Así pues resultaba necesario para éste y aquél;
pues precisaban signos que gritaran.
Soñaba solamente que a Marta y a María les bastara
comprender que él podía. Pero nadie creía y todos preguntaban:
«pero, Señor, ¿a qué vienes ahora»
Así fue él a obrar lo prohibido
sobre la mansedumbre de la naturaleza.
Colérico. Los ojos entornados.
Preguntó por la tumba. Sufría mucho.
Les pareció que resbalaban lágrimas
por su rostro. Curiosos, tras él se apresuraron.
Ya estaba de camino y aún le parecía una monstruosidad,
un frívolo y terrible experimento,
pero de pronto una potente llama en él prendió:
contradecía todas aquellas diferencias
con que ellos se valían: su estar muerto, estar vivo…
las desmentía tanto, que hasta sus miembros mismos
se entumecían, querían serle hostiles
cuando dispuso bronco: ¡Levantad esa piedra!
Alguna voz gritó que ya debía heder
(pues hacía cuatro días desde la sepultura),
pero Él se erguía tenso, abordado por todas
aquellas prevenciones que crecían en su adentro,
y lenta, lentamente alzó su mano
(nunca se alzó una mano
jamás tan lentamente como aquélla)
hasta que allí se vio, reluciendo en el aire.
Entonces se contrajo casi igual a una garra:
porque tenía miedo de que todos los muertos regresaran
a través de la tumba vaciada donde ahora,
semejante a una larva, una cosa
se contraía en su lecho riguroso. - -
Sin embargo allí estaba más tarde:
encorvado a la plena luz del día.
Y pudo verse cómo la vaga vida, la inexacta vida
de nuevo lo aceptaba allá en su seno.
Ronda, enero de 1913