Spielberg», relativiza no obstante un importante productor entrevistado en Los Ángeles. Y yo me hago eco de este malvado comentario delante de mi anfitrión.

Amit Khanna sonríe. «Jamás hemos asistido a ningún estreno. No es el glamour lo que buscamos, sino la oportunidad económica. Somos socios como inversores financieros, pero también somos socios del proyecto artístico. Los estudios estadounidenses han envejecido, necesitan sangre nueva. Y nosotros tenemos esa sangre nueva. Les aportaremos una “nueva sensibilidad” invirtiendo directamente en hombres, en talentos, y para crear grandes películas. Nuestra fuerza es nuestro número, nuestra juventud, nuestra tradición cinematográfica, nuestra forma de contar las historias». ¿Harán películas indias en Hollywood? «En Reliance creemos que el entertainment es muy etnocéntrico. Si intentamos importar los valores indios, fracasaremos. En Bollywood, defendemos nuestros valores; en Hollywood, haremos un cine diferente para ser mainstream, haremos películas hollywoodenses para el gran público. Vamos a competir con Hollywood con diferentes tipos de contenidos, diferentes plataformas». Hace una pausa. «Al mismo tiempo, somos el primer país anglófono del mundo y tenemos la masa crítica necesaria para convertimos en un gigante mundial mañana. Debemos seducir primero por la creatividad, y sólo después por nuestro modelo económico». Khanna ha dejado ahora sus teléfonos móviles, que naturalmente son del operador Reliance, y parece más calmado. Acepta hablar un poco de él, de su trayectoria. Me dice que vive en una casita cerca de la playa de Juhu en Mumbai y que no está casado. Su pasión es la composición musical, la lectura y la escritura. Varios indios que he conocido en Mumbai y Nueva Delhi lo describen como una «librería viviente», enteramente dedicado a su trabajo y a la lectura, «Trato de tener el máximo de conocimientos, y un día quizás escriba mis memorias», me dice. Fue cronista de los medios de comunicación en un gran periódico indio y ha firmado decenas de guiones para películas, ha producido muchos largometrajes y dirigido varias cadenas de televisión antes de fundar la rama de entertainment del grupo Reliance. También es presidente de la Asociación de Productores de Cine india.

«En general se me considera el inventor del término “Bollywood”», me dice Amit Khanna. Con unos 250 largometrajes al año, Bollywood no representa más que el cine producido en hindi en Mumbai. «Pero éste es el cine que cuenta en el box office indio y en el internacional. Es el cine mainstream indio». Cuando Khanna me habla de Bollywood, siento cómo crece el orgullo nacional. Sonríe (es la segunda vez). Ahora no hay quien lo pare; él que, según me había dicho su ayudante, tenía tan poco tiempo para la entrevista. Me cuenta la historia de Bollywood y de sus estrellas. Las que, cuando aparecen en una calle de Mumbai o en el pueblecito más remoto, despiertan una identificación histérica, una deificación y provocan auténticos tumultos: los actores Amitabh Bachchan, Shah Rukh Khan, Aamir Khan, Salman Khan, Saif Ali Khan, Akshay Kumar o Hrithik Roshan (los indios están dispuestos a todo para verlo y comprobar que efectivamente tiene seis dedos en una mano), las actrices Aishwarya Rai Bachchan, Kajol Devgan, Rani Mukeiji, Kareena Kapoor, Preity Zinta y tantos otros. «Algunos de esos actores son musulmanes», añade Khanna, para insistir en la diversidad del cine indio. Defiende lo que él llama una especie de «Bollywood massala», que es lo contrario de Hollywood: en Estados Unidos para ser mainstream hay que adoptar el menor común denominador para llegar a todo el mundo; en Bollywood, hacen lo contrario, mezclando todos los géneros a la vez: drama, comedia, acción, musical, thriller, danza tradicional y danza contemporánea, para llegar a todos los miembros de la familia ampliada, a los gustos divergentes, pero que se encuentran en esa mezcla de ingredientes. El mainstream a través del tutti frutti, en cierto modo.

Khanna hace suya la mitología de Bollywood: la de los niños pobres que se saben de memoria las canciones y las cantan en los cines de una sola pantalla del barrio de chabolas de Dharavi; las mujeres de la limpieza que se levantan para bailar en la sala; el cine que tiene el poder de trascender las clases sociales y las castas y que une a todos los indios. «Bollywood desempeña un papel importantísimo de integración nacional, uniendo las regiones con la nación, uniendo la cultura popular y el arte, siendo la lengua común en un país de veintidós lenguas oficiales». Con ello, arrastrado por su discurso apasionado —y en el fondo muy bollywoodiense— Khanna pasa de puntillas por las zonas más problemáticas de la industria: los vínculos, notorios, entre el mundo del cine y la mafia (unos vínculos que me confirmará el viceministro de Cultura encargado del cine en Nueva Delhi); o sobre Bollywood como fábrica para blanquear dinero durante el régimen socializante de las décadas de 1950 a 1990. Amit Khanna aparta este debate de un manotazo, explicándome que, desde 1991, India ya no es socialista y que, desde 1998, el gobierno ha reconocido Bollywood como verdadera industria, abriéndole así un acceso legal a las financiaciones, a los créditos bancarios y a los seguros, así como a todo un ecosistema financiero que hace obsoletos sus lazos con la mafia.

