A las cinco de la madrugada del miércoles, Jake tomaba café en su despacho y contemplaba el oscuro patio del Palacio de Justicia a través de la cristalera de su balcón. Después de pasar una mala noche, había abandonado el calor de la cama varias horas antes de lo habitual para buscar desesperadamente un caso de Georgia, que creía recordar de la facultad, en el que el juez había concedido la libertad bajo fianza a un reo acusado de asesinato, sin antecedentes, con propiedades en el condado, trabajo fijo y numerosos parientes en las cercanías. La búsqueda fue vana. Encontró un montón de casos en el Estado de Mississippi, recientes y bien argumentados, unos claros y otros ambiguos, en los que el juez había ejercido su poder discrecional para negar la libertad bajo fianza. Ésa era la ley y ahora Jake la conocía al dedillo, pero necesitaba algún argumento para enfrentarse a Ichabod. Estaba aterrorizado ante la perspectiva de solicitar la libertad bajo fianza para Carl Lee. Buckley empezaría a chillar, sermonear y citar aquellos maravillosos casos, mientras Noose escuchaba con una sonrisa para denegar finalmente la solicitud. Jake recibiría un pisotón en la cola en la primera escaramuza.
—Hola, encanto, hoy has venido muy temprano —dijo Dell a su cliente predilecto mientras le servía el café.
—Por lo menos he venido —respondió Jake, que no había aparecido regularmente por el café desde la amputación.
Looney era un personaje popular y entre los clientes había cierto resentimiento para con el abogado de Hailey. Consciente de ello, Jake procuraba ignorarlo.
A muchos les disgustaban los abogados que defendían a algún negro acusado de matar a unos blancos.
—¿Tienes un momento? —preguntó Jake.
—Por supuesto —respondió Dell antes de sentarse a su mesa y mirar a su alrededor.
A las cinco y cuarto de la madrugada el café estaba casi vacío.
—¿Qué se dice por aquí?
—Lo de siempre. Hablan de política, de la pesca y de la agricultura. Nada cambia. Hace veintiún años que trabajo aquí y siempre sirvo la misma comida, a la misma gente, que habla de lo mismo.
—¿Nada de nuevo?
—Hailey. Se habla mucho del tema. A excepción de cuando hay algún desconocido presente; entonces, se habla de lo habitual.
—¿Por qué?
—Porque si das a entender que sabes algo del asunto, empieza a seguirte algún periodista formulándote un montón de preguntas.
—¿Tan mal están las cosas?
—Todo lo contrario. Es una maravilla. Nunca había ido mejor el negocio.
Jake sonrió y agregó mantequilla y tabasco al farro.
—¿Qué opinas tú del caso?
Dell se rascó la nariz con unas uñas postizas rojas y muy largas, y sopló su taza de café. Era famosa por su sinceridad, y Jake esperaba que le respondiera sin tapujos.
—Es culpable. Mató a esos chicos. No tiene vuelta de hoja. Pero tenía el mejor pretexto que he conocido en mi vida. Cuenta con ciertas simpatías.
—Supongamos que formas parte del jurado. ¿Culpable o inocente?
Dell miró hacia la puerta y saludó con la mano a un cliente.
—Mi instinto es el de perdonar a alguien que mate a un violador. Especialmente a un padre. Pero, por otra parte, no podemos permitir que la gente coja un arma y administre su propia justicia. ¿Puedes demostrar que estaba loco cuando lo hizo?
—Supongamos que puedo.
—En tal caso votaría inocente, aunque estoy convencida de que no estaba loco.
Jake cubrió una tostada con mermelada de fresa y asintió.
—¿Pero qué me dices de Looney? —preguntó Dell—. Es un buen amigo mío.
—Fue un accidente.
—¿Y con eso basta?
—No, no basta. El fusil no se disparó accidentalmente. El impacto de bala que Looney recibió fue accidental, pero dudo de que esto constituya una defensa válida. ¿Le condenarías por haber disparado a Looney?
—Tal vez —respondió pausadamente—. Ha perdido una pierna.
¿Cómo podía estar enajenado cuando disparó contra Cobb y Willard, pero no cuando lo hizo contra Looney?, pensó Jake sin expresarlo. Decidió cambiar de tema.
—¿Qué se chismorrea sobre mí?
—Lo mismo, más o menos. Alguien preguntaba por ti hace unos días y otros dijeron que no tenías tiempo para nosotros, ahora que eres célebre. He oído algunos rumores acerca de ti y el negro, pero muy discretos. No te critican en voz alta. No se lo permitiría.
