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TTD 17,08

—Parece un pollo listo para meter en el horno —observó Ely, contemplando la enorme masa de aluminio arrugado que envolvía la proa de la Prometeo en torno al motor nuclear. Era un montículo como de quince metros de ancho; sólo las bocas de los motores asomaban por él. Ely se había sujetado al casco de la nave mientras Patrick flotaba dentro de la unía, muy cerca de allí.

—Bien, tendremos que desenvolver ese pollo si queremos llegar a las tripas del motor. ¿Cuál es?

—El más apartado. Aquél de allá.

Patrick operó los controles de la uma y cruzó la base de la nave mientras el físico avanzaba de grapa en grapa. Cuando hubo llegado al sitio debido, Patrick había retirado ya una gran hoja de aluminio y seguía penetrando. Ambos trabajaron en silencio, arrancando el metal y arrojándolo a un lado; pronto hubo metros y metros de hojas plateadas flotando en torno a la nave. Antes de acabar el trabajo se encontraron sin aliento.

¿Están listos para proseguir con las instrucciones? —dijo la voz directamente a sus oídos.

—No, no estamos listos. Ya les avisaremos.

La respuesta, bastante violenta, provino de Ely; tuvo que aspirar profundamente para recobrar el aliento. Control de Misión tuvo la delicadeza de no responder. El físico jadeaba; le dolía la cabeza y todos los músculos; estaba próximo al agotamiento. Ni siquiera podía secarse el sudor que le corría por la nariz, escociéndole y fastidiándole bajo el traje espacial. Sacudió la cabeza para sacárselo, pero no dio resultado.

—¿Estás, bien? —preguntó Patrick, acercándose a él con una eyección de gas.

Pasó junto a la base de la máquina y se cogió de un soporte para detener el movimiento. Ely masculló:

—No, estoy para el diablo. No sé cuánto tiempo más podré aguantar.

—Yo también estoy deshecho, pero tenemos que seguir. Por el momento hacen falta dos personas, pero cuando terminemos con esto podrás descansar un poco mientras yo me encargo del intercambiador de hidrógeno-helio.

—Si al menos pudiera salir un rato de este traje…

—Nada de eso. No tenemos tiempo para restablecer la presión y recomenzar la operación desde el principio.

Patrick trataba de parecer tan frío y compuesto como siempre, pero estaba tan cansado como Ely. O más todavía, pues tenía los nervios a punto de estallar.

—No hay tiempo —agregó—, ¿comprendes? Tenemos que seguir con esto. No podemos hacer otra cosa.

¿Listos para proseguir, Prometeo?

—No me hinches con sermones, Patrick. No me hace ninguna falta. Y que Control de Misión se calle; ya les diremos cuando estemos listos. No sé si puedo hacer esto; me falla la vista.

—Discúlpame el sermón, Ely. Esto nos destroza a todos.

Patrick se acercó a su compañero hasta rozarle la placa frontal con la suya y le apoyó una mano en el hombro. Si apretaba los dedos podía sentir la carne humana bajo tanta capa de tela y plástico. Estaban solos en el espacio, en el vacío de la eternidad que se extendía hacia todos lados, hacia donde las puntas agudas de las estrellas eran sólo indicadores en el camino, junto a ellos estaba la concha de acero de la Prometeo, una cápsula llena de vida en aquella terrible vacuidad. Y allá, cubriendo la mitad del cielo, estaba la Tierra.

—No hay alternativa, Ely —dijo Patrick—. Se invirtieron miles de millones de dólares y millones de horas de trabajo para traernos hasta aquí. Todo será en vano si no terminamos la obra. No podemos hacer otra cosa.

—De acuerdo —dijo Ely—. Discúlpame. Sigamos. ¿Qué más. Control de Misión?

La gente de Houston aguardaba escuchando, en silencio, sin poder colaborar. Sólo podía describir lo que era necesario hacer, confiando en que aquellos dos hombres exhaustos pudieran hacerlo correctamente.