Más que hablar del blanqueo de dinero, Khanna prefiere insistir en las canciones. Debe su fama personal a las cuatrocientas canciones de Bollywood que él ha firmado desde hace treinta años como compositor. Y en la actualidad tiene intención de construir sinergias entre el cine y la música dentro de Reliance. «La clave es que en Bollywood se es a la vez actor, bailarín y cantante, y hay que tener estas tres cualidades para triunfar. O al menos las dos primeras…», dice sin terminar la frase, dando a entender que los actores a menudo son doblados y que por lo tanto cantan en play-back. Me dice que los indios emplean las canciones de Bollywood en las bodas, las fiestas y los entierros. Que utilizan frases de las películas en la vida diaria. Que todo el mundo, en el pueblo más remoto y el barrio de chabolas más pobre, se sabe las principales canciones de memoria. Amit Khanna está orgulloso de Bollywood y de su país.

¿Teme la competencia de los demás países emergentes? ¿Del Golfo? «Ellos sólo tienen el dinero, no tienen los talentos. Nosotros tenemos las dos cosas. Triunfaremos». ¿Y China? Amit Khanna hace una pausa. Titubea. «Seguimos lo que ocurre en China con muchísima atención».

Durante nuestra conversación en el café del hotel Sun-n-Sand, comprendo entonces que el verdadero rival de India no es, como el principio de nuestra conversación daba a entender, Estados Unidos, con quien Reliance ya está construyendo partenariados y una cooperación a largo plazo, sino China. De hecho, los indios necesitan a los estadounidenses para contrarrestar a China; y Estados Unidos necesita a la India para tener éxito en Asia puesto que en China ha fracasado. Amit Khanna no me ha descrito claramente esta nueva geopolítica del entertainment, pero me dice que le gusta mucho el cine estadounidense y que prefiere el desmadre indio y Bollywood al orden chino y a la rigidez de China Film. «India es una democracia, China no. India es un mercado en el que se puede invertir libremente cuando se es extranjero, China no. Nosotros no tememos a nadie. Los estadounidenses son bienvenidos si quieren invertir aquí». No se puede ser más claro. Lo que he comprendido en la playa de Mumbai es que, aliándose con Estados Unidos contra China, India ha realizado lo que en la diplomacia se conoce como un cambio de alianzas.

EL NUEVO BOLLYWOOD

Abandono la playa de Juhu en rickshaw, esos triciclos a motor negros y amarillos que permiten circular más rápidamente en Mumbai. Sagar, el conductor sobrexcitado, que por mis gestos ha comprendido que llegaba tarde, se cuela entre los coches a toda velocidad pese a la circulación endiablada y escuchando a todo volumen una magnífica banda sonora de Bollywood. En el subcontinente indio, el cine no es un arte elitista, sino una cultura popular de masas.

Dirección Santa Cruz, un barrio del centro de Mumbai. En el séptimo piso de un edificio sin florituras, tengo cita con Ritesh Sidhawani, el nuevo favorito de Bollywood. Acaba de producir la película Rock on!! (insiste en los dos signos de exclamación), una especie de comedia musical juke-box, que recuerda los shows de Broadway Rent o Movin’Out y va dirigido a los adolescentes.

«Los jóvenes están cambiando en India. Las películas clásicas de Bollywood, con los songs & dances, las canciones y los bailes, deben evolucionar. Los jóvenes cada vez están más educados, tienen acceso a Internet, tienen un teléfono móvil, ven la MTV, debemos cambiar con ellos». Ritesh Sidhawani encama precisamente ese «nuevo Bollywood», más experimental, más rock, más dispuesto a asumir riesgos, y que se dirige a un público más «urbano». A sus apenas 35 años, de origen paquistaní, es uno de los jóvenes productores importantes de la escena cinematográfica local que aspira a convertirse en mundial. El presupuesto de Rock on!! se eleva a 6,5 millones de dólares, lo cual es considerable respecto a la media de los presupuestos de Bollywood.

Este aumento de los presupuestos es posible gracias al desarrollo de los multicines en todas las grandes ciudades, lo cual se traduce en un gran incremento del precio de las entradas (200 rupias para una película en un multicine, es decir unos 3 euros, frente a las 10-40 rupias en una sala normal, o sea menos de 50 céntimos). Por eso las películas para el público de las ciudades recaudan más dinero; el nuevo Bollywood se dirige a esa juventud dorada con películas de acción y con historias más modernas. Tras más de quince años de televisión por satélite, la liberalización de la economía, la emigración a Occidente que se desarrolla, el número cada vez mayor de jóvenes indios que estudian en universidades estadounidenses, y la generalización de Internet en el país, las expectativas del público, sobre todo del público joven, urbano y educado, cambian. Y Bollywood también debe cambiar.

