El camino desde la interioridad hasta la grandeza
pasa por el sacrificio.
KASSNER
Lo consiguió mirando mucho rato.
Las estrellas caían de rodillas
bajo aquella mirada combativa.
¿O era él quien miraba arrodillado
y el perfume de su perseverancia
cansaba al inmortal,
hasta que aun durmiente sonreía?
A las torres miró de tal manera,
que hasta ellas se asustaron:
¡y las alzó otra vez de nuevo, de un tirón!
Mas con cuánta frecuencia,
fatigado del día, el paisaje a la tarde
descansaba tranquilo en sus sentidos…
Entraban animales, deleitados, confiados
en su mirada abierta
y los leones presos le clavaban sus ojos
con una incomprensible libertad;
en vuelo recto, dóciles,
lo atravesaban pájaros; las flores
volvían su mirada para verlo,
grandes, como tan sólo lo hacen con los niños.
El rumor de que había alguien que contemplaba
turbó a las criaturas: a las menos visibles,
a las dudosamente
visibles. Y turbó a las mujeres.
¿Qué mira? ¿Cuánto tiempo?:
¿desde hacía cuánto tiempo había renunciado a tener interior?
¿Desde hacía cuánto tiempo
imploraba en el fondo de su propia mirada?
Entonces, cuando un día se sentó él, el paciente,
allá en tierras extrañas,
con la habitación hosca y dispersa de la hospedería
en torno a él, tras él, tan desabrida;
y allá en el espejo que evitaban sus ojos,
la misma habitación, y aún desde la cama,
incómoda de nuevo: la habitación… —entonces
fue juzgado en el aire,
inconcebiblemente se dio un veredicto,
por encima de su
sonoro corazón,
perceptible a través de aquella ruina
del cuerpo dolorido,
se celebró consejo y la sentencia fue
que él no tenía amor.
Porque, compréndelo, contemplar tiene un límite:
el mundo que más hemos contemplado
quisiera florecer en el amor.
Realizaste el trabajo de mirar,
dedícate ahora a aquel del corazón
con aquellas imágenes
que capturaste en ti y que sometiste,
pero que no conoces.
Contempla, hombre interior, a tu interior prometida,
conseguida de mil naturalezas,
contempla la hasta ahora tan sólo conseguida,
pero aún nunca amada criatura.
París, junio de 1914
Ámbito de las Elegías de Duino