—Eres un encanto.
—Soy una zorra malhumorada y tú lo sabes.
—No. Intentas parecerlo.
—¿Tú crees? Obsérvame.
Se levantó para acercarse a la mesa de unos agricultores que habían pedido más café, y empezó a chillarles. Jake acabó de desayunar solo y regresó a su despacho.
Al llegar Ethel a las ocho y media, un par de periodistas deambulaban por la acera junto a la puerta cerrada. Cuando Ethel abrió la puerta aprovecharon para entrar en el edificio y exigieron ver al señor Brigance. Ella les respondió que se marcharan, pero insistieron. Jake oyó la discusión, cerró su puerta con llave y dejó que Ethel solucionara el problema.
Desde su despacho vio un equipo de televisión en la parte posterior del Palacio de Justicia, sonrió y experimentó una maravillosa subida de adrenalina. Se vio ya en las noticias de la noche, caminando con aire decidido, severo, serio, seguido de periodistas que pretendían entablar un diálogo sin que él les brindara comentario alguno. Y esto era sólo la confirmación del auto de procesamiento. ¡Cómo sería el juicio! Cámaras por todas partes, periodistas formulando preguntas, artículos de primera plana, incluso quizá la cubierta de alguna revista. Un periódico de Atlanta lo había denominado el asesinato más sensacional del sur en los últimos veinte años. Habría aceptado el caso prácticamente gratis.
Al cabo de unos momentos interrumpió la discusión del vestíbulo, saludó amablemente a los periodistas y Ethel se retiró a la sala de conferencias.
—¿Podría responder a unas preguntas? —preguntó uno de ellos.
—No —respondió atentamente Jake—. Tengo una reunión con el juez Noose.
—¿Sólo un par de preguntas?
—No. Pero daré una conferencia de prensa a las tres de la tarde.
Jake abrió la puerta y los periodistas le siguieron a la calle.
—¿Dónde tendrá lugar la conferencia?
—En mi despacho.
—¿Con qué objeto?
—Discutir el caso.
Jake cruzó lentamente la calle para acercarse al Palacio de Justicia sin dejar de responder preguntas.
—¿Estará presente el señor Hailey?
—Sí, acompañado de su familia.
—¿También la niña?
—Sí, también la niña.
—¿Responderá el señor Hailey a alguna pregunta?
—Tal vez. Todavía no lo he decidido.
Jake se despidió y entró en la Audiencia, mientras los periodistas se quedaban en la acera charlando sobre la conferencia de prensa.
Buckley entró en el Juzgado por la enorme puerta principal sin charanga alguna. Esperaba encontrarse con un par de cámaras y le disgustó descubrir que se habían agrupado en la parte posterior del edificio para ver al acusado. De ahora en adelante entraría por la puerta trasera.
El juez Noose aparcó junto a una boca de riego frente a la oficina de correos, cruzó la plaza a grandes zancadas y entró en el Palacio de Justicia. Tampoco llamó la atención, a excepción de las miradas de algunos curiosos.
Ozzie echó una ojeada por las ventanas de la fachada de la cárcel y vio una aglomeración de gente en el aparcamiento, a la espera de Carl Lee. Pensó en la posibilidad de hacerles otra jugarreta, pero optó por no hacerlo. En su despacho se habían recibido dos docenas de amenazas de muerte contra Carl Lee, y Ozzie se tomaba algunas de ellas en serio. La mayoría eran simples amenazas generales, pero otras eran específicas, con fechas y lugares. Y eso que sólo se trataba de la confirmación del auto de procesamiento. Pensó en el juicio y le susurró algo a Moss Junior. Rodearon a Carl Lee de agentes uniformados y le condujeron por la acera, entre los periodistas, hasta un furgón alquilado al que subieron seis agentes además del conductor. Escoltado por los tres mejores coches de policía, el furgón se dirigió velozmente al Juzgado.
Noose había programado una docena de autos de procesamiento para las nueve de la mañana, y cuando se sentó en su sillón del estrado empezó a repasar los sumarios hasta encontrar el de Hailey. Al observar la primera fila de la sala, vio a un sombrío grupo de sospechosos personajes, todos ellos recientemente inculpados. En un extremo había un detenido esposado, con un agente a cada lado, al que Brigance hablaba en voz baja. Debía tratarse de Hailey.
