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TTD 27,41

—Tal como te lo dije, paso a paso, lenta y cuidadosamente —indicó Patrick—. Así todo saldrá bien. ¿Estás listo, Gregor?

—Da.

—¿Coretta?

—Da también. Patrick.

La escotilla estaba abierta frente a ellos. Patrick podía verla con toda claridad con la imaginación…, pero sólo así. Coretta había reemplazado el grueso vendaje con dos parches sostenidos por esparadrapo, a fin de que Nadia y él pudieran ponerse los cascos. Vestir los trajes espaciales había sido un trabajo lento y penoso; Gregor y Coretta se vieron forzados a cargar con todo el trabajo, incluso el de llevar a los dos pilotos ciegos a sus literas, casi en vilo. Eso no presentaba problemas, pero Patrick había sufrido amargamente, en silencio, por esa dependencia total. Ya se había evacuado toda la atmósfera y la escotilla estaba abierta; cada uno de ellos estaba aislado de los otros, en su delgada cápsula vital. Así estarían hasta el fin, hasta que llegara la ayuda… o la muerte.

—La UMA está amarrada ahí, junto a la escotilla. ¿La ves? —preguntó Patrick.

—Sigue allí —respondió Coretta.

—Bien. Gregor, sal lentamente por la escotilla y déjate flotar; Coretta se encargará de tus umbilicales.

—No creo que lleguen hasta la UMA —observó Gregor.

—No, ya lo sé; han sido diseñados para trabajar dentro de la cabina. Pero puedes alejarte por lo menos un metro y eso será suficiente para amarrarte a la UMA. Acércala al casco tanto como puedas, pero no le quites todavía los cierres de seguridad. Tiene una correa ancha para mantenerte en posición correcta. Toma los dos extremos al mismo tiempo; si tiras hacia arriba quedarás sentado; después abrocha. ¿Entendido?

—Roger.

—Ahora sal por la escotilla. Coretta, trata de decirme lo que pasa para que yo esté enterado.

—Por supuesto. Gregor está saliendo. No tiene mucho espacio, pero sale bien. Estoy soltando los umbilicales.

Gregor sudaba copiosamente y jadeaba por el esfuerzo. Ya se había acostumbrado a la falta de gravedad y a esa especie de vida propia que parecían tener los objetos. No le habría costado mucho moverse a no ser por el traje, que dificultaba cada uno de sus ademanes; en cuanto relajaba los brazos sentía que se levantaban en cruz. La simple operación de sujetarse a la abultada silla que constituía la UMA le resultó casi imposible; el artefacto parecía moverse siempre en dirección opuesta a la suya.

—Descansa —ordenó Coretta—. Estás jadeando como un perro acalorado. Quédate quieto por un momento si no quieres sobrecargar la unidad refrigeradora.

—Coretta tiene razón —afirmó Patrick.

—Tengo que… terminar… con esto… Un momento…

Gregor, furioso contra sí mismo por ser tan torpe, cogió ambos extremos de la correa y los apretó, reduciendo el movimiento de la UMA; ambos quedaron girando en el espacio, pero al menos a la par. Cerró los ojos para resistir el vértigo y tiró de las correas hasta juntar las puntas, para cerrar finalmente el cinturón.

—Toda una proeza —dijo Coretta, sonriendo al verle levantar el pulgar en señal de triunfo—. Ya está en la UMA y listo para el próximo paso.

—Ahora ten mucho cuidado con el orden de las instrucciones —indicó el piloto—. ¿Tienes listo el cordón de seguridad? ¿Con un extremo sujeto al interior de la nave?

—Tal como lo indicaste —respondió ella, dando un último tirón a la soga de nylon a modo de comprobación.

—Bien. Abrocha la otra punta al cinturón de Gregor, no a la silla. Después conecta los extremos de los umbilicales que tiene la UMA al receptor del traje.

—Listo.

—Bien, Gregor; puedes girar la válvula del selector, que está en posición U, hasta AM.

Gregor cogió torpemente la palanca en sus dedos enguantados y la empujó con fuerza.

—No se mueve —dijo.

—Suele suceder —respondió Patrick, con voz calma—. Son restos de agua en el oxígeno; tal vez haya hielo. Trata de moverlo hacia atrás y hacia adelante, un poquito cada vez.

—Allí… se mueve un poquito…, un poquito más… ¡Listo!

