A LOU ANDREAS-SALOMÉ

I

Me abrí de par en par pero olvidaba

que ahí afuera no sólo están las cosas y animales

habitados en ellos plenamente, cuyo ojo,

desde la redondez que son sus vidas,

no alcanza más que un cuadro tras su marco;

olvidaba que sin cesar dejaba

irrumpir las miradas entretanto en mí mismo:

curiosidad, miradas, pensamientos…

Quizás se forman ojos dentro de nuestro espacio

y presencian. Ay sólo en ti mi rostro

se proyecta y no cae en la intemperie.

Dentro de ti se planta oscuro e infinito;

va creciendo abrigado junto a tu corazón.

II

Cual pañuelo delante de una respiración amontonada,

o no, más bien tal vez, como si se apretase aquella herida

desde la cual la vida de un tirón

quisiera derramarse: me aferraba así a ti;

así enrojecías con mi sangre. ¿Quién articulará

lo que tuvo lugar entre nosotros?

Recuperamos todo: cada cosa

para la cual no hubo nunca tiempo.

Maduré extrañamente en cada impulso

de alguna postergada juventud.

Y tú, Amada, viviste, no sé qué infancia libre

sobre mi corazón.

III

Pero ahora no basta recordar.

El puro existir debe alzarse desde cada

uno de esos instantes, sobre mi propio fondo:

sedimento de una solución

colmada sin medida.

Porque yo no recuerdo: me conmueve por ti lo que soy.

Yo no te invento en los lugares tristes,

de perdido calor, donde tú ya no estás,

porque incluso a tu ausencia en esos sitios

tú le das calidez y es más veraz

y es mucho más que una privación.

A menudo el anhelo conduce a lo impreciso.

A qué lanzarme fuera si tu influencia en mí

es suave cual el rayo

de luna hacia un lugar cercano a la ventana.

Duino, noviembre o diciembre de 1911