—Parece parte de un submarino —dijo Coretta, mientras observaba la escotilla redonda, provista de un volante en el centro, que había sido puesta en el suelo del compartimiento para la tripulación.
—Cumple las mismas funciones —respondió Patrick, haciendo girar la rueda. Ely se había atado y sostenía al piloto por las piernas, a fin de que pudiera apoyarse en algo.
—En este momento hay sólo espacio al otro lado de esta escotilla. El compartimiento de la tripulación y la cabina de vuelo de la Prometeo son una sola unidad, preparada para una eyección en caso de emergencia; llegado el caso, podríamos escapar de costado, bajo la propulsión de cohetes. Pero como no lo hicimos, ahora podemos conectarnos a la Estación de Control del Motor Nuclear, que está a nuestras espaldas. Es el cuarto del motor. En este momento estoy sacando un tubo retráctil que ajustará herméticamente con el otro extremo, que está aquí. ¡Listo! Te toca a ti, Ely. Usa la llave inglesa para retirar esas tuercas de cierre.
No era sencillo. Pocos minutos después, Ely murmuraba, lleno de desesperación:
—¿Por qué diablos tiene que estar tan apretada?
Y luchaba con la llave inglesa para aflojar una tuerca más.
—Ya sabes por qué —observó Patrick, guardando cuidadosamente la tuerca retirada en la bolsa de plástico que le colgaba del cinturón—. Allí fuera hay vacío absoluto; cualquier pérdida vaciaría de aire el cuarto del motor y tendríamos que trabajar con los trajes puestos. En cambio así, con una presión adecuada, podemos trabajar en mangas de camisa, que es mucho más cómodo.
Ely sujetó las pinzas sobre la última tuerca y pulsó la llave. Giró entonces el volante y la tuerca cedió. Pero el físico no apagó el motor de la llave inglesa en el momento de retirarla, razón por la cual la pequeña pieza salió disparada violentamente por el compartimiento y se estrelló contra la puerta de un armario. La delgada hoja de metal se hundió y provocó un rebote que devolvió la tuerca de acero, provista aún de bastante velocidad. En el trayecto de regreso golpeó a Nadia en la pierna, arrancándole un grito de dolor.
—¡Ely, pedazo de estúpido!
Patrick cortó su insulto para llamar a Coretta, que estaba en la cabina de vuelo.
—¡Coretta, baja enseguida!
Y apartó bruscamente al físico; en realidad no hizo más que usar los hombros de su compañero para lanzarse a través del compartimiento. Nadia flotaba en un pequeño círculo, sosteniéndose la pantorrilla herida con ambas manos, en tanto la sangre iba empapando la tela. Patrick llegó hasta ella y la impulsó hacia la litera.
—No es gran cosa —dijo ella—. Más que nada fue la sorpresa…
—Déjame ver.
La sujetó a la litera y cogió el cuchillo plegable que llevaba en el bolsillo del muslo; enseguida cortó cuidadosamente la tela del traje. La herida sangraba abundantemente, pero no era profunda. Mientras tanto, Coretta se acercó flotando, con el maletín de primeros auxilios listo para actuar.
—A ver —dijo, mientras colocaba una gasa esterilizada sobre el corte—. No es nada serio; ni siquiera hará falta dar un punto. Bastará con un vendaje. ¿Quieres sujetarme el maletín, Patrick?
Trabajaba rápidamente y con habilidad profesional. Patrick se volvió hacia los otros dos hombres; Ely estaba disgustado y cariacontecido; Gregor, alelado por lo inesperado del accidente.
—Escúchenme todos —dijo el piloto—. Acabamos de tener un accidente. No fue importante, pero pudo haber sido fatal. En esta misión ya hemos perdido a una persona: el coronel Kuznekov murió por corregir el error que alguien cometió allá en la Tierra. En el espacio no hay accidentes casuales. Todos se deben a fallos humanos, a cosas que la gente ha hecho o hace mal. Quiero poner punto final a estas desgracias. No puede haber más problemas, ¿entendido? Ahora tenemos un trabajo por delante, una sola cosa que importa: tenemos que poner en funcionamiento ese motor. Así que todo el mundo se queda aquí, atado a la litera. Aunque sea incómodo por un rato, al menos nadie se pondrá en el medio. Estás incluido, Ely.
—Pero si yo…
—Cierra el pico. No tenemos tiempo para explicaciones, reproches ni charlas inútiles. Cierra el pico y mantenlo cerrado. Y que todos hagan lo mismo. Yo bajaré por ese tubo hasta el fondo para retirar la escotilla. Cuando esté listo conectaré el intercomunicador para hablar con ustedes. Entonces bajarás tú también, Ely, y pondremos el motor en marcha. El resto permanecerá a la expectativa por si necesitamos ayuda.
