[A UN LADO DE LA CALLE SOLEADA]

A un lado de la calle soleada,

en el hueco tocón de un árbol que hace mucho

se usaba de pesebre, en una superficie

de agua que con calma se renueva,

apago yo mi sed:

absorbiendo a través de las muñecas

la claridad del agua y su origen.

Beber sería mucho para mí,

demasiado preciso;

sin embargo este gesto de espera

me trae el agua clara a la conciencia.

Así, si tú vinieras,

para aquietarme sólo bastaría

reposar levemente mis manos

sobre la curva joven de tu espalda

o en ese punto en el que

tus senos se comprimen.