Nuestras puertas se cierran muy seguro,
sin embargo la puerta horizontal,
aunque de recio pórfido,
permite, inadvertido a nuestros ojos,
el paso a aquellos que
abrazó ya la intensa metamorfosis de la tierra:
vacilantes, la boca enmudecida,
despacio se apresuran al convite.
Alma, pon esa mesa
que rodean con nostalgia,
ofrécele los platos, el pescado callado
que acarician de pie…
Nada mengua al contacto de sus manos;
todo se queda intacto, pero eso no impide
que con paso más recto se vayan retirando.
Junto a aquellas sustancias que a nosotros
nos hacen aumentar,
sin medida están ellos:
no necesitan vino ni alimento;
pero que a tientas ellos aún los reconozcan
los vuelve familiares a nosotros.
La obligada matanza puede purificarse en alimento:
ellos borran el rojo de la sangre animal.
Si acaso los aromas y las artes
de la cocina pueden seducirnos,
es gracias a su purificación.
Ragaz, julio de 1924