«No me gusta demasiado el término Bollywood. Prefiero hablar simplemente de la industria del cine de Mumbai. Porque aquí efectivamente lo que tenemos es una industria. Y no tenemos ningún problema de financiación en India, ahora es muy fácil encontrar dinero», constata Ritesh Sidhawani. La mutación económica que se está produciendo en Bollywood es inaudita: ayer, este sector aislado y poco valorado, dejado en manos de la mafia, se basaba en una especie de capitalismo casero «paternalista» bajo un régimen socializante muy poco escrupuloso; los contratos eran orales, los scripts se improvisaban en el día a día y el marketing estaba en manos de las propias saléis. Hoy, me confirma Sidhawani, Bollywood se ha convertido en una industria americanizada. Los productores y los directores de marketing se han formado en Los Ángeles; la profesionalización del sector se generaliza, el presupuesto de marketing de una película se incrementa considerablemente, los inversores externos se hacen indispensables y las agencias de talentos, los abogados y los directores financieros han puesto orden en las cuentas. Bollywood empieza a aprender el sentido de las palabras accountability, pilot, green light, pitch y balance sheet. A la americana.

Rock on!! apunta a un mercado mundial, primero indio, luego inglés, australiano, sudafricano, del Golfo, Pakistán y naturalmente Estados Unidos. «En el extranjero, nuestro público son sobre todo los indios expatriados. Para ellos, el cine es buscar la fantasía, los sueños, todo lo que les permite seguir en contacto con el país». Ritesh Sidhawani habla de forma desordenada en un pequeño despacho destartalado donde están apilados los periódicos, entre ellos varias ediciones indias de Rolling Stone (la cubierta del mes se refiere justamente a la película Rock on!!).

¿Cree de veras que puede entrar en el mercado estadounidense? Ritesh Sidhawani le da la vuelta a la pregunta: «Sí, no necesitamos a los estadounidenses para llegar a los indios que viven en Estados Unidos. Nos bastamos solos. En cambio, ellos sí que nos necesitan para llegar al público indio, pues sus películas aquí funcionan mal. Saben que el cine indio está volviéndose global y quieren estar aquí para tener a piece of the pie, pero por ahora no lo están consiguiendo. Ni con la distribución, ni con las coproducciones locales».

¿Una parte del pastel? Sin cuotas ni censura ni regulaciones proteccionistas, el cine indio goza de buena salud en India. Alcanza más del 90-95 por ciento del box office, y los estadounidenses se contentan con una parte muy pequeña del pastel, de alrededor del 5 por ciento (algunos de mis interlocutores, y los dirigentes de Hollywood, me dicen que es más de un 10 por ciento, pero en India es difícil obtener estadísticas fiables). El caso es que esa resistencia de las películas indias, y en primer lugar de Bollywood frente a Hollywood, no deja de sorprender. En cuanto a espectadores, la comparación es asombrosa: 3.600 millones de entradas vendidas en todo el mundo para las películas indias frente a 2.600 millones para Hollywood. Pero la ventaja se detiene aquí: el total de la recaudación india en dólares —apenas 2.000 millones— es poco significativa comparada con la de Hollywood, de unos 38.000 millones de dólares (cifras de 2008). Y una película como Piratas del Caribe recaudó ella sola en 2006 la mitad del box office mundial del conjunto de las películas de Bollywood.

Para despistar, ahora los estadounidenses adoptan una nueva estrategia que consiste en producir películas indias en India. Warner, Disney, 20th Century Fox y Columbia ya se han puesto manos a la obra. Así que fui a interrogar a los responsables de esos cuatro estudios en India para comprender cuáles eran sus objetivos.

«Mi trabajo consiste en hacer seis películas indias al año. La estrategia de los estudios estadounidenses ahora es mundial. Ya no se trata para nosotros de distribuir nuestras películas en India, sino de producir todas las películas del mundo», me explica Uday Singh, el vicepresidente de Sony Pictures India, que supervisa la rama de producción de películas de Columbia. Me encuentro muy lejos, en el extremo norte de Mumbai, en una zona urbana ganada a las marismas, y donde surgen de la tierra toda una serie de edificios modernos que tienen, por ejemplo, como éste, en el vestíbulo un falso bosque de bambúes de plástico.

Unas 400 personas, muchas de ellas jóvenes, trabajan en sus cubicles con sus ordenadores Sony último modelo y su teléfono BlackBerry, cosa que contrasta con la inmensa pobreza de los barrios de chabolas que uno atraviesa para llegar a esta zona comercial un poco a trasmano. «Los contenidos locales son lo único que funciona —insiste Uday Singh—. Hemos fracasado con la distribución de las películas estadounidenses en India; debemos producir películas localmente, y si es posible películas que tengan un potencial mundial. Es nuestro único valor añadido: los indios no saben hacer películas globales. Nosotros tenemos los medios de marketing y la red de distribución internacional para transformar un éxito nacional en éxito mundial».

