9

EL martes por la mañana después de los asesinatos, Dell Perkins sirvió más café y farro que de costumbre. Todos los clientes habituales y algunos adicionales habían llegado temprano para leer los periódicos y hablar de los crímenes que habían tenido lugar a menos de cien metros de la puertas del Coffee Shop. Claude’s y el Tea Shoppe también se llenaron antes que de costumbre. La fotografía de Jake apareció en primera plana del periódico de Tupelo, y en la portada de los periódicos de Memphis y de Jackson aparecían las fotos de Cobb y Willard antes del tiroteo y, a continuación, del momento en que se llevaban los cadáveres a la ambulancia. No había ninguna fotografía de Carl Lee. Todos los periódicos hablaban detalladamente de lo sucedido en Clanton en los últimos seis días.

Era de dominio público que el autor de los asesinatos era Carl Lee, pero se rumoreaba también sobre la participación de otros pistoleros. En una mesa del Tea Shoppe incluso se llegó a hablar de una pandilla de negros locos que había intervenido en el ataque. Sin embargo, los policías que frecuentaban el Coffee Shop atajaron discretamente los rumores y los mantuvieron bajo control. El agente Looney era uno de los habituales y había preocupación en cuanto a sus heridas, al parecer más graves de lo que se había dicho al principio. Permanecía en el hospital y había identificado al autor de los disparos como hermano de Lester Hailey.

Jake llegó a las seis y se sentó con unos granjeros cerca de la puerta. Saludó con la cabeza a Prather y a otro agente, que fingieron no verle. Se les pasará cuando Looney salga del hospital, pensó. Se hicieron algunos comentarios sobre la fotografía de primera plana, pero nadie habló de su nuevo cliente ni de los asesinatos. Jake detectó cierta frialdad en algunos de los habituales. Desayunó con rapidez y se marchó.

A las nueve, Ethel le llamó. Bullard estaba al teléfono.

—Hola, señor juez. ¿Cómo está usted?

—Fatal. ¿Representa a Carl Lee Hailey?

—Sí señor.

—¿Cuándo quiere que se celebre la vista preliminar?

—¿Por qué me lo pregunta a mí?

—Buena pregunta. El caso es que en algún momento de mañana por la mañana se celebrarán los funerales y creo que sería preferible esperar a que hayan enterrado a esos cabrones, ¿no le parece?

—Sí, señor juez, buena idea.

—¿Qué le parece mañana a las dos de la tarde?

—Perfecto.

—Jake —dijo el juez, después de titubear unos instantes—, ¿estaría dispuesto a prescindir de la vista preliminar y mandar directamente el caso a la Audiencia Territorial?

—Señor juez, sabe perfectamente que nunca prescindo de la vista preliminar.

—Sí, lo sé. Había pensado que quizá lo haría como favor especial. No voy a presidir el juicio y no siento ningún deseo de verme involucrado en él. Nos veremos mañana.

Al cabo de una hora, se oyó de nuevo la voz de Ethel por el intercomunicador.

—Señor Brigance, aquí hay unos periodistas que desean verle.

—¿De dónde? —preguntó Jake encantado.

—De Memphis y de Jackson, creo.

—Hágales pasar a la sala de conferencias. Me reuniré con ellos en un momento.

Se arregló la corbata, se peinó y miró por la ventana para ver si había algún furgón de la televisión. Decidió hacerles esperar y, después de un par de llamadas innecesarias, bajó sin prestar atención alguna a Ethel y entró en la sala de conferencias. Le pidieron que se sentara a un extremo de la mesa por cuestiones de luz. Decidido a controlar la situación, se negó a hacerlo y, en su lugar, se sentó de espaldas a una hilera de vistosos textos jurídicos.

Colocaron delante de él los micrófonos, ajustaron las luces de las cámaras y, por fin, una atractiva periodista de Memphis, con líneas anaranjadas en la frente y bajo los ojos, se aclaró la garganta y empezó a hablar.

