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TTD 01,38

El supervisor de Máquinas observó la nueva compaginación y dijo:

—Para esto tendríamos que recomponer toda la primera plana y ya hace cuarenta minutos que deberíamos estar en la calle.

—Me importa un cuerno, aunque tenga que meter a su madre en la crónica de sucesos —respondió el director de Noticias Locales—. Esta noticia ha surgido en el momento preciso. Yo lo había planeado por mi cuenta, pero Dios acaba de llamarme por teléfono para decirme que lo haga así, precisamente.

Cuando habla el dueño del periódico, los empleados callan y obedecen. La circulación del Gazette-Times venía mermando desde hacía tiempo y cualquier cosa que sirviera de impulso venía bien para el caso. El supervisor de Máquinas abrió la puerta de su despacho, separado con cristales en un rincón de la sala de Composición, y se hundió en los murmullos y rugidos de todo periódico en vías de terminación. Ninguno de los tipógrafos levantó la cabeza; a un lado de la sala se vio un destello de luz, en tanto un grabador revelaba una placa. El supervisor de Máquinas tenía más de un problema; estuvo a punto de atropellar al hombrecito que surgió ante él agitando una hoja.

—Apártese de en medio, Cooper, si no quiere que le tire al suelo.

—Escuche, quiero que vea esto. Es importantísimo.

El director de la sección Ciencias era un hombre harapiento, de cabellos largos que con frecuencia le ocultaban los ojos; tenía el hábito de mascarse inadvertidamente los dedos manchados de tinta.

—Más tarde. Tenemos que cambiar todo el periódico por órdenes de Dios, así que no tengo tiempo para ver sus últimos descubrimientos sobre los desodorantes.

—No, no se trata de eso. Tiene que escucharme. El cohete…

—¡Salga del medio! Toda la primera plana está llena de cohetes. ¡Va a estallar en veinticuatro horas, y con él las seis personas que van dentro!

En ese momento se acercó al director de Locales, preguntando:

—¿A qué vienen tantos gritos?

—Mire, señor, intentaba que este hombre me escuchara Hay que cambiar la primera plana. Aquí tengo el artículo.

El director de Locales, que acababa de pasar junto a ellos, se detuvo en seco y giró en redondo para mirar de pies a cabeza a aquel agitado hombrecito. Llevaba demasiado tiempo en el oficio como para pasar por alto cualquier cosa que pudiera representar una noticia.

—Le concedo sesenta segundos, Cooper, y mejor que sea buena.

—Lo es, señor. Es increíble. Este cohete, señor, la Prometeo. Que ha entrado en una órbita decreciente. Hay grandes posibilidades de que choque con la atmósfera y se incendie en menos de veinticuatro horas.

—Eso es lo que tenemos en la primera plana.

—¡Pero hay más! La Prometeo es el mayor objeto que se haya lanzado al espacio; pesa dos mil toneladas y eso representa muchísima masa. Cuando toque la atmósfera y se incendie será un espectáculo tremendo…

—Nuestro redactor en jefe puede redactar ese artículo mejor que usted, Cooper; déjeme el trabajo en el escritorio.

Giró sobre sus talones y dio un paso para alejarse. Las palabras de Cooper le siguieron desesperadamente:

—Pero escuche, señor, por favor. ¿Qué pasará si no se incendia? ¿Si cae en una sola pieza?

El director de Locales volvió a detenerse en seco y quedó rígido. Después se volvió lentamente para fulminar a Cooper de una mirada.

—Explíquese, por favor —dijo con voz helada, polar—. ¿Qué pasará si cae en una sola pieza?

—Bueno —explicó Cooper, buscando frenéticamente entre los papeles arrugados que tenía en la mano—, verá usted; he trabajado con los datos ideales: velocidad, masa, ángulo y circunstancias ideales. Es decir, ideales para obtener la mayor velocidad posible en el impacto. La inercia, ¿comprende? Una masa lanzada a mucha velocidad, aunque sea pequeña, golpea con tanta fuerza como una grande que cae despacio. Pero ¿qué pasa si se trata de un objeto muy grande lanzado a mucha velocidad? Como la Prometeo, por ejemplo. Calculo que la explosión será equivalente a diez kilotones de TNT.

—Tradúzcame todo eso, ¿quiere?

Cooper daba saltitos y se roía los dedos con tanto entusiasmo que apenas era posible entender lo que decía.

—Bueno, digamos simplemente que cae en una zona poblada, en una ciudad. Estallará con tanta fuerza como la bomba atómica original que barrió Hiroshima. Sin radiactividad, por supuesto, pero estallará…

—Sí, claro que sí. Magnífico trabajo, Cooper. Pase el artículo en limpio y que vaya a compaginación. ¡Ahora mismo!

Sacó un paquete de cigarrillos; tomó el último que le quedaba, lo encendió y arrojó al suelo el paquete hecho un ovillo. Enseguida levantó la vista hacia el supervisor de Máquinas.

—Ya lo sabe —dijo—. Prepárese para recomponer la primera plana una vez más. Importa un bledo cuánto nos retrasemos. ¡Tenemos la noticia del siglo! ¿Se da cuenta de qué esa bomba voladora podría destruir una ciudad entera, ésta misma, sin ir más lejos, y…?

Se interrumpió súbitamente y miró hacia arriba. El otro había hecho el mismo gesto.