Nada es comparable a otra cosa.
¿Existe acaso algo
que no esté solo en sí mismo, indecible?
Damos nombres en vano: tan sólo nos es dado
aceptar y explicarnos que nos roza
por acá algún fulgor, allá un destello,
como si en eso fuera ya vivida
la vida misma nuestra.
Quien a ello se opone no llegará a ser mundo
y a quien comprende mucho se le escapa lo eterno.
Pero a veces en noches enormes como ésta
nos ponemos a salvo en leves partes
iguales, repartidas a los astros,
que apremian tanto…
París, verano de 1908