—Señor Brigance, ¿representa usted a Carl Lee Hailey?

—Sí, así es.

—¿A quien se ha acusado de los asesinatos de Billy Ray Cobb y Pete Willard?

—Correcto.

—¿Y Cobb y Willard estaban acusados de la violación de la hija del señor Hailey?

—Correcto.

—¿Niega el señor Hailey haber matado a Cobb y a Willard?

—Se declara inocente de los cargos.

—¿Se le acusará de haber disparado contra el agente Looney?

—Sí. Anticipamos una tercera acusación de agresión grave contra el agente de policía.

—¿Piensa alegar que no estaba en posesión de sus facultades mentales?

—No estoy dispuesto a hablar de la defensa en estos momentos porque todavía no se han formalizado los cargos.

—¿Quiere decir que existe la posibilidad de que no se formalicen?

Una buena baza, que Jake esperaba. La Audiencia formalizaría o no los cargos, y el jurado no se seleccionaría antes del veintisiete de mayo, cuando se reuniera el Tribunal Territorial. De modo que los futuros miembros del jurado circulaban ahora por las calles de Clanton cuidando de sus tiendas, trabajando en las fábricas, limpiando la casa, leyendo periódicos y discutiendo si debían o no formalizarse los cargos.

—Efectivamente, creo que existe la posibilidad de que no se formalicen. Depende del Tribunal Territorial, o mejor dicho, así será después de la vista preliminar.

—¿Cuándo tendrá lugar la vista preliminar?

—Mañana, a las dos de la tarde.

—¿Supone que el juez Bullard remitirá el caso al Tribunal Territorial?

—Es lógico suponerlo —respondió Jake, convencido de que a Bullard le encantaría la respuesta.

—¿Cuándo se reunirá el Tribunal Territorial?

—Se constituirá un nuevo tribunal el lunes por la mañana. Podría examinar el caso el lunes por la tarde.

—¿Cuándo podría celebrarse el juicio?

—En el supuesto de que se formalicen los cargos, podría celebrarse a finales de verano o principios de otoño.

—¿En qué Juzgado?

—En la Audiencia Territorial de Ford County.

—¿Quién sería el juez?

—Su señoría Omar Noose.

—¿De dónde procede?

—De Chester, Mississippi. Van Buren County.

—¿Quiere decir que el juicio tendrá lugar aquí, en Clanton?

—Sí, a no ser que se opte por un lugar alternativo.

—¿Piensa solicitar que se celebre en otro lugar?

—Buena pregunta, pero no estoy dispuesto a responderla en estos momentos. Es prematuro hablar de la estrategia de la defensa.

—¿Qué interés podría tener en solicitar otro lugar?

Elegir otro condado con mayor predominio de negros, pensó Jake, pero respondió:

—Las razones habituales: la publicidad anterior al juicio, etcétera.

—¿Quién decide si el juicio debe celebrarse en otro lugar?

—El juez Noose. Goza de absoluta discreción.

—¿Se ha fijado alguna fianza?

—No, ni es probable que se haga hasta que se formalicen los cargos. Tiene derecho a una fianza razonable en estos momentos, pero es costumbre en este condado que en los casos de asesinato no se fije la fianza hasta después de formalizados los cargos en la Audiencia Territorial. Entonces será el juez Noose quien fije la fianza.

—¿Qué puede decirnos del señor Hailey?

Jake se relajó y reflexionó unos instantes, mientras las cámaras seguían filmando. Otra buena baza, con la maravillosa oportunidad de sembrar unas semillas.

—Tiene treinta y siete años. Está casado con la misma mujer desde hace veinte años. Cuatro hijos: tres varones y una niña. Una persona agradable y sin antecedentes. No ha tenido nunca ningún problema con la justicia. Condecorado en Vietnam. Trabaja cincuenta horas semanales en una fábrica de papel en Coleman. Paga sus cuentas y es propietario de un pequeño terreno. Va a la iglesia todos los domingos con su familia. Se ocupa de sus asuntos y espera que no se metan con él.