—Magnífico. Coretta, en primer lugar cierra la válvula de sus umbilicales, la que está en el panel; después desconéctalos.

Esa operación se efectuó rápidamente; los umbilicales desconectados quedaron flotando en el interior de la cabina; Gregor, solo en el espacio, dependía enteramente de los sistemas vitales de la UMA.

—¿Me oyes, Gregor? —preguntó Patrick.

—Perfectamente.

—Ahora cuentas con la conexión de radio correspondiente a la UMA, que se canaliza por los circuitos del intercomunicador. En la parte exterior del casco hay una antena que recoge tu señal. Si vas al otro lado de la nave, tu señal puede debilitarse e incluso perderse del todo. No olvides ese detalle si no quieres que perdamos contacto. Estás librado a tus recursos, pero no debes desconectar el cordón de seguridad. Así Coretta podrá remolcarte hasta aquí en cualquier momento. Ahora puedes avanzar hacia la parte posterior del casco. A medida que lo hagas deberás ir moviendo las grapas de seguridad.

—¿No sería mejor emplear los eyectores de gas?

—¡No! Son muy difíciles de manejar; eso requiere mucha práctica. Olvídalos y piensa que la UMA es sólo un gran paquete atado a tu espalda.

Vas ponyal, allá voy.

—¿Tienes todas las herramientas necesarias? —preguntó Nadia, hablando por primera vez.

«¡Qué tonto soy! —pensó Patrick—, como no veo lo que pasa allí fuera, me es imposible llevar la cuenta de todo». Y agregó en voz alta:

—Gracias, Nadia. Tendría que haberlo recordado. El soldador está todavía junto a los motores, con la mayor parte de las herramientas, pero para esto necesitarás también el gato hidráulico. Coretta, ¿puedes sujetarlo a la UMA, en algún sitio que Gregor pueda alcanzar?

No era fácil. Coretta se asomó por la escotilla para observar el avance de Gregor; la agitada respiración del ruso era perfectamente audible. La UMA, en vez de darle libertad, le estorbaba los movimientos, aunque en el vacío no tenía peso alguno, no perdía la masa. Costaba ponerla en movimiento o detenerla en cuanto se la había impulsado. Por otra parte, el desequilibrio de su distribución tendía a hacerle girar con cada movimiento, y en ese caso no quedaba más remedio que aferrarse al cordón de seguridad más inmediato hasta que se detenía la rotación. Después podía ligar el cordón a otra asa y proseguir el lento avance.

—En el motor —jadeó finalmente, en un exhausto grito de victoria.

—Muy bien —le alentó Patrick, mientras los otros le hacían coro—. Ahora sujétate bien y escucha lo que va a leerte Coretta; corresponde a la mejor forma de entrar a la cavidad del motor. ¿Estás cansado?

—Sí…, un poco.

—Entonces descansa y bebe agua.

—Prometeo, aquí Control de Misión. Adelante.

—Escuchamos, Flax.

Patrick, voy a conectarte con el mayor Cooke, de Florida. Es el comandante del proyectil que irá a rescataros. Su piloto es el capitán Decosta.

—¡Cookey y Dee! Será como una reunión de viejos amigos. Fuimos compañeros de entrenamiento.

Okay, eso facilita las cosas. Es por eso que Cooke quiere hablar contigo. Hay algo más. La actividad solar está aumentando, según acaban de informarme.

Patrick sintió la presión de los nervios, la fría y cortante convicción de que quizá no hubiera rescate. La esperanza de salvación ofrecida un momento antes se les escapaba. Pero en su voz no hubo trazas de tal cosa.

—¿Cuándo nos alcanzará? ¿Cuál será su efecto?

El contador acaba de registrar aquí el primer salto: es muy leve, pero no dejará de crecer.

—¿Puedes darme cifras, Flax?

—¿Los muchachos de astronomía dicen que es muy difícil hacer pronósticos acertados. Las correlaciones sólo pueden efectuarse después de los hechos.

—En otras palabras, seremos los primeros en enterarnos. De acuerdo, Flax. Si surge algún cálculo, házmelo conocer. Cuando quieras puedes ponerme en contacto con El Cabo.

La línea ya estaba libre y la comunicación se efectuó de inmediato.

—Aquí el mayor Cooke. Adelante, Prometeo.

—No esperaba volver a escucharte. Cookey.