Se mostraba irritable y rudo; tenía conciencia de que habría debido hablar con más cortesía, pero estaba demasiado cansado para hacer ese esfuerzo; su único pensamiento era la tarea a cumplir. Nadia era una astronauta experimentada; aun mientras le escuchaba había sujetado a Coretta a la litera, junto a ella, y aguardaba en silencio las nuevas instrucciones. Coretta estaba dedicada al vendaje, pero le había prestado atención. Ely, pálido de cólera, apretaba los labios. Muy bien. Sólo Gregor parecía ausente de todo, como aburrido; era una carga inútil, siempre en medio y sin nada que hacer. Bien, así tendría que seguir hasta que alcanzaran la órbita debida y le tocara cumplir con su función.
Patrick levantó la tapa de la escotilla y la sujetó a sus grapas contra el tabique. Enseguida, con la llave inglesa prendida al cinturón, se lanzó de cabeza en el túnel. Era poco más ancho que su espalda e inspiraba una sensación de claustrofobia. Si descuidaba su autodominio tenía la impresión de que las paredes se apretaban contra él y perdía el aliento. Alejó aquella idea, sabiendo que esa incipiente claustrofobia era característica en él en sus tiempos de mayor cansancio. Ése era uno. ¿Cuánto tiempo llevaba sin dormir? Las interminables demoras le habían hecho perder la cuenta del tiempo, pero debían ser más de veinticuatro horas. Era mejor no pensar en eso.
Lo único importante en ese momento era la escotilla a la que se acercaba. La tocó con las puntas de los dedos, flexionando los brazos para detener el movimiento. Después se sujetó al anillo más cercano y empezó a trabajar con la llave inglesa. Había en ese lugar una sola bombilla eléctrica y estaba a sus espaldas, de modo tal que se veía forzado a trabajar sobre su propia sombra. Otra muestra de lo bien que se había aplicado la tecnología en esa nave. De cualquier modo podía ver lo bastante como para retirar las tuercas una a una. Lentamente. Detener el motorcito de la llave inglesa. Echar la tuerca en la bolsa. Ocuparse de otra.
Al fin la escotilla quedó libre y Patrick pudo poner la tapa oval de costado, para empujarla delante de él hasta el compartimiento del motor. Una vez sujetada a las grapas, conectó el intercomunicador.
—Ely, baja.
El físico nuclear salió flotando por el tubo y se cogió de un asa con precisión y facilidad. Tras pocas horas en el espacio, todos estaban aprendiendo la técnica de la caída libre. Ely sonrió a pesar de sí.
—Qué hermosa máquina. Fíjate: un reactor nuclear de siete millones de dólares, propulsado por una pequeña fortuna en polvo de uranio.
El motor en sí no estaba a la vista, pues lo ocultaban los tanques de hidrógeno y la pantalla biológica de veinticinco toneladas que debía proteger a los tripulantes de la radiación mientras estuviera en funcionamiento. En la Estación de Control del Motor Nuclear se veían tan sólo múltiples y complejos indicadores. Ely se acercó sonriente para sujetarse a la silla instalada frente al panel de mandos.
—Bueno, pongamos eso en marcha y que empiece a trabajar lo antes posible.
Al accionar un interruptor los mandos cobraron vida. El físico pidió al ordenador que mostrara en una pantalla la secuencia inicial, mientras la pantalla principal se encendía para mostrar los diagramas multicolores correspondientes al estado de cada válvula, de cada circuito de mando. Ely los revisó de una ojeada y desconectó el cierre de seguridad; en seguida repasó toda la lista. Los tanques de hidrógeno estaban llenos. Listos los motores y las válvulas de encendido, cerrada la garganta de las toberas; el alternador de temperatura, en marcha; las tuberías, purgadas…
Patrick observó en silencio a su compañero mientras éste verificaba el último detalle de la curva de neón y se echaba hacia atrás, satisfecho. Un momento después alzó el pulgar hacia el piloto.
—Contesto está revisada toda la lista. Todo perfecto, A-OK, oh-chin-ogay. Ponte en contacto con Control de Misión y diles que estamos listos para ponerlo en marcha cuando ellos lo indiquen.
Después echó una mirada al reloj de la pared, que indicaba la hora TTD.
—09.16; nos dijeron que podíamos estar veinticuatro horas en esta órbita antes de que nos asáramos. Nos quedan catorce horas y cuarenta y cuatro minutos. No es mucho tiempo. Anda, diles que el tiempo apremia.