Para alcanzar un mercado único en el mundo en el que un blockbuster indio venda 33 millones de entradas en una semana, Uday Singh me explica que Sony lo ha intentado todo con sus blockbusters estadounidenses: han doblado las películas a 20 lenguas oficiales y varios centenares de lenguas regionales y dialectos (Warner, por su parte, ha doblado Batman. El caballero oscuro en 14 lenguas). Han añadido canciones en hindi a Casino Royale. Han hecho vídeos con grupos de rock locales para lanzar Spiderman y han hecho cinco campañas de marketing diferentes en cinco lenguas, entre ellas el hindi, el tamil y el telugu, para promocionarla. Todo ha sido inútil. Si Spiderman ha tenido un éxito significativo en India (17 millones de dólares de recaudación, lo cual es un box office histórico para Hollywood en India), no tiene nada que ver con el éxito que ha tenido en el resto del mundo. «Las películas de Bollywood son muy diferentes, en su concepción, en su estructura, de las estadounidenses. Y el público indio espera de una película que tenga sus songs & dances. Es esa mezcla de tradición y modernidad lo que es tan difícil de entender para los occidentales», concluye Uday Singh.

Unos despachos más allá, en el mismo complejo, Kunal Dasgupta dirige Sony Entertainment Network, la rama audiovisual del grupo en India. «Lo fascinante con los indios es que absorben todas las culturas, pero al final siguen siendo ellos mismos. Pueden gustarles las series estadounidenses, pero cuando se trata de casarse, aceptan los matrimonios arreglados por su familia». Sony tiene por tanto la intención de incrementar su producción local, aunque la serie lndian Idol no sea sino una adaptación de American Idol. «Nuestros contenidos serán cada vez más locales y menos estadounidenses», me confirma Kunal Dasgupta, que trabaja para Sony desde hace quince años.

La inversión de Sony en India no está desprovista de segundas intenciones. El cine y la televisión son una forma de promocionar la marca y, a partir de una imagen de glamour, vender televisores planos, ordenadores, teléfonos y cámaras digitales. «¡En India la gente cree que somos una cadena de televisión que fabrica productos electrónicos!», dice riéndose Kunal Dasgupta, que depende de la oficina de Sony en Los Ángeles y no de la sede social mundial en Japón. El productor Aditya Bhattachar ya ironiza sobre esa voluntad estadounidense de conquistar el mercado indio: «En número de ojos, representamos el mercado más grande del mundo —dice señalando sus ojos con dos dedos—. Esto excita a los estadounidenses, sobre todo desde que han fracasado en China. Pero no sabrán penetrar en el mercado indio como no han sabido penetrar en el chino».

Este discurso también es el de Navin Shah, el joven director general del grupo multimedia Percept, con el que converso en Lower Parel, en el extremo sur de Mumbai. Habré necesitado dos horas en medio de los embotellamientos para reunirme con él porque Mumbai es una ciudad-mundo cuyo crecimiento urbano no ha sido planificado. En el trayecto, todo es caos, innumerables barrios de chabolas, la basura no se recoge, las aceras son tan peligrosas como saturadas están las avenidas, la seguridad alimentaria y sanitaria no existe, el agua estancada está por todas partes. Además, el agua de la ciudad no es potable. En la competición entre las dos grandes rivales que son India y China, la primera es mucho más pobre que la segunda, y mucho más caótica. Pero India tiene una ventaja: es un país joven, una democracia, y quiere cambiar.

«Queremos construir el nuevo Bollywood», me dice Navin Shah. A los 35 años, ya ha producido 45 películas para Bollywood. Estoy frente a un joven directivo de una sociedad joven, en un país joven, cosa que enseguida llama la atención del investigador, que viene de la «vieja Europa», donde el director general de un grupo de esa importancia (Percept tiene 2.000 empleados) tendría más de 50 años.

Y en China sería un viejo funcionario del Partido Comunista.

«El nuevo Bollywood necesita nuevas historias, mejores scripts, un verdadero storytelling, actores más jóvenes. No se trata de abandonar los songs & dances, que son la marca de Bollywood, pero debemos rejuvenecer las películas porque el público está cambiando. Las películas deben ser un poco menos previsibles, pero el happy end sigue siendo algo obligado». Sobre todo, Navin Shah cree en las tecnologías, un sector en el cual los indios han tomado mucha delantera respecto a otros países emergentes, y con ellas es como el cine indio piensa progresar. «India es un país tan orgulloso de sus adelantos tecnológicos que aquí la gente cree que IT significa “Indian Technologies”», me dice con sentido del humor.

Navin Shah me muestra un documento que representa el box office actual en India: «Básicamente ahora el dinero procede de los multicines y del cine internacional, y ya no de los cines one-screen que existen en nuestros 600.000 pueblos. Estos cines son mucho más numerosos, pero ya no reportan nada. Nuestro único objetivo, por lo tanto, es el indio urbano que va a un multicine». Navin Shah se expresa en un inglés perfecto, y le felicito por su acento. Está orgulloso de él. En India, la lengua oficial en el ambiente cinematográfico es el inglés, y hasta los indios hablan inglés entre ellos, o al menos una especie de hinglish, una mezcla lingüística de inglés y de hindi. Le hago observar que, incluso en el sector del entertainment, los directivos que hablan inglés en Japón y en China son pocos. Noto que cada vez se siente más orgulloso pero luego, lúcido, Navin Shah añade, un poco enigmático: «Bollywood es una industria que ahora está dirigida por gentes que hablan inglés entre ellos, pero que hacen películas en hindi. Esto es el nuevo Bollywood, y éste es el problema».