Noose cogió la carpeta roja de un sumario y se ajustó las gafas para que no perturbaran su lectura.
—El Estado contra Carl Lee Hailey, caso número 3889. Acérquese, señor Hailey.
Después de que le retiraran las esposas, Carl Lee se acercó con su abogado al estrado, donde levantaron la cabeza para mirar a su señoría, que examinaba en silencio y con nerviosismo el auto de procesamiento del sumario. Creció el silencio en la sala. Buckley se levantó y se acercó lentamente a pocos metros del acusado. Los dibujantes esbozaban la escena.
Jake dirigió una mala mirada a Buckley, que no tenía por qué acercarse al estrado durante la confirmación del auto de procesamiento. El fiscal vestía su mejor traje de poliéster negro con chaleco. Todos y cada uno de los pelos de su enorme cabeza habían sido meticulosamente peinados y fijados. Tenía el aspecto de un evangelista televisivo.
—Bonito traje, Rufus —susurró Jake al oído de Buckley después de acercarse.
—Gracias —respondió el fiscal, desprevenido.
—¿Luce en la oscuridad? —preguntó Jake antes de regresar junto a su cliente.
—¿Es usted Carl Lee Hailey? —preguntó el juez.
—Sí.
—¿Es el señor Brigance su abogado?
—Sí.
—Tengo en mis manos un auto de procesamiento dictado contra usted por el gran jurado. ¿Ha recibido usted una copia del mismo?
—Sí.
—¿Lo ha leído?
—Sí.
—¿Ha hablado del mismo con su abogado?
—Sí.
—¿Lo comprende?
—Sí.
—Bien. Por imperativo legal, debo leerlo ante el público de la sala —dijo Noose, antes de aclararse la garganta—: «Los componentes del gran jurado del Estado de Mississippi, debidamente elegidos entre un grupo de ciudadanos respetables y de buena conducta de Ford County, en el mismo Estado, nombrados bajo juramento y encargados de instruir en nombre de dicho condado y Estado por la autoridad otorgada por el Estado de Mississippi, bajo juramento dictan que Carl Lee Hailey, domiciliado en el condado y Estado antes mencionados, y en el distrito judicial de esta Audiencia, quebrantó deliberada e intencionalmente el código penal con alevosía, intencionalidad y premeditación al matar y asesinar a Billy Ray Cobb, un ser humano, y a Pete Willard, un ser humano, y disparar con intención de matar contra DeWayne Looney, agente del orden público, en contravención del código de Mississippi y contra la paz y dignidad del Estado de Mississippi. Auto de procesamiento. Firmado por Laverne Gossett, portavoz del gran jurado». ¿Comprende los cargos que se le imputan? —concluyó Noose, después de recuperar el aliento.
—Sí.
—¿Comprende que si se le declara culpable podrá ser sentenciado a muerte en la cámara de gas del penal estatal de Parchman?
—Sí.
—¿Se declara culpable o inocente?
—Inocente.
Noose repasó su agenda bajo la mirada atenta del público de la sala. Los dibujantes se concentraban en los protagonistas, incluido Buckley, que se había unido a ellos y colocado de perfil para salir más favorecido. Estaba ansioso por decir algo. Miraba con ceño a la espalda de Carl Lee, como si estuviera impaciente por crucificar al asesino. Se acercó ostentosamente a la mesa donde se encontraba Musgrove y susurraron algo aparentemente importante. Cruzó la sala y habló al oído de una de las secretarias. A continuación regresó al estrado, donde el acusado permanecía inmóvil junto a su abogado, consciente de la exhibición de Buckley y procurando desesperadamente ignorarla.
—Señor Hailey —declaró Noose—, su juicio se celebrará el lunes veintidós de julio. Todas las mociones y asuntos relacionados con el mismo deberán presentarse antes del veinticuatro de junio, y ser incorporados al sumario antes del ocho de julio.
Carl Lee y Jake asintieron.
—¿Tienen algo que añadir?
—Sí, señoría —respondió Buckley, levantando la voz para que le oyeran incluso los periodistas desde la rotonda—. La acusación se opone a cualquier solicitud de libertad bajo fianza para este inculpado.
—Con la venia de su señoría —replicó Jake con los puños cerrados, haciendo un esfuerzo para no gritar—, el acusado no ha solicitado la libertad bajo fianza. El señor Buckley, como de costumbre, confunde el procedimiento. No puede oponerse a una solicitud que no ha sido formulada. Esto es algo que debió haber aprendido en la facultad.