—¿Nos permitirá hablar con él?

—Claro que no.

—¿No es cierto que hace algunos años su hermano fue juzgado por asesinato?

—Sí, pero se le declaró inocente.

—¿Fue usted su abogado?

—Sí.

—Usted ha defendido varios casos de asesinato en Ford County, ¿no es cierto?

—Tres.

—¿Cuántos fueron declarados inocentes?

—Todos —respondió lentamente.

—¿No tiene el jurado distintas opciones en Mississippi? —preguntó la periodista de Memphis.

—Efectivamente. Cuando la acusación es de asesinato, el jurado puede hallar al acusado culpable de homicidio, con su correspondiente condena de veinte años, o de asesinato con alevosía, en cuyo caso el jurado debe elegir entre la pena de muerte y cadena perpetua. También es posible que el jurado lo declare inocente —sonrió Jake ante las cámaras—. Siempre en el supuesto, claro está, de que se formalice la acusación.

—¿Cómo está la pequeña Hailey?

—Está de nuevo en su casa. Salió del hospital el domingo. Se espera que se recupere.

Los periodistas se miraron entre sí, en busca de más preguntas. Jake sabía que éste era el momento peligroso, cuando se les acaban las preguntas y empezaban a tocar temas delicados. Se puso de pie y se abrochó la chaqueta.

—Muchachos, agradezco vuestra visita. Estoy a vuestra disposición, pero la próxima vez avisadme con un poco de tiempo y estaré encantado de hablar con vosotros.

Le dieron las gracias y se retiraron.

A las diez de la mañana del miércoles, en un funeral doble y sencillo, los sureños enterraron a sus muertos. El pastor de la iglesia de Pentecostés, recién ordenado, se esforzó desesperadamente en pronunciar unas palabras de consuelo ante el pequeño grupo y los dos ataúdes cerrados. El funeral fue breve y con algunas lágrimas.

Las camionetas y sucios Chevrolets avanzaron lentamente tras el coche mortuorio, que abandonó la ciudad en dirección al campo. Aparcaron tras una pequeña iglesia de ladrillo rojo. Los cadáveres se depositaron uno a cada extremo del diminuto y descuidado cementerio. Después de unas palabras adicionales de consuelo, se dispersó el grupo.

Los padres de Cobb se habían divorciado cuando era niño, y el padre vino desde Birmingham para asistir al funeral. A continuación desapareció. La señora Cobb vivía en una bonita casa blanca cerca del asentamiento de Lake Village, a dieciséis kilómetros de Clanton. Sus otros dos hijos se reunieron con sus primos y amigos en el jardín, bajo un roble, mientras las mujeres consolaban a la señora Cobb. Los hombres hablaban en general de los negros mientras mascaban jazmín y bebían whisky, expresando su nostalgia por la época en que los negros estaban en su sitio y no se salían de él. Ahora, el Gobierno y los tribunales los cuidaban y protegían, sin que los blancos pudieran hacer nada para evitarlo. Uno de los primos conocía a alguien que solía participar activamente en el Klan y tal vez lo llamaría. El abuelo de Cobb había formado parte del Klan mucho antes de morir, explicó el primo, y cuando él y Billy Ray eran niños les hablaba de los negros que habían colgado en los condados de Ford y Tyler. Eso es lo que deberían hacer con ese negro, dijeron, pero nadie se ofreció voluntario. Acaso el Klan se interesara. Había un cabildo junto a Jackson, cerca de Nettles County, y autorizaron al primo para que se pusiera en contacto con él.

Las mujeres prepararon la comida. Los hombres comieron en silencio antes de regresar al whisky a la sombra del árbol. Alguien mencionó que la vista preliminar del negro tendría lugar a las dos de la tarde. Se encaminaron hacia Clanton.

