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TTD 12,06

La noticia del desastre, retransmitida por Control de Misión, llegó a la Prometeo cuando la cuenta atrás para el encendido del motor nuclear estaba casi acabada. Flax no mencionó el destino corrido por el cuerpo central mientras no tuvo los datos completos sobre la catástrofe. Entonces habló con Nadia para informarla de todos los detalles. La muchacha llamó a Patrick y a Ely, que seguían en el compartimiento del motor nuclear para dar las noticias personalmente a todos.

Cuando el mayor Gagarin, el primer astronauta, sufrió un accidente de aviación, su voz fue como la de Nadia en ese momento; aunque el motor de su aparato no funcionaba, se mantuvo en su puesto para esquivar una escuela y varias casas; hasta el momento del impacto, habló con toda calma, sin dejar traslucir ninguna emoción; Nadia había recibido el mismo entrenamiento.

—No puede ser —dijo Ely—. No, no puede ser.

—Es —respondió Patrick serenamente, en medio de un silencio impresionante—. Ocurrió. Pero no podemos hacer nada por solucionarlo; ocurrió, eso es todo, y la vida tiene que seguir. No sé quién es el culpable ni si hay en verdad un culpable. Y aunque no resultará nada fácil, tendremos que olvidarnos de esto y seguir trabajando. Nadia, no te apartes de la radio y mantennos informados de cualquier novedad. Ely y yo iremos a poner el motor en marcha.

Dirigió la mirada hacia el dato de TTD y los otros le imitaron.

—Las doce cuarenta y dos —dijo—. Nos queda poco tiempo; apenas doce horas para coger velocidad y salir de esta maldita órbita. Si no correremos la misma suerte que el propulsor. Y el agujero que haremos sería mucho más grande.

Sin hablar más, volvió a meterse por el tubo, seguido por Ely, para regresar al compartimiento del motor.

—Me pondré en contacto con Control de Misión —dijo Nadia, impulsándose desde la litera hacia la cabina de vuelo a través de la escotilla.

Coretta notó que tenía los ojos enrojecidos, no por las lágrimas, sino por el agotamiento; sus movimientos habían cobrado mayor lentitud.

—Te hablaré como médico —observó—: Necesitas un descanso.

—Ya lo sé, gracias, pero por el momento no puedo. Tengo demasiadas cosas que hacer. Hay que revisar los purificadores de aire y el combustible.

—¿Puedo ayudarte?

—No. Es una tarea especializada que sólo Patrick y yo podemos hacer.

Y desapareció.

—Siempre lo mismo —observó Gregor—. Nosotros no podemos hacer nada, salvo esperar. Tú por lo menos eres médico y tienes algo que hacer. Yo soy un cero a la izquierda.

Su rostro había vuelto a llenarse de melancolía eslava.

—¡Qué pronto te desanimas! —comentó Coretta, acercándose a él—. Reconozco que este viaje no tiene nada de alegre, pero no es tan malo. Mientras puedas quedarte en el puesto de pasajero, disfrútalo. Cuando estemos en órbita serás el más importante, la razón de ser de todo este viaje. Los pilotos no son más que conductores de taxi, y yo estoy para curar resfriados, pero si no me equivoco esto se llama Proyecto Prometeo y consiste en poner cierto generador solar en órbita. Ahora que el coronel no está, me parece que eres el único capaz de hacerlo.

Él se retorció las manos.

—No sé cómo me las arreglaré sin Vladimir —dijo.

—Gregor, todo esto se te pasará con una buena siesta.

Coretta había tomado una actitud completamente profesional Abrió el botiquín de a bordo y sacó un tubito de píldoras. Mientras se acercaba a la litera tomó también un frasco de agua.

—Toma —dijo, alcanzándole dos cápsulas—. Trágalas con agua. Dentro de seis horas te daré otras dos.

—¿Qué es? —preguntó él, suspicaz.

—La respuesta de la farmacopea a los rigores de la era tecnológica. Calmantes. Borran la histeria de la vida diaria.

—No tomo drogas, gracias. No me hacen falta.

—No tienes por qué temer a estas píldoras, Gregor. Son para ayudarte, no para hacerte daño.

Y como notara síntomas de tensión en los ojos y en los labios de su compañero, agregó:

—Creo que a mí también me está haciendo falta aliviar un poco la tensión.

