Todas las voces de los arroyuelos,
cada gota en la gruta, temblando con brazos
de debilidad llenos,
las restituyo al dios
y festejamos el ciclo.
Cada giro en el viento
fue llamada o temor para mí;
cada descubrimiento en lo profundo
me hizo otra vez un niño—,
y yo sentí: lo sé.
Oh, lo sé, yo he sentido
el ser y la mudanza de los nombres;
en lo interno de un fruto ya maduro
reposa la semilla originaria,
pero multiplicada al infinito.
Porque lo rige un vínculo divino,
se eleva la palabra hasta la evocación,
pero en lugar de desaparecer,
se alza en el ardor del cumplimiento,
sin daño, mientras canta.
Muzot, diciembre de 1923