[ARROJADO A SU SUERTE EN LAS MONTAÑAS]

Arrojado a su suerte en las montañas

del corazón. Contempla qué pequeño,

mira, mira: el último poblado de las palabras

y arriba, más arriba, pero también pequeño,

el último redil del sentimiento…

¿Logras verlo quizás? Abandonado

a las montañas del corazón. Solar

de piedra debajo de las manos.

Y aquí florece algo: es verdad;

del mudo precipicio va asomando una hierba

ignorante y en flor, como cantando.

¿Pero y el que sabía? Quien comenzó a saber

está callado ahora, abandonado

a las montañas del corazón.

Aquí vaga una incólume conciencia

y muchos animales de las alturas aquí se protegen;

se mudan hasta aquí para quedarse.

Y aquella enorme ave cobijada

se cierne dando vueltas a la cima irredenta.

Pero insegura aquí, sin esconderse, sobre

las montañas del corazón…

Irschenhausen, septiembre de 1914