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COTTENHAM NEW TOWN

Irene Lewis estaba preocupada. Echó una mirada vacilante al escaparate de la tienda, donde las letras doradas anunciaban:

CARNICERÍA DE COTTENHAM NEW TOWN — LOS MEJORES PRECIOS.

Oh, no, esos precios no tenían nada de bueno. Los filetes estaban imposibles, las costillas también y la carne picada era pura grasa. Pero tenía que comprar algo. Henry venía con hambre después de trabajar todo el día en la fábrica. Y merecía una buena comida. Después de todo, le daba el sobre entero todas las semanas; no se reservaba más que lo necesario para un poco de cerveza, cigarrillos y, a veces, unos centavos más para las apuestas. Era precisamente por eso, porque era tan bueno, porque nunca le hacía preguntas, que se sentía tan preocupada. No le había mentido, no, salvo por omisión. Pero para seguir comiendo (modestamente, según la costumbre de siempre) hacía falta cada vez más dinero. Judy y May no dejaban de crecer, comían cada vez más y la ropa les quedaba pequeña en un santiamén. Los precios subían y subían, pero todo el mundo esperaba que ella se las arreglara para seguir llevando la casa como siempre, incluido el asado de los domingos y todo lo demás.

Bueno, ella seguía arreglándoselas…, y eso era lo que la afligía. Hacía años Henry y ella habían acordado ingresar un poquito cada semana en la Caja de Ahorro Postal, tanto para las vacaciones como por si se presentaban malos tiempos. Pero los precios seguían subiendo, y para seguir manteniendo el tren de vida ella había dejado de hacer los ingresos. Y últimamente estaba retirando dinero. No mucho, pero cuando se retiraba un poco la cosa parecía no tener fin: las chicas necesitaban zapatos para la escuela, o… No sabía cuánto quedaba en la Caja porque tenía miedo de mirar el saldo, pero una cosa era segura: esas vacaciones en Blackpool de las que Henry había empezado a hablar no iban a ser posibles. Y a él no le gustaría nada. —¡Fíjese en el precio de los embutidos!— exclamó la señora Ryan, la de la esquina.

—Terrible —agregó Irene, feliz por compartir con alguien su angustia.

Ambas menearon la cabeza y chasquearon la lengua, revisando una vez más el escaparate con la esperanza de encontrar alguna oferta perdida.

—¿Ha visto esa interrupción en la tele? —preguntó la señora Ryan—. Precisamente en medio de Coronation Street. Hay líos con ese cohete.

—¿Qué? ¿Explotó? —inquirió Irene, preocupada, sabiendo que la muerte y la destrucción aguardan siempre en los recodos de la vida.

—Todavía no, pero nunca se sabe, ¿verdad?

Una vez más ambas estuvieron de acuerdo. Después, como si se prepararan para una batalla, entraron en la carnicería. De cualquier modo y como fuera, había que alimentar a la familia.