—Es un placer, Pat. Aquí tengo a Dee, engordando en el cuarto de preparación, mientras esperamos que acabe la cuenta atrás.

¿Llevas mucho tiempo esperando, Cookey?

Cooke levantó los ojos hacia Decosta, que estaba sentado al otro lado de la mesa, escuchando la conversación. Era un hombre menudo y moreno, de expresión siempre sombría; en ese momento, al oír la pregunta, pareció más triste aún. Se llevó la mano a la sien, apuntando el índice como si fuera una pistola, y oprimió un gatillo invisible. Cooke, un rubio musculoso y fuerte, con más aspecto de deportista que de piloto, asintió en mudo acuerdo.

—Un poco —dijo—. Dentro de pocos minutos subiremos al proyectil y esperaremos que acabe el suministro de combustible. Queremos aprovechar vuestro paso.

Lo mismo digo. Créeme que aquí todos pensamos lo mismo.

—Roger. Quiero combinar ahora los detalles de la transferencia, antes de que nos encontremos. ¿Habrá algún problema?

Patrick rió con amargura.

No hay otra cosa que problemas. Dos de nosotros estamos ciegos; tendrás que remolcarnos. Y necesitaríamos botellas de oxígeno para respirar en el trayecto.

—De acuerdo. Cuando nos encontremos, Dee os las alcanzará. En este satélite la compuerta de aire se abre hacia popa, de modo que tendremos que abrir las puertas hacia la bodega para que él pueda salir por allí. De todos modos hay que abrirlas, pues dos de vosotros tendréis que viajar allí. No podemos llevar más de cuatro personas en ambiente oxigenado y a presión normal.

Lo sé. ¿Qué piensas hacer?

—En este momento están instalando dos literas de aceleración en la bodega. Las botellas tienen oxígeno suficiente para dos horas. Antes de que se acabe estaremos en tierra.

Siguió un silencio en el que sólo se oyó el suave siseo de la estática. Al fin Patrick dijo:

Cookey, diles que pongan cuatro literas. Por si las moscas… Tu bodega es más grande que un granero, así que no tendrás dificultades.

—De acuerdo. Pero tenemos sitio para dos en la cabina.

Haga lo que le pido, mayor. Tal vez corra prisa cuando lleguemos. A lo mejor tenemos que huir a toda velocidad, sin tiempo para pasar por la compuerta.

—Comprendo, Prometeo.

Magnífico. Ahora date prisa, a ver si subes de una vez con esa chatarra.

—Lo haremos. Tendremos listas cuatro literas. Ahora Dee y yo vamos a vestirnos. Dentro de un rato nos hablaremos desde el espacio.

Y cortó la comunicación.

—Lo saben, ¿verdad? —preguntó Decosta.

—Patrick sabe algo.

—Pero ¿cuánto? ¿Sabe que hemos estado aquí esperando desde antes de su lanzamiento? Pero tuvimos tantas demoras en el horario que fue necesario esperar el despegue de la Prometeo.

—Olvídate de eso, ¿quieres, Dee?

Cooke se volvió para mirar por la ventanilla hermética. Desde allí se veía claramente el proyectil espacial; de las válvulas de salida emergían volutas blancas. El satélite en sí parecía muy pequeño ante los tres cohetes afilados del tanque principal y los propulsores gemelos.

—Ésta es una misión secreta —agregó—; hay que cerrar el pico. Incluso tuvimos la oportunidad de despegar de todos modos al enterarnos de qué se trataba. Ya sé que mucha gente no está de acuerdo, pero creo que si pusiéramos ese paquete en órbita sobre Moscú, la paz mundial correría menos riesgos.

—Estamos de acuerdo. Pero no en quedarnos aquí tranquilamente en vez de ir al rescate de la Prometeo.

—Pero vamos a ir. ¿O no?

—Un poco tarde. Tal vez demasiado tarde. Van a explotar antes de que lleguemos.

—Si no cierras el pico te aplastaré esa nariz mejicana contra la cara.

—Antes te arrancaré ese corazón de gringo para hacerlo trizas.

La agresividad racial no tenía ninguna importancia: eran demasiado buenos amigos como para que la tuviera. Aquellas palabras ocultaban tan sólo las emociones reales: la conciencia de haber permanecido allí con los brazos cruzados durante tantas horas. Y quizá ya fuera demasiado tarde para ayudar.