Se puso las píldoras en la boca, las mostró a Gregor en la lengua y las tragó con un poco de agua. Enseguida sacó otras dos del tubito.

—Ahora te toca el turno. Nada de discusiones.

En esa oportunidad él las tomó sin protestar. Coretta suspiró.

Mientras tanto Ely, en la estación de control del motor nuclear, no experimentaba el menor alivio. En realidad estaba sudando, a pesar del aire acondicionado que había en toda la nave. Los trabajos preliminares estaban casi terminados.

—Listo —dijo finalmente.

—Comienza —ordenó Patrick—. ¿Puedo ayudarte en algo?

—No. Todo está en orden. Este motor es complejo, pero teóricamente simple. El polvo de uranio está encerrado en un remolino de neón dentro de los bulbos. Los tubos de cuarzo y la mezcla correspondiente están rodeados por hidrógeno combinado con algo de tungsteno para que no sea demasiado sensible el calor. El hidrógeno modera el plasma de U-235, que se calienta hasta llegar a 23 000 grados Kelvin; eso es lo que eleva la temperatura del resto del hidrógeno y lo hace estallar en la cámara de reacción. Ahora pasamos a la última etapa de la puesta en marcha: enviamos energía a las turbo-bombas que están en el circuito cerrado auxiliar de hidrógeno y…

Se interrumpió súbitamente: acababa de sonar un timbre y en el panel habían aparecido varias luces rojas. Se apresuró a mover varias llaves.

—¿Eso es normal? —preguntó Patrick.

—No, no es normal —respondió Ely, descubriendo los dientes en una sonrisa nada alegre—. Se ha detenido. Algo anda mal.

Al mismo tiempo miró el reloj de TTD 13,03. Quedaban menos de once horas antes de que cayeran en la densa atmósfera que les esperaba más abajo.

—¿Cómo es posible? ¿Qué pasa? —insistió Patrick.

—Todavía no lo sé.

Ely había programado el ordenador para que le presentara un diagrama en ocho colores de los circuitos y controles más importantes. Se dedicó de lleno a revisarlos, mientras explicaba:

—Aquí hay cinco motores, pero funcionan como una sola unidad y están mucho más interconectados que los motores químicos. Uno de ellos ha sufrido un desperfecto y eso es lo que estoy tratando de descubrir. Déjame solo, ¿quieres, Patrick? Tengo que hacerlo solo.

—De acuerdo. Estaré en la cabina de vuelo. Si me necesitas, llámame por el intercomunicador.

El piloto se impulsó hacia el compartimiento inferior. Allí estaba Gregor, acostado boca abajo en su litera; en realidad flotaba a pocos centímetros de ella, pero estaba sujeto por las correas. Patrick abrió la boca para hablar, pero Coretta se llevó un dedo a los labios. Después le llevó al rincón más alejado.

—Está durmiendo —explicó en un susurro—. No quiero que se le moleste. No está en muy buenas condiciones emocionales; la fatiga y la tensión han sido demasiado para él. Le di algunos somníferos diciéndole que eran tranquilizantes. Tuve que tomar dos para convencerle, pero me las arreglé para esconderlas en la boca.

—¿Está mal? —preguntó Patrick, contemplando al hombre dormido.

—No lo sé. En la Tierra podría hacer un diagnóstico, pero aquí todo es diferente. Para que los rusos le incluyeran en el proyecto han de haberle detectado una buena estabilidad.

—No lo des por muy seguro. Nuestros informes decían que era la única autoridad en transmisión de microondas apta para el vuelo. Tengo la impresión de que le enviaron por la fuerza.

—Eso explicaría muchas cosas. No parece tener temperamento ni constitución para estas cosas. Pero tiene que estar en condiciones cuando entremos en órbita. Ahora que el coronel ha muerto, es el único que puede poner en funcionamiento el generador. Si podemos mantenerle dormido por un rato estará en condiciones de trabajar cuando haga falta. Después no creo que haya problemas.

—Gracias, Coretta Tienes razón. Si necesitas algo, házmelo saber.

—No quiere tomar píldoras.

—Puedo ordenárselo. Ya me encargaré de eso.

Patrick se volvió hacia la cabina de vuelo, pero Coretta le cogió por la manga y le atrajo hacia sí.