La placa que tienen delante debe tener un letrero: Pedro Alberto siete seis. Hay cuatro tornillos.

—Roger. ¿Me das el destornillador, Pat?

Patrick soltó el cordel de seguridad y pasó el adminículo a su compañero.

—Tiene puesta la hoja grande. Está graduado para extracción a velocidad mínima. Listo para operar.

—Bien.

Ely se acercó a la grapa que había sujetado al casco y puso la hoja en la ranura del primer tornillo. Después oprimió el gatillo y el artefacto giró a toda velocidad.

—¿Cuál es el…?

En mitad de su pregunta, Ely sintió que la hoja se clavaba en el aluminio y salía disparada de su mano.

—¡Demasiado rápido! —exclamó.

El destornillador se apartó flotando como una mota de luz en la oscuridad.

—Espera —gritó Patrick—, yo lo traeré.

Hizo girar la uma y le dio un poco de gas para adelantarse. Enseguida se lanzó tras la herramienta y la atrapó al pasar, frenando gradualmente. El regreso fue mucho más lento.

—¡La habías puesto al máximo! —gritó Ely, furioso—. Se me escapó de la mano en cuanto rozó.

—Lo siento, cometí un error; pero tú debías haberle acoplado el cordón de segundad. Así no habría ocurrido esto.

—Ely, Patrick —llamó Nadia, interrumpiendo serenamente aquellas voces coléricas—, el ttd es 17,34. ¿Cómo anda el trabajo?

Patrick respiró profunda y entrecortadamente antes de responder:

—Como estaba planeado. Gracias, Nadia.

—¿Queréis que venga a reemplazar a uno de vosotros?

—Muy buena idea. En cuanto saquemos esta placa enviaré a Ely adentro. Podrá conectarse los umbilicales de la cabina y tú tomarás su lugar.

—Estoy bien —dijo Ely.

—No es cierto. Yo tampoco estoy bien. En cuanto te sientas mejor tomarás mi lugar. Si trabajamos así, por turno, todos nos sentiremos mejor. Ahora acaba con esa placa.

—Está bien.

Al fin la placa quedó suelta y permitió descubrir un laberinto de tuberías y cables.

¿Ven un cable negro con una línea verde?.

—Esto parece un plato de tallarines —observó Ely, acercando la cabeza—. A ver, puede ser éste. Sí, tiene una raya verde.

Tendrán que cortarlo. Verán que si tiran un poco el cable cede y les permite sacar un trozo bastante largo.

—No es… tan fácil…

—Déjame ver si te puedo dar una mano —dijo Patrick acercándose.

Tirando a la par lograron arquear el cable hacia arriba, separándolo cinco o seis centímetros de entre los otros.

—Va a ser bastante jodido cortarlo —observó Patrick—. Es demasiado grueso para las pinzas que tenemos. Tendremos que quemarlo.

—¿No será peligroso, con todos estos cables aquí?

—No queda otra solución. Enciende el soldador y pásamelo.

Ely se impulsó hasta el soporte del motor, donde estaban sujetas las herramientas. Separó el soldador de oxiacetileno y lo prendió a su propio umbilical. Por último, accionó el regulador automático de gas y apretó la llave de ignición. El brillante chorro de partículas gaseosas congeladas se convirtió en una punta flamígera.

—Aquí lo tienes…

—¡Cuidado!

Patrick había gritado demasiado tarde. Al volverse con el soldador encendido Ely no vio que la parte superior de su propio umbilical flotaba ante él. Los cables, como si hubieran tenido vida propia, se habían agitado ante su leve movimiento con la ondulación de una serpiente dotada de cierta inteligencia.

En una de esas ondulaciones mordió la llama.

Patrick tomó el soldador y lo apagó… Ambos, petrificados, miraron fijamente el ennegrecido tubo de oxígeno: estaba medio quemado. El forro exterior de alambre había sido perforado y el tubo interior, de goma flexible, se hinchaba ya en una gran burbuja. Así permaneció sólo por un instante. Cuando ambos alargaban la mano para sostenerla, estalló sin remedio.

