Ay si el rey me llamara de nuevo a su presencia:
el empuje de su melancolía
exprimiría mis cantos como lentos
y dorados aceites de aquel fruto
cortado de mis años.
O tal vez desearía estar con él de nuevo y alcanzarle
su espada para el duelo
y rezagarme un poco,
ligero en la excelencia del trabado combate.
O quizás todavía: soñar que me ha mandado
al confín de su reino
a tomar una esclava
del harén de su jeque más lejano.
Y a través de las noches estrelladas,
sobre la principesca montura de un camello
llevaría yo a aquella que me fue encomendada:
casi alma tan sólo.
París, verano de 1909