Había un Clanton anterior a los asesinatos y otro posterior a los mismos, y deberían transcurrir varios meses antes de que ambos se parecieran. Un trágico y sangriento suceso, que había durado menos de cincuenta segundos, convirtió la apacible ciudad sureña de ocho mil habitantes en La Meca de los periodistas, corresponsales, equipos de televisión y fotógrafos, algunos de las ciudades cercanas y otros de los medios de comunicación nacionales. Las cámaras y los informadores de televisión tropezaban entre sí en las aceras de la plaza, conforme preguntaban a los transeúntes por enésima vez qué impresión les había causado el caso de Hailey y cómo votarían si formaran parte del jurado. No había un veredicto claro en la calle. Los furgones de la televisión seguían a los coches de los informadores en busca de pistas, historias y entrevistas. Al principio, Ozzie era uno de sus objetivos predilectos. Al día siguiente del asesinato le entrevistaron media docena de veces, pero entonces encontró otras cosas de qué ocuparse y delegó las entrevistas en Moss Junior, a quien le encantaba dialogar con la prensa. Era capaz de responder a veinte preguntas sin divulgar un solo detalle. Contaba también muchas mentiras, que los ignorantes forasteros eran incapaces de distinguir de la verdad.

—¿Hay indicios de la participación de otros pistoleros?

—Sí.

—¡Caramba! ¿Quiénes?

—Tenemos pruebas de que el ataque fue autorizado y financiado por extremistas ex Panteras Negras —respondió Moss Junior con una expresión perfectamente sobria.

La mitad de los periodistas titubeaban o lo miraban desconcertados, mientras los demás repetían sus palabras y escribían afanosamente.

Bullard se negaba a salir de su despacho y no aceptaba llamadas. Se puso de nuevo en contacto con Jake para suplicarle que prescindiera de la vista preliminar. Jake volvió a negarse. Los periodistas esperaban en la antesala del despacho de Bullard, en el primer piso del Juzgado, pero el juez estaba a salvo con su vodka tras la puerta cerrada con llave.

Hubo una solicitud para filmar el funeral. Los Cobb habían accedido a cambio de unos honorarios, pero la señora Willard se negó a dar su autorización. Los periodistas se apostaron frente a la funeraria y filmaron lo que pudieron. A continuación siguieron la procesión hasta el cementerio, filmaron el entierro y siguieron a los acompañantes a la casa de la señora Cobb, donde el mayor de sus hijos, Freddie, los insultó y les obligó a retirarse.

El miércoles, el Coffee Shop estaba silencioso. Los clientes habituales, incluido Jake, observaban a los desconocidos que habían invadido su santuario. La mayoría llevaban barba, hablaban con un acento diferente y no comían farro.

—¿No es usted el abogado del señor Hailey? —preguntó uno de ellos desde el otro lado de la sala.

Jake siguió preparando su tostada, sin decir palabra.

—¡Oiga! ¿Lo es o no lo es?

—¿Y si lo fuera? —replicó Jake.

—¿Se declarará culpable?

—Estoy desayunando.

—¿Lo hará?

—Sin comentario.

—¿Por qué sin comentario?

—Sin comentario.

—¿Pero por qué?

—No puedo hablar mientras desayuno. Sin comentario.

—¿Puedo hablar con usted más tarde?

—Sí, pídale hora a mi secretaria. Cobro sesenta dólares por hora de charla.

Los clientes habituales le abuchearon, pero los forasteros permanecieron impávidos.

Jake concedió una entrevista gratuita al periódico de Memphis para el miércoles y, a continuación, se encerró en la sala de guerra para preparar la vista preliminar. Al mediodía visitó a su famoso cliente en la cárcel. Carl Lee estaba tranquilo y relajado. Desde su celda veía el ir y venir de los periodistas en el aparcamiento.