—Un momento —dijo—. Tú también estás bajo atención médica.

—¿Vas a darme píldoras? —preguntó el piloto, ceñudo.

—No, comida y agua Lleva un poco también para Nadia.

—Claro, gracias Ahora que pienso en eso, estoy muerto de hambre y de sed.

Antes de reunirse con Nadia tomó del armario dos bolsas de plástico con alimentos y botellas exprimibles Después se ató al asiento y acercó la ración a su compañera.

—Hora de comer Ordenes medicas.

—Gracias Tengo sed.

—Come también.

Patrick se obligó a terminar la mayor parte de la carne en polvo antes de llamar a Control de Misión Mientras efectuaba la llamada informó a Nadia.

—Problemas con el motor.

—¡No! —exclamo ella, horrorizada, llevándose las manos al pecho—. ¡Mas todavía! ¡No puede ser!

—Lo siento —repuso él cogiéndole una mano fría—. Espero que no sea nada Ely está revisándolo.

Prometeo aquí Control de Misión.

—Hola Flax Habla Patrick Debo informarte de un posible desperfecto de los motores atómicos La lista de revisión dio resultados positivos pero cuando tratamos de encender hubo luz roja.

Hubo una brevísima pausa antes de que Flax volviera a hablar Por lo visto en Tierra había tanta fatiga y tanto nerviosismo como a bordo.

¿Se sabe la gravedad de la avería, Prometeo?.

—No El doctor Bron se está haciendo cargo de eso El equipo encargado del motor de fisión, ¿esta disponible por si lo necesitamos?

Por supuesto, todos están aquí Quieren saber si nos transmitirás los datos de puesta en marcha del motor.

—Roger Me ocuparé de eso.

Todos los pasos seguidos por Ely al poner en marcha el motor habían sido registrados por el ordenador de la nave Patrick utilizó los controles del puesto de comando para recuperar la información Cuando estuvo satisfecho oprimió el botón de transmisión para irradiar todos los detalles a alta velocidad a Control de Misión Mientras tanto el intercomunicador emitió una señal, Nadia recibió la llamada y le tocó el brazo.

—Dime —respondió él volviéndose.

—Era Ely. Cree haber descubierto lo que pasó. Le dije que estabas ocupado con Control de Misión. Viene hacia aquí.

Patrick asintió y cogió de nuevo el micrófono.

—Control de Misión, tengo más información sobre la avería. El doctor Bron me la comunicará enseguida. Según parece ha localizado los motivos del desperfecto.

—Y así es —intervino Ely, que entraba en ese momento.

Al ver la botella de agua en las manos de Nadia notó súbitamente que tenía la boca seca desde hacía rato.

—¿Puedo tomar un trago? Gracias.

Vació media botella sin respirar y se la devolvió.

—No hay nada que hacer, Patrick. Nada. Hablaré con el equipo de Control de Misión para que ellos lo verifiquen en el duplicado, pero estoy casi seguro de lo que pasó. Como sabes, toda la máquina se basa en los pesados tubos de cuarzo. Ese cuarzo es un buen material, y tal como está construida la máquina los tubos no corren peligro por temperatura. Pero aquellos saltos de pogo y el fallo en la separación del cuerpo central deben haber dañado algo…

—¿Algún impacto físico?

—Exactamente. El cuarzo es en realidad un cristal de lujo. Probablemente algo se estrelló allá atrás en el momento de la separación, porque según parece uno de los tubos se ha roto.

—¿Y no puedes cambiarlo?

Ely rió con amargura.

—¿Cambiarlo? Aunque tuviera repuesto sería imposible hacerlo aquí, en el espacio. Ese tubo está roto y roto quedará. Los motores no van a funcionar.

—Hay que hacer algo —insistió Patrick—. No me digas que es imposible.

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, podríamos echar un vistazo a los motores para ver qué ha pasado y proporcionar un informe completo a Control de Misión; a lo mejor ellos encuentran alguna solución.

—Eres un tipo muy optimista, Patrick.

Ely parecía haberse derrumbado bajo la tensión. Estaba encorvado y daba la impresión de haberse encogido.