En Star India en Nueva Delhi el discurso es un poco distinto. Y se entiende. Star India pertenece al grupo panasiático Star, cuya sede está en Hong Kong pero cuya casa madre, News Corp de Rupert Murdoch, está en Estados Unidos. Parul Sharma me recibe en la sede de Star India, en Nueva Delhi. «De hecho, los estadounidenses cada vez están más presentes en India, y cada vez tienen más éxito; el secreto es tener una buena estrategia». ¿Y cuál es esa estrategia? «Localized contents —me dice sin titubear Parul Sharma—. Nuestros contenidos deben ser cien por cien locales: o son formatos estadounidenses que “indianizamos” o son programas enteramente fabricados para la India». ¿Qué significa, según ella, esta «indianización»? «Debemos defender los valores indios en todos nuestros contenidos: el indio tiene unas obligaciones respecto a su familia, el matrimonio es un tema delicado y puede ser arreglado, el estatus de la mujer es especial, jamás se debe hablar de sexo, ni emplear palabras vulgares delante de los padres, no se pueden mostrar besos ni sugerir nada sexual, la forma de vestir delante de la familia no puede ser occidental, el respeto a los animales es sagrado, no se come buey, todo es muy family oriented».

Algunos de mis interlocutores en la India han descrito un proceso de lenta transformación de estos valores y me pregunto cómo afecta eso a los contenidos. Parul Sharma: «Sí, la India está cambiando, pero no necesariamente como querrían los occidentales. Los jóvenes indios son los agentes del cambio. En una serie televisiva, ahora se pueden ver matrimonios por amor, y no sólo matrimonios arreglados, hay divorcios, dobles vidas, los personajes visten a la occidental, e incluso aparecen gays en las series. Pero las cosas requieren su tiempo».

De forma incidental, le pregunto a Parul Sharma si el nuevo interés que muestra Star por la India es una reacción a los fracasos de las majors estadounidenses, y del grupo Star en particular, en China. Parul Sharma no responde: sólo me dice que no puedo citarla, y que no quiere decir nada sobre este tema on the record. Me dan ganas de preguntarle, como al final de la película Slumdog Millionaire: «¿Es ésta su última palabra?».

El ejemplo que me dará más tarde es justamente el del concurso televisivo ¿Quién quiere ser millonario? El formato del concurso, que pertenece al grupo Sony, ha sido retomado en India por Star TV bajo el título indio Kaun Banega Crorepati, con el celebérrimo actor de cine Amitabh Bachchan en el papel de presentador (otra estrella, Shah Rukh Khan, lo sustituyó en la última temporada). Gracias a este concurso, Star se ha convertido en una de las cadenas más vistas del subcontinente indio.

La versión india de ¿Quién quiere ser millonario? constituye el argumento de la película Slumdog Millionaire de Danny Boyle, que ganó ocho Oscar. Su éxito, por otra parte, se incrementó a causa del formato televisivo tan socorrido en el que se basaba el guión. El joven Jamal Malik (Dev Patel, un inglés de origen indio de 19 años) procede de un barrio de chabolas de Juhu en Mumbai y se convierte en millonario gracias al concurso, aunque se le acusa de hacer trampas. La película está sacada de una novela india de Vikas Swarup y fue rodada en India, principalmente en Mumbai. Sin embargo, no es una película india. Está firmada por un director inglés y ha sido producida por varios estudios estadounidenses e ingleses, sobre todo Pathé UK (la rama británica de la francesa Pathé), Fox Searchlight Pictures (del grupo de Murdoch) y Warner Bros. Fue distribuida por Pathé en todo el mundo y por Warner Independent Pictures en Norteamérica (en India la distribuyó Fox Star Studios, de nuevo Murdoch). Slumdog Millionaire es un caso parecido al de Kung Fu Panda, producida por los estadounidenses y no por los chinos, o Bombay Dreams, una comedia musical de Broadway montada por ingleses. Este ejemplo demuestra que los indios no son los que mejor pueden difundir en todo el mundo una cultura basada sin embargo en sus propias historias. Los estadounidenses se ocupan de ellos. Y como en Slumdog Millionaire, un niño puede decir, justo antes de comprender que su protector quiere convertirlo en ciego: «Se ocupa de nosotros, debe de ser un hombre bueno».

Otro día me reúno en el sur de Mumbai, cerca de la Puerta de la India, con el jefe de la Warner Bros India, Blaise Fernandez. Contrariamente a la mayoría de mis interlocutores en India, él confía en la penetración del cine estadounidense en el subcontinente. Pronostica incluso un aumento del box office para las películas estadounidenses hasta alcanzar el 50 por ciento del mercado en unos años «como en la mayor parte de los países» (cuando hoy está alrededor de un 5 por ciento). Pero con una condición, me dice: producir películas compatibles con «el espíritu de Bollywood».