—¿Cómo te sienta la cárcel? —preguntó Jake.

—No está mal. La comida es buena. Como con Ozzie en su despacho.

—¿Cómo?

—Sí. Y además jugamos a cartas.

—Bromeas, Carl Lee.

—No. También veo televisión. Anoche te vi en las noticias. Quedaste muy bien. Voy a hacerte famoso, Jake, ¿no es cierto?

Jake no respondió.

—¿Cuándo voy a salir yo por televisión? Después de todo fui yo quien cometió los asesinatos, y tú y Ozzie os hacéis famosos.

El cliente sonreía, pero no el abogado.

—Hoy, aproximadamente dentro de una hora.

—Sí, ya me he enterado de que íbamos al Juzgado. ¿Para qué?

—La vista preliminar. No tiene mucha importancia, o por lo menos no debería tenerla. En este caso será distinto a causa de las cámaras.

—¿Qué tengo que decir?

—¡Nada! Ni una palabra a nadie. Ni al juez, ni al fiscal, ni a los periodistas; a nadie. Nos limitaremos a escuchar. Escucharemos al fiscal y averiguaremos cómo prepara el caso. Se supone que disponen de un testigo ocular y puede que declare. Ozzie declarará y le hablará al juez del arma, las huellas, Looney…

—¿Cómo está Looney?

—No lo sé. Peor de lo que suponían.

—No sabes cuánto lamento haber herido a Looney. Ni siquiera le vi.

—Pues se proponen acusarte de agresión grave por haberle disparado. En todo caso, la vista preliminar es una mera formalidad. Su finalidad es simplemente la de que el juez determine si hay pruebas suficientes para remitir el caso a la Audiencia Territorial. Bullard siempre lo hace, de modo que es una simple formalidad.

—¿Entonces por qué se hace?

—Podríamos prescindir de ella —respondió Jake al tiempo que pensaba en todas las cámaras que dejarían de verle—. Pero prefiero no hacerlo. Es una buena oportunidad de evaluar el enfoque de la acusación.

—En mi opinión, Jake, no deben faltarles pruebas, ¿no crees?

—Estoy de acuerdo. Pero limitémonos a escuchar. Ésa es la estrategia de una vista preliminar. ¿Te parece bien?

—No tengo ningún inconveniente. ¿Has hablado hoy con Gwen o con Lester?

—No, les llamé el lunes por la noche.

—Ayer estuvieron aquí, en el despacho de Ozzie. Dijeron que hoy vendrían al Juzgado.

—Creo que todo el mundo estará hoy en el Juzgado.

Jake se marchó. En el aparcamiento se cruzó con algunos periodistas, que esperaban la salida de Carl Lee de la cárcel. No hizo ninguna declaración, ni tampoco a los que le esperaban en la puerta de su despacho. Estaba demasiado ocupado para responder preguntas, pero era muy consciente de las cámaras. A la una y media fue al Juzgado y se refugió en la biblioteca jurídica del tercer piso.

Ozzie, Moss Junior y los agentes vigilaban el aparcamiento, secretamente enojados por la presencia de fotógrafos y periodistas. Era la una cuarenta y cinco, hora de llevar al preso al Juzgado.

—Parecen un puñado de buitres a la espera de echarse sobre un perro muerto junto a la carretera —observó Moss Junior después de mirar entre las persianas.

—Es la gente peor educada que he visto en mi vida —agregó Prather—. Se niegan a aceptar un no como respuesta. Esperan que la ciudad entera esté a su servicio.

—Y aquí sólo está la mitad; la otra mitad está en el Juzgado.

Ozzie no había dicho gran cosa. Un periódico le había criticado por el tiroteo, sugiriendo que las medidas de seguridad alrededor del Juzgado eran deliberadamente relajadas. Estaba harto de periodistas. El miércoles les había ordenado salir de sus dependencias en dos ocasiones.

—Tengo una idea —dijo.