—No es que sea optimista —replicó el piloto—. Cumplo con el trabajo que se me encargó. Hay programas como para cubrir muchas posibilidades. Ahora bien, tenemos un problema entre manos, pero nos hacen falta más datos. Tendrás que salir al espacio y apreciar los daños. Eso es lo primero. Nos queda un solo cordón umbilical intacto. Úsalo. Comienza a vestirte.

—¡Eh, más despacio! Nunca he caminado por el espacio y no tengo ganas de comenzar solo. Tú tienes experiencia y ahorrarías mucho tiempo.

—Pero yo no soy físico atómico y tú sí. Colaboraste en la construcción del motor, lo has dicho muchas veces; eres la persona más indicada para averiguar qué le pasa con una mirada.

Patrick se dirigía ya hacia el armario de los trajes, pero se volvió ante un pensamiento repentino, agregando:

—¿O tienes miedo de salir?

Ely sonrió.

—Sí, a decir verdad se me encoge el culo sólo pensar en andar por ahí fuera con un tubo y un par de cables. Todo este viaje me da miedo. Pero vine; no me lo perdería por nada del mundo. Así que vistámonos antes de que me arrepienta.

Patrick vaciló al responder:

—Discúlpame por lo que dije. No quise ofenderte.

—Me ofendiste a muerte, viejo, pero no importa. Éste no es precisamente un viaje de placer, ¿verdad? ¿Y cuánto hace que estás en pie, trabajando? ¡Dos días ya!

Volvió a mirar el TTD, agregando:

—Trece cincuenta y siete, y no se detiene. Los cálculos indicaban que entraríamos en la atmósfera a veinticuatro, así que nos quedan diez horas. ¿Por qué no preguntamos a Control de Misión si no han modificado el cálculo inicial? Me gustaría saberlo.

—Nadia, en cuanto estemos vestidos pregúntales eso. Diles que el doctor Bron va a revisar los motores, que graben cuanto diga para empezar a trabajar de inmediato sobre sus apreciaciones. El tiempo vuela.

No había un segundo que perder. En cuanto los trajes estuvieron en condiciones y se evacuó el aire de la cabina de vuelo, Patrick abrió la escotilla. El trozo libre de su cordón umbilical era lo bastante largo como para permitirle ayudar a Ely y soltar los cables de su compañero.

—Despacio —le recomendó—. Lo último que debes hacer es apresurarte.

—¡Apresurarme! —exclamó Ely, riendo—. ¡Si apenas puedo moverme!

—Hay anillos a lo largo de toda la nave. Antes de soltar un asa préndete a ellos.

—De acuerdo. Allá voy. Más rápido de lo que pensaba, supongo que gracias a la experiencia adquirida en la nave desde que estamos en caída libre. Aquí está la base del primer motor. El cono de cierre está bien. Voy a ver el siguiente… ¡Dios mío! ¡Ahí está!

¿Qué? —gritó la voz de Flax en los oídos de Ely—. Le escuchamos bien, doctor Bron. ¿Qué descubrió?.

—La causa del problema. Ahora me doy cuenta de lo que pasó. Los saltos de pogo y el fracaso de la separación con el cuerpo central. En esos momentos se produjeron muchos impulsos incontrolados. Ha de haberse torcido la cubierta, pues está incrustada en uno de los motores. Hay fragmentos de cuarzo flotando alrededor y la cámara de combustión está mellada. Ya estoy cerca. Motor cuatro. Los otros parecen estar bien. Voy a ver el cono de cierre. A ver… Dios mío, es un desastre, un verdadero desastre: tubos rotos, cuarzo por todas partes… Seguramente hay una gran pérdida de gas.

Ely miró hacia el destrozado interior de la máquina: después se apartó lentamente para contemplar el enorme globo de la Tierra, que ocupaba la mitad del cielo. Era infinitamente más grandiosa vista desde el exterior que desde las ventanillas. Tan enorme y tan… cerca, demasiado cercana. Control de Misión le había dicho algo sin que él prestara atención. Flax se interrumpió cuando Ely volvió a hablar.

—Ese motor no va a funcionar nunca más. ¿Me oyen, Control de Misión? A menos que encuentren la forma de que podamos hacer funcionar el artefacto con los cuatro motores que quedan, éste es el fin de la misión y el fin de Prometeo. Empiecen a devanarse los sesos. Necesitamos ayuda.