A sir Richard Lonsdale no le gustaba los almuerzos tan prolongados, pero no había otra alternativa. Era tarde y aún estaban ante la mesa del restaurante para los ejecutivos, envueltos en una niebla de humo de tabaco y entre vapores de coñac. Los suizos parecían felices; se habían abierto la chaqueta y transpiraban en abundancia.
—Felicite en mi nombre al cocinero, sir Richard —dijo Müller, palpándose el vientre con afecto, como si tuviera allí algún perrito mimoso.
Hubo más conversación; al fin uno de ellos miró el reloj. Todos se levantaron; menudearon los apretones de mano y las despedidas guturales Müller aguardó hasta el momento de marcharse para decir aquellas pocas palabras tan esperadas. Evidentemente le gustaba poner el broche de oro.
—Recomendaremos que se tengan en cuenta los términos del contrato, sir Richard. Confío en que esto sea sólo el principio de una larga y ventajosa relación.
—Gracias, muchas gracias.
El coche le estaba esperando. Asunto concluido. Sir Lonsdale apagó el cigarro en el cenicero, tratando de no pensar en la mesa llena de papeles que le aguardaba en su oficina. Tendría que despacharlos inmediatamente si quería llegar a su casa antes de medianoche.
La manera más corta para llegar a las oficinas de los ejecutivos consistía en pasar por la cantina. Sir Richard empujó la puerta giratoria. Estaba tan preocupado que habría pasado sin observar nada, pero unas voces le llamaron la atención. Allí había varios trabajadores (era la hora del té) que parecían muy agitados por algo. «Espero que no sea una huelga», rogó. Algunos estaban leyendo los periódicos, inclinados de a dos y de a tres sobre las páginas. Uno de ellos le resultó conocido; era antiguo en la fábrica; había venido de las instalaciones originales. A él se dirigió.
—Henry, ¿qué pasa?
Henry Lewis levantó la vista y le pasó el periódico.
—Fíjese, señor, es para poner los pelos de punta. Es como si fuera otra vez la guerra.
PELIGRO: BOMBA SATÉLITE
Sir Richard leyó el artículo de una ojeada.
—Es como una bomba voladora —dijo Henry—. Como otra Hiroshima. Vea, vea este dibujo de la otra página, mire dónde está la zona de peligro.
Se trataba de un mapa de Gran Bretaña cruzado por una línea de puntos que indicaba el paso de la nave. El artista, con intención de destacar el peligro, había dibujado un gran círculo en el centro de Inglaterra. Por mera casualidad el punto central de ese círculo caía sobre Cottenham New Town.
—Yo no me preocuparía —dijo el ejecutivo, mientras doblaba el periódico para devolverlo—. Me parece más imaginación de los periodistas que deducción científica. Meras suposiciones.