—Con la venia de su señoría —prosiguió Buckley ofendido—, el señor Brigance siempre solicita la libertad bajo fianza y estoy seguro de que también lo hará hoy. La acusación se opondrá a dicha solicitud.
—¿Por qué no espera a que la formule? —preguntó Noose, un tanto irritado.
—De acuerdo —respondió Buckley mientras miraba a Jake con fuego en la mirada.
—¿Piensa solicitar la libertad bajo fianza? —preguntó el juez.
—Pensaba hacerlo en el momento apropiado, pero antes de que tuviera la oportunidad ha intervenido el señor Buckley con sus bufonadas…
—Olvídese del señor Buckley —interrumpió Noose.
—Comprendo, señoría; simplemente está confundido.
—¿Libertad bajo fianza, señor Brigance?
—Sí, pensaba solicitarla.
—Lo suponía y ya he reflexionado si concederla en este caso. Como bien sabe, su concesión es plenamente discrecional por mi parte y nunca la concedo en casos de asesinato. No me parece oportuno hacer una excepción en este caso.
—¿Quiere decir que ha decidido denegar la libertad bajo fianza?
—Exactamente.
—Comprendo —respondió Jake, al tiempo que se encogía de hombros y dejaba el sumario sobre la mesa.
—¿Desean añadir algo? —preguntó Noose.
—No, señoría —respondió Jake.
Buckley movió la cabeza en silencio.
—Bien. Señor Hailey, por la presente se le ordena permanecer bajo custodia del sheriff de Ford County hasta el día del juicio. Puede retirarse.
Carl Lee regresó a la primera fila, donde un agente le esperaba con las esposas en la mano. Jake abrió su maletín y guardaba el sumario y demás documentos cuando Buckley lo agarró del brazo.
—Esto ha sido un golpe bajo, Brigance —dijo entre dientes.
—Tú te lo has buscado —respondió Jake—. Suélteme el brazo.
—No me ha gustado —dijo el fiscal, al tiempo que lo soltaba.
—Peor para ti, gran hombre. No deberías hablar tanto. Por la boca muere el pez.
Buckley, que le llevaba siete centímetros y pesaba veinticinco kilos más que Jake, estaba cada vez más irritado. Su discusión había llamado la atención y se acercó un agente de policía para colocarse entre ambos. Jake le guiñó el ojo a Buckley y abandonó la sala.
La familia Hailey, encabezada por el tío Lester, entró a las dos de la tarde en el despacho de Jake por la puerta trasera. Jake se reunió con ellos en un pequeño despacho de la planta baja, junto a la sala de conferencias. Al cabo de veinte minutos, Ozzie y Carl Lee entraron tranquilamente por la puerta trasera y Jake les acompañó al despacho, donde Carl Lee se reunió con su familia. Ozzie y Jake abandonaron la sala.
La conferencia de prensa había sido meticulosamente organizada por Jake, que se maravillaba de su habilidad para manipular a los periodistas y de su disposición a ser manipulados. Él se sentó a un lado de la larga mesa con los tres hijos de Carl Lee a su espalda. Gwen estaba sentada a su izquierda y Carl Lee a su derecha, con Tonya sobre sus rodillas.
La ética jurídica impedía revelar la identidad de las niñas víctimas de violación, pero el caso de Tonya era excepcional. Su nombre, rostro y edad eran sobradamente conocidos a causa de su padre. Había sido ya exhibida al mundo y Jake quería que se la viera y fotografiara con su mejor vestido blanco de los domingos y en brazos de su padre. Los componentes del jurado, quienesquiera que fuesen y dondequiera que vivieran, la verían en la pantalla.
Los periodistas que no cabían en la abarrotada sala llenaban el pasillo y la recepción, donde Ethel les ordenaba de mal talante que se sentaran y no la molestasen. Un agente de policía vigilaba la puerta principal y otros dos la trasera. Detrás de la familia Hailey y su abogado, el sheriff Walls y Lester no sabían dónde ponerse. Colocaron una batería de micrófonos delante de Jake y enfocaron y dispararon las cámaras al amparo de los cálidos focos.