Blaise Fernandez trabaja en Warner desde hace veinte años, pero el estudio estadounidense no empezó a producir películas en India hasta 2005, aumentando sus inversiones aquí a medida que se retiraba de China. «Apuntamos claramente a una audiencia mainstream. Pero en Bollywood no hay ninguna fórmula mágica. Lo único que sé es que debemos producir películas locales. Es un mercado local, pero gigantesco, y es un mercado muy abierto. Los indios quieren seguir siendo indios: quieren ver sus películas en hindi, con sus songs & dances, con sus melodramas flashy y extravagantes y con batallas campales. Quieren películas largas, a menudo de tres horas, y poder hablar en el entreacto, justo después de una escena de mucho suspense. Quieren que el bien triunfe siempre sobre el mal, que el malo siga siendo malo. A causa de la pobreza, del chabolismo, del analfabetismo, los indios quieren huir de la realidad. Quieren fantasía. Al mismo tiempo, en el film todo debe ser previsible, la noción de sorpresa no está permitida. Es así. Y no cambiará. Somos nosotros los que debemos adaptarnos. Un estudio como el nuestro, aunque sea estadounidense, debe producir aquí películas indias, no películas estadounidenses. Y eso es lo que vamos a hacer».

En India, China, Egipto, Turquía y Brasil, los que mejor me han explicado la globalización de la cultura son, paradójicamente, los representantes de los estudios y de las majors estadounidenses en esos países. Todos mis interlocutores están en contra de la idea de una uniformización de la cultura; no tanto porque quieran proteger sus intereses, sino por pragmatismo, porque cuando han apostado por contenidos estrictamente estadounidenses han fracasado. Los jefes de Warner India, de Disney India, de Condé Nast en India, de CNN Türk, de MTV France, de Warner China, de Fox en Egipto, de Universal en Brasil saben por experiencia que hay que ser «local» para existir en los mercados emergentes. «“Localize or die” (sé local o muere) es una fórmula famosa en India», me dirá uno de esos directivos. «Hacemos bollyvogue y cada vez somos más locales en cuanto a contenidos —me confirma por su parte Bandana Tewari, la redactora jefe de Vogue India—. Aquí se habla de las estrellas de Bollywood, no de las de Hollywood. Hay una verdadera “bollywoodización” de toda la cultura india, y debemos reflejarlo. Por eso nos interesamos poco por el resto del mundo en Vogue India, ni siquiera por Asia, porque la India ya es por sí sola un continente». Las revistas ilustradas occidentales han entendido la lección: en los quioscos indios son muchísimas las publicaciones estadounidenses o europeas, desde GQ a Rolling Stone, People, Marie Claire, Cosmopolitan o Elle, con publicidades globalizadas, pero que hablan únicamente de India. A menudo las venden por las calles indios pobres de 12 o 13 años que gritan desesperadamente «Vogue, madam?, GQ sir?» a las ventanillas de los coches parados en los semáforos, niños casi siempre explotados por intermediarios que se embolsan casi todo lo que recaudan y les dan menos de un dólar al día.

Por ahora, los resultados de las majors estadounidenses en India no son muy halagüeños. En materia de producción local, incluso puede hablarse de fracaso. El primer intento de Columbia en 2007, el film Saawarija (Beloved), se vio perjudicado en las salas porque Om Shanti Om de Farah Khan con la estrella Shah Rukh Khan en el papel principal se estrenó al mismo tiempo. La coproducción de Disney con los estudios Yash Raj para la película de animación Roadside Romeo en 2009 tampoco funcionó muy bien, y la experiencia de Warner con la película Chandni Chowk to China también fue un fracaso. En cuanto a las inversiones de DreamWorks para crear un estudio de animación en Bangalore, en partenariado con el estudio indio Paprikaas Interactive, aún no han dado sus frutos. A pesar de todo, los estadounidenses insisten: Warner tiene doce proyectos de películas en India; Disney, cuatro películas de animación en los pipelines; Sony-Columbia tiene previstos seis proyectos de películas al año; en cuanto a la 20th Century Fox, el estudio de Murdoch, tiene cuatro proyectos en producción y dos contratados. Los indios observan ese gran despliegue sin preocupación y sacan sus conclusiones.

Bollywood no representa más que una parte del cine indio. El resto se realiza fuera de Mumbai, en más de 20 lenguas y en diferentes regiones. «Las películas no hollywoodenses llegan raras veces a un público nacional, y más raras veces aún son un gran éxito», me explica Nina Gupta, que dirige en Mumbai la National Film & Development Corporation, el organismo público de promoción y desarrollo del cine. Las demás cinematografías indias, como el cine tamil en Chennai (nuevo nombre de Calcuta), o las de Nueva Delhi, Bangalore (en kannada) o Andhra Pradesh (en telugu), tienen «influencia en los críticos, en los cineclubs y los festivales de todo el mundo, pero llegan poco al público, incluso en India», prosigue Nina Gupta.