—¿Qué? —preguntó Moss Junior.

—¿Está Curtis Todd todavía en la cárcel?

—Sí. Hasta la semana próxima.

—¿No crees que es más o menos parecido a Carl Lee?

—¿A qué te refieres?

—Pues a que es tan negro como Carl Lee, y aproximadamente del mismo peso y talla que él.

—¿Y qué? —exclamó Prather.

—Vámonos. Traed a Carl Lee y a Curtis Todd —ordenó Ozzie—. Llevad mi coche a la puerta trasera. Que venga Todd aquí para recibir instrucciones.

Al cabo de diez minutos se abrió la puerta principal de la cárcel y un grupo de policías acompañó al preso por la acera. Dos agentes le precedían, otros dos le seguían, y andaban dos más, junto al negro, uno a cada lado de aquel individuo con gafas de sol y esposas, que no estaban cerradas. Cuando se acercaron a los periodistas, las cámaras empezaron a filmar y a tomar fotografías.

—¿Se declarará culpable?

—¿Se declarará inocente?

—¿Piensa declararse culpable o inocente?

—Señor Hailey, ¿alegará enajenación mental?

El preso sonrió y prosiguió su lento paseo hasta los coches patrulla que le esperaban. Los agentes sonrieron de mala gana e hicieron caso omiso de la muchedumbre. Los fotógrafos se esforzaban por conseguir la foto perfecta del vengador más famoso del país.

De pronto, ante la atenta mirada de toda la nación, rodeado de agentes de policía y con docenas de informadores pendientes de cada uno de sus movimientos, el preso echó a correr y se dio a la fuga. Volteó, saltó, se contorsionó y escabulló velozmente por el aparcamiento, cruzó una zanja, atravesó la carretera y se ocultó entre unos árboles. Los periodistas chillaban desconcertados y, al principio, algunos incluso corrieron tras él. Curiosamente, los policías regresaron a sus dependencias y cerraron las puertas, dejando a los buitres con un palmo de narices. En el bosque, el preso se quitó las esposas y se fue andando a su casa. Curtis Todd había sido puesto en libertad condicional con una semana de antelación.

Ozzie, Moss Junior y Carl Lee salieron apresuradamente por la puerta posterior y viajaron hasta el Juzgado por una calle secundaria, donde esperaba un grupo de agentes para escoltar al preso.

—¿Cuántos negros hay ahí? —preguntó Bullard al señor Pate.

—Una tonelada.

—¡Maravilloso! Una tonelada de negros. ¿Supongo que debe de haber otra tonelada de fanáticos blancos?

—Unos cuantos.

—¿Está llena la sala?

—Abarrotada.

—¡Santo cielo, y es sólo una vista preliminar! —exclamó Bullard, al tiempo que vaciaba una botella de un cuarto de vodka y el señor Pate le entregaba otra.

—Tranquilícese, señor juez.

—Brigance. Todo es culpa suya. Podíamos haber prescindido de esta vista si él lo hubiera querido. Se lo he pedido dos veces. Sabe que remitiré el caso a la Audiencia. Lo sabe. Todos los abogados lo saben. Pero ahora me veo obligado a enfurecer a todos los negros por no ponerlo en libertad, y a todos los fanáticos blancos por no ejecutarlo hoy mismo en la sala. Brigance me las pagará. Lo hace por las cámaras. Yo he de ser reelegido, pero él no, ¿verdad?

—No, señor juez.

—¿Cuántos policías hay ahí?

—Muchos. El sheriff ha llamado a los reservistas. Su señoría no corre ningún peligro.

—¿Y los periodistas?

—Ocupan las primeras filas.

—¡Sin cámaras!

—Sin cámaras.

—¿Ha llegado Hailey?

—Sí, señoría. Está en la sala con Brigance. Todos están listos, a la espera de su señoría.

—De acuerdo, vamos —dijo el juez después de llenarse el vaso de vodka puro.

Al igual que en la época anterior a los sesenta, la sala estaba meticulosamente segregada, con los blancos y los negros separados por el pasillo central. Había policías solemnemente apostados a lo largo del pasillo y alrededor de la sala. Había un grupo de blancos ligeramente borrachos cerca del estrado que causaba cierta preocupación. A algunos se les reconoció como hermanos o primos del fallecido Billy Ray Cobb, y se les vigilaba atentamente. Los dos primeros bancos, el de la derecha delante de los negros y el de la izquierda delante de los blancos, estaban ocupados por dos docenas de periodistas. Varios de ellos tomaban notas mientras otros dibujaban al acusado, a su abogado y, por último, al juez.

—Van a convertir a ese negro en un héroe —dijo uno de los fanáticos blancos lo suficientemente alto para que lo oyeran los periodistas.

Cuando Bullard llegó al estrado, la policía cerró la puerta posterior.

—Llame a su primer testigo —ordenó en dirección a Rocky Childers.

—La acusación llama al sheriff Ozzie.

El sheriff prestó juramento y se dispuso a declarar. Con toda tranquilidad, describió detalladamente el escenario del tiroteo, los cadáveres, las heridas, el fusil, las huellas dactilares del fusil y las del acusado. Childers presentó una declaración jurada, firmada por el agente Looney ante el sheriff y Moss Junior como testigos, en la qué se identificaba a Carl Lee como autor de los disparos. Ozzie ratificó la firma de Looney y leyó la declaración.

—Sheriff, ¿tiene conocimiento de que existan otros testigos oculares? —preguntó Childers sin entusiasmo.

—Sí. Murphy, el encargado de la limpieza.

—¿Cuál es su nombre de pila?

—Nadie lo sabe. Se le conoce simplemente como Murphy.

—Bien. ¿Ha hablado usted con él?

—No, pero lo ha hecho el detective de mi departamento.

—¿Quién es el detective de su departamento?

—El agente Rady.

Rady prestó juramento y se dispuso a declarar. El señor Pate fue en busca de otro vaso de agua para su señoría. Jake tomaba montones de notas. No pensaba llamar a ningún testigo y optó por no formular ninguna pregunta al sheriff. De vez en cuando, los testigos de la acusación se confundían al prestar declaración en la vista preliminar, y Jake los interrogaba para dejar constancia de las discrepancias. Durante el juicio, si volvían a mentir mostraba la declaración de la vista preliminar para confundirlos. Pero no por el momento.

—Dígame, ¿ha tenido usted la oportunidad de hablar con Murphy? —preguntó Childers.

—¿Qué Murphy?

—Un tal Murphy, encargado de la limpieza.

—¡Ah, ése! Sí señor.

—Me alegro. ¿Qué ha dicho?

—¿Acerca de qué?

Childers ladeó la cabeza. Rady era nuevo y tenía poca experiencia como testigo. Ozzie creía que ésta era una buena oportunidad para que practicara.

—¡Acerca del tiroteo! Díganos lo que le ha contado acerca del tiroteo.

—Su señoría, protesto. Sé que en una vista preliminar es admisible repetir la declaración oral de otra persona, pero ese tal Murphy está disponible. Trabaja aquí, en este Juzgado. ¿Por qué no se le permite que declare personalmente?

—Porque tartamudea —respondió Bullard.

—¿Cómo?

—Tartamudea. Y no estoy dispuesto a perder media hora oyéndole tartamudear. Protesta denegada. Prosiga, señor Childers.

A Jake le costaba dar crédito a sus oídos. Bullard miró de reojo al señor Pate, que fue en busca de otro vaso de agua fresca.

—Ahora, señor Rady, cuéntenos, ¿qué le dijo Murphy acerca del tiroteo?

—No es fácil comprenderle, porque está muy excitado, y cuando se excita empeora su tartamudeo. Me refiero a que siempre tartamudea, pero…

—¡Limítese a contarnos lo que le ha dicho! —exclamó Bullard.

—De acuerdo. Ha dicho que vio a un hombre negro que disparaba contra los dos muchachos blancos y contra el agente de policía.

—Gracias —dijo Childers—. Ahora díganos: ¿dónde estaba cuando tuvo lugar el tiroteo?

—¿Quién?

—¡Murphy!

—Sentado en las escaleras de enfrente del sitio donde se efectuaron los disparos.

—¿Y lo vio todo?

—Eso dice.

—¿Ha identificado al autor de los disparos?

—Sí, le hemos mostrado fotografías de diez hombres negros y ha identificado al acusado, el que está sentado en el banquillo.

—Muy bien. Gracias. Señoría, he terminado.

—¿Alguna pregunta, señor Brigance? —preguntó el juez.

—No, señoría —respondió Jake al tiempo que se levantaba.

—¿Algún testigo?

—No, señoría.

—¿Alguna solicitud, moción, cualquier cosa?

—No, señoría.

Jake era demasiado astuto para solicitar la libertad bajo fianza. En primer lugar, no serviría de nada. Bullard no la concedería tratándose de asesinato. En segundo lugar, pondría al juez en un aprieto.

—Gracias, señor Brigance. Este tribunal considera que existen suficientes pruebas para retener al acusado y transferir el proceso a la Audiencia de Ford County. El señor Hailey permanecerá detenido bajo la responsabilidad del sheriff y no se le otorga ninguna fianza. Se levanta la sesión.

Carl Lee fue rápidamente esposado antes de que se lo llevaran de la sala. El área posterior del Juzgado estaba acordonada y vigilada. Las cámaras captaron brevemente al acusado, entre la puerta y el coche patrulla que le esperaba. Estaba de nuevo en su celda antes de que los espectadores hubieran abandonado la sala.

Los agentes ordenaron a los blancos de un lado que salieran primero, seguidos de los negros.

Los periodistas solicitaron la presencia de Jake y se les dijo que se reunieran en la rotonda al cabo de unos minutos. Les hizo esperar, para pasar antes por el despacho del juez y felicitarle. A continuación se dirigió al tercer piso para consultar un libro. Después de que se vaciara la sala y de que hubieran esperado bastante, entró en la rotonda por la puerta posterior y se colocó ante las cámaras. Alguien le acercó un micrófono con unas letras rojas.

—¿Por qué no ha solicitado la libertad bajo fianza? —preguntó un periodista.

—Se hará más adelante.

—¿Alegará el señor Hailey enajenación mental?

—Ya les he dicho que es prematuro hablar de este tema. Ahora debemos esperar la decisión de la Audiencia Territorial; puede que no se formalice la acusación. Si se formalizan los cargos, empezaremos a organizar la defensa.

—El señor Buckley, fiscal del distrito, ha declarado que no anticipa ninguna dificultad para que se le condene. ¿Algún comentario?

—Me temo que el señor Buckley suele precipitarse indebidamente. Es una estupidez comentar el caso antes de que haya sido considerado por la Audiencia Territorial.

—También ha declarado que se opondría enérgicamente a cualquier solicitud para que el juicio se celebrara en otro lugar.

—Dicha solicitud todavía no se ha presentado. En realidad no le importa dónde se celebre el juicio. Lo haría en el desierto siempre y cuando estuvieran presentes los medios de comunicación.

—¿Cabe deducir que existe antagonismo entre usted y el fiscal del distrito?

—Puede interpretarlo así, si lo desea. Es un buen acusador y respetable adversario. Pero habla fuera de lugar.

Respondió a unas cuantas preguntas más de índole diversa y se excusó.

A altas horas de la noche del miércoles, los médicos operaron a Looney y le amputaron el tercio inferior de la pierna. Llamaron a Ozzie por teléfono y éste se lo comunicó a Carl Lee.