El taxi giró por la plaza Rockefeller y se detuvo ante la puerta del vestíbulo. Cooper, al bajar, dio las gracias al portero con un gesto, sin saber si debía darle propina o no.
—¿Necesita algo, señor?
—El show de Mike Moore. Me dijeron que…
—La recepcionista le acompañará.
El portero le volvió la espalda para dedicarse al Rolls-Royce blanco que acababa de ocupar el espacio dejado por el taxi; por lo visto consideraba que los periodistas no valían la pena. Cooper trató de mantener el cuerpo erguido al entrar en el vestíbulo y de mantener los nudillos lejos de la boca. La recepcionista era bonita, aunque llevaba un pesado maquillaje, y llegó a sonreírle.
—Buenas noches, señor. Bienvenido a la mejor emisora de televisión del mundo.
—¿Qué? ¡Ah, sí, gracias! Me llamo Cooper. Me dijeron que viniera al show de Mike Moore.
—Claro, señor Cooper.
La chica no dejó de sonreír en tanto revisaba una lista de nombres.
—Le están esperando. Por favor, use el tercer ascensor y oprima el botón correspondiente al piso 43. Adiós.
Todo era muy eficiente y rápido. Cuando el ascensor arrancó, Cooper enderezó nuevamente las rodillas y se miró en el espejo, haciendo un intento por quitarse el pelo de los ojos y ponerse bien la corbata. Se había cepillado los dedos con fuerza, pero todavía tenía marcas de tinta negra. Tal vez nadie se diera cuenta.
—Pase, pase. Es el último. Le estábamos esperando.
Mike Moore en persona se encargó de hacerle pasar, empujándole discretamente con una mano apoyada en la parte inferior de su espalda. Era mucho menos alto y corpulento de lo que parecía por televisión, pero lucía un hermoso bronceado. Cooper era demasiado miope para darse cuenta de que se trataba de maquillaje.
—Doctor Cooper, le presento a Sharon Neil, a quien seguramente conocerá de nombre. Acaba de ganar el segundo Emmy, ¿qué le parece? Vamos a hablar sobre eso. Y Bert Shakey, por supuesto.
Cooper, realmente apabullado, estrechó la mano de Sharon Neil; era tan hermosa personalmente como aparecía en la pantalla. Después saludó al gordo comediante.
—¿Qué está pasando, Doc? —preguntó Shakey con voz chillona, la única que tenía—. ¿Viene o no el fin del mundo?
—Bueno, no tanto; pero…
—¡Mejor así, porque no quisiera perdérmelo!
Shakey festejó ruidosamente su propio chiste; el periodista se las compuso para esbozar una sonrisa cortés.
—Bien, buena gente, ustedes serán mi show de esta noche —observó Mike con una amplia sonrisa, indicando una mesita de ruedas con café y tacitas—. Los canapés de queso están deliciosos. Después del show el bar está abierto, pero por el momento, si me disculpan, sólo hay café. Bien, veamos. Todos los que estamos aquí, y creo que Norteamérica en pleno, queremos saber qué puede decirnos usted sobre el cohete, doctor Cooper.
—¿De veras que nos va a caer sobre la cabeza? ¡Mi cabeza es dura, pero no tanto!
—A menos que los motores funcionen a tiempo, y cada minuto que pasa acrecienta el riesgo, mucho me temo que la Prometeo caerá sobre la Tierra.
—¿Y puede caer aquí? —exclamó Sharon, abriendo dramáticamente los ojos, mientras posaba una delicada mano sobre su pecho imponente.
—¡Ay, querida, espero que ahí no caiga nada feo! —suspiró Shakey, clavándole la vista en el escote.
—Me refería a este país, a Nueva York, gordo asqueroso y cornudo.
—¡Ah, los temperamentos! —exclamó Mike con simpatía—. ¿Caerá sobre Nueva York, doctor Cooper?
Ya era demasiado tarde para que Cooper pudiera rechazar aquel doctorado honorario que había caído sobre él; además, se sentía profundamente alterado por las obscenidades que acababa de proferir aquella boca sagrada. Con un gran esfuerzo logró ordenar sus pensamientos.