Bollywood representa una parte esencial del box office en India, y además también es el cine bollywoodiense el que más se exporta. Algunos de mis interlocutores han cifrado la penetración internacional en aproximadamente un 2,5 por ciento, lo cual sería un resultado mejor que el de los europeos, pero muy bajo respecto al de los estadounidenses, que tienen aproximadamente el 50 por ciento del mercado mundial. La cartografía de la difusión del cine de Bollywood, no obstante, es significativa y sus resultados van en aumento, especialmente por los indios que viven en el extranjero, los famosos NRI o Non Resident Indians. Están en primer lugar los mercados tradicionales de Bollywood: Bangladesh, Pakistán, Nepal, Sri Lanka, Afganistán, una parte del sudeste asiático (sobre todo Indonesia, Malasia y Singapur), pero ni China, ni Corea, ni Japón, donde el cine indio sencillamente no existe. Hay otros mercados igualmente importantes, a menudo por razones políticas, como Cuba, Rusia y las repúblicas de Asia Central de Turkmenistán o Kazajistán (en tiempos de la URSS, allí se prefería el cine de Bollywood en contra del de Hollywood, que estaba prohibido por razones políticas). El motor principal de la exportación de las películas de Bollywood hoy, comparado con el cine de Hollywood, es el precio. Ello explica, por una parte, su influencia en el Magreb, especialmente en Marruecos y varios países del África anglófona donde el cine indio es popular (Nigeria, Kenia, Sudáfrica).

Incluso en el África francófona me han hablado de Bollywood: «Los cameruneses quieren películas indias, porque se han criado con el cine bollywoodiense, y programarlas hoy nos sale mucho más barato que programar películas estadounidenses», me explica Sally Messio, la directora de los programas y presentadora estrella de la Televisión Nacional del Camerún (CRTV), cuando visito en Yaundé los locales de esa televisión estatal. «Además, el cine de Bollywood coincide con la cultura africana en el respeto a los ancianos y en los valores familiares; es un cine menos sexual y menos violento que las series o las películas estadounidenses, el ambiente es más fantasioso, como de cuento de hadas, de príncipe azul, hay un bueno y un malo, y eso es lo que a los africanos les gusta», añade Sally Messio.

Pero esos mercados evolucionan. En primer lugar, India, que ha tomado conciencia del peso del nuevo Bollywood en su economía emergente, ha encarecido sus derechos de difusión y está decidida a hacérselos pagar a los rusos y a los africanos, en tanto que anteriormente hacía la vista gorda y en cierto modo permitía la difusión no autorizada y el mercado de los vídeos piratas. Y en segundo lugar, Bollywood es víctima de la competencia de Hollywood; cuando el cine estadounidense estaba prohibido, como en la URSS, la comparación entre las dos cinematografías populares no era posible, pero hoy se hace a expensas de los indios. Los jóvenes rusos o marroquíes prefieren a menudo las películas de acción hollywoodenses de menos de dos horas a los largometrajes bollywoodienses empalagosos, con un argumento previsible, que duran tres horas. El declive de Bollywood en los países emergentes, en África y en los países del tercer mundo es algo anunciado.

La cuestión se plantea de forma un poco distinta en el Golfo y en Oriente Medio, un mercado a la vez antiguo y emergente. Los indios llaman curiosamente a esa región «West Asia», y Bollywood se desarrolla actualmente allí, ya sea porque los trabajadores indios emigrantes son muchos (superan el 20 por ciento de la población en Qatar y también son influyentes en Dubai y en Yemen), ya sea porque los valores indios de la familia, las mujeres y el sexo son compatibles con el islam tanto suní como chiíta. «Actualmente el cine indio representa aquí el 10 por ciento del box office, pero representaba el 30 por ciento en la década de 1950 —me explica en Damasco Mohamad Al-Ahmad, director de la Oficina del Cine en el gobierno sirio—. Al público popular le gusta este cine, con sus músicas y sus bailes. Es el misterio “oriental” lo que nos gusta. Y además, en lo que se refiere a la familia, los valores, el cine indio comparte los mismos ideales que el pueblo árabe. Pero las clases superiores y los estudiantes prefieren el cine europeo, y sobre todo el estadounidense».

Quedan entonces los mercados occidentales. En Estados Unidos, en Canadá, en Inglaterra y en Alemania, a los NRI, esos indios expatriados, les gusta ver las películas de Bollywood, que les recuerdan la «casa». Se calcula que son al menos 20 millones repartidos por 120 países en todo el mundo, de los cuales hay casi 3 millones en Estados Unidos. Por otra parte, el gobierno indio ha creado recientemente un Ministry of Overseas Indian Affaires para ocuparse mejor de ellos.

En definitiva, lo que hace la fuerza del cine indio a domicilio —su carácter fuertemente identitario, sus songs & dances, su colorido, sus emociones fuertes— también puede constituir su debilidad a nivel internacional. «El debate está entre el lassi y la modernidad, la sensualidad y el sexo, las actrices overkitsh que repiten los prejuicios de sus castas y la liberación de la mujer, la película de Bollywood que te cuenta seis veces la misma historia y la película de acción que entusiasma al público con su ritmo y su velocidad», afirma el productor Pinaki Chatterjee en Mumbai. «Si Bollywood quiere ser global, no podrá seguir contando las historias que nos cuenta hoy», sentencia la crítica de cine Saibal Chatterjee, entrevistada en Nueva Delhi.