Ely soltó un alarido. El aire se le escapaba en un torrente de cristales. El sonido de su voz se hizo más y más débil a medida que el oxígeno se lo llevaba en su chorro.

—¡Contén el aliento! —gritó Patrick—. Contén el aliento; yo te llevaré adentro.

Enseguida apretó el tubo quemado con el guante, pero no logró contener el gas que se le escapaba por entre los dedos.

—¡Adentro! —exclamó Nadia—, comienza ya a dar presión. Cada segundo es vital.

Cogió a Ely con la mano libre y manejó los eyectores de la uma en un disparo intenso y breve, para corregir enseguida el rumbo. A paso lentísimo, avanzó hacia la distante salvación representada por la escotilla abierta. Flotaba hacia adelante, con los umbilicales ondulando detrás de él y la placa frontal de Ely muy cerca de la suya. A través de ella pudo ver que el físico cerraba la boca; enseguida fueron los ojos, que se cubrieron lentamente de pequeños cristales.

La escotilla abierta. Frenar, asirse al borde, empujar hacia adentro al hombre inconsciente, recoger los umbilicales flotantes.

—Ponlo cerca de la entrada de aire —exclamó, mientras luchaba con el cinturón que le sujetaba a la uma. En cuanto se hubo desembarazado de ella se obligó a perder preciosos segundos para prenderse a un anillo del casco antes de lanzarse a través de la escotilla. Su último esfuerzo fue para cerrar las válvulas y desconectar el suministro de aire de la uma. Después contuvo el aliento, para no perder tiempo en conectarse al tubo interior, y cerró la escotilla.

La nieve del aire se convirtió en gas invisible a medida que la cabina de vuelo se iba llenando de atmósfera. Nadia se inclinaba ya sobre el cuerpo inmóvil mientras Patrick saltaba hacia el indicador de presión. Un cuarto de atmósfera, bastaría. Inmediatamente hizo girar el volante de la escotilla que abría el compartimiento de la tripulación; el aire entró violentamente a la cabina aún a muy baja presión, impulsándole hacia atrás.

Nadia estaba retirando el casco de Ely. Patrick notó entonces que seguía conteniendo el aliento, y recordó que debía quitarse el casco; una bienvenida bocanada de aire le llenó los pulmones.

—¡Coretta! —gritó—. ¡Ven inmediatamente!

—¿Qué pasó con la presión? —preguntó ella mientras pasaba por la escotilla.

—Es por Ely; se le cortó el tubo de aire.

—A ver. Traedme la caja metálica grande, la verde, que está en mi armario.

—Prometeo, el doctor Bron está en peligro —dijo la voz de Control de Misión desde el altavoz fijo en la pared—. Los monitores médicos indican que no hay actividad pulmonar y que el funcionamiento cardíaco se está debilitando.

—Vayan dándome informes constantes de la respiración, el pulso y la actividad cardiaca —ordenó Coretta mientras colocaba una máscara de oxígeno contra el rostro de Ely y operaba la válvula—. Quitarle el traje para que pueda hacerle la respiración artificial.

Apartó el tanque de oxígeno y aplicó los labios contra los del físico, tapándole la nariz con la mano, en un beso vital. El hombre tenía la piel helada y cubierta por congeladas gotas de sudor.

—Prometeo, tenemos algunos consejos para el equipo médico. ¿Están listos para tomar nota?.

—Lista —respondió Nadia, mientras sacaba el cuaderno que llevaba en el bolsillo de la pierna.

Patrick dejó caer los hombros. Sólo la falta de gravedad le impidió derrumbarse en su total agotamiento, exhausto por el último esfuerzo. Mientras Coretta se inclinaba sobre el hombre inconsciente, Gregor se aproximó en pasmado silencio.

—¿Qué… será de él? —preguntó.

Nadie se atrevió a responderle.