—Sí, es posible. Naturalmente, la fuerza del impacto provocaría un estallido mucho mayor que el que destruyó la ciudad inglesa. Y no hablemos ya del peligro de la contaminación por radiactividad que podría causar el uranio 235 que transporta. Pero la explosión constituirá el mayor peligro.
—Un nuevo procedimiento para cavar silos —sugirió Shakey mientras se escarbaba los dientes con una larga uña.
—Shakey, viejo paisano, reserva las bromas para después. Doctor Cooper, ¿qué posibilidades hay de que esa nave haga volar esta ciudad?
—No estoy seguro, pues dependería del sitio por donde pasara la Prometeo en el momento del impulso. Pero el peligro no se reduce sólo a Nueva York, sino que afecta a todo el Estado cada vez que pasa por encima de nosotros. Y no hablemos solamente de los Estados Unidos; debemos recordar que está circundando el mundo entero. En la decimosexta órbita pasará sobre Moscú y será fácilmente visible, bajo la forma de una estrella móvil.
—Pero podría caer en vez de pasar de largo.
—Exacto…
—¡No podría caer en mejor lugar!
—… Mike. La Prometeo es una bomba mortal suspendida en el espacio, pero no se puede saber dónde caerá cuando toque la atmósfera. Sin embargo, no olvidemos que puede caer en muchos sitios, no sólo en una ciudad. Podría destruir el campo, contaminar los sembrados, incendiar bosques enteros. O caer en el océano, cerca de la costa, provocando intensísimas marejadas. Puede convertirse en el mayor desastre provocado por el ser humano en el curso de su historia.
—¿Peor que las suegras?
Mike Moore mostró su famosa sonrisa televisiva.
—Bueno —dijo, frotándose las manos—, creo que el show de esta noche va a ser muy interesante. Tenemos una autoridad que nos hablará del peligro suspendido sobre esta nación. Y además, la bella y la bestia…
—¡Cuidado con lo que dices, Mike! ¡Dios te va a castigar! —Sírvanse un poco más de café, si gustan; después pasarán a maquillaje, con excepción de la adorable Sharon, y finalmente les recibiré en el estudio tres. Tendremos público en directo, representado por todo el Rotary Club de Potlach, Michigan, cada miembro con su esposa…
—¡Uy! —gruñó Shakey—. ¡Por eso cobro doble!
—No se pierdan. Les espero allí dentro de media hora.
En ese momento se abrió la puerta; un hombre asomó la cabeza y agitó una hoja de papel.
—Mike, una última noticia. Te servirá para comentarla con tu invitado.
—¿Qué, murió mi suegra? —preguntó Shakey, sonriendo.
—Peor que eso —replicó Mike, mientras leía rápidamente la hoja—. ¿Qué puede significar esto, doctor Cooper? La NASA acaba de comunicar que… Le leo textualmente: «… se ha producido una explosión en las proximidades de la Prometeo. El satélite parece estar intacto, aunque la tripulación ha sufrido ciertos daños. Se desconoce la causa de la explosión, aunque es seguro que no se originó en Norteamérica». ¿Qué quieren decir con esto de que «se originó»? ¿Hay alguna nave espacial allá arriba, disparando al azar?
—No, claro que no. Supongo que técnicamente sería posible que estallara el combustible atómico, pero eso no podría ocurrir sin que el vehículo resultara dañado. En cuanto al origen, claro. Tiene que ser un misil atómico. Quiere decir que nosotros no lanzamos un misil atómico contra la Prometeo…
—¡Pero si no fuimos nosotros, alguien ha sido! ¿Quién?
—No lo sé. Francia, Inglaterra, China y los soviéticos cuentan con ese tipo de defensa. Depende del punto por el que atravesaba la Prometeo en el momento de la explosión, ya que esos cohetes son para defensa nacional y tienen un alcance limitado. Claro que pudieron dispararlo desde un submarino.
—¡Qué espantoso! —dijo Sharon.
—Decir «espantoso» es quedarse corto, criatura —indicó Mike; mientras se paseaba lleno de excitación—. Alguien está tan preocupado por la posible explosión que intentó destruirla antes de que se produzca. El mundo entero tiembla de miedo La muerte de los cielos. Contaminación atómica. ¡Amigos, tendremos un programa que elevará el porcentaje de audiencia hasta la órbita de ese satélite!