Otros son aún más críticos, como el productor y director Aditya Bhattacharya: «El problema de Bollywood hoy es que los NRI aún son más conservadores en sus gustos culturales que los habitantes del subcontinente indio. Quieren encontrar en el cine lo que han dejado en casa. No han evolucionado con el tiempo, contrariamente a las nuevas generaciones de indios. Desde el punto de vista de los valores, de la familia, de las castas, son muy reaccionarios y muy arcaicos. Quieren ver en la pantalla chicas, para saber qué aspecto tienen hoy en India, quieren ver bodas indias arregladas, quieren vestidos con mucho colorido. Pero, como son ellos los que producen una parte importante del box office, no tanto por su número como por los ingresos en dólares que generan, contribuyen a que Bollywood se estanque».

Si miramos con detalle los éxitos recientes de Bollywood en Estados Unidos, constataremos que lo esencial del box office se concentra en un número reducido de salas, alrededor de unas sesenta. Estos cines están todos situados en los barrios llamados Litíle Indias de ciudades y estados donde los indios son numerosos, como Nueva York, Chicago, Atlanta, Washington, California, Texas o Nueva Jersey. Por otra parte, en la película bollywoodiense Kal Ho Na Ho se afirma que en Nueva York una de cada cuatro personas es india (una de cada treinta y dos sería más exacto, pero de todas formas son muchas). Cuando se estrena una gran película de Bollywood, las salas de estas Little Indias se llenan, pero el público está casi exclusivamente compuesto por Non Resident Indians. Unas sesenta salas, aunque estén llenas, es poco comparado con el estreno en Estados Unidos de un blockbuster como Batman en 4.366 pantallas.

Entre tradición y modernidad, Bollywood está dudando. El éxito en 1995, y durante más de trece años en los cines indios, de la película The Brave Heart Will Take the Bride [El corazón valiente se llevará a la novia] (con las estrellas Shah Rukh Khan y Kajol Devgan), que trata del amor de dos indios de segunda generación que viven en el Reino Unido, pero a los que un matrimonio arreglado está esperando en India —el happy end es a favor del matrimonio por amor—, demostró cuáles eran los retos de esa modernización al estilo indio. En definitiva, el futuro se dibuja a través de las expectativas del público, y especialmente de los emigrantes, que también cambian. «La primera generación de NRI quiere encontrar en Bollywood el sound of home (el recuerdo del país) —me dice el crítico Jerry Pinto en el BBC, uno de los cafés del hotel Marriott—. Pero para la segunda generación, Bollywood es el sound of their parents, la cultura de sus padres, no la suya. En cuanto a la tercera generación, pasa totalmente. Para ellos es el sound of nothing». Si esta hipótesis se confirma, la industria del cine en India tendría que ir desengañándose en cuanto a sus perspectivas de desarrollarse en los mercados occidentales.

¿Conseguirá la India imponerse en el mundo a través de su cine y sus canciones bollywoodienses y crear contenidos globales? La mayoría de los productores con los que hablé en el hotel Marriott de la playa de Juhu, todos los jefes de los estudios que vi en la Film City de Mumbai, todos los directivos que entrevisté en Nueva Delhi, están convencidos de ello. Pero cada uno tiene su estrategia para hacer películas mainstream, entre un cine más identitario y etnocéntrico (el storytelling indio puede conquistar el mundo), y un cine más globalizado, cuya indianidad quedase un tanto neutralizada (para seducir, Bollywood debe aprender a hacer películas como los estadounidenses). Pero estas dos visiones probablemente son incompatibles. Por su parte, ¿conseguirán los estadounidenses imponerse en India con sus blockbusters o gracias a la producción de contenidos locales? Todos los directivos de estudios estadounidenses a los que entrevisté en India o en Los Ángeles lo creen, y lo creen ciegamente porque se trata de un mercado de 1.200 millones de habitantes, que aún no está saturado y ni siquiera maduro. Un mercado tan grande y un país tan descentralizado que debería hablarse de él como de los «Estados Unidos de la India».

¿Quién tiene razón? Los primeros, por ahora, pues India ha sabido proteger su industria y conservar casi el 95 por ciento del box office para sus películas nacionales. Pero los segundos saben que la americanización de la India está en marcha y que lleva un nombre temible: «indianización». Al adaptar a la mentalidad india las series y las películas estadounidenses, los indios han firmado algunos de sus mayores éxitos. Pero son contenidos estadounidenses que de esta forma van penetrando lentamente en el subcontinente indio. Ahora ya, una vez abandonado su sistema económico socializante, los indios parten a la conquista de Hollywood comprando productoras en Estados Unidos o produciendo sus propios blockbusters. Están emergiendo. Sin garantía de éxito, pues por ahora Bollywood, que mira de reojo hacia Hollywood, unas veces con amargura y otras con envidia, no ha sabido lanzar un solo blockbuster mundial ni un global hit, como dicen los estadounidenses. Ambos países se miden en un cara a cara decisivo, que el nombre de «Bollywood» resume bien. Raras veces una expresión habrá sido tan imprecisa. Pero raras veces una palabra habrá sido tan eficaz.