—Debo hacer unos comentarios preliminares —empezó a decir Jake—. En primer lugar, seré yo quien responda a todas las preguntas. No debe dirigirse ninguna pregunta al señor Hailey ni a ningún miembro de su familia. Si se le formula alguna pregunta, le indicaré que no la responda. En segundo lugar, me gustaría presentarles a su familia. A mi izquierda se encuentra su esposa, Gwen Hailey. A nuestra espalda están sus hijos Carl Lee, Jarvis y Robert. Detrás de los muchachos se encuentra el hermano del señor Hailey, Lester Hailey. Sentada sobre las rodillas de su papá —agregó después de una pausa, mientras sonreía a la niña—, tenemos a Tonya Hailey. Y ahora responderé a sus preguntas.
—¿Qué ha ocurrido en la Audiencia esta mañana?
—Se ha formalizado el auto de procesamiento contra el señor Hailey, se ha declarado inocente y se ha fijado el juicio para el veintidós de julio.
—¿Ha habido un altercado entre usted y el fiscal del distrito?
—Sí. Después de la confirmación del auto de procesamiento, el señor Buckley se me ha acercado, me ha cogido del brazo y parecía dispuesto a atacarme cuando ha intervenido un agente del orden público.
—¿Cuál ha sido la causa?
—El señor Buckley tiene tendencia a desmoronarse a poca presión que se haga sobre él.
—¿Son ustedes amigos?
—No.
—¿Se celebrará el juicio en Clanton?
—La defensa solicitará un cambio de lugar, pero la decisión corresponde al juez Noose. Ningún pronóstico.
—¿Puede explicarnos cómo ha afectado lo ocurrido a la familia Hailey?
Jake reflexionó unos instantes mientras las cámaras filmaban, y miró a Carl Lee y a Tonya.
—Tienen ante ustedes a una hermosa familia. Hace un par de semanas su vida era simple y agradable. Disponían de un trabajo en la fábrica de papel, unos ahorros en el banco, seguridad, estabilidad, iban a la iglesia todos los domingos y se amaban entre sí. Entonces, por razones que sólo Dios conoce, dos golfos borrachos y drogados cometieron un acto horrible y violento contra esta niña de diez años. El suceso nos conmovió y nos provocó náuseas. Arruinaron la vida de esta niña, así como la de sus padres y demás parientes. Fue demasiado para su padre. Enloqueció. Perdió los estribos. Ahora está pendiente de juicio, con la perspectiva de que le condenen a la cámara de gas. Se han quedado sin trabajo. Sin dinero. Sin inocencia. Los hijos se enfrentan a la posibilidad de crecer sin su padre. Su madre debe encontrar un trabajo para mantenerlos, y se verá obligada a suplicar y pedir dinero prestado a parientes y amigos para sobrevivir. Para responder a su pregunta: la familia está arrasada y destruida.
Gwen empezó a sollozar en silencio y Jake le ofreció un pañuelo.
—¿Insinúa que la defensa alegará enajenación mental?
—Efectivamente.
—¿Puede demostrarlo?
—La decisión corresponderá al jurado. Nosotros presentaremos expertos en el campo de la psiquiatría.
—¿Ha consultado ya con dichos expertos?
—Sí —mintió Jake.
—¿Puede facilitarnos sus nombres?
—No. Sería inapropiado en estos momentos.
—Circulan rumores de amenazas de muerte contra el señor Hailey. ¿Puede confirmarlos?
—Las amenazas se suceden contra el señor Hailey, su familia, mi familia, el sheriff, el juez, y prácticamente todos los vinculados al caso. No sé lo serias que son.
Carl Lee dio unos golpecitos a Tonya en la pierna, con la mirada perdida en la mesa. Parecía asustado y como anhelante de compasión. Resultaba lastimoso. Sus hijos tenían también el aspecto de estar asustados pero, tal como se les había ordenado, se mantenían firmes, sin atreverse a mover un pelo. Carl Lee, el mayor, de quince años, estaba detrás de Jake. Jarvis, el mediano, de trece, estaba detrás de su padre. Y Robert, de once, detrás de su madre. Los tres vestían trajes idénticos de marino, con camisa blanca y una pequeña pajarita roja. El traje de Robert había pertenecido a Carl Lee y después a Jarvis antes de que él lo heredara, y parecía un poco más usado que los otros dos. Pero estaba limpio, bien planchado y perfectamente almidonado. Los chicos tenían un aspecto elegante. ¿Cómo podría cualquier jurado votar para que esos muchachos vivieran sin su padre?
La conferencia de prensa fue todo un éxito. Tanto las cadenas nacionales como las emisoras locales transmitieron fragmentos de la misma en las noticias de la tarde y de la noche. Los periódicos del jueves publicaron fotografías de la familia Hailey